Memorias de la diversidad, enlazando mentes y sentires.

Page 1



Memorias de la Diversidad Enlazando mentes y sentires

Colectivo Castalia Kaleb Avila Sánchez Arges Mancebo del Castillo Sánchez Vianney Mendez Castillo

Introducción Memorias de la diversidad, enlazando mentes y sentires surgió como un taller cuyo objetivo consistió en proporcionar herramientas básicas de autogestión emocional y autonarración, para ayudar en el proceso de transición a personas trans binarias y no binarias, así como a sus acompañantes de vida y aliades. Colectivo Castalia detectó una preocupante falta de voces en el ámbito público que contaran las historias reales de personas de la diversidad de género. Se debe tener en cuenta que sin referentes positivos en nuestra cultura, por un lado, es más difícil para una persona identificarse, validarse, entenderse, así como convivir; y, por otro lado, para el resto, es más difícil comprenderle y respetarle. Nuestra sociedad mexicana se abre poco a poco a una realidad milenaria que está tomando la palabra: hay más de dos géneros, existimos las personas trans, las personas agénero, no binaries, género fluido, y tantas otras maneras de ser humano. Estas son las voces, vivencias y sentires de estas personas reales y sus seres querides, que con toda valentía se atrevieron a ser y mostrarse, aun cuando el mundo les ha repetido que no tienen derecho a existir. Memorias de la diversidad, enlazando mentes y sentires es más que un acto de rebeldía, un ejercicio de amor. Se requiere de un esfuerzo extraordinario para amarse a une misme cuando la cultura te ha enseñado que no mereces amor ni vida; se necesita del amor incondicional para lograr acompañar a un ser queride a pesar de que te enseñaron a ver mal aquello que es diferente. Quienes participamos en este proyecto sabemos que falta mucho trabajo para acabar con la violencia hacia las personas de la diversidad de género, nosotres no alcanzaremos a ver ese otro mundo donde se nos respete, pero estos testimonios son la prueba de que es posible amarse y amar a otres. No estás sola, solo, sole; ¡resiste, persiste!, estamos trazando un camino de empatía para la humanidad, un día las personas como nosotres no tendrán miedo a ser quienes son. Colectivo Castalia.


Prólogo Ser guía en la expresión de las emociones requiere —desde mi humilde opinión— una fuente casi inagotable de inspiración, paciencia y, sobre todo, de co-inspiración. Y es que quien guía se nutre de los que le siguen, de sus trazos, reflexiones y análisis. La labor de enseñar, dar camino, espacio, tiempo y estructura ha convertido los textos aquí reunidos en bálsamo. Letras convertidas en savia que resbala por la psique sanando y llenando el alma de quienes se nos permite posar los ojos en estos párrafos llenos de calidez, descubrimientos y referentes. ¿Referentes, he dicho? ¡Sí! ¡Referentes de vida! Pequeños faros de luz que clarifican el camino de quienes viajan dudando de su lugar en el mundo, de aquellas familias que se hallaron sin rumbo en medio de un mar tormentoso lleno de dudas y temores, de parejas que sintieron sus hilos de plata desgarrarse, de hijas e hijos acunades en brazos fuertes, ciertos y protectores. Farolas que pintan una senda para las personas que nos identificamos —tal y como dice uno de los textos— de otro color, con una gama caleidoscópica transitando por nuestro interior. Aquí encontraremos textos que amansarán las espumas, vientos y borrascas que habitan en nosotres. Siento estos textos como puertos de enseñanza, de vivencia e inspiración. El compromiso que les narradores han mostrado para con nuestros ojos y mentes al abrir sus procesos, descubrimientos, expectativas, dolores, orgullos, claridades y verdades nos encaminará a una limpieza de visión y una apertura del corazón. ¡Sírvase, que las verdades están presentes! Aquí hay ambrosía de amor. Xhantall Nuilah Fundadore del Grupo Transformar Trascender


Vivencias trans binarias y no binaries Índice Alex Javier Trejo González 12 Mi experiencia trans con la depresión Andy Castañeda 15 ¿Quién soy? Abrazando mi identidad Hamid Vega Gil 21 Mi razón de ser Isa Judhá 25 Cuando se fue Mariana 26 Entre nazarenos 35 El escarabajo y la gardenia José María Gatica Núñez 37 Una hoja en blanco Karim García 41 El viajero 42 Ilustración: El crononauta Maria P. Alba Castañeda 45 ¿Cuál es tu color? 46 Ilustración: Amarillo Mak César Bazán 50 El espacio y mi nombre 53 Galaxia Transvestial

Salud Aidé Roldán 57 Loba esteparia 60 Sobre la disforia Tyler Villa 65 Reflejo de mi ser


Vivencias de aliades Índice Adriana Martínez Cadena 70 Abrazo Anónimo 72 Cristales especializados de colores Alejandra Cortina 74 Transformatio David Zapién 77 Al reflejo el espejo miente Diany D. 79 ¿Niño o niña? Gabriel Pérez Salazar 85 Alba esencia Hilda S.G. 89 Ahor eres 89 En el taller Hugo M.C.P. 92 +Q I T T T B G L Gama de colores y música de las esferas LGBTTTIQ+ Salix Sao. 95 Cuando mi hija perdió el año escolar Tania Itzel Vargas Romero (Madre Rebelde). 98 Michelle es un niño trans; el camino para convertirme en su aliada


Vivencias trans binarias y no binaries


12

Vivencias trans binarias y no binaries

Mi experiencia trans con la depresión por Alex Javier Trejo González 28 años San Juan del Río, Querétaro.

La depresión me hace pensar que mi vida no es tan importante como para escribir de ella. Hoy trataré de no escucharla. Mi vida empezó en noviembre de 1993 en San Juan del Río, Querétaro. Mi madre siempre quiso una hija, y por casi dos décadas, lo fui para ella. Tengo pocos recuerdos de mi infancia. Entre los más felices, escalaba mezquites con mi hermano y cortábamos las flores de mi abuelita para decorar pastelitos de lodo. El momento que cambió todo fue la ceremonia de graduación de la primaria. En mi mente, observo ese momento como si estuviera fuera de mi cuerpo. Me veo vestido con falda, camisa blanca, chaleco y suéter. No estoy feliz ni triste porque no volveré a ver a mis amigos. No lloré. ¿Por qué tendría que llorar ─pensaba yo─ si el único camino era seguir estudiando y después irme? ¿Irme? ¿A dónde? No lo sabía. Solo tenía dentro de mí el sentimiento de querer escapar de mi vida. Ese sentimiento de fuga solo incrementó al llegar la pubertad. Fui condenado desde que menstrué por primera vez. La sangre y el intenso dolor de cada mes eran la prueba incuestionable de una metamorfosis irreversible. A pesar de mi rechazo, los cambios ocurrieron y tuve que aprender a ignorarlos. Como resultado, crecí con un odio profundo hacia mí mismo. En mi mente, sin saber de la existencia de las personas trans, sin saber que era posible realizarse una mastectomía, deseaba padecer cáncer de mama, porque era el único motivo que conocía por el cual se pudiera hacer tal cirugía. Prefería en esos momentos la idea de tener cáncer de mama que la de tener senos. También ansiaba la llegada de la menopausia, porque con ello se iría la capacidad de menstruar. No quería ser hermoso. No quería actuar, ni vestir, ni hacer lo que se supone que debes hacer en esta sociedad si naces con vulva. En mi entorno no existían las personas trans, la homosexualidad era un tema nuevo, pero yo no encajaba en ningún lugar. Tenía amigos, amigas, pero no sentía que perteneciera a ningún lado. Quería pertenecer; ser amado, pero no ser visto como una mujer. En ese torbellino de angustia adolescente y desesperanza por el futuro, dejé de tener razones para continuar. Si bien descubrí la existencia de los hombres trans por internet, era algo tan ajeno, que el solo pensar en aceptarme como tal, me llenaba de miedo y sentía que nadie


14

Vivencias trans binarias y no binaries

me aceptaría ni me querría. Así, la vida terminaba para mí a los veinte años. No tenía planes porque no tenía un futuro: caía en picada hacia un abismo. No podía dormir, ni concentrarme, mucho menos leer o escribir. A veces la rabia me inundaba; comer se volvió una obligación, y cosas tan simples como lavarme los dientes o bañarme se volvieron empresas monumentales. Una amiga me hizo prometerle que buscaría ayuda. Esa fue la razón por la que tuve mi primera consulta psicológica a los diecinueve años. No sé qué dije en mi primera sesión, solo recuerdo haber llorado porque nunca había dicho en voz alta el desprecio que tenía por mí mismo. Después, tuve que hablar con un psiquiatra. Una lluvia de diagnósticos, etiquetas y medicamentos cayeron sobre mí: depresión moderada, venlafaxina, depresión mayor, clonazepam, ansiedad, fluoxetina, trastorno depresivo, desvenlafaxina, etcétera. Tras meses de un intenso tratamiento llegué a una encrucijada. Sentía que mis únicas opciones para seguir viviendo eran admitir quién era o darme por vencido. El suicidio siempre me pareció la última opción; la otra alternativa era decirle a mi psiquiatra la verdad. Estaba angustiado porque él fue la primera persona a quien se lo dije. Para mi sorpresa, me contestó que ser un hombre transexual no era una enfermedad y que ser transexual no significaba que había algo malo conmigo. En ese momento, sentí un gran peso levantarse de mi pecho. La vida que yo quería era posible; había una solución a mi tristeza. Ingenuamente pensé que transicionar era todo lo que necesitaba hacer. Una vez llegara a mi meta de vivir conforme a mi identidad o de cambiar mi nombre legal o hacerme una mastectomía, la depresión se iría para siempre… Y se fue, pero solo por un tiempo.

Memorias de la diversidad

15

El 23 de agosto de 2021 volví al tratamiento psiquiátrico con antidepresivos. Tengo miedo, pero también esperanza. Ya no soy la persona que se sentó en la silla de un consultorio y dijo odiarse; tampoco soy la que vio un futuro lleno de soledad y rechazo. Ahora soy un hombre trans con una familia y amigues que lo aceptan y quieren. Al niño que veía su vida pasar sin experimentarla, puedo decirle: habrá dicha, no solo dolor. La depresión dice que mi vida no es tan importante como para escribirla. Hoy trataré de no escucharla, porque quizá hay más personas trans sintiéndose tan desconsoladas como yo lo estuve alguna vez, y desearía que mi texto les ayude, a pesar de la depresión, a ver un camino distinto al abismo.

¿Quién soy? Abrazando mi identidad por Andy Castañeda 34 años Gómez Palacio, Durango.

Conforme hablaba de mi identidad con mis amigas de la universidad, y a medida que mi familia se ajustó a llamarme por mi nuevo nombre y con pronombres masculinos, los sentimientos de inutilidad y los pensamientos suicidas dejaron de tocar poco a poco mi puerta. El 11 de septiembre de 2014 inicié el tratamiento de reemplazo hormonal. El 8 de abril de 2015 cambié legalmente de nombre y el 6 de diciembre de 2017 me realizaron la mastectomía. Celebré cada una de esas fechas.

Tengo el mismo nombre que el de mi hermano mayor y, aunque nos llevamos un año, dos meses y nueve días de diferencia, siempre nos han dicho que parecemos gemelos. De niños peleábamos porque él decía que en toda familia siempre hay un hermano guapo y ese no era yo, pero no me callaba y le contradecía tomando como argumento las palabras de mi tía, cuando en aquel entonces en el año de 1986, al verme recién nacido dijo: “está más bonita que el niño”.

Mientras yo saboreaba mis cambios, la depresión dormía. Y en el momento en que cumplí mis propósitos, volvió a surgir. Sin importar lo que hiciera, veía cómo caminaba hacia mí y una vez más tocaba mi puerta.

Te preguntarás por qué me llamo igual que mi hermano... bueno la historia es la siguiente: cuando mis padres decidieron tener hijos, ellos deseaban una niña y ya tenían el nombre que le pondrían a ese bebé: Adriana Andrea; sin embargo, su primogénito fue varón, así que lo único que hicieron fue cambiar el primer nombre a masculino (Adrián).

El yo de hace siete años creía que al transicionar de forma médica y social todos mis problemas se acabarían, pero ahora debo regresar sobre mis pasos y admitir mi equivocación: no hay una solución mágica a estar diagnosticado con un trastorno depresivo persistente. Y admitir mi error ahora significa hacerme responsable de mi sanación.

Al llegar yo a este mundo, simplemente me pusieron el nombre que tiempo atrás ya habían elegido para mí, por eso mi hermano y yo nos llamamos igual y juntos somos: los Adrianes; así es como los demás se refieren a este par de hermanos bien parecidos, ¡pero no olvides que yo soy el guapo!


Memorias de la diversidad

17

Bueno, pues ahí está la historia del nombre que, aunque parezca que no tiene importancia, la tiene en mi vida en este proceso de autodescubrimiento y aceptación, porque la forma en que se refieren a mí me importa, ya que es parte de mi identidad. Durante varias etapas de mi vida me he hecho la pregunta ¿quién soy? No sé si sea común reflexionar sobre esto a cada momento, pero cuando te sientes diferente a lo que la sociedad te dice o te enseña con respecto a lo que es un hombre y una mujer, es inevitable que surjan este tipo de cuestionamientos, o al menos en mi caso así fue en varias etapas de mi vida. Desde temprana edad yo siempre tuve un comportamiento y gustos considerados “masculinos”, mis papás lo atribuyeron a la cercanía que teníamos mi hermano y yo; pues andábamos juntos para todos lados y éramos fieles compañeros de juegos. A la edad de seis años, si la memoria no me falla, les dije a mis padres que quería tener un pene como el de mi hermano, pues no entendía cuando otros me decían: “las niñas no juegan futbol”, tampoco entendía por qué tenía que hacer ciertas cosas que a mí no me llamaban la atención, como por ejemplo jugar a las muñecas, cuando yo en realidad quería jugar con los carritos y soldaditos… y con esa inocencia de un niño mi solución fue ¡tener uno como el de mi hermano!, así que lo pedí de regalo de navidad. También recuerdo que yo prefería andar en short y playeras holgadas, y si la ropa era heredada de mi hermano, mejor, y más me gustaban cuando las playeras eran de Dragon Ball Z. Usar vestido no era algo que me gustara ponerme, recuerdo renegar una que otra vez cuando tenía que usarlos para ocasiones especiales. En mi primera comunión, al llegar a casa después de la celebración religiosa, lo primero que hice fue cambiarme y vestirme como a mí me gustaba, aunque mi madre me rogara que me pusiera el vestido para que me vieran mis tíos y demás invitados que asistieron a la comida para celebrar dicho acontecimiento. Cuando quise jugar fútbol con mi hermano y demás niños de la cuadra, mi hermano me puso una condición y sin saberlo fue una de las mejores lecciones de vida. La condición era que para que me dejaran jugar futbol, yo debía hacer tres dominadas seguidas, levantando el balón del suelo. Me tomé tan en serio ese reto que estuve practicando por días hasta que lo logré y pues ellos no tuvieron otra opción que dejarme jugar. Cuando salíamos a jugar fútbol yo siempre me sentí parte de ellos, me sentía tan capaz como ellos y me chocaba que me vieran como una niña y tuvieran consideraciones conmigo, pero me esforcé tanto para que entendieran que mi habilidad con el balón no dependía de mis genitales. Al final ellos terminaron viéndome como su igual y todas las tardes me buscaban para invitarme a jugar.


18

Vivencias trans binarias y no binaries

En este proceso en el que trato de descifrarme, ha habido momentos en los que me cuestiono qué es el género. Sé que biológicamente soy mujer, pero nunca he tenido problemas con que me confundan con el sexo opuesto. Recuerdo una ocasión en una fiesta infantil, cuando el payaso que animaba la fiesta hizo dos filas: una de niños y otra de niñas; por supuesto que yo me formaba en la de niñas, pero luego el payaso me cambiaba de fila porque me confundía con un niño y es que siempre he traído el cabello corto, no lo culpo... En fin, ¿qué hacía yo?, pues me pasaba a la fila de las niñas, pero luego, otra vez el payaso me volvía a formar con los niños y así varias veces, hasta que mi mamá se levantó de su asiento y regañó al payaso porque no se daba cuenta que yo era niña y traía aretes. Pero más allá de lo cómico de este evento, trato de recordar lo que sentí en ese momento, y recuerdo que, aunque para mí estaba bien estar en cualquiera de las dos filas, me preocupaba lo que pensaran los demás de mí, pues sentía las miradas de los otros niños y niñas por ir de un lado a otro. Desde entonces sentía que no encajaba en el “molde de niña”. Al llegar a la adolescencia decidí dejarme crecer el cabello y vestir un poco más femenina para ser aceptada, pero esto me causaba mucho estrés y no me sentía cómoda; además creo que nunca tuve un buen gusto por la moda, y creo que mis intentos de verme femenina eran un desastre. Debo decir que he sido muy afortunade porque mi familia siempre ha respetado mis gustos y mientras estuviera en casa ser yo estaba bien, mis padres me dejaron ser. El problema venía al momento de relacionarme con otros, por ejemplo en la escuela; en la primaria yo no me separaba de mi hermano y cuando tenía que hacerlo me era muy difícil hacer amigos, pues tenía miedo de mostrarme como soy porque ¿qué iban a pensar de mí?, ¿cómo me iban a tratar?, y pues hubo quienes me llamaron “mary-macha” o “machorra”. Aún en mi edad adulta, el miedo al rechazo siempre ha estado presente y por tal motivo no he sido muy sociable. A veces es más fácil ponerse la máscara e interpretar un personaje que todos entienden y con el cual están familiarizados que ser yo misme. En la adolescencia fue peor, pues me empecé a sentir atraída por las personas de mi mismo sexo o mi sexo asignado al nacer y las preguntas en mi cabeza no dejaban de aparecer… ¿soy lesbiana?, pero... ¿por qué a veces me siento como hombre, seré trans?, ¿quién soy?, no entiendo lo que me pasa. Había veces que quería ser hombre, pero otras veces me sentía bien como mujer, con mi cuerpo, con mi feminidad. Esos sentires que se salen de lo establecido me han traído noches de llanto, noches de insomnio en las que rezaba por ser “normal”, en las que le pedía a Dios que al despertar, todo concordara con lo que socialmente es aceptado, que habiendo yo nacido como mujer me gustaran los hombres y otras noches deseaba ser uno de ellos para que todo fuera más fácil; pero tanto la palabra ‘trans’ como la palabra ‘lesbiana’ me aterraban, porque dentro de mí sentía que cualquiera de las dos implicaba una lucha para ser acepatade. ¿Cómo se lo iba a decir a mi familia?, ¿cuál

Memorias de la diversidad

19

sería su reacción?, era inevitable que los miedos se hicieran presentes. Cuando decidí salir del closet con mis padres, a la edad de 19 años, acepté ir a terapia psicológica para asumir mi homosexualidad o lo que yo en ese momento creí que era, y mi terapeuta de ese entonces me hizo unas pruebas que no logré comprender sino años después. En esas pruebas, según me explicó, se podía observar que me siento más comode con lo masculino; sin embargo, no profundizamos sobre el tema, tal vez porque aún hace falta mucha información y preparación para llevar casos sobre disidencia de género (cuando asignamos un género erróneo a una persona basándonos en las ideas que tenemos de cómo debe ser un hombre o una mujer) y lo siguiente que empezamos a trabajar fue sobre mis miedos. Ir a terapia no era algo que me resultara agradable, a veces salía muy enojade, otras triste, otras veces salía bien, hasta que un día simplemente dejé de ir porque sentí que no llegaba a ninguna parte... En fin, aceptarme me fue muy difícil, pero quería ser feliz, así que reuní valor y me di la oportunidad de conocer chicas y con ello, permitirme sentir todas estas emociones y sensaciones que nunca antes había experimentado. A pesar de que a lo largo de mi vida se me ha hecho difícil encajar en el molde de lo que es considerado femenino, al mismo tiempo hay cosas que me gustan de “ese mundo”, como pintarme las uñas... aunque ahora que lo pienso, pintarse las uñas también es de hombres, así como usar aretes. Tampoco detesto mi cuerpo y además me gusta como me veo maquillade y ese vestido floreado ¡uff, se me ve espectacular!, ¡me encanta! Entonces de nuevo aparecen las preguntas, ¿quién soy?, ¿qué soy?, ¿porque a veces me siento bien como mujer y otras quisiera ser hombre?; ¿qué es ser hombre, qué es ser mujer?, ¿alguna vez te lo has preguntado? Yo sí… Cuando descubrí que había un tercer género (el género no binario) y que había más personas en el mundo que se sentían como yo, me puse a investigar y encontré que la diversidad es innata al ser humano y que las identidades que no encajan en lo binario, y que a lo mejor pueden ser vistas como modas por aquellas personas que no entienden por lo que pasamos, han estado presentes en diferentes culturas a lo largo de la historia. Por mi vivencia, concuerdo con las voces que dicen que el género no puede ser entendido como dos opuestos, blanco y negro, sino como una escala de grises que refleja la diversidad propia de la humanidad. Leer sobre identidades no binarias presentes en diferentes culturas y épocas me ayudó a aceptarme, porque aunque me atraen las mujeres, de alguna forma rechazaba la etiqueta de lesbiana; de tal manera que cuando me preguntaban por mi orientación sexual o si soy de “ambiente” (como nos referimos a las personas que formamos parte de la comunidad LGBTIQ+), me era más fácil decir: “me gustan las mujeres”, incluso me desagradaba que me dijeran que soy una chica ‘tomboy’ por mi forma de vestir (persona que demuestra una apariencia o actitud que se consideran tradicionalmente masculinos) y no entendía de dónde venía ese disgusto... ahora lo entiendo.


20

Vivencias trans binarias y no binaries

Además, entendí que no es que me estuviera volviendo loca, simplemente me identifico con ambos sexos y no hay nada de malo en eso, por eso, aunque me llame Adriana Andrea y me guste mucho mi nombre, prefiero que me digan Andy, sí, como el niño de Toy Story (película animada de Disney) que jugaba con su vaquero, porque cuando alguien lee o escucha el nombre de Andy, no se puede asociar a un solo género, el nombre de Andy bien se puede referir a un hombre o una mujer. Si te preguntas por qué no Adry, pues recuerda que mi hermano se llama igual que yo y ambos somos Adry, y generalmente las personas tienden a hacer la aclaración del género, asignándome a mí el femenino, que no me molesta, pero no siento que me identifique. Gracias a que se me atravesó un artículo en Facebook que hablaba sobre identidades no binarias, todo comenzó a tener sentido y lo mejor fue que empecé a hacer las paces conmigo misme, a aceptarme y amarme como soy. Como lo comenté anteriormente, para mí no fue fácil aceptarme, en parte por el miedo de decepcionar a mis padres, el miedo al rechazo tanto de mi familia como de la sociedad, aunado a que mi educación fue muy religiosa y entonces tenía creencias que más allá de ayudarme me dañaban, pero aprendí que las creencias como los pañuelos desechables: si ya no te sirven ¡tíralas! Pienso que todo es perfecto y que todo lo que sucede es para nuestro bien y para nuestra propia evolución; además en la vida se van a presentar situaciones que nos acerquen más a nuestro verdadero ser, por eso cada situación por pequeña que parezca me estaba hablando para que volteara nuevamente dentro mío y una vez más preguntarme ¿quién soy? Poco a poco todo se empezó a alinear. Antes de leer el artículo con el que me topé en redes sociales, sucedió algo significativo: una vez más me confundieron con un hombre y siempre que pasa esto nunca suelo corregir a la otra persona; la diferencia en esta ocasión fue que por primera vez externé en voz alta que me gusta que me confundan. Y es que ese día, un miembro de mi familia que me acompañaba al cine, se soltó riendo tras presenciar el hecho de que me dijeran ─caballero─ y yo le comenté a mi familiar: “eso no me molesta, de hecho me gusta que me confundan”... Él se sacó de onda por lo que dije pero para mí fue liberador. Decirlo se sintió demasiado bien, pues esas palabras que salieron de mi boca tumbaron los barrotes que me mantuvieron prisionere durante décadas, más de 30 años de vida tratando de encajar en un molde que no sentía cómodo. Aunque nunca he sido muy femenina, no era capaz de abrazar mi masculinidad, no me permitía ser yo misme, pero ese día todo cambió, di un paso hacia mi libertad. Así fue como una simple salida al cine fue el detonante para voltear la mirada hacia dentro de mí para empezar a descifrarme, entenderme, y atender esos sentimientos a los que de alguna manera les había estado huyendo; y en el proceso no estuve sole,

Memorias de la diversidad

21

tuve el acompañamiento de una persona que es muy importante en mi vida y que para mi fortuna tiene estudios en psicología y sexología, ella estuvo pendiente de mí, escuchándome, mandándome información y nunca olvidaré esas palabras que me hicieron sentir tan valiose: “Todes merecemos encontrarnos, expresarnos y vivirnos de la manera que se acerque más fielmente a nuestro sentir”. Estoy feliz de ser quien soy y de poder contar en mi vida con personas que me han acompañado sin juzgarme en este proceso, que me han aceptado y me han amado tal cual soy. Al final no importa el color de piel, nacionalidad, género o la etiqueta que quieras ponerte, todes somos iguales: humanos y cualquier forma de expresión es válida, esto último me lo digo a mí misme, porque ahora entiendo que mi identidad no es lo que me dijeron, soy más que un cuerpo, soy más que una etiqueta, soy esencia de amor y el amor es eterno.

Mi razón de ser por Hamid Vega Gil 25 años Ciudad de México.

Para ti, que te encuentras en mi corazón, recordarte me genera esa sensación de paz y tranquilidad; quiero responder tu carta de hace 5 años, porque aún no me atrevo a hablar de ti sin contener las lágrimas ya que te extraño mucho. Lamento no poder decírtelo de frente pues estás muy lejos de mí, o quizá muy cerca, pero debo confesarte que hoy, a mis 25 años, pude encontrar un significado a la palabra amor, con solo recordarte me ayudas a no sentirme solo, gracias a ti puedo ver las cosas como realmente son, ya no estoy viviendo en el mundo de fantasía de nuestra infancia..., aquella donde jugábamos a los piratas, en donde yo era la princesa rescatada y tú el valiente príncipe que luchaba por mi libertad; extraño las aventuras donde peleábamos con monstruos salvajes y animales feroces, los viajes en el tiempo con nuestra música favorita, en donde la imaginación nos teletransportaba a lugares desconocidos para las demás personas. Recuerdo eso y todo aquello que solía hacer contigo siendo más jóvenes, el cómo me abrigabas cuando salíamos de


22

Vivencias trans binarias y no binaries

la escuela, porque hacía frío o llovía, o quizá solo me protegías. También debo decirte que tu carta me dolió mucho, escribiste palabras muy directas, sinceras; transformaste esos juegos de niños en algo real pero ahora, lo enfrentaré sin ti, convertiste a esa princesita en el príncipe: aquel “hombre perfecto” quien solías ser tú, ahora seré yo quien tome ese papel, para poder ser libre de todo aquello que descubriste y no me contaste... gracias a ti estoy solo y no me desagrada. Quiero contarte que ya conocí a esos monstruos y animales con los que luchábamos, en la vida real se les llama o conocen como “transfóbicos”, pude vencerlos como me enseñaste, al tomar valor y hacerlos a un lado para seguir mi camino y poder llegar al castillo (transición personal). Logré teletransportarme como solíamos hacer, reproduzco la misma música que escuchábamos al estar sentados en la azotea de tu casa por las noches, mirando el cielo y contando las estrellas más brillantes, pero con una diferencia grande, ahora al tiempo que me teletransporto no es el presente ni el futuro, sino al pasado donde estábamos juntos; también cambié físicamente como me lo pedías en su momento, nunca entendí a qué te referías hasta ahora, al conseguir esa libertad por la cual peleábamos, insistías todo el tiempo pidiéndome tirar mi “vestido de princesa”, me animabas a ponerme la capa de príncipe que tanto me gustaba y no pude tener aquellas veces porque las niñas “no usan capa ni mucho menos utilizan espadas”. Tenías razón, yo era ese príncipe azul llamado Hamid, eso fue lo que te llevó a convertirte en el sol, la luna y las estrellas, quisiste ya no formar parte de esta historia como un personaje, ahora serás algo más duradero, y puedes estar en cualquier lugar y momento. No sé cómo lo hiciste, pensaste muy bien las cosas antes de marcharte, supiste convertir lo imaginado en algo real y puro, donde el AMOR se hace presente en todo momento. Desde que abro los ojos al despertar, al ver el cielo por la mañana, tarde y noche, al ver mi reflejo en el espejo, cuando me recuesto sobre el pasto, incluso en el momento en que estoy en contacto con la naturaleza; en todo momento estás presente y aunque estuvieses aquí sentiría ese amor que no he sentido por nada ni nadie, esa era tu manera de amar. Durante bastante tiempo me lo estuviste mostrando con mucho cuidado, y sí, hacía falta amarme a mí mismo para darme cuenta que yo era mi propio motivo para esta aventura. Yo fui uno de tus motivos para ya no existir, tu decisión me ayudó; porque mientras tú me observabas y cuidabas, yo solo me sentía protegido, sin darme cuenta que tú también necesitabas de mis cuidados, no supe abrigarte del frío, de la lluvia, tampoco salvarte de los monstruos y animales que te atormentaban; y en algún momento el dragón más temeroso era yo: tu única razón para seguir luchando. Tu objetivo era hacer que ese dragón te amase como la princesa al príncipe, para ti era imposible que eso sucediera debido a que las personas no lo verían “correcto”, éramos muy jóvenes para entender en ese momento, y yo muy ciego porque ni cuenta me di de lo que sentías por mí.


24

Vivencias trans binarias y no binaries

Para serte sincero, esta carta ya no pude entregártela pues ya no vives en esta aventura. Aquella noche sonó el teléfono y era tu hermano preguntando si estaba solo, mi respuesta fue afirmativa, me pidió sentarme, también se escuchaba la voz de tu madre entre cortada, inmediatamente supe que algo no andaba bien, escuché el llanto de ambos y mi corazón se partió en pedazos. Aquella tarde tiraste de un gatillo con la esperanza de que el “dragón” te salvase o interrumpiera, cometiste una acción que marcaría mi vida por completo, sentí morirme y quise estar para seguir aventurándonos y descubrir cosas nuevas, pero no sucedió por alguna razón de la vida. Posteriormente me hicieron llegar tu carta de despedida donde me explicas el porqué de tu decisión de renunciar al papel de príncipe, eso me puso muy triste durante años, créeme. Hasta ahora puedo platicar de ello y de ti sin dolor, ya que eres el sol que ilumina mis días, el árbol que me da oxígeno y el aire que me permite volar. Me enseñaste a amarme y amar a les demás de la misma manera que me amaste a mí. Ahora ya no puedo entregarte esta carta, entendí que la “princesa” (yo) debía salvarse a sí misma o quizá el dragón podía transformarse en un príncipe para rescatarla, ahora lucho en un solo cuerpo, esos tres personajes son uno mismo y son una “RAZÓN DE SER”. Hamid es su nombre, cuyo significado es digno de alabar, elegí ponerme ese nombre, me recuerda a ti, querido amigo, un verdadero maestro. La razón de ser de Hamid es ayudar a que les demás puedan descubrirse con actos de amor, puedan creer y saber que la amistad sí existe, otra razón es aprender a abrazarse a sí mismes en todo momento, en las situaciones buenas y no tan buenas, todo eso nos llevará a una experiencia única, puede ser la inspiración de muches más. Recuerdo esa parte de nuestra canción favorita que dice “una vez que el show comienza, está destinado a ser algo digno de ver”, y eso quiero para quienes lean esta carta, porque sé que en los ojos de quien la esté leyendo, estarán tus ojos y mientras más personas la lean, más te podré ver y abrazar, por cada persona que abrace este texto te recordaré con cariño. Mi vivencia como hombre trans fue descubierta por mi mejor amigo, él decidió quitarse la vida. Supo enseñarme a darle significado a todas las cosas y valor a las personas para no hacerles sentir que están solas, porque muches de nosotres pensamos estar en soledad. Así como yo perdí a mi mejor amigo, ese dolor inconsolable no me gustaría que lo experimentara alguien más. Gracias a él, puedo darme valor a mí mismo, vistiendo como me gusta, nombrándome como siempre quise llamarme, ahora lucho con esos monstruos que quieren interponerse en mi camino, ayudando a princesas y príncipes e incluso dragones a “TRANSICIONAR” y construir su propia historia con desenlaces diferentes, sin necesidad de seguir un solo patrón. CIERRA LOS OJOS, ABRÁZATE CON MUCHO AMOR, RESPIRA Y CREA LO MEJOR PARA TI. Para ti que estás leyendo este texto recuerda a Hamid, el hombre que salió de su corporalidad femenina para transformarse en un príncipe, como un amigo

Memorias de la diversidad

25

para todes, acompañado de su espada con la inicial de su mejor amigo; y si en algún momento te sientes, sola, solo, sole, cuentas con él para escucharte, leerte, abrazarte y acompañarte en el proceso que le permitas; los amigos si existen y el amor también.

Cuando se fue Mariana por Isa Judhá 43 años Texcoco, Estado de México.

…Y así, aprendí a navegar en silencio, en el océano de la soledad más inmensa, el viento golpeando las velas de mi bote, el agua cálida y cristalina, y el sol entre amarillo y naranja poniéndose al horizonte. Ya no me importó ir sola, si sola llegué a este mundo, sin muda de ropa, ni peso, ni quinto en la bolsa… Nada importaron ahora esos amigos que un día se cruzaron en el camino, después de todo, eran solo fichas de ajedrez que van cayendo de a poquito en el tablero finito de marfil que es la vida, porque al final, el mar inconmensurable de la realidad certera se navega en un navío que sólo le permite el abordaje a un marinero. Una herida mi corazón llevaba, una herida abierta y profunda que de muerte me sangraba, eran los antiguos recuerdos, los anhelos y añoranzas de añejas esperanzas olvidadas en el diván del ático más viejo, memorias que a destajo se desmoronaban sobre las aguas cristalinas del mar de los muertos. El viento soplaba en mi rostro, y mis mejillas sutilmente acariciaba, las mismas que un día besaron con ternura y con congojo, quizá a sabiendas de que no hay beso más sincero que el que se da en silencio, como el que se brindan los amantes púberes que a la luz de la luna del cuarto menguante, estrenan sus cuerpos y funden sus carnes desnudas entre el sudor y el deseo de sus mentes hirvientes. Mi barcaza llegaba al final del recorrido… bastantes mares había surcado, que sus maderas lucían hinchadas, corroídas por el salitre y por el sol quemadas; estaba cansada mi pobre barca. El océano aquel que una vez lució infinito, tendría por fin su final soñado, así como tuvo un principio. La brisa comenzó a sentirse, brisa fresca de verano que entraba en mis pupilas, como en la ratonera entra el roedor ingenuo, y entre las uñas del campesino, la arcilla. Mi bote terminaba su travesía, mis últimos


Memorias de la diversidad

27

suspiros de cerca le seguían, las olas tibias susurrantes comenzaron su danzar etéreo y las gaviotas del mas blanco plumaje que me habían custodiado durante todo el camino, marcharon a buscar alguna otra barca, una sin tanto trayecto recorrido. Las nubes fueron el telón de algodón y seda que ocultaban al sol que cansado ya iba. Y así… sin más ni más… el mar de los muertos se convirtió en cascada, sus aguas calmas al vendaval atrajeron, peñascos afilados comenzaron a brotar, como brotan de las bocas ignorantes las hirientes palabras, los primeros destrozaban mi barcaza, y las segundas lo propio hicieron con mi alma. Las maderas hinchadas volaban en cientos, los buenos recuerdos se ahogaban, eran solo pequeños fragmentos de una mente trastornada, “trastornada” como dijeron los psicólogos que alguna vez me atendieron. Y al final, mientras caía la barca por la cascada, una bella soga a mi cuello se abrazaba… podía sentir los pequeños hilos de henequén y yute, incrustándose como agujas en mi piel tostada, como se entierran en el corazón las mordaces palabras, era la piel de una mujer o de un hombre, o de algo que no tenía nombre… qué hermoso era el mar, qué hermosa la cascada… qué hermosa la soga de henequén y yute de donde colgaba Mariana.

El escarabajo y la gardenia por Isa Judhá 43 años Texcoco, Estado de México

ISABEL Yo soy Isabel, una mujer solitaria, con miedo a estar en contacto con la gente, por ello me oculto en la inmensidad de mis pensamientos, mismos que se han convertido en mi refugio, pero a la vez, en un laberinto sin salida. He vivido confundida toda mi vida, sin saber mi lugar dentro del mundo en el que me tocó nacer, no tengo un ápice de belleza, y siento repulsión cada vez que miro mi rostro o mi cuerpo en algún reflejo, por eso decidí volverme invisible; el saber que biológicamente nací como hombre, me hace sentir nauseas, aversión, pues he visto lo que los hombres son capaces de hacer, su forma tan bruta de comportarse. Me odio por no haber nacido mujer. Desde pequeña esperaba a estar sola para poder usar la ropa de mi madre, Susana, quien siempre me sobreprotegió, luego de ocho embarazos fallidos. Mi nacimiento fue prácticamente un milagro. Mi padre, Agustín, era el estereotipo del hombre que vemos en las películas: mujeriego, arriesgado, aventurero y muchas veces, irresponsable. En varias


28

Vivencias trans binarias y no binaries

Memorias de la diversidad

29

ocasiones abandonó a mi madre, aunque a los pocos días regresaba avergonzado. Tuvo infinidad de amantes e incluso me aconsejaba diciendo que un hombre debía tener su Catedral y sus capillas… Me di cuenta de que el hombre, como género, era un ser que me provocaba repulsión y asco.

Al fondo estaba yo, una niña de calcetas y vestido blanco, con la mirada perdida en un escarabajo que cruzaba por entre mis zapatillas.

MATEO Yo soy Mateo, mi gestación fue el mejor regalo que mis padres pudieron tener, aunque no fue un embarazo sencillo debido a la toxoplasmosis que Susana, mi madre, presentaba. Para Agustín, mi padre, me convertí en el más grande de sus orgullos, pensaba en mí a cada momento, imaginaba llevándome al colegio y despidiéndose de mí en la entrada, imaginaba mirarme entrenar futbol en los campos del América, porque, eso sí, según él, yo sería jugador del equipo de sus amores: el América. Aunque no todo sería miel sobre hojuelas, mi padre pensaba también en las ocasiones en las que tendría que ser el hombro donde yo llorara, quizá aquellas veces en las que alguna muchachita run, cruel y de corazón despiadado rompiera mis ilusiones del primer amor.

Reaccioné, lo miré, y observé el balón que estaba a mis pies, el escarabajo se había marchado. Tomé entre las manos el balón y se lo llevé; mi padre, con un gesto de fastidio me dijo: ─¡con el pie Mateo, con el pie!─.

Mi padre trabajaba como ayudante en una bodega de comestibles, su sueldo apenas alcanzaba para cubrir las necesidades básicas del matrimonio, mi madre ni siquiera terminó la secundaria, renunció a su trabajo como demostradora de perfumes en un centro comercial cuando se enteró de que yo venía en camino. Pero los problemas económicos eran poca cosa comparados a la ilusión que yo su primogénito les provocaba. Se sentían el Rey y la Reina en un tablero de ajedrez en el que tenían la partida ganada. El día en que el médico les anunció que tendrían un varón fue todo un suceso. Corrieron a gastar la quincena que mi padre acababa de cobrar, y compraron juguetes y ropa, como si en aquellas cosas se les fuera la vida, los ojos se les iban al ver la cantidad de opciones con que se topaban de frente. Es increíble la fuerza que te otorga una ilusión. Mi habitación fue pintada de un color azul turquesa, las paredes, decoradas de superhéroes y claro, al centro, un poster gigante del más grande de los clubes: El América. La fecha llegó. Y aquel bebé tan esperado nació. Un hermoso varón de 3 kilos y 50 cm., de ojos marrón y con algunos cabellitos. ─Se llamará ¡Mateo!─, dijo mi padre entusiasmado ─¡Mateo! Como mi abuelo─. Nada podía ser más perfecto, esta vez, la realidad cumplía con la expectativa, o al menos eso parecía. Y así, casi imperceptible, como imperceptible pasa el viento, también pasó imperceptiblemente el tiempo… ─La pelota Mateo─, decía mi padre, yo, de cinco años, estaba parado en medio del campo de futbol de terracería donde jugábamos todos los domingos. ─¡Mateo, la pelota!─, continuaba diciendo en un tono más brusco.

─¡Niño, lanza la pelota!─, gritó desesperado mi padre ─¿que no quieres jugar?─ .

En eso, a lo lejos, se escuchó la voz de mi madre ─¡Agustín, ven!─. En eso, una voz serena y cadenciosa interrumpió mis pensamientos, una voz que me dijo: ─qué difícil es ¿verdad?─. Abrí los ojos asustada, giré la cabeza y lo vi. Un muchacho escuálido, vestido con mezclilla y playera blanca, estaba sentado al lado mío. ─Que difícil es ser alguien que no eres─, continuó diciendo ─que difícil desaparecer para que exista el que el mundo te está exigiendo. Que difícil tratar de entender lo que ellos no han comprendido todavía: que tú eres “tú” y no eres lo que ellos te exigen que seas. No supe que responder, las palabras de aquel niño causaban ruido en mi mente, pero me hacían sintonía. Luego de un momento de silencio, lo miré y le pregunté: ─¿quién eres?─. El chico giró la cabeza, me miró a los ojos, y luego dijo: ─Yo soy quien sabe lo que estas sintiendo, el que entiende lo que estas viviendo, yo puedo ser tu refugio y ser tu protección, la respuesta a tus dudas, y la defensa contra tus miedos; si me dejas llevarte a un lugar especial, no volverás a sentir ansiedad ni angustia, un lugar donde el tiempo no existe, donde las copas de los árboles siempre cantan, donde no sentirás más tristezas ni zozobras, ni la soledad absoluta del silencio que te carcome por dentro─. Sentí su mano cálida rozar la mía, me sonrió y continuó diciendo: ─Si vienes conmigo ya no habrá preguntas sin respuesta, porque yo estaré ahí para responderles por ti cuando quieran inmiscuirse, cuando quieran entrometerse y lastimarte. Yo saldré a luchar cuando el temor se adhiera a tus pensamientos, como la hiedra se adhiere a la piedra o a la piel la sanguijuela, déjame ser la solución a tu incógnita, el agua que sacie tu sed y el árbol que te dé la sombra, porque yo, pequeña niña, yo soy tú, yo soy Mateo─. Yo lo miraba incrédula, las lágrimas asomaban por mis ojos, pero no dudé ni por un momento en lo que el niño me decía. Y así, sin pronunciar palabra alguna, su mano apretó la mía. ─¡Mateo! ¿qué haces ahí? Vente vamos a seguir jugando─, dijo mi padre, ─sí papi,


30

Vivencias trans binarias y no binaries

vamos─, le respondí. Me levanté de donde estaba, con mi pantalón de mezclilla y playera blanca, mientras un escarabajo caminaba por la banca. ─¡A que no me metes gol, pa’!─, le dije. ─¡Vaya! Hasta que tienes actitud, Mateo!─, dijo mi padre. ─Así comenzó el “Cuauh” ─, continuó diciendo ─¿te conté cuando lo vi meterle tres golazos al “chiverío” en el Azteca?─. Padre e hijo, siguieron jugando la tarde entera. Se había consumado el secuestro. El lugar era obscuro, apenas y se vislumbraban las paredes de un color verde pantano, de tapiz ambiguo, confuso, y en silencio…, siempre en silencio. Dos ventanales custodiaban el lugar, vestidos del hierro más sólido, con grandes cortinas de terciopelo rojo, y una puerta de madera al fondo que me mantenían cautiva. Vasijas llenas de gardenias marchitas adornaban con ironía la habitación entera. Y ahí estaba yo, sentada a los pies de una cama, mi mirada era triste, perdida en mis pensamientos. Los cabellos negros cubrían mis mejillas, vestía un camisón de seda con tiras de encaje y lino que seguramente alguna vez fue blanco. Me gustaba ver los últimos rayos del sol deslizarse por entre mis manos cuando aquél se estaba despidiendo, así como cuando dije adiós al mundo real hacía ya 20 veranos. Aquellos rayos eran mi único vínculo con el exterior, con una realidad que apenas recordaba. Desde mi secuestro, perdí contacto con todo, mi memoria eran hoy los fragmentos rotos del vidrio opaco de una botella, esta habitación era mi mundo, lo que fue y lo que sería solo eran pensamientos presos también en esta celda. Algunos peluches sucios tirados, un par de almohadas sobre la cama, algo de maquillaje en un tocador antiguo y un espejo, un maldito espejo, eran toda mi compañía. El silencio sepulcral fue roto con el sonido de la puerta que se abría. Reaccioné del letargo en el que estaba, “él” había llegado, una figura masculina de complexión mediana y pasos cortos, cautelosos, un hombre de mezclilla y playera blanca que entraba en aquel lugar sombrío, como un recuerdo que se aparece en la memoria, como se aparecería en el campo santo, el ánima del niño ahogado. Era Mateo. ─Hola mi niña─, me saludó ─no pude llegar antes, cosas del trabajo, pero mira, pasé a la boutique de la nueva plaza, y tienes que ver lo que te he comprado─. Mateo sacó de una bolsa un hermoso vestido color violeta, con holanes blancos y bordados de lentejuela. ─¿No te gusta?, ¿verdad que está bonito?─, continuó diciendo. Yo lo miraba con recelo, me escondí tras de la cama, en una esquina. ─¡Anda!

Memorias de la diversidad

31

Pruébatelo─, me dijo, pero me negué a hacerlo. ─¡Anda!, ¡te verás divina!─, continuaba insistiendo, pero yo desviaba la mirada. ─Como quieras─, me dijo ─yo sólo trato de que seas feliz, aunque no lo creas─. Mateo se acercó para besar mi frente, pero giré la cabeza. Al ver de nuevo mi rechazo, se alejó de mi, pero antes de marcharse dijo: ─un día comprenderás el porqué lo hice pequeña, un día agradecerás el que lo hiciera, aquí tienes todo, vives segura, nada te falta, aquí no pueden lastimarte con sus palabras, con sus miradas, con sus juicios de valor que no valen nada o sus hirientes acciones, aquí no hay maldad mi niña, ni llanto, ni dolor ni pena─. Mateo salió del cuarto. Yo miraba hacia la puerta, esperando a que se alejara, luego de un rato me levanté y tomé el vestido, una sonrisa apareció en mi rostro, lo puse sobre mi vientre y comencé a bailar con él, como quien baila con el más gallardo príncipe, percibía su olor de cosa nueva, sentía sus suaves telas, disfrutaba del brillo de la lentejuela. Y así, de pronto, me vi bailando en un hermoso valle de alfalfas verdes y pirules grandes y robustos, el tocador y el espejo eran mis únicos testigos. Sentía el viento cruzar por mis cabellos negros, golpear mis mejillas rosadas, sentía el pasto escabullirse por entre los dedos de mis pies descalzos, y el sol abrazándome como abraza una madre al recién parido. Me volví una misma con mis pensamientos en una sinergia catártica, y al fondo, mi reflejo en el espejo me veía. No dejaba de bailar en aquellos campos verdes, con el vestido violeta pegado a mi regazo, de pronto, entre giro y giro, en el espejo mi reflejo se detuvo, un reflejo que cambió de forma y que me observaba desde lejos, una criatura obscura y pálida, escuálida, sin luz en la mirada, los pelos sueltos de estropajo, como de escoba vieja, sus carnes expelían un hedor putrefacto, como las de un rastro clandestino, carnes mosqueadas, fétidas, con gusanos carcomiéndola por dentro. Quizá fue ese olor tan peculiar lo que me hizo voltear y percatarme de que el espejo me veía, detuve mi bailar, y me miré en el reflejo, y vi lo que en realidad sentía de mí misma cuando me veía: un fenómeno maltrecho, un cero a la izquierda en el numerador de una ecuación de la que no existía un resultado cierto, un pensamiento que nadie pensaría, el vómito del adefesio. Eso era yo: el error en la obra del creador del que decían era perfecto. La cosa en el espejo me miró, me sonrió y me extendió la mano, su piel podrida con gangrena se caía en pedazos, como la de un leproso en cuarentena eterna. Asustada, vi que me encontraba en la habitación de nuevo, corrí tras de la cama, muerta de miedo, al ver lo que observaba cada vez que me veía al espejo, me metí entre las sábanas y me cubrí completa, escondiéndome de mí, y de cualquier otro


32

Vivencias trans binarias y no binaries

que me viera. Luego de un par de horas, el sueño logró vencer a la agonía, y me quedé dormida, y así, cuando ya no tenía conciencia, una mano maltrecha tocó mis cabellos negros que asomaban por encima, acarició mi cabeza y una gardenia blanca al lado me dejaba. Cada día, a cada hora, a donde fuera, aquel reflejo me seguía, para recordarme quien era, y lo que nunca sería: ni hombre, ni mujer…, un ente que en el camino quedaría, la llave de latón que en ninguna cerradura embonaría, el tercer número dentro de un código binario que, sin embargo, existía. Y así, todos los días… Mateo llegaba… Mateo se iba… Yo bailaba y “la cosa” aparecía. La historia de una niña que no tuvo el valor de ser quien era, porque quien era…, no sabía. La noche había caído ya, me encontraba tumbada sobre la cama, vagando como siempre en mis pensamientos, la luz de la luna se escabullía por las rendijas que dejaban las cortinas. A lo lejos unos pasos comenzaron a escucharse, se detuvieron justo a la entrada de la habitación, miré la chapa que se abría, la luz exterior desvaneció a las sombras, y la figura de Mateo se vislumbró en la entrada. Mateo cerró la puerta y caminó hasta mí, ninguno de los dos hizo contacto visual directo, se paró cerca de la cama y sin sentarse, con voz serena me dijo: ─hoy podrás irte Isabel, hoy serás libre, hoy volverás a sentir de nuevo al viento recorriendo tus cabellos negros, y verás salir al sol y ocultarse luego, fuera de estos muros. No sé cómo te trate el mundo exterior, porque para ellos sigues siendo una incógnita, una paradoja, algo que nunca debió de ser, pero que, sin embargo, siempre ha sido─. Me quedé fría, lo miraba incrédula, no creía lo que estaba escuchando; por fin después de tantos años podría salir y existir de verdad, en el mundo real, pero, ¿por qué? La duda me causaba extrañeza, ─¿por qué?─, le pregunté ─¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora y no hace 20 años? ¿Por qué mantenerme cautiva en este lugar tan horrible y tan frío? Contesta Mateo…, ¿por qué? ─. Mateo me observó fijamente, y con frialdad me dijo: ─Ayer…, murió papá Agustín─. Mis ojos miraban a Mateo hablar, y yo escuchaba las palabras saliendo de su boca, pero no las comprendía, eran susurros imperceptibles, murmuros que no entendía. Papá había muerto, pero yo apenas y lo recordaba. ─Toma─, me dijo, dejando una caja sobre la cama ─será el último regalo que te traiga a escondidas─. Lo abrí, era un hermoso vestido blanco de holanes y tirantes, impecable como las nubes del otoño. Lo tomé entre mis brazos, y comencé a sentirlo, a olerlo, a volverme una con él. Mateo me observaba feliz, una ligera sonrisa se asomaba por su rostro, sabía que en adelante no podría seguir protegiéndome, a su modo. Sabía que tendría que valerme por mí misma, que ya no habría lugar

Memorias de la diversidad

33

dónde refugiarse de las burlas, de las opiniones de una sociedad que trataba de entender sin éxito en números binarios un código con cientos de dígitos impares. Comencé a ponerme aquel vestido, despacito, con delicadeza, como si estuviera arrullando al recién nacido, Mateo no dejaba de mirarme, sabía que ya no habría vuelta atrás, que a partir de hoy yo estaría sola frente al mundo, sólo le quedaba pedirle al que “era perfecto” que siempre me tuviera en sus pensamientos. Y cuando estuve lista, Mateo me dijo: ─Ya es la hora, es momento de que te vayas─; yo le respondí intrigada: ─¿cómo? ¿así nomás?, ¿tú no vendrás conmigo?─. Me miró y sonriendo me dijo: ─no, pequeña, el mundo de allá no es como éste, tú y yo no tenemos cabida simultanea, pero siempre estaré aquí, para cuando quieras visitarme, además…, estoy cansado de tanta realidad tan cruda─. Mis ojos comenzaron a temblar, como si alguna lágrima extraviada en la tristeza de mi corazón quisiera despedirse del que fuera mi captor por 20 años, corrí y me fundí en un gran abrazo con Mateo. Pese a que no lo comprendía, le estaba agradecida por haberme dejado ir, no quería saber sus razones, no me interesaban, sólo quería salir de aquél frío lugar y sentir de nuevo al sol, la lluvia y al viento. Nos dijimos adiós con un beso en la mejilla, giré la chapa y al voltear vi en el espejo, que el reflejo me veía; “la cosa” me decía adiós y en su mano putrefacta, una gardenia. Entonces salí de la habitación a la que nunca volvería. Bajé por las escaleras, con algo de miedo y desconfiada, despacito. Mis pasos hacían crujir un poco los escalones de madera. Un barandal blanco me custodiaba de lado. La pared estaba decorada por fotografías enmarcadas de Mateo y mis padres a lo largo de todos estos años: la salida del kínder, el festival de primavera en segundo grado, las navidades con los abuelos, y hasta el subcampeonato del América donde Mateo había sido suplente en sus primeros años, por temporadas enteras. Las miraba y las acariciaba, como si por momentos recordara haber vivido todo aquello. Entonces vi mi rostro reflejado en el vidrio de uno de ellos. Vi que era el rostro de Mateo. Conforme iba bajando, comencé a distinguir las voces de dos personas discutiendo, ¡eran mis padres!, ¡Susana y Agustín!, ¡nadie había muerto!, ¡podría correr a abrazarlos y besarlos!, y a decirles que su hija estaba de vuelta después de tanto tiempo. Por un segundo tuve el impulso de ir hasta ellos, pero la desconfianza me detuvo, y preferí irme con tiento, hacía tanto que no los veía, que seguramente éramos desconocidos perfectos. Mis padres se percataron de que iba bajando y que los miraba. Pero a mi padre


34

Vivencias trans binarias y no binaries

no pareció importarle y continuó diciendo: ─¡no!, ¡no tendré a un fenómeno así viviendo en mi casa!─, ─¡cállate Agustín, que es tu hijo!─, le respondió mi madre; ─¡pues que me escuche!, aquí no te quiero, oíste!─, dijo él muy enojado mientras me señalaba. Me detuve frente a ellos, les sonreí, pero ninguno correspondió a mi gesto, quise acercarme a mi madre para darle un beso, pero ella prefirió evitarme. Mi padre gritó bruscamente: ─¡qué esperas pinche puto, lárgate ya!─. Mamá echó a llorar y subió corriendo, la miré partir, supe entonces que no volvería a verla, pero el haber estado cerca de ella, cerca de la mujer que me dio la vida, me lo llevaba como un hermoso recuerdo.

Memorias de la diversidad

35

miró a la cosa del espejo, se levantó del filo de la cama y fue por ella, le tendió la mano, poco a poco fue quitando la piel pútrida que llevaba encima, y fue limpiando la piel nueva que quedaba. En la estación el tren se aproximaba, y en la habitación, Mateo limpiaba a la cosa, una pierna y luego la otra. El tren se acercaba, y yo cada vez más al filo de la orilla. En la habitación, restos de piel podrida cubrían el suelo, y frente a Mateo, una mujer hermosa, desnuda y limpia, sin nada que la ocultara.

Salí de casa, y mientras me alejaba, un escarabajo deambulaba en el dintel de la ventana.

El tren pasó, como pasa la vida, rápido, centellante, sin esperar al que rezagado venía.

Comencé a andar y andar, caminaba por las calles y avenidas, sentía el sol y al viento, escuchaba los autos pasar, y a la gente murmurar, mientras veía en los aparadores de las tiendas mi reflejo, el reflejo de Isabel, una mujer hermosa de ojos marrón y cabellos negros. Y aunque algunos me miraban con asco y extrañeza, con burlas, mofas y sarcasmos, yo sabía que aquel odio e ignorancia se encontraba en ellos. Comprendí que la gente teme a aquello que no entiende, que la gran mayoría cree que su verdad es única y absoluta, que sólo existen blancos y negros, y no hay cabida para azules rosados o púrpuras opalinos.

Y en la habitación, Mateo del espejo me sacaba y con una gardenia me recibía, cerramos los ojos, y respiramos profundo, nos fundimos en un sincero abrazo y es que ya no éramos dos por separado, ya éramos uno mismo.

Comprendí que en este mundo de realidades mediáticas y machistas sólo importaba el que mi forma de ser y sentir no se adecuaba a los estándares que la sociedad consideraba como únicos y absolutos, una sociedad que rechazaba lo diferente, todo aquello que atentara contra los cánones establecidos como ciertos.

La habitación ya estaba sola, sólo un escarabajo que sobre la cama se movía.

Comprendí entonces lo que Mateo me decía, cuando protegerme quería, comprendí que sólo quedaba una salida. Llegué hasta una estación del metro, entré y me paré en el andén, frente a la orilla, cruzando la línea amarilla. Miré a ambos lados, vi poca gente caminando, sabía que mi decisión era irreversible y es que… ¿Qué importaba si dejaba hoy este mundo o lo hacía mañana?... ¿Quién lo notaría? El viento que produce la llegada del convoy empezó a sentirte, su peculiar pitido se distinguía a lo lejos, y la luz en el túnel comenzaba a vislumbrarse, deseaba fundirme con él, y ponerle fin a esta sinfonía inconclusa de no terminar de ser o de ser sin poder ser quien en realidad sentía. En la habitación, Mateo miraba al reflejo en el espejo, ambos sabían que la hora estaba cerca, el momento de bajar el telón y entregar la última gardenia. Mateo

En el andén, nadie supo quién era, ni cómo se llamaba, la chica trans que en las vías la pelea perdía, tal vez una adicta más, quizá una loca vestida que perdió su rumbo, nadie la recordará o va a extrañarla. Sólo será un dígito minúsculo en la sumatoria archivada de los registros de estadística.

Y yo, Isabel… era libre por fin… FIN

Entre nazarenos por Isa Judhá 43 años Texcoco, Estado de México.

Mirarte en ese espejo y ver que me veías, observar en tu mirada la profundidad que existe en el océano, y perderme en la obscuridad de una medianoche sin la luna entrometida… eso miraba en tus pupilas, eso escuchaba en el caudal de tu sangre tibia corriendo apresurada por tus venas y tu veías que te veía, pero no alcanzabas a escuchar lo que decía. El marco dorado del espejo de cuerpo entero era el único testigo… tú allá, en una realidad alterna que se esconde en el reflejo… y yo, acá, en la vida real a donde no pertenecí, ni pertenezco…


36

Vivencias trans binarias y no binaries

Di unos pasos hacia atrás para mirarte entera, para verte por última vez de pie y con sosiego, tu vestido blanco de seda fina con el que habías soñado tanto tiempo, sería el ajuar perfecto, su suavidad rosaba tu piel morena, como queriendo abrazarte por completo, como fundiéndose en el acto de amor más sublime y más selecto. Tus pies descalzos tocaban la alfombra roja satinada, la cual espiaba de reojo tu tesoro húmedo y expuesto, y es que eso de llevar calzón nunca fue lo tuyo… lo tuyo era ser libre, como libre salta en el alfalfar tras de la liebre, el cuyo. Y de pronto, una silla te despertó del embeleso, una silla carcomida por el tiempo, hecha de maderas de pino viejo, entintadas con solvente y chapopote negro, y secadas lentamente al viento. Luego de un rato, tu pie izquierdo la subió con tiento, que hermosa era tu piel desnuda abrasada por el sol de invierno, era aquella silla para ti, lo que fue para el hijo de David, la cima del monte Calvario… pero tú, a diferencia del Nazareno, no eras ni hija de María, ni resucitarías a los muertos, porque las cosas malas no deberían de hacerlo, las cosas pútridas como tú, no debieron siquiera de nacer, ni ver el azul del cielo. Estarías mejor muerta, en una caja fría en la morgue del pueblo, junto a violadores, ladrones y asesinos a sueldo, donde no hicieras ruido ni provocaras estruendos, donde no inspiraras vergüenzas o encadenamientos… y que así nadie notara que el Mesías que un día despertó a Lázaro del sueño eterno… contigo había cometido el fallo más tremendo. Y cuando estuviste arriba, sobre la vieja silla, miraste desafiante a la anudada serpiente: una soga de yute que burlonamente saludaba, como dándote la entrada a tu última morada, y por primera vez, no tuviste miedos, no sentiste pena, una paz inundaba tu alma, el alivio suplía al martirio, y a la penumbra la suplía la esperanza. Por primera vez dejaste caer al suelo la losa de concreto que llevabas cargando a tus espaldas y desde el espejo, yo te miraba, y ya te esperaba… acá, en el otro mundo… en el mundo donde no tendrías que aparentar ser, lo que nunca ser… podrías. Pusiste a la serpiente alrededor de tu cuello, y respiraste como lo hace el marinero que en la mar ve naufragar a su velero. Cerraste por última vez tus ojos negros, tus ojos bellos, que lástima que nunca viste de verdad dentro de ellos, porque ahí, ahí estaba yo, esperándote de brazos abiertos, como espera la abnegada madre al hijo que vuelve del conflicto bélico. Pero ya era tarde, comenzaste a contonearte, y la silla a deslizarse, y el espejo a observar mudo en silencio, como se tensaba la soga que a tu vida fin le daba. Escuché escapar tu último aliento, al compás de una sonata y un arpegio en la partitura final de un concierto para cello. Se escuchó el quebrar de las siete cervicales de tu cuello, rápido y sin mayor estruendo, como la caña que se quiebra al cosecharla, dando pie al barbecho. Tus ojos negros por completo se fundieron, y un hilo de saliva blanquecina y burbujeante comenzó a brotar de entre tus labios rojos y carnosos, como la lombriz que tras la llovizna de la tierra sale o de su madriguera, emerge el topo. Y al caer de tu barbilla la saliva, como del peñasco el clavadista, escribía el final

Memorias de la diversidad

37

sobre la seda blanca del vestido... Un final que era esperado, sin sorpresas ni milagros, sin nadie que al final llegara haciendo su aparición heroica. Y después la nada, solo el rechinar de una soga. Buena suerte mi niña, mi morenita bella, buena suerte en tu trayecto, saluda al Lázaro de Betania y al que murió en la cruz clavado, cuando en las faldas del Calvario los veas, y dile al Nazareno que en tu siguiente encomienda vierta esta vez tu esencia en el envase correcto… y si no es así, que mejor la esparza en la inmensidad del mar Egeo.

Una hoja en blanco por José María Gatica Núñez 39 años Portales, Ciudad de México.

Una hoja en blanco fue la primera en decirme quién era yo. Recuerdo estar en primero de primaria y la maestra nos pidió dibujarnos con nuestra familia. El dibujo se me facilitaba desde pequeño así que inicié rápidamente y continúe sin pausas, estuve a punto de decir ─¡Ya acabé!─ , cuando me percaté que me dibujé como niño; me había puesto con un pantaloncito; inmediatamente lo borré y lo cambié por una falda. No logro recordar mis pensamientos de ese momento, sólo la reacción se quedó en mi memoria. A partir de ese momento las hojas en blanco fueron cómplices para dibujar mis alter egos: hombres musculosos y con barbita. No me daba cuenta que ese era el hombre que quería ser, pero sólo podía existir en una hoja de cuaderno. En el mundo real me delineaban otras siluetas y otras formas que no eran para nada de mi agrado. Posteriormente las hojas en blanco las empezaba a llenar de palabras, aunque escribir no siempre ha sido mi fuerte, sí ha sido mi escape. Las llenaba de desahogos, de enojos, de frustraciones, de preguntas sin respuestas. Al menos lograba aliviarme por momentos o por temporadas. Las preguntas más frecuentas eran: ¿quién soy?, ¿por qué me cuesta tanto entenderme?, ¿por qué a mí? Intentaba encontrar las respuestas a partir de un lugar equivocado. Como todos me decían que era una niña, no había forma de entender


38

Vivencias trans binarias y no binaries

por qué me sentía un niño, ni tampoco me sentía con la valentía de decirlo y mucho menos de explicarlo. Tenía todas las de perder ¿Quién le va a hacer caso a un niño? Mi cuerpo y mis incógnitas crecían a la par, y con ello mis miedos se incrementaban. El paso de la secundaria a la prepa fue el más complicado. Por fuera aparentaba ser una adolescente contenta y segura, pero por dentro era un joven aterrado y confundido. El futuro era una gran incertidumbre, no lograba imaginarme en la vida adulta. Iniciar la preparatoria implicaba empezar a arreglarme como una mujer, o sea, a maquillarme; si quería ir a bailar con mis amigos la vestimenta tendría que ser más femenina: usar zapatillas, vestidos, faldas, blusas con decorados floreados o con brillantes; pensar en ropa más formal para las ceremonias de la familia o de la escuela. Todo ese tipo de pensamientos me invadían y fue cuando entré en una crisis existencial. Afortunadamente tenía un gran aliado que me ayudaba a fugarme de mi realidad: el deporte. Entrenaba dos o tres veces a la semana, jugaba en la selección de “basket” y de “volley”, iba al gimnasio de lunes a sábado. Además aprendí a andar en bicicleta, y con eso ya estaba cubierta mi semana de actividades. “Yo no sé por qué estoy mirando, Por qué estoy cantando, Por qué estoy viviendo, Yo no sé por qué estoy llorando, Por qué estoy amando, Por qué estoy muriendo” Esta es la última estrofa de una canción de Silvio Rodríguez, la escuché por primera vez en un viaje a Manzanillo con mi familia; mientras la escuchaba mi corazón palpitaba fuerte y en mis ojos se empezaban a asomar unas lágrimas. A partir de ese momento cada que la escuchaba y la cantaba, no podía dejar de sentir tristeza y a la vez un desahogo, fue la primera ocasión que me sentí acompañado, no sé cuáles hayan sido las razones de Silvio Rodríguez para escribir esas líneas, pero yo las adopté para cantarlas y aflorar mis emociones…, aunque fuera en secreto. Logré sobrevivir a la prepa, hasta con novia salí. Me vivía como chica lesbiana y creía que ese era mi camino. Nuestra relación era muy “closetera”, pero me sentía realizado, había logrado lo que nunca pensé vivir, nunca creí poder gustarle a alguien. Si yo no me gustaba ¿cómo podría gustarle a alguien más? Tan sólo con una semana de diferencia de estrenarme como novio; mi mamá se enteró de que me gustan las chicas, y además, ya andaba con una. En esa ocasión mis escritos me habían traicionado al ser descubiertos por mi mamá mientras limpiaba mi cuarto. Me lo confesó cuando acababan de cortarme el cabello y me invitó a sentarme en la banca de un jardín cercano. Lo dijo con mucha calma y amorosamente, pero no pude contener las lágrimas... Creo que era una mezcla de miedo y alivio.


40

Vivencias trans binarias y no binaries

A partir de ese momento me empecé a sentir más relajado, me decía: si mi familia ya sabe que soy lesbiana, ya no habrá presión de vestirme femenina, pero no fue así, se incrementaron las discusiones. Mi mamá me decía que había mujeres lesbianas muy femeninas, y tenía razón. El problema es que nadie captaba que no era una mujer, sino un hombre “atrapado en otro cuerpo”. La llegada a la universidad fue un respiro. Dejé a mis papás en Cuernavaca y me vine a vivir solo a la Ciudad de México. Así me relajé al no tener presión diaria, me podía vestir como quería, manteniendo un estilo un tanto andrógino. Fui aceptando mi lesbianismo, y conforme salía del closet con cada uno de mis amigos, se me hacía más sencillo. Realmente pensaba poder vivir con ese malestar por mi físico, y como tenía el concepto equivocado de creer que todas las personas homosexuales tenían un rechazo a su cuerpo, me había hecho a la idea de sólo aguantar; como si se tratara de una etapa. Empecé a conocer a más personas de la comunidad, hasta entré a un grupo por la diversidad dentro de la misma universidad, pero yo sólo veía y conocía más personas gays, no había alguien trans a través de quién pudiera captar que eran conceptos distintos. Muy en mi interior sabía que no estaba en lo correcto, pero era una forma de mantenerme en un estado de confort: tenía amigos, seguía con novia, me vestía como quería y me aceptaban tal como era. Una noche estando en casa de mis papás, me puse a repasar los canales de la tele y me topé con el programa de Christina. Hablaban del tema trans y había dos personas dando sus testimonios. Me identifiqué por primera vez y me quedé petrificado. No quise aceptar que era una persona trans, todo parecía tan complejo y doloroso, no quería caminar por el mismo lugar que ellos; además, ocurría en Estados Unidos y si para ellos era difícil, en México sería imposible. Por lo que decidí nunca transicionar. Pasaron más de 10 años para sentirme entre la espada y la pared. Fue cuando en la sesión de terapia de pareja, la psicóloga me dijo: –no sé qué pase contigo, pero hasta que no lo enfrentes te seguirá toda la vida. Nos vemos la siguiente sesión sólo tú y yo–, me sentí descubierto. Para ese entonces ya sabía que me sentía un hombre, aunque no podía verbalizarlo siquiera, años atrás me había hecho a la idea de resistir en lugar de enfrentarlo. Llegó el día de la siguiente sesión. Logré romper todas las capas que había creado a lo largo de los años con una sola frase: –siento que soy un hombre–. Ahora lo escribo y lo leo de forma corrida, pero en ese momento fue romper el silencio de 30 años de autocensura. Cada sonido que intentaba salir de mi boca, era para romper un bloque del gran muro que construí para nunca ser descubierto. Después de aquella terapia tan confrontativa y a la vez tan liberadora, comencé mi transición, ¿Pude haber transitado en el momento que me dibujé como niño a la

Memorias de la diversidad

41

edad de 7 años? Seguramente hubiera sido muy lindo vivir muchas cosas sin censurarme, pero por alguna razón no estuve listo y mi momento fue hasta los 32 años de edad. Gracias a mi primer sexóloga, Rinna Riesenfeld, logré quitarme el miedo y la vergüenza acumulada. Empecé a conocer y a construir al hombre que siempre he sido. Cada que avanzaba en mi transitar, era como ir inflando un globo, con cada exhalación se iba llenando y creando la forma del hombre que sólo existía en un papel; aunque no soy tan musculoso y tengo más barba de la que tenían mis dibujos. Mi familia y amigos cercanos me dicen que soy muy valiente, yo les digo que sólo hice lo que tenía que hacer. Todos tenemos cosas por resolver y enfrentar a los largo de nuestra vida, para mí una de ellas fue aceptarme como hombre trans. Vuelvo a estar frente a una hoja en blanco y sigue siendo un reto, pero ahora las cosas han cambiado, me encuentro en un momento que nunca pensé vivir. Ya no soy aquel niño autocensurado. Ahora soy el hombre que vivía no en un cuerpo equivocado, sino en un cuerpo del cual no podía apropiarse. Hace tan sólo 6 años inició este hermoso viaje de existir.

El viajero por Karim García 38 años Ciudad de México.

Hola Kary hermosa. Mi niña de ojos grandes y llenos de luz, ocurrente, bailarina, amiguera, llena de imaginación e inteligencia, siempre dibujando y creando. Quiero recordarte (aunque sé que eres consciente de ello) que eso eres y ¡más! No te asustes, me presento, soy Karim un viajero del futuro. Sé que te gusta la ciencia ficción tanto como a mí, que le quitas a papá Tomy las partes que le sobran de los aparatos electrónicos que intenta reparar para construir los tableros de tu nave espacial, para luego meterte debajo de la máquina de coser de tu mamita Lucy y usar la rueda de esta como timón e imaginar que viajas lejos a otro espacio, a otros planetas en donde todo es posible. Te preguntarás cómo sé tanto de ti, pues mira, yo te conozco desde siempre, la nave que uso para viajar en el tiempo es como en la que


El crononauta por Karim García


44

Vivencias trans binarias y no binaries

llega ET a la Tierra, solo que la mía viaja usando los recuerdos. Así es como te veo y te visito siempre, porque aprendo de ti, porque cuando estoy triste, viajo a través de mis recuerdos hacia donde estás y observo lo feliz que eres, así como todo el amor que recibes. Tus abuelitos y tus tíos te aman mucho.

Memorias de la diversidad

45

¿Cuál es tu color? por Mar Alba Castañeda 21 años Veracruz.

Sé que la relación con tu mamá es difícil, que aunque te compra todo lo que se te antoja, tú lo único que quieres es su amor y atención. Sólo quiero decirte que, aunque la relación con tu mamá tal vez no mejore o sea como ir en una montaña rusa, esa experiencia te hará fuerte y resistente. Y créeme que esa fuerza y resistencia te servirán mucho en el futuro.

Nací en este mundo donde se separa a las personas por colores, al verme por primera vez mis padres decidieron mi color: amarillo. Mucho antes de que yo pudiera expresar mi propia opinión, me dieron un color, se pensaría entonces que el color debe ser una cosa sin importancia ya que me lo dieron sin preguntarme, pero no lo es, en esta sociedad humana, el color lo define todo.

Nunca pienses que hiciste algo mal o que algo de esto es tu culpa, ¡TÚ ERES GENIAL! y tengo la esperanza de que un día, tu mamá verá eso.

Crecí con las personas a mí alrededor convenciéndome de que mi color era el amarillo, eso significaba que mi ropa debía teñirse de amarillo, las palabras con las que me describían también se cubrían de ese color, incluso mi futuro podría elegirlo yo, pero debía ser amarillo, no de otro color.

No te puedo contar mucho del futuro porque la manera en la que vas a vivir tu vida será perfecta; todo lo que hagas, todos los lugares a donde viajes y todas las personas que conozcas te llevarán hasta aquí, a donde estoy yo. Sé que no te gusta para nada que te den órdenes, pero quiero pedirte algo: ¡JAMÁS dejes de dibujar, de pintar y de crear! No importa que te digan que ese no es un trabajo real, que no ganarás dinero con eso, ¡no lo creas porque no es cierto! El ARTE es vida, es un refugio y una manera real de conectar con el mundo y de mostrarles quién eres. Bueno Kary traviesa, es hora de subirme de nuevo a mi nave y regresar a mi presente. No olvides que un viajero en el futuro llamado Karim, te acompaña y te protege de todos. Y como sé que eres muy, muy curiosa, sólo te voy a dar una pequeña pista del futuro, ese sueño que tienes, igual al de Pinocho, eso de ser un niño de verdad, es posible… TE AMO.

En mi temprana niñez comencé a sentir que el color amarillo me asfixiaba. Te diré las reglas aprendidas desde que supe cómo caminar. Si eres de color amarillo debes actuar como tal, el color determina cuáles palabras puedes usar y cuáles no, cómo comportarte todo el tiempo y cómo tratar a los que son de distinto color. Al principio no entendí por qué los adultos me obligaban a usar ese color, las otras personas parecían felices con sus roles en la sociedad, pero yo lo detestaba, no quería actuar como la gente amarilla. Al ser infante, quejarse y ser rebelde es casi un instinto, pero cuando tus padres, las únicas personas en las que confías, se sienten dueños de tu cuerpo y de tu mente, es difícil luchar en contra de lo que quieren que seas. Los regaños llegaron, los golpes también, “naciste como alguien amarillo y una persona amarilla serás”. Fue cuando conocí el miedo y comprendí muchas cosas, entendí que si no seguía sus reglas, habría consecuencias, debía adoptar el color amarillo, ceder ante sus exigencias. Mi yo de ocho años no lo entendió ¿por qué me obligaron a ser una persona amarilla? Era difícil para mí comprenderlo, pero siendo honestos ¿realmente debía entender por qué los adultos se obsesionan tanto con los colores? Pasó el tiempo y todo se iba complicando más. Al menos en la niñez, existieron momentos en los cuales el color no importaba y aún podía actuar de manera natural, como mi verdadero yo, pero esos pequeños respiros no duraron. Cuando la pubertad llegó, mi cuerpo se transformó, se deformó como nunca lo había imaginado. La sociedad señaló esas formas como la confirmación de mi color amarillo, mis padres las señalaban orgullosos diciendo que al fin era una persona amarilla por completo. El amarillo ajustó la cadena alrededor de mi cuello, las reglas y restricciones incrementaron, los castigos se volvieron menos físicos y más psicológicos “nadie te querrá si rechazas tu color”, decían. Terminé odiando esas nuevas formas, mi propio cuerpo me había traicionado, había cambiado y ahora parecía que las personas veían mi piel teñida de amarillo. ¿Qué hacer en esas noches cuando odias el color amarillo


Memorias de la diversidad

47

y quieres arrancártelo, pero los demás te dicen que ese color incluso corre por tus venas? Al final completé el entrenamiento, aprendí que luchar en contra del amarillo hacia más daño que bien, me habían moldeado a sus deseos. Aprendí a aceptar el color amarillo y a ocultar mi verdadero yo, permití a ese color cubrir mi ropa, mi manera de hablar, que me acompañara en mis juegos y mis ratos libres, dejé a otros me verme de color amarillo y tratarme como tal. Así era más fácil, eso era lo que debía hacer, eso querían mis padres y mis amigos, lo que la sociedad dictaba como lo correcto, entonces… ¿por qué dolía tanto?, ¿por qué la cadena en mi cuello no hacía más que ajustarse y asfixiarme? Odiaba que me trataran como una persona amarilla, solo por ese color esperaran cosas de mí las cuales yo no podía dar, por más que lo intentaba siempre había algo que no era totalmente amarillo, algo que no hacía bien. Incluso mí nombre estaba en mi contra, en ese tiempo no conocía la razón, pero nunca me gustó, por mucho tiempo busqué otros nombres amarillos, pensando que el problema era el sonido generado por ese nombre, pero por más que buscaba, nunca encontré un nombre amarillo que me gustara. ¿Quién iba a pensar que el problema no era el sonido sino el color? Seguí con mi vida con la cabeza agachada, cediendo ante las cadenas y mi verdadera identidad cada vez más oculta para evitar los castigos. Pude ser mejor en el camuflaje, pasé mucho tiempo aprendiendo los límites del color amarillo, dónde resistir y dónde retroceder, así la sociedad no descubriría que yo no quería ser de color amarillo. Pensé que tendría que vivir por siempre rodeándome de ese color, me convencí de que ese era el color que definiría mi vida, cual maldición de cuento de hadas. Sorprendentemente, algo cambió para siempre mi manera de pensar en ese tema, de la nada y sin aviso, mientras navegaba en el enorme universo de internet, me estrellé con un brillante arcoíris. A través de la ventana de mi computadora, pude ver más colores de los que nunca creí posibles. Para mi sorpresa, allí estaban, con maravilla y asombro vi a personas moradas, naranjas, rosas, azules… Algunas eran de más de un color al mismo tiempo, otros podían usar ropa morada a pesar de ser verdes. Fue un descubrimiento increíble. En ese momento, aún creía ser una persona amarilla y que no pertenecía a ese mundo tan lleno de vida, pero aun así los escuché con atención, comprendí de inmediato cómo se sentían, comprendí lo que decían, me enseñaron que el mundo puede ser de colores y fue una de las cosas más felices que pude encontrar en mi vida. En un impulso subconsciente, a causa de la emoción y el amor, fui ciegamente a mostrarles mi descubrimiento a las personas que amo, a mi familia y mis amigos, ellos me recibieron con rechazo e incomodidad, diciendo que no debería escuchar a las personas arcoíris, pues la gente solo podía ser de un color, que las personas arcoíris

Amarillo por Mar Alba Castañeda


48

Vivencias trans binarias y no binaries

rechazaban su naturaleza… estaban “locas”. Es difícil describir cuán doloroso es cuando una persona amada odia la única cosa que te ha dado paz en mucho tiempo; el dolor baja como fuego por la garganta y termina en el pecho incrustándose y retorciéndose. Por supuesto la impresión de verlos rechazar a tal grado esas nuevas ideas me asuntó y me preocupó ¿estaba mal? La esperanza se convirtió en culpa, culpa por creerles a esas personas arcoíris, mentirosas, que me dieron ilusiones solo para después golpearme dolorosamente con la realidad. Aun así, una rebelde parte de mí no quiso creer lo que todos decían, no podía dejar de ver a esas personas, de escucharlas. Quería descubrir todas las combinaciones de colores existentes y las nuevas por venir, me fascinaban, me ilusionaban, me daban paz. Tal vez las personas arcoíris tenían razón y el mundo es el loco, esa esperanza seguía subiendo por mi pecho, pero yo quería ignorarla, no quería creerles, no quería volverme a decepcionar. Por un tiempo fui feliz solo con ver a otras personas expresarse con esas ideas tan hermosas e intrigantes. Pero a pesar de ser una de las primeras veces en encontrarme con esa manera de ver el mundo, también era la primera vez que no debía girar mi mente a cuarenta y cinco grados para comprender lo que alguien estaba diciendo, por primera vez, cuando se hablaba de colores me sentía en la misma sintonía. Pasó el tiempo y descubrí un tipo de personas en particular, personas que no se sentían bien con ningún color, gustaban de cubrirse con cualquier tonalidad, pero en su interior eran transparentes. Ellos decían que no es importante lo que todo el mundo me dice que soy, lo fundamental era mi interior. Al encontrarlos, por primera vez podía ver un color que podía llegar a ser mío. Por primera vez supe que no era solo yo contra el mundo, en esta sociedad tan retorcida, había personas que sentían lo mismo que yo. ¿Cómo no llorar en ese momento?, ¿cómo no abrumarse por la alegría de haber encontrado a alguien similar a ti?, ¿cómo no sentir eso cuando al fin encuentras a alguien que sabe de tu existencia? Sin dudarlo mucho tiempo asimilé el color trasparente como parte de mi identidad, algo que definía mi interior. Después de eso, creí que simplemente conocerme y tener un color propio sería suficiente, que podría soportar el color amarillo en mi exterior y eso me daría fuerzas para seguir por siempre con esta maldición. Pero mientras mi identidad crecía más y más en mi interior, más quería salir y explorar el fresco aire del exterior. Un deseo se extendía por todo mí ser, quería usar distintos colores, dejar el amarillo de lado, quería zapatos azules, portarme como alguien verde y tal vez salir de paseo con el color trasparente, pero no podía. Quería comportarme como yo era, dejar de fingir, mostrar mi verdadera persona al mundo, pero me había acostumbrado demasiado tiempo a ceder ante el amarillo,

Memorias de la diversidad

49

ese color se había vuelto pegajoso, se aferraba a mí como cinta adhesiva y cuando intentaba arrancarlo, las personas a mi alrededor, aquellas a quienes amo, me lo embarraban encima con fuerza bruta, como si quisieran tatuármelo y que de una vez por todas mi piel se volviera amarilla como ellos ya creían que era. Se horrorizaban ante la idea de que yo hiciera algo que no fuera amarillo, como si dejar el amarillo me hiciera una persona irreconocible, como si ser trasparente fuera motivo suficiente para rechazarme, para dejar de ser un Ser Humano. Entonces un día no pude más. En las tiendas de ropa, esas divididas en secciones, siempre me había quedado en la sección amarilla, era un camino que incluso el personal de la tienda me señalaba cuando yo entraba. “Una persona amarilla a la sección amarilla” debían de pensar. Pero ese día ya no quería otra prenda amarilla, ya no quería ser parte del complot en contra de mi propio ser. Crucé el pasillo gris que dividía la sección amarilla con la otra. Caminé por ese color que nunca había usado, elegí una prenda y me dirigí al probador. Me miré al espejo, lo que sentí en ese momento fue demasiado, tantos sentimientos se revolvieron en mi pecho, no los recuerdo todos, sentí un alivio muy intenso al ver sobre mi cuerpo un color distinto al amarillo, como si por primera vez respirara aire fresco, también sentí tanta alegría que de no haber tenido otras emociones hubiera llorado, pero entre tantos motivos para sonreír también se encontraba el miedo, una sensación fría y aberrante crecía en el centro de mi estómago y se extendía como una garra sobre mi pecho, yo lo sabía, esa garra era la cadena jalando mi cuello, buscaba volver a hundirme en el amarillo, quería evitar mi escape de ese color obligatorio desde que nací. Sabía lo extraño y complejo que sería para los demás ver una “persona amarilla” usando “otro color”. Pero yo no era una persona amarilla y ya me estaba hartando de ajustar todo lo que me rodea con un color que ni siquiera es el mío. Me tragué el miedo y lo hundí allí en donde antes había ocultado mi identidad, tomé aire y expulsé el coraje de mis pulmones, avancé hacia la caja, la compré y salí con esa prenda en la mano, por primera vez alzando la cabeza con orgullo de quien soy, sin darme cuenta, también estaba escuchando a la cadena crujir con debilidad. No sabía si llorar o reír, pero una gran alegría me subía por el pecho y me llegaba a los ojos para salir en lágrimas. Tenía en mi mano una prueba física de que el color amarillo no debía estar en mi vida para siempre, podía elegir qué color quería tener en mi vida dependiendo de mi interior, mi maldición podía romperse, podía liberarme de esas reglas absurdas, y supe que algún día la cadena se rompería. Salí de la tienda con esperanza, con una prueba de que las personas arcoíris, tienen razón.


50

Vivencias trans binarias y no binaries

El espacio y mi nombre por Mak César Bazán 30 años Estado de México.

Una rifa, así fue como eligieron mi nombre legal; mi mamá suele contar una historia, la cual parecía escena cómica sacada de una serie de televisión, donde yo era el protagonista y la situación que causaba las risas del público eran mis progenitores con cara de “¡autzilio!” sin saber aún cómo llamarme. Ya se encontraban en el registro civil, presentes con lxs testigxs, aparentemente listxs para darme un nombre, pero había un pequeño detalle, no tenían idea de algún nombre para mí. Esto a la fecha me causa gracia cada que lo cuentan. Hubo sugerencias, aunque no todas agradaban, por eso les pareció buena propuesta el hacer un sorteo con papelitos para dejar al destino elegir. Hubo combinaciones de todo, el nombre de la bisabuela, los abuelos de mi mamá, la tía con mucho significado, parientes cercanos, artistas, de todo hubo en aquel momento; hasta encontrar una “mano santa” que escogiera cuál sería mi nombre asignado legalmente; pero al final no gustó ninguno. Después de una larga espera y bastantes opiniones, un comentario resonó mucho para mi mamá: —señora, ¿por qué no le pone su nombre?, si fuera mi hijx me gustaría que se llamara como yo—, dijo la secretaria del registro. Fue entonces como lograron registrarme, dándome los tres nombres que mi mamá tiene. Cuando aún era bebé no me llamaban por mi nombre, no recuerdo que alguna vez se hayan referido hacia mí con alguno de los tres al comunicarse conmigo, sólo cuando le tenían que dar referencias de mí a algún profesor del colegio. Un sobrenombre con amor era como la gente cercana me ubicaba; bautizado así por mi mamá y papá sólo dentro del núcleo familiar, era un pseudónimo de cariño que me fue dado con significado, porque fui prematuro, nacido a los ocho meses con riesgo de no sobrevivir, bajo de peso, con varios detalles de mi cuerpo aún no totalmente desarrollados, pero conforme fueron pasando los días y semanas fui recuperándome hasta alcanzar un nivel de salud estable; con un tamaño diminuto aún, pero lleno de vida, razón por la cual me bautizaron amorosamente dentro de la familia así, por ese milagro de recuperación y sobrevivencia. El tiempo pasó. Conforme fui creciendo (ya que nadie más conocía ese sobrenombre si no eran de la familia) la gente elegía cuál de los tres nombres legales usar, pero nunca me preguntaron si estaba cómodx con eso, yo nunca lo externé, ni consideraba la posibilidad de pedir que me llamaran con algún diminutivo más acorde a como me sentía. Personas iban y venían, todas usando el nombre que se

Memorias de la diversidad

51

les antojara, siempre con el argumento “tienes de dónde elegir”, pero ninguno me hacía realmente sentido, no tenía elección. Sólo uno de los tres me agradaba un poco, aunque forma parte de la historia bíblica, retumbaba en mí por una razón hilarante para algunes. Si googleabas te encontrabas con resultados diversos, entre los principales se encontraba la comida; soy quien nació con el don de disfrutar mucho comer y es de los mejores placeres de la vida para mí, por lo cual le di ese significado, ser un rico pan. Empecé a utilizar ese nombre con más frecuencia, fue entonces cuando amistades y familia comenzaron a llamarme así, con su respectivo diminutivo, lo que fue cómodo por cierto tiempo porque mientras avanzaba en mi andar, poco a poco dejaba de hacerme sentido. Al entrar a bachillerato comencé a nombrarme desde otro diminutivo de aquel nombre legal menos incómodo, llegando a Maki, cuyo significado y simbolismo me resonaba mucho porque, como vengo contando, nuevamente estaba relacionado con la comida, ser un rico sushi, aunque la mejor parte era conocer uno de los países donde más solía usarse, en Japón es un nombre común tanto para hombres como para mujeres, muchos personajes de animes y de algunos video juegos que me encantan fueron nombrades así y lo mejor: es neutro. Eso me ponía muy feliz, me referí a mí de esa manera hasta mediados de la universidad, pero eso cambió cuando una de mis dos hermanas comenzó a llamarme con otro diminutivo, quitando sólo la letra final. Algo tan simple como quitar una letra fue como llegué a ser Mak, me llenó de regocijo, reconocimiento y descubrimiento, así retomé la vida, con ese nuevo nombre que me representaba en muchos sentidos, pues era dado por alguien de mi familia nuclear (de sangre), y porque sin darme cuenta, curiosamente la gente lo asociaba con aquella marca de tecnología “Apple”, marca especializada en computadoras Macbook, las cuales usualmente son la herramienta de trabajo de quienes se dedican al diseño y carreras relacionadas, pero no era especial por sonar como la marca, sino porque me dediqué a lo gráfico y me hacía sentido esa parte también, por muy bobo que pudiera parecer, para mí tenía todo un contexto, una interpretación, un simbolismo, un significado. Eso hacía eco en mis sentires, vivencias, mi sola existencia estaba más completa. Llegando a sentirme como un pequeño ser encontrando por fin su hábitat porque me identifico como un ser que respira, no como un humano. Antes soy animal que humano. Soy un árbol, un mapache, de ahí surge mi nombre como artivista “Makpache”, así es como todo comenzaba a estar en su lugar, preguntándome hacia el futuro si ese niñx finalmente estaba logrando cumplir sus sueños, donde la hermana a quien consideraba más cerrada en temas de diversidad nos dio un toque de felicidad al hacernos encontrar el nombre elegido perfecto, el cual me encantaba, siendo que de un rosario de tres nombres terminamos eligiendo uno de tres letras, tan especiales y ahora me hacen tanto sentido como mi identidad, nuestra identidad.


Memorias de la diversidad

53

Galaxia Transvestial por Mak César Bazán 30 años Estado de México.

El planeta Tierra; un lugar habitable para seres humanos, distintas especies de animales, de plantas, moléculas y microorganismos… Toda una civilización evolucionando día con día, con cierta tecnología, pero con ideas muy conservadoras en muchos territorios, ya que esa era su “naturaleza” o al menos eso creían sus habitantes. En una Galaxia no muy lejana llamada Transvestial con diferencia en espaciotiempo con relación a la Tierra. Ahí es donde se encontraba el planeta Esponjoso, lugar donde habitaba una raza híbrida. Estos seres no tenían cuerpo, ya que en su ambiente no era necesario tener un recipiente físico para vivir, sin mostrar características de género, ni tipos de corporalidad; no había necesidad de tener contacto, todo era a través de la mente. Aquellos seres eran bastante curioses, divertides y travieses. Siempre en busca de aventuras, particularmente en nuevos lugares por encontrar y visitar. Tenían la habilidad de adoptar alguna forma y/o estructura de manera parcial o completa de cada sitio al que llegaran, dependiendo de cómo lucían les diferentes habitantes de cada planeta, pero siempre conservando su esencia única. Siendo por ahí la década de los noventa en años Tierra, se acercaba el día de la celebración del infinito en el planeta Esponjoso, donde cada diez años terrestres un grupo de habitantes era mandado a otro planeta seleccionado al azar, para vivir nuevas experiencias, desarrollar sus conocimientos, sentimientos, emociones y enseñar a través de su vivencia y existencia. Dentro de ese grupo le tocaba el turno a Pache, un pequeño ser que llegaría a su nuevo hogar, la Tierra, después de ocho meses de viaje desde el planeta Esponjoso. Le explicaron que, llegando a su destino le pondrían un nombre; probablemente no sería muy de su agrado, pero este le serviría para hallar uno que le gustara, con el cual, en adelante, sería nombrado y conocido de esa nueva manera. Pache venía de un clan que se dedicaba al cuidado de la naturaleza, tanto como de la vida en sí. Lo hacían en su planeta, pero cuando eran mandades a otro lugar también continuaban con la labor que les enseñaron por generaciones. Era como una especie de tribu, como suelen decirle en la Tierra. Después de aquel viaje tan largo a través de la Galaxia, arribó por fin a la Tierra, su nuevo espacio, donde se revolucionarían muchas existencias y maneras de pensar.


54

Vivencias trans binarias y no binaries

Pache contaba con la grandiosa habilidad de adoptar una figura antropomorfa, pero con detalles de algún animal o ser con el que se sintiera conectado. Siempre tuvo afición por las criaturas terrestres, eso sumado al nombre que le dieron en su planeta natal, lo hizo optar inmediatamente por los mapaches, y para no extrañar su antiguo hogar quiso darle un toque pachoncito, como también percibía el follaje de los árboles terrestres, así que se convirtió en un mapachito híbrido esponjoso. Al encontrar a su nueva familia, quienes le recibieron con mucho amor, se sintió tranquilo, creyendo sería aceptado tal y como era, con lo que le hacía ser quien es, pero se llevó una sorpresa al darse cuenta del escaso conocimiento de les habitantes terrícolas, aún no estaban preparades para seres como Pache. Un tiempo se limitó a ser como todes les demás o al menos tratar, pero esto le resultaba tan difícil, llegando a un punto donde terminó dejando atrás ese molde impuesto y siguió siendo quien era para mostrar más allá de lo que ven y creen que hay. A lo largo de su proceso le fueron acompañando más seres con quienes se encontraba en su andar; venían de los diferentes planetas que formaban parte de Transvestial. Durante su trayecto en la vida terrícola también se topó con seres de las distintas lunas y estrellas de su Galaxia, todes elles vivían como terrestres, o trataban, como en su caso, logrando generar un vínculo de amistad con quien se los permitiera. Formaron una familia elegida, ya que compartían una identidad fuera de lo ya establecido en la Tierra, siendo diferentes, úniques y diverses. Todes habían llegado con una misión: adquirir aprendizajes y dejar que aprendieran de elles. Nadie está sole y todes pueden ser, existir y transitar hacia donde quieran, o no. Siempre dejando ser, sin lastimar a quien desee hacerlo. Pache sabía que quienes provenían de Transvestial podían elegir cuándo regresar a su respectivo planeta, luna o estrella sin necesidad de cumplir el promedio de vida de un terrícola. Quien eligiera la opción de vida longeva terrestre, aún después de llegar a lo que se le conoce como “morir”, sólo dejaban la materia, el cuerpo físico que les era dado en la Tierra y podían volver a ser sólo esencia o al cuerpo que solían tener en su lugar natal, todo sin perder lo aprendido y vivido para cada une y regresar con ello a su lugar de origen para contar a sus compañeres y respectivos clanes lo que vivieron. Lo importante para les visitantes transvestiales era aprender que podían amarse, quererse, apreciarse, tanto a sí mismes, a su cuerpo físico de aquel sitio, a su esencia e intelecto; como también podían experimentar todo tipo de sentimientos y emociones por alguien más. Así es como algunes aprendieron que podían compartir muchos sentires, tanto con seres de su galaxia como de otra, de otro planeta como la Tierra, de otra luna, de otra estrella. Todes podían convivir y ser, aunque no fueran iguales. También aprendieron sobre situaciones, acciones tristes y malas, no por eso menos importantes, ya que es “parte de”. Para algunas, si no es que para todas las especies, es difícil tener emociones displacenteras, como

Memorias de la diversidad

55

placenteras. Lo que fueron a aprender es cómo manejarlas, sentirlas y dejarlas fluir de mejor manera para crecer. Durante el recorrido por la vida, Pache seguía aprendiendo y conociendo, relacionándose con terrícolas y seres de otros espacios, aunque no siempre lograba identificar quiénes eran de fuera y quiénes no. Era la magia de dejarse fluir y ser, dejaba de prestar atención, ya que todes eran diferentes y especiales en su totalidad. Mientras buscaba qué más podía aprender, conoció a más seres de otros planetas como Pandemonio; en este lugar sus habitantes solían ser pequeñes y tiernes. Elles sí tenían cuerpo físico en su lugar natal, pero se les asignaba otro de acuerdo a las características de les pobladores de cada planeta al que llegaban, aunque conservaban detalles específicos que les diferenciaban. Pache se encontró con Pan, une pandemonite que llevaba prácticamente el mismo tiempo viviendo como terrestre. Cuando se conocieron no notaron que venían de la misma Galaxia, pero aún sin saberlo se llevaron bien. Este encuentro le ayudó a conectar más con sus emociones, con esto había logrado que les humanes en su camino le fueran entendiendo y aprendiendo de su existencia, pero no había podido conectar consigo de una manera más profunda. Pan se convirtió en su mejor amigue, fueron aprendiendo juntes con su diferencias y similitudes de por medio. Ambes querían conocer más de la Tierra, pero sin dejar su identidad. Disfrutar de la estadía no tenía por qué implicar cambiar o querer encajar. Sólo querían seguir desentonando en esa realidad de aquella civilización que, si bien había modificado algunas cosas, aún solía ser algo conservadora y renuente a lo diverso. Pache y Pan no querían, ni esperaban ser aceptades, sino respetades en su individualidad y colectividad. Elles dos estaban logrando algo que pocas existencias habían podido, entender a les terrestres, pero, sobre todo, encontraron el amor en sí mismes y en alguien proveniente de otro planeta, con todas esas diferencias y semejanzas. Ese mapachito híbrido esponjoso consiguió conectar más profundo, con lo cual desarrolló aún más sus dotes de vida, aquellas habilidades obtenidas a través de las enseñanzas de su clan. Juntes se convirtieron en una fuerza de energía, listes para el cambio por medio de sonrisas. Pache inició un camino de aventuras donde todo era desconocido, no había experimentado los sentimientos, ni las emociones, no había compartido realmente su existencia con alguien más. No sabía cómo tomarían su existir, creía que había pocos seres diferentes, pero similares, podían llegar a entenderse, pero al encontrarse a cientos, miles que compartían esa diversidad, le resultó gratificante, emocionante y le llenó de calorcito su interior. Muches seres diverses existían


56

Vivencias trans binarias y no binaries

en ese y otros planetas, aunque cada une con su detalle único, lo que les hacía especiales y hermoses a todes. Su galaxia y planeta le acompañan en su interior. Pache se dio cuenta de que no necesitaba estar en ningún lugar para habitar y poder ser como era, su misma existencia era su propio espacio. Porque quien le conozca, si lo desea podrá viajar como acompañante del mapachito híbrido esponjoso. Es como lo que llaman en la Tierra… Astronauta, eso es, Pache es un astronauta, siempre en el Espacio, viajando en su Espacio, compartiendo su Espacio, siendo el Espacio.

Memorias de la diversidad

57

Loba esteparia por Salud Aidé Roldán 23 años

Al principio fueron náuseas, luego sus piernas se debilitaron instantáneamente y su postura se inclinó. Entonces empezó a vomitar, salpicando zapatos ajenos junto a las mochilas que estaban en el suelo, solo dos personas lograron salvarse levantando sus pies, pero los demás dentro de esa combi ya estaban asqueados. —¡Saquen a esta niña de aquí!—, gritó la señora enojada porque la bolsa de su mandado ya se había empapado. Por si fuera poco, el volumen de la música del conductor le impedía escuchar las quejas de los pasajeros, las ventanas oxidadas no permitían una ventilación adecuada y el hedor comenzaba a intensificarse. La chica, por la inclinación de su postura al vomitar, comenzaba a debilitarse: perdió todo su equilibrio; fue entonces cuando cayó en el suelo de esa combi colectiva. Un momento inolvidable para la joven, pues eso fue el principio de todos los síntomas más intensos del embarazo. Era un día en julio de 1997, unas semanas en las que un frente de calor arrasaba en México. Todo el mundo vestía sus prendas de verano, las chicas usaban vestidos cortos o shorts, ese era su caso, solo que ella llevaba ropa sin cambiar desde hace días. Yo pues, estaba dentro de esa mujer y esos síntomas que les acabo de narrar fueron por el quinto mes de gestación, sumado a la mala nutrición por días sin comer correctamente debido a su inestabilidad y estrés por consecuencias del rechazo de sus familiares. Nadie del árbol genealógico cercano lo había vivido antes: un embarazo a los 17 años. Aunado a las discrepancias con su madre, que vendría siendo mi santa abuela, ella tuvo que huir del país en busca de un mejor futuro. Yo mientras, a mis tres años, estaba a la espera de que algún día llegara mi madre de nuevo a casa. Le preguntaba a mi abuela cómo era mi mamá, ella me contaba en pocas ocasiones algunas anécdotas y a veces se las ingeniaba para describirla: su forma de caminar, su cabello, su silueta. Yo escuchaba mientras me maravillaba queriendo imitarla, entonces le insistía a mi abuela que me vistiera igual que ella: como a una mujer. No recuerdo con exactitud cuáles fueron los hechos para convencerla, porque para mí lo más importante fue verme en el espejo con una ropa que me quedaba grande, una faldita con blusa y unos zapatos con ligero tacón que me quedaban enormes, pues mi abuela aún conservaba mucha ropa de su hija, para su futurxs nietxs. Mis tardes favoritas eran cuando no había nadie más de la familia, solo mi abuela viendo la televisión mientras yo corría al armario para sacar toda mi ropa favorita y jugar en el patio mientras veía las nubes del atardecer desaparecer, desvaneciéndose con la oscuridad; mi abuela pensó que todo había llegado demasiado lejos, pues ya eran bastantes ocasiones en que yo lo hacía y ese pequeño juego para ella era suficiente. Esos bonitos recuerdos los ocultaba cada vez más, porque en cada ocasión que se lo mencionaba a mi abuela parecía que ella le tenía cierto odio al tema, yo no lo


58

Vivencias trans binarias y no binaries

comprendía del todo; entonces, me comenzaba a avergonzar y tomaba la misma postura: aversión a esas memorias. En esa época miraba al cielo en busca de aviones, deseando que en alguno de ellos pudiera llegar mi madre de Estados Unidos y poder así conocerla. Nunca conté los aviones, solo me emocionaba cuando alguno estaba a menos pies de altura, se escuchaba más fuerte y lo asimilaba con que mi madre, podría estar más cerca de mí. Mi abuela sentía ese deseo de mi parte y ella buscaba lo mejor para mí. Al final de cuentas, lo correcto según lo dictan nuestros sistemas de valores, es gozar de una unión madre-hijx. Mi madre se enteró de esto y cuando tuvo una mejor economía, decidió financiar la cruzada hacia el sueño americano. Pues sí, para ella tenía mucho sentido mandar a su madre e hija de cinco años a cruzar por el desierto de la frontera, un viaje de varios días sin comer, descansar, huyendo de la migra, lo que ocasionó estrés post-traumaumático para ambas durante años, pero lo importante era llegar a Chicago, donde me esperaría un mejor futuro. Para sorpresa de mi abuela y mía, mi madre se volvió a casar, tuvo dos hijos (que vendrían siendo mis medios-hermanos) junto con la pareja con la que en ese entonces estaba. La idea me emocionaba pues ya no tendría tardes jugando sola. Aunque por fin estaba con mi madre, no me sentía del todo aceptada por ella, pues desde el principio sentía sus regaños más estrictos hacia mí, para dar un ejemplo, otorgándome una responsabilidad más rápido que en lo que recibí un abrazo de su parte. Pronto comenzaba a extrañar esa idea de volver a jugar sola, porque sentía que al menor movimiento mi madre corría a regañarme y aumentaba su intensidad al ir contra mi brazo para jalonearlo, siendo una persona muy pequeña y con nula experiencia con el dolor, sus acciones para conmigo me dolían mucho, por lo que me daba bastante miedo acercarme a ella. A mi abuela le comenzaba a suplicar que regresáramos a México y se decidió cuando los golpes de mi madre me hicieron sangrar. El regreso fue toda una travesía; pero, a diferencia de la migración hacia los Estados Unidos, esta vez fue más rápido porque viajamos en tren. Lo importante es que ahora estaba de nuevo en casa, jugando sola. Mi madre ante tal acto acusó a mi abuela de secuestro por alejarme de ella y frente a ese miedo nos fuimos a vivir a un pueblo, en esa nueva casa rentada teníamos un jardín con muchos árboles frutales. Yo estaba encantada con el jardín porque podría expandir mi creatividad con personajes imaginarios que no implicasen algo binario, pues trataba de alejarme de esos juguetes como soldaditos y cosas por el estilo que involucraran músculos y me refugiaba jugando una simulación de una familia estable con los otros pocos juguetes que sí me gustaban. Mi vida cambió a mis 10 años en una ocasión que fui a Michoacán, Maravatío a visitar a la familia de mi abuela... Nunca imaginé que más adelante me llamaría igual que la mujer más bonita que he visto en mi vida, pero para ese entonces esa chica

Memorias de la diversidad

59

de 19 años cuyo rostro no recuerdo, cambió en cierta forma mi imaginación. Cuando escuché su nombre fue como chocar con otro plano existencial en el que me llamaba Salud. Ahora que lo pienso, fue un llamado desde el inicio; el pensar los tantos universos finitos e infinitos donde sí me hubiese llamado Salud y fuera niña. Siempre lo fui solo que aún no me daba cuenta. No solo era el nombre, era todo mi ser que habitaba en mí, despertando y manifestándose por primera vez. El miedo no me dejó abrirle las puertas todavía. Algunas otras ocasiones cuando adopté esa máscara cishetero, imaginaba que si tuviera una hija le llamaría Salud. Después elegí “Aidé” por aquella compañera que tomó tantas veces mi mano en muestra de sororidad y que luego disfrazamos en una relación sentimental. Esos dos nombres me los asigné como parte de mi ser y hasta la raíz. Pocas personas saben que me llamo así y me gusta que así sea, porque siento que es un nombre especial, o al menos para mí su historia lo es. Quiero abrazar a esa pequeña yo que soñaba tanto tiempo despierta, decirle que sin importar cómo le llamen o en qué documento esté escrito; ella siempre será Salud, que siempre será fuerte y tendrá que demostrar lo que es. Quisiera decirle que incluso por llamarte Salud puedes caer en la enfermedad; que deberá derramar lágrimas de sangre y azufre por su propio nombre, perder, sentirte derrotada e hincarte, suplicar que todo termine el día de mañana. Lo vivirás en carne propia, no dejes que tu nombre te haga sentir menos cuando caigas o pierdas una batalla. Cuando me enteré de que soy una mujer trans, había conflictos que me detenían en cierta parte para salir del closet, uno de ellos era preguntarme ¿cómo puedo ser una mujer trans si… siempre me han gustado las mujeres? Todas mis novias y parejas sexuales han sido mujeres y aunque tratara de cambiar eso, me sería una pesadilla, ese prejuicio no me dejaba finalizar la última pieza de este rompecabezas sobre mi renacimiento. Fue entonces cuando me enteré de toda esta simulación social; todo gracias al cine, ese arte siempre fue un mundo increíble para salir momentáneamente de mi vida miserable en aquel entonces. Una ocasión saliendo de mi trabajo fui a la Cineteca y me encontré con la novedad de una película que se llama “Lola Pather”, narraba el reencuentro entre una mujer trans de edad mayor junto con su hijo, pues este se entera de que su padre transicionó desde hace años y ahora es una mujer trans lesbiana. A veces siento que ciertas circunstancias son tan curiosas y exactas que son una coincidencia perfecta; no quiero encontrar más respuestas sobre la razón, pero esa noche que vi la película, en un momento muy preciso en mi vida, decidí comenzar a trazar mi plan de vida para renacer. Muchos lazos de amistad se perdieron en el camino, familia también, pero en cambio personas increíbles llegaron a mi vida. A punto de cumplir el año de que empecé mi tratamiento de reemplazo hormonal y a pocos meses de haber concluido mis trámites legales, conocí a mi pareja, una mujer maravillosa que me acompaña hasta estos tiempos en cada momento importante, una mujer con la que puedo construir cosas increíbles junto a ella, que le da el color a


60

Vivencias trans binarias y no binaries

mi vida; protectora de mi corazón, así como yo lo soy para el de ella, quien ha estado en los peores momentos de mi vida por cuestiones psico-depresivas; crecemos juntas ayudándonos en toda adversidad, con esto quiero decir que las cosas definitivamente con el tiempo siempre mejoran, solo es un poco de paciencia ante el camino, pero directa, con toda la seguridad e inspiración que puedas tomar de donde puedas. Mi dualidad siempre estuvo conectada con una luz blanca de la luna, pero brillando de día, por eso en mis sueños, siendo una loba le aullaba buscando respuestas, cuando las encontré me fue suficiente para poder explorar mi presente, mi yo de ahora y disfrutar lo que se me ha concedido por la madre tierra. Entendí que también puedo crear conceptos que puedo atribuirme por todo mi historial. Mucho camino desértico lo recorrí yo sola, sin saber a qué dirección iba. Gracias a mirar al cielo y ver muchas estrellas, decidí ir con la cabeza en alto para algún día llegar a ellas. Todas esas estrellas son una metáfora de aquellas personas que me inspiraron, de quienes les aprendí un empoderamiento que me permite seguir con mi voluntad firme, feliz hasta que mis huesos colapsen.

Sobre la disforia por Salud Aidé Roldán 23 años

Es difícil comenzar cuando no conoces las palabras adecuadas, tienes la página en blanco, y no sabes por dónde empezar. Puede ser abrumador pensar cuánto camino se tiene que atravesar; luego me vuelvo a callar por semanas, sin dejar de pensar las 24 horas en mi decisión. Trazo en mi mente un plan perfecto que me ayude a salir totalmente ilesa de las futuras tormentas. Retomando las ideas imaginarias que tanto soñé despierta, por fin pude encajar todas las piezas del rompecabezas sobre mi vida, eso me hace llorar; tengo las mejores razones para seguir viva plenamente. Quisiera disculparme con mi cuerpo, por ese motivo escribo esto: pues de una forma inconsciente le hice tanto daño al rechazarlo cuando me despertaba todas las mañanas y odiaba cada centímetro de mi piel. Me preguntaba —¿a quién se le va a hacer atractivo este cuerpo?—, luego de ello me avergonzaba y lo ocultaba deseando que nadie en la urbe pudiera reconocer mi condición si me escondía entre cuatro paredes. Ahora que reflexiono acerca del porqué sobre mis deseos e inseguridades, encuentro puras preguntas y en todas ellas la respuesta de esos problemas soy yo misma; aún no me daba cuenta de la aversión social, hacia a estxs cuerpxs disidentes. Tiempo después, con la poca paciencia, pero con todo el tiempo del mundo, decidí dar el primer paso formal para mi transición cambiando mi documentación legal, eso incluía mi propio nombre. Escogí mi identidad binaria en un mundo hasta ahora, regido por dos polos, inclinado históricamente hacia una dominación social patriarcal,


62

Vivencias trans binarias y no binaries

se trata de ideologías meramente biologicistas, y todo eso lo normalicé tanto en mi infancia, que me vi obligada a adoptarlas en mi piel. Sentía un calor recorrer por mis venas, mi alma se inundaba de coraje al tener que cortarme mi cabello por cumplir una estúpida norma durante mis años escolares. Ocultaba todas mis inseguridades a diario dentro de una enorme sudadera, mirando por la ventana, escondiendo mis lágrimas para evitar burlas, lo cual era contraproducente porque mis compañeros al descubrirme llorando, me molestaban por ser muy sensible, por ser débil, así que evité las actividades que me forzaran a estar cerca de ellos. Muchas tardes dejé de poner atención a mis clases, no les encontraba algún sentido, pues en su mayoría, mis docentes disfrutaban hacer alarde de ideologías basadas en dogmas y nociones capitalistas. Mis clases escolares eran meramente discurso patriarcal, provocando que mis propios compañeros y algunas compañeras reprodujeran estas ideas en sus pequeños círculos sociales en los cuales excluían a quienes no encajaran en su mundo cis-binario. Ignoraba tales situaciones, pero sin duda me afectaban en muchos ámbitos. En lugar de eso y de prestar atención a clases, prefería sacar malas calificaciones, distrayéndome tardes enteras imaginando cómo me vería con vestidos y mi cabello largo: <<usaría una diadema grande y una faldita tableada porque me gustan, con calcetas blancas plisadas>>, me decía mientras la emoción me ganaba tanto que quería compartirlo con mis compañeros: —¿a veces has imaginado en cómo serías, si fueses del otro género?—, le decía a la primera amistad que tuviera delante de mí. Mis pocas amistades preferían ignorar tal pregunta que era incómoda para ellas, me observaban raro, generando un momento de silencio. Así que solo me limitaba a pensar cómo sería mi cuerpa con todo lo que siempre soñé: una mujer. No me arrepiento de haber ignorado todos esos discursos de los profesores, más adelante con mis experiencias de vida pude sentir el mundo real. Las reacciones sociales ante mis expresiones y estilo de vida no eran del todo agradables. Mis compañeros bajo el yugo del machismo, violentaban a todas las identidades disidentes, comúnmente delimitaban sus espacios. Me di cuenta de que ser realmente yo me traía muchos problemas, me excluían. Debido a eso atenté a mi propia persona para intentar encajar socialmente. Para ocultar mi debilidad me ponía una máscara masculina reprimiendo la mujer que soy. Mi vida la sentía gris, quizá por eso toda mi ropa era de esos tonos, no podía detenerme a contemplar los demás colores vívidos porque me negaba a ellos. Al no conocer otras expresiones multiculturales, yo me encerraba en un solo mundo miserable, a diario me generaba una rutina con base en el dinero, me aferré a esa rutina, pues estaba cegada completamente por algo que mis propios deseos me pedían expresar. Por ello soñaba mucho y dormía bastante. Cuando esto dejó de ser suficiente para buscar otras realidades donde por fin pudiera encontrarme, me sumergí en las drogas: LSD y éxtasis fueron mis favoritas, la primera me daba una evasión completa de mi vida sentimental y me colocaba en un plano de observación, y pues con el éxtasis, por fin pude conocer la euforia, sin saber el

Memorias de la diversidad

63

concepto, la sentía. No me importaba el qué dirán los otros, me sentía tan feliz que podía acariciar mi cuerpa y disfrutarme, podía bailar sin saberlo y lo gozaba. La cruda de la última vez que consumí éxtasis me provocó ideas psicóticas y comencé a pensar acerca del suicidio. A partir de ahí sentí que vivía al día emocionalmente, no tenía alguna motivación. Traté de llenar mi vacío con parejas sentimentales y solo terminé más obsesionada por ellas, llorando, suplicando que volvieran conmigo, deseando algo más allá que simples instintos eróticos. Mis ideas solo quedaban ahí, observaba sus pasos, posturas y expresiones faciales. Algunas expresiones de ellas las adoptaba, por lo cual siempre me llamaban afeminado. Cuando pude por fin empezar mi transición socialmente, me vi totalmente confiada en mi visión a futuro: mi terapia de reemplazo hormonal; no quería ninguna operación y sin duda empezaría a confiar en mí, pues estaba en cierta forma consciente de esta hetero-hegemonía que cohabita en todos lados, pero después me convencía de alcanzar tales estándares y al mismo tiempo me eran imposibles por mi posición económica. Me frustraba compararme. Siempre me gustaron las mujeres en todos los sentidos, cuando por fin estaba tiempo completo dentro de mi nueva vida, sentía una confusión sobre si me atraían sexualmente o era admiración. En muchas ocasiones sí lograba sentir esa distinción, pero en otras no; tal confusión hacía estallar mis emociones, ante esa situación comenzaba un pánico que me provocaba enfado. No podía culpar a nadie sobre una condición de nacimiento, sé que, si me desahogara ante una supuesta divinidad, sería como hablarle a una botella de plástico: creada por la misma mano opresiva vacía y contaminante. Tuve noches enteras en las que, con mis lágrimas en el suelo, me preguntaba qué era lo que me sucedía, no lograba distinguir ciertos principios de la disforia que me comenzaba a surgir, pero mi cuerpa y mis genitales comenzaban a ser demasiado incómodos al verlos. Fue todo muy repentino, hasta donde yo recordaba, estaba cómoda con la idea de que mi proceso requería paciencia. En segundo plano dejé incrementar mi inseguridad al tomarme personal discursos de odio, al hacer caso y poner atención en los comentarios ajenos. Sentía que mi vida no tenía sentido si no alcanzaba esos estándares patriarcales sobre la condición de existir siendo mujer. Llegué al extremo de escribir una nota de suicidio diciendo adiós a mi padre y otra nota para mi novia, pidiéndole perdón por haber fallado a pesar de todo su amor incondicional, todo su apoyo y paciencia a cada momento, yo pensaba que hacía lo correcto porque ella ya no tendría que lidiar con una mujer tan insegura de sí misma como yo, así que estaba decidida a ingerir pastillas que me provocasen un infarto. Esos pensamientos cohabitaban en mi mente constantemente. Frutos de una semilla implantada por años en lo más profundo de mi ser, expandiéndose como virus, infectando mi propia voluntad de seguir respirando, no podía dejar de pensar en todas las cosas malas de mi vida. Una última llamada de mi novia me hizo ver las cosas con claridad y lógica. En primer lugar, mi deficiencia de serotonina afectaba todas mis cogniciones, debía tratarlo, y en segunda: llegando a la raíz del problema


64

Vivencias trans binarias y no binaries

per se, podría descifrar por qué mi voluntad se desvió a un camino pesimista. Era un proceso lento, como volver a nacer y aprender de nuevo a caminar. Al mismo tiempo supe que no todo se termina del otro lado, aún quedan cosas por hacer. Tiempo después de haber atravesado esa tormenta depresiva, puedo reflexionar con más claridad sobre el contexto que me llevó a esas tendencias suicidas, por fin vencí esa disforia que me perseguía en cada paso que daba. Superado eso, ciertas habilidades pude unirlas gracias a mi dualidad corporal, pude ver que mi pasado no tuvo que ser forzosamente trágico, también lo disfruté mucho y aprendí a amar. Ha sido el momento de simplemente despedirme de él, aceptar su muerte y verlo salir por la puerta de mi departamento, sin decir alguna otra palabra, pues sabía que era parte del proceso y disfrutaría contribuir para llegar a esa felicidad anhelada, a ese paraíso donde por fin se sentiría dentro de un cuerpa femenina. Le agradezco todo lo que pude aprender junto a él, en sus manos, ojos y mente. Luego de todo eso mi vida se volvió más clara, pude ver todo a color, ahora puedo disfrutar momentos sin una sombra disfórica que me persiga. Mi seguridad mejoró y mi novia lo notó enseguida, al día de hoy le agradezco por acompañarme en los momentos más difíciles, pero también en los mejores momentos de mi vida. En mi caos de disforia y ansiedad pude formar cimientos desde la razón, que me ayudaron a sostenerme dentro de mi realidad en ruinas. Esta misma realidad que conocemos ha tardado siglos en romper el binarismo que el propio humano ha formado. Existen identidades que aún no conocemos al día de hoy, pues en esta vida multidimensional aún hay más voces que reconocer. En este mundo las disidencias van a ser el blanco de críticas por el hecho de existir y resistir; por eso se genera todo este ruido, para levantar las voces que no pueden o pudieron alcanzar a ser escuchadas. A las mujeres trans se nos reprime ciertas habilidades que tenemos desarrolladas, debido a conceptos del género binario. Rompiendo con la disforia se hace un desbloqueo total de estas habilidades, aún más, identificando los hechos que nos han llevado a la represión de nuestro ser y uniendo esta dualidad concebida biológicamente, reconocemos nuestra condición y habilidades que nos han impuesto ocultar. De lo contrario enfocamos más tiempo en ocultar que en existir, existiendo para personas las cuales tú no existes. No es que busque llegar a un lado o a otro mundo transcendental, estoy en este plano solo una vez y por esta ocasión no me limitaré a vivir bajo una rama que no me permita sonreír y disfrutar cada día mi vida. Hoy desde el momento en que despierto y me acaricio totalmente, puedo sentirme eufórica.

Memorias de la diversidad

65

Reflejo de mi ser por Tyler Villa 16 años Estado de México.

Desprende de mi pecho el dolor, todo ese sufrimiento que deja mi pasado. Aprende a florecer con ese cuerpo, con esa mente, con esa apariencia, ¿no es fácil cierto?, no es fácil alejar de ti todo aquello con lo que creciste, pero tampoco es sencillo permanecer con ello. Moños, vestidos, aretes, y tacones, “debes usarlo para que te veas femenina”, decían, “el usarlos no me hace menos hombre”, contestaba en mi mente; a pesar de que no me gustaban las cosas encasilladas en lo femenino, siempre pensé que aquello no te define, una playera, una falda, un pantalón o una ombliguera, son simples trozos de tela, ¿por qué eso tendría que decir a qué lugar pertenezco?, ¿por qué encasillarse en el lugar de donde deseo escapar? Si bien es complicado mantenerse al margen de ese algo que no te deja dormir, de todo lo que sientes que ha desaparecido pero continúa persiguiéndote, de todo cambio que surge en tu cuerpo mientras avanzas; sigo varado en la idea de no saber cómo alzar la voz, de no saber cómo respirar sin la presión de los demás, perdido en la inundación del desagrado sobre cómo me veo, siento náuseas al verme al espejo sin ropa y pensar que así me perciben los demás. Marcas moradas adornan mi busto y espalda, comienzo a ocultar mi cuerpo, envuelto en vendas me quedo callado tras la negación de mis padres sobre mi propia existencia, mientras ellos discuten sobre quién cometió un error para que yo me convirtiera en “esto”, ¿en esto?, no soy un monstruo, ni alguien anormal, soy solo un niño descubriendo la manera en la que se siente cómodo, soy solo un niño deseando ser feliz.



Vivencias de aliades


70

Vivencias de aliades

Abrazo

por Adriana Martínez Cadena 42 años Veracruz Te veo preocupada, ansiosa. Me cuentas que llevas muchos días triste, estás perdiendo a tu hija y luchas contra tus prejuicios, tus creencias, tus anhelos respecto a su futuro. ¡Todo se te vino abajo! La gente te dice que sigue siendo tu hija. Pero... ¡cómo se ha transformado! sus cambios ahora son más visibles, los radicales para ti fueron que se cortara su hermoso cabello largo chino, y ahora definiera su orientación sexual. Cuando la viste sin sus rulos estallaste en cólera “ya no era tu niña”, la echaste de tu casa. Aunque más tarde vino el tormentoso arrepentimiento. Largas horas de terapia para hacerte comprender que “tienes un hijo”, eres su madre y el amor que ambos se profesan no ha cambiado, son tus prejuicios y temores los que te han impedido darle un abrazo desde hace dos años. Hace poco te cayó como balde de agua fría asistir a un velorio porque a una compañera tuya le habían matado a sus dos hijos. Pasado unos días de ese evento desafortunado nos volvimos a ver, luces diferente, relajada, sonriente, optimista, me cuentas con lágrimas en los ojos que después de acompañar en la pérdida de sus hijos a tu compañera, no esperaste más; corriste a buscar a tu hijo a darle ese abrazo negado. Y es que tienes un hijo…y está VIVO, ambos se necesitan.


72

Vivencias de aliades

Cristales especializados de colores por Anónimo

Soñé que mi hije había muerto. Mi terapeuta me había pedido que le narrara mi sueño. Con la voz entrecortada y temblorosa, a duras penas pude hacerlo. Como en todas las sesiones, el doctor alzó los ojos de la pantalla de la computadora en la que hacía sus anotaciones, me dijo que la convergencia de mi pensamiento, que en ocasiones se traducía en empatía, se convertía en una angustia reflejada en pérdidas. —¡Doctor, era mi peque, se estaba muriendo, me causaba mucha angustia y dolor verle morir!—, dije llorando. —Sí, entiendo—, me respondió con una ligera sonrisa en sus labios, como enfatizando afabilidad. —Pero hay elementos en tu sueño que pueden tomarse como indicadores simbólicos muy interesantes, por ejemplo, me has dicho que estabas arriba de un edificio observando, eso puede significar que quizá no te sientes partícipe de tu propia vida, que sólo eres una observadora—; escuchar eso me hizo superar el estado de angustia con el que había llegado a la sesión de terapia. Él continuó: — te recuerdo que, en otro de tus sueños apareces conduciendo o caminando por lugares que desconoces, incluso te resulta imposible ver claramente. De acuerdo con tus propias palabras es como si no pudieras abrir los ojos, los sientes ardorosos, lo cual no te permite ver con claridad; eso también te ha angustiado. Por lo tanto, puede ser interpretado como si no tuvieras seguridad sobre la dirección que tomará tu vida o no tuvieras control de hacia dónde te diriges—; me miró con atención, observando mi reacción a sus palabras, antes de seguir con la interpretación de mi sueño. —Otra cuestión es el significado de muerte, eso podría ser una figura representativa de varias cuestiones dependiendo de la cultura. ¿A ti qué te resuena más?, ¿cambio o transformación?— —Transformación—, contesté. —Bien—, dijo mientras seguía escribiendo en su computadora. —Me parece que es hora de que empieces a profundizar en ello. Te sugiero leer un libro llamado: “Los cristales con los que miras la vida”, es de un autor austríaco, en este momento no recuerdo el nombre, búscalo. Esa será tu tarea para la siguiente sesión—. Antes de irme, el doctor llevó a cabo el ejercicio de hipnosis ericksoniana que siempre realizaba al final de las conversaciones; me solía dejar tranquila, relajada, en equilibrio emocional. Al salir del consultorio, me dirigí a la librería más cercana para adquirir el libro sugerido; en cuanto pude, comencé a leer. Era la historia de un museo en un país desarrollado. El relato explicaba que ese

Memorias de la diversidad

73

museo estaba diseñado para reconocer espectros de género, a través de unos lentes de cristal con una tecnología de punta, los cuales eran entregados a los visitantes a su ingreso. El edificio del museo era grande, el interior estaba dividido en salas expositivas de diversos tamaños, cada una de ellas tenía las paredes pintadas de acuerdo con los colores del arcoíris. El sólo hecho de ingresar transmitía una sensación agradable, era como entrar a un lugar extraordinariamente pacífico. Dependiendo de las decisiones que los visitantes fueran tomando, el recorrido podía variar. Para ingresar a cada una de las coloridas exposiciones, las personas primero debían colocarse los lentes de cristal marcados específicamente por el color de la sala. Una vez dentro, los lentes revelaban diversas tonalidades del color, había salas moradas que por dentro se iban subdividiendo en morados cercanos al azul, así como otros tonos púrpuras teñidos con un poco más de rosa. En cada subtono de color se mostraban datos específicos en relación con cinco elementos descritos al inicio de cada sala: identidad, imagen, actitudes, energía y manerismo. Cada término era explicado de forma sumamente didáctica, de manera que no quedaran dudas. Además, existían diversas combinaciones de esos cinco elementos dentro de las salas, junto a imágenes de personajes de la historia que se habían autocatalogado dentro de dichas categorías, mostrando haber estado adelantados a su propia época. En las descripciones se enfatizaban las características encontradas en diversos estudios científicos relativos a cada elemento en la exhibición. Lo más impresionante en la obra era que las salas parecían estar rebosantes de información, pero si algún visitante se quitaba los lentes de cristal, solo podía ver una pared de color sólido, sin ningún dato. Únicamente a través de los lentes de cristal se lograba que la infinidad de información apareciera sobre los muros. Cada capítulo del libro tenía como nombre uno de los colores del arcoíris, así como sensaciones diferentes que los visitantes del museo habían experimentado. Un detalle que advertía el autor era que el uso de los lentes de cristal no funcionaba de una sala a otra, es decir, no era posible observar esa sala morada con los lentes que te ofrecían en la sala de color amarillo, lo mismo ocurría con la roja o la verde. El libro me resultó fascinante, tanto que no pude dejar de leerlo hasta terminar. Mientras lo hacía, un pensamiento vino a mi mente: ¿por qué razón nadie nos ha enseñado esto antes? El género es todo un espectro diverso, ¿será que mi peque sufrirá alguna transición más adelante en su vida?, ¿por eso en mi sueño muere? No puedo esperar a regresar a terapia y agradecer al doctor por haberme recomendado esta lectura; ahora sé que lo que sea que ocurra, estaré preparada. Mi mente me transportó hacia el sueño dónde no podía ver bien en diversas circunstancias, si iba conduciendo un automóvil al igual que si caminaba por calles desconocidas, había sido tan repetitivo durante muchos años, quizá esa preocupación inconsciente también desaparezca, ahora puedo mirar diferente la vida, esos lentes de cristal especializado han logrado que mi mente cambie, como instalarse una aplicación


74

Vivencias de aliades

directamente al cerebro. Me impresiona cómo un libro pudo hacer eso por mí, debo reconocer que la orientación de mi terapeuta también ha sido muy acertada. Me siento feliz espero no lo olvide en el futuro. Epílogo Que hermoso sería si estos cristales de colores super especializados que el libro narraba estuvieran a la disposición de las escuelas, las familias, en todas las instituciones sociales; tal vez no habría tantos conflictos intrafamiliares, violencias de género y aprenderíamos a respetar a todas las personas, todos los sentires, así como a vivir en armonía con nuestros entornos.

Transformatio por Alejandra Cortina 38 años Xalapa, Veracruz

Recuerdo claramente el día que llegaste a la facultad como estudiante de traslado al Campus; nos saludamos en ese pasillo mientras esperábamos para entrar a clase. Mis amigas y yo iniciamos la conversación, te veías amable, sonriente y nos contagiaste tu tranquilidad de inmediato. Solías vestirte con pantalones de mezclilla azul claro, playeras y sudaderas, los colores opacos y tenues predominaban y hacían juego con la seriedad que te caracterizaba. Un martes mientras estaba sentada en el salón con mis compañeras, noté que llegaste un poco tarde, rompiendo tu acostumbrada puntualidad. Nos saludaste como era habitual, te saludamos y… aunque no lo podíamos ver aún, el cambio había empezado. Ese día rompiste la inercia que lleva a seguir un orden prescrito y rígido. El polvo traslúcido que le daba nuevo color a tu cara era solo un indicador, lo percibí, pero no dije nada, te sentí contento y me dio gusto. A la semana siguiente, coincidimos y trabajamos en equipo, te veías sonriente, más parlanchín y contagiabas satisfacción. Entonces percibí otro detalle, en tu rostro iluminado destacaban tus ojos color miel y tus pestañas rizadas bañadas con una


76

Vivencias de aliades

capa de rímel. Te veías tan cómodo, tan feliz, me sentí contenta al compartir tu alegría, definitivamente tu proceso había empezado y ya nada te detendría. El tiempo pasó, a la mayoría de nosotros la rutina de estudiante nos concentró en las tareas propias del último semestre, el estrés de la tesis, el servicio, las prácticas. Cada quien compartía sus intereses para definir su proyecto de investigación, y tú nos sorprendiste cuando empezaste a hablar de diferencias sexo-genéricas, conceptos que solo comprendería varios años después. Ahora que lo pienso, es como cuando dicen “estaba muy adelantado para su época”, pues bien, creo que tu pensamiento y claridad iba más allá de lo que la mayoría de nosotros, incluso nuestros maestros, conocía o estaba dispuesta a aprender.

Memorias de la diversidad

Al reflejo el espejo miente por David Zapién 18 años

Yace reflejo, al espejo no veo, no hay éter en el tiento. Veo, no comprendo.

Y ocurrió la magia, rompiste el capullo de lo esperado socialmente y empezaste a volar. Tu presencia llenó de color el pasillo de la escuela una tarde cálida cuando llegaste a la facultad con una linda falda, zapatillas, una blusa de color brillante, tu melena rubia, una gran sonrisa, pues más allá de lo visible te desenvolvías con más libertad y con un nombre que te hacía más feliz.

Al habla no atiendo, palabras no entiendo, no así deseo, más el mirar no encuentra medio en el reflejo.

A partir de ese momento, muchas cosas cambiaron a tu alrededor, en algunos casos encontraste resistencias y burocratismos con tu cambio de nombre y reconocimiento de tu identidad, pero decidiste ir más allá. Tu proceso de transformación nos permitió conocerte, modificó la forma de pensar de muchos de nosotros e iniciaste un activismo que ha trascendido y aún después de tu partida de este mundo, el valor para ser tu misma sigue inspirando a muchas generaciones…

No veo reflejo en el espejo. Miramos espejo; mirada al alza con recelo, extrañeza, frustración, ira, coraje, recelo. Veo miedo, al espejo reflejo, en ti me veo y temo, volteo y veo. Veo, veo, veo. Vítreo temple sacudido, agitado, destrozado. Fragmentos cortantes, saltan violentos. Maldito espejo, maldita mentira la del reflejo No el antaño, frustrado, extraño. Avanza, trepida la mirada y regresa, el reflejo mira de vuelta. Y de sus fauces emana vil naturaleza. No comprendo,

ciego tiento, invisible visión, al tacto sin encuentro. Escucho, no siento. Recejo el tiempo. Advierto dicterio, te hiero, no así quiero. Trepida vil culpa, ceguedad y tormento. Soy sordo, mudo, ciego, hallado detrimento. Impotente sentimiento, no de estéril improperio, miro atento, veo. Veo, veo, veo. Sobre la pared, espejo, espejo. ¿Quién fuera yo? ¿Quién? Si no ¿Quién puede ver? ¿Quién? Sino tú Dicha solemnizo, el loar admiro, perdón suplico, aún en la indignidad. Suave reflejo veo, destellos, mira, mira, mira, mira cuán bello, de regocijo, veo, al fin sincero, reflejo habla al espejo.

77


Memorias de la diversidad

79

¿Niño o niña? por Diany D. 38 años Estado de México.

—¿Es niño o niña?— es la pregunta más frecuente que nos hacen a los papás cuando estamos esperando un bebé, seguida de —¿ustedes quieren niño o niña?—, la respuesta más común es —lo que sea, mientras nazca sanito y sin complicaciones—, al menos eso solía responder yo cuando me hacían esa pregunta. Hace casi 17 años mi hijo llegó a este mundo siendo una hermosa niña a la cual recibimos llenos de alegría. Vaya si fue una sorpresa pues curiosamente durante uno de los chequeos mensuales de mi embarazo, el médico nos había afirmado que tendríamos un niño; por lo tanto, desde antes de su nacimiento ya teníamos una buena dotación de ropita y accesorios en color azul, lo cual no significó problema alguno; estaba sana, hermosa y llegó a iluminar nuestras vidas. Mi relación con ella siempre fue súper estrecha, yo me sentía la mamá más cool y súper open mind, capaz de tocar cualquier tema tabú con ella sin problema, estábamos juntas siempre y para todo; por eso me fue difícil verla crecer mientras poco a poco se alejaba de mí. Se lo achaqué todo a la adolescencia, la secundaria no es un periodo fácil, pero en su caso, el cambio fue drástico y yo no estaba preparada para eso. Ella se fue encerrando cada vez más en su mundo y la excelente comunicación entre nosotras de pronto desapareció por completo, en ese momento comenzaron los cambios en su imagen. Se cortó su hermoso pelo largo, toda su ropa de colores alegres desapareció para vestirse ahora con playeras o sudaderas de color negro y del doble de su talla. Un día la encontré poniéndose vendas en el pecho para comprimirlo; me asusté, traté de hablar del tema con ella, pero solo me contestó con evasivas y me prometió no volverlo a hacer. En un principio pensé que era un problema de autoestima propio de la adolescencia y lo dejé pasar. Entonces cumplió 14 años, yo estaba super emocionada y más puesta que una chancla, pensando en los preparativos para su fiesta de 15 años, imaginándomela en un enorme vestido de princesa, cuando ella decidió bajarme de mi nube y poner mi mundo de cabeza de la manera más abrupta que me hubiera podido imaginar. Se armó de valor y mientras su papá y yo veíamos tele, interrumpió nuestra película para ponernos a ver otra cosa… No, no, no y no, repetía en mi cabeza cuando a través de un capítulo de una serie de televisión, mi hija nos confesara cómo se sentía. En ese capítulo se ve a una chica adolescente haciéndose un cambio radical de imagen para luego revelarle a su padre que ella en realidad es un hombre y le pide por favor que comience a llamarle por su nombre masculino. Al terminar la escena mi hija pausa el video; nosotros nos quedamos sin palabras y ella con lágrimas en los ojos nos dice —¿no entienden? Así soy yo—. Pasaron mil cosas por mi mente en ese momento,


80

Vivencias de aliades

pero entre mi total ignorancia sobre el tema, mi negación y mis ganas de controlar la situación, no supe cómo reaccionar, sólo le dije —¿por qué lloras, si de todos modos siempre haces lo que quieres?—. Ese fue el fin de la conversación, ella enojada se fue llorando a su recámara. Durante un buen tiempo no volvimos a hablar del tema. La noticia me impactó al grado de dejarme en shock y aunque no le regañé, ni le prohibí vestir como niño, hice caso omiso de la situación. Pero de vez en vez, yo pensaba en esa confesión e inmediatamente comenzaba a recordar momentos de su niñez tratando de buscar alguna pista, algún indicio para confirmar que su sentir era real y no solo un capricho. Y es que cuando comencé a buscar información sobre personas transgénero, me encontré con videos y testimonios en los cuales la mayoría de las personas notaban algo diferente en el comportamiento de sus hijes desde que eran pequeños. Yo no noté nada raro, para mí siempre fue mi chiquita, quien vestía de rosa, veía películas de Barbie, tomaba clases de ballet y jugaba con muñecas; por eso me fue tan difícil aceptar su necesidad de transicionar. No, no es un niño, solo está confundida, es por ver ese tipo de programas pues le llenan la cabeza de ideas raras…, eran mis pensamientos negándose a aceptar una realidad que tumbaba mis expectativas; yo solo podía sentir miedo, culpa, dolor, temor y ansiedad. Mi gran error en ese momento fue no hacer nada; en lugar de buscar ayuda decidí esperar a ver si “se le pasaba”, eso la alejó más de nosotros y su salud mental se tornó cada vez más vulnerable. Qué tarea tan difícil eso de buscar profesionales con perspectiva de género. Pasaron meses antes de encontrar a la persona adecuada. En ese entonces yo no sabía que existían asociaciones y grupos de apoyo dando asesoría y acompañamiento a familiares de personas Trans. Obviamente caí con muchos psicólogos y terapeutas quienes en lugar de ayudarme me llenaban de más dudas. —Sí, señora, es la nueva moda, ahorita tengo a varias pacientitas así, las chamacas de ahora están muy confundidas, es por eso del feminismo, se quieren sentir muy “machas”; pero en unos años conocen a un hombre que les hable bonito y hasta salen embarazadas, usted no se preocupe—, me dijo el primer terapeuta que visité. ¿En serio ese era un terapeuta? Tristemente, pronto me daría cuenta de que hay muchísimos “terapeutas” así. Hubo quien criticó y atacó mi forma de crianza, otros me ofrecían tratamientos psiquiátricos, también me dijeron que quien necesitaba la terapia era yo, por permitir ese tipo de comportamientos en un menor de edad pues el cerebro de una persona no se desarrolla hasta los 21 años y hasta esa edad ellos no pueden tomar ese tipo de “decisiones”. Otro me ofreció buscar un ginecólogo para “arreglarle” las hormonas, según él, todas esas “desviaciones sexuales” eran causadas por el consumo de productos inyectados con hormonas…Y por supuesto, no faltó quien me ofreciera una terapia de conversión.


82

Vivencias de aliades

Mi hijo lloró de felicidad cuando le dije que había encontrado a una terapeuta para ayudarnos con su transición, yo no le había dicho nada sobre mi ardua búsqueda de un especialista en el tema y al parecer había dado por hecho que yo seguía ignorando la situación. Recuerdo la primera cita con la terapeuta, íbamos hechos un manojo de nervios, su primera pregunta me golpeó: —¿por qué están aquí?—, pregunta sencilla ¿no?, pero responderla en voz alta hizo que me temblara la voz. Miré a mi hija, tenía cara de miedo y al mismo tiempo le vi llena de esperanza, entonces comencé a hablar: —ella es mi hija, tiene 15 años y nos ha dicho que no se siente cómoda con quien es, ella prefiere ser un NIÑO—. —¿Por eso están aquí?—, preguntó dirigiéndose a mi esposo y a mi hije, como esperando confirmar mis palabras, pero se quedaron callados y yo queriendo justificarme, comencé a decir —bueno, la verdad no sé cómo pasó eso, o sea, sí ha cambiado su aspecto, se cortó el pelo y tampoco se maquilla, pero siempre ha sido una niña demasiado “rosa”, nunca nos dio indicios de otra cosa, tal vez sólo es depresión—, dije apresuradamente con voz entrecortada y sin mirar a la terapeuta a los ojos. No le dije que esa confesión nos la hizo un año atrás y en lugar de tomarle en serio o buscar información decidí darle el avión. No le dije MIS verdaderos motivos para buscar ayuda entre los cuales estaban los dibujos que encontré hechos por ella misma donde se rayaba la cara y escribía frases horribles sobre su cuerpo, escritos hablando de suicidio, de culpa por sentirse así; además de un brusco descenso en su desempeño escolar y la notable ausencia repentina de varios de sus amigos. La terapeuta sólo nos miró y muy amablemente nos invitó a salir del consultorio, pidió hablar a solas con mi hija. Esperamos con impaciencia por 45 largos minutos y regresamos al consultorio donde la terapeuta nos dio una plática sobre género y sexualidad, pero la frase qué me mató fue: —La expectativa de vida de las personas transgénero en México es de sólo 35 años, en esta pequeña valoración a su HIJO, pude notar una severa depresión; además ha sufrido de varios ataques de ansiedad, todo esto derivado de una grave disforia por la que está atravesando, es importante contar con una fuerte red de apoyo para poder empezar a trabajar en su proceso de transición—. ¿Qué, qué? Momento, respira profundo y ten calma, pensaba mientras la psicóloga seguía hablando, pero yo ya no la escuchaba, mi mente estaba divagando, “¿disforia?”, “¿transición?”, ¿de qué me está hablando?, ¿35 años de vida?, ¿qué sabía yo de personas transgénero? —¿Dudas?—, preguntó la terapeuta, sacándome así de mis pensamientos. —Todas—, respondió mi esposo, —pero vamos a hacer lo necesario para que mi hija esté bien—. —HIJO—, corrigió la terapeuta.

Memorias de la diversidad

83

Después del diagnóstico de la psicóloga solo podía pensar en mi bebé suicidándose o siendo asesinado, pero obviamente esa sesión me abrió los ojos; porque a pesar de mi negación y mis miedos, era evidente que estábamos en un momento clave en la vida de mi hijo y mi prioridad era su estabilidad emocional. Por ningún motivo iba a permitir que le pasara algo malo. Si me preguntaran cómo y cuándo pasé de la rotunda negación a la aceptación, diría que fue en un evento escolar, cuando mi hija ya cursaba el tercer año de secundaria, era el mes de mayo, solo le faltaba un mes para graduarse y yo estaba emocionada por asistir al último festival del día de las madres, digo el último porque ya en la prepa no se usan esas cosas, por eso me entusiasmaba el evento. Me sorprendió que mi hija no me pidiera alguna vestimenta especial pues según ella, esta vez usarían pantalón de mezclilla y playera negra; por un lado, se me hizo raro, pero por otro, me dio tranquilidad no tener que andar como loca consiguiendo el mentado vestuario. Llegamos al auditorio, mientras los alumnos se preparaban para su participación, a las mamás nos formaron en una fila antes de entrar, otras mamis de compañeras de grupo de mi hija se acercaron a saludarme y comenzaron a platicar del vestuario. Yo me saqué de onda, ¿cuál vestuario? A mí me había dicho que usarían pantalón de mezclilla, al ver llegar a varias niñas vestidas con faldas de colores me alarmé, yo no compré ninguna falda para mi hija. Me sentí muy mal, creí que me lo había ocultado para evitarme el gasto y la “molestia” por conseguirlo, pues en ese momento yo estaba con un embarazo de ocho meses de alto riesgo y apenas podía moverme. Enseguida le mandé un mensaje a su celular, —¿qué onda con el vestuario, por qué no me avisaste?—, pregunté, me respondió —no te preocupes, a mí no me toca bailar con falda—. Una vez dentro del auditorio me relajé, supuse que de algún modo se las había arreglado para conseguir el vestuario sin mi ayuda. Por fin le tocó el turno al grupo de mi hija, eran 17 chiques en total. Emocionada por verla, comencé a buscarla entre los participantes que entraban rápidamente al escenario, no lograba encontrarle, no está, decidió no participar porque no consiguió la falda, pensé. Comenzaron a bailar y yo me ponía cada vez más nerviosa al no verle por ningún lado; fue en uno de esos giros de la coreografía donde cambian lugares cuando la encontré, estaba justo frente a mí usando el vestuario asignado a los hombres, pantalón de mezclilla y playera negra, tomaba la mano de una de sus compañeras haciendo los pasos de pareja. Entonces lo entendí todo, mi corazón comenzó a latir con fuerza, traté, pero no logré contener mis lágrimas. Fue ahí, en un festival escolar de día de las madres, donde pude ver que la transición de mi hije no era una etapa o una moda como yo me aferraba a creer, era real, tan


84

Vivencias de aliades

real que ya había comenzado socialmente en su entorno escolar y yo ni siquiera me lo había imaginado. Terminó el baile, a lo lejos vi como mi hije se acercaba corriendo hacia mí, pude notar como varias personas se le quedaban viendo, unos con curiosidad, otros con morbo. Puse mis manos en mi enorme barriga: —vamos tenemos que apoyar a tu HERMANO—, dije dirigiéndome al bebé en mi vientre y aún con el corazón apachurrado encontré la fuerza para armarme de valor, rápidamente limpié mis lágrimas, me preparé para recibirle con una enorme sonrisa, le abracé con fuerza, —¡Qué bien lo hiciste! y te ves muy GUAPO—, le dije mientras le alborotaba el pelo con mis manos, su cara de felicidad le dio paz a mi corazón. Salimos del lugar tomados de la mano.

Memorias de la diversidad

85

Alba esencia por Gabriel Pérez Salazar 52 años Coahuila de Zaragoza.

No podría decir que caigo, porque de ninguna manera mi cuerpo ha cambiado un ápice su posición original. No, no es la madriguera de un apresurado e iracundo conejo blanco. Aun así, mis oídos dejan súbitamente de recibir el constante murmullo del entorno, en una especie de zumbido que culmina en la ausencia total de ecos y de posibilidad de movimiento, para llegar a un sitio donde todo está en silencio.

Ese evento me hizo reaccionar. No debió serle fácil, pues, aunque contaba con el apoyo de algunos pocos compañeros y profesores, la mayoría no lo entendía, aun así, esa personita que yo tenía grabada en mi cabeza como una niña super tímida y timorata, me acababa de dar una enorme lección de valentía y fortaleza al enfrentarse a un auditorio lleno de adultos, muchos de los cuales le conocían desde pequeño.

Un color blanco lo cubre todo con gentileza, sin lastimar la vista, como un lienzo en el que aún todo es posible. ¿Estaré soñando? De alguna forma, es como si ante mí se desplegara una especie de escenario, por lo que procuro poner atención. Desde la izquierda, aparece clara y prudentemente un círculo de color azul de tamaño regular. Se mueve hacia la derecha, como si buscase algo. Aventuro que quizás es a sí mismo. Pienso en cuántas veces me he sentido así, sin haberlo conseguido aún. ¿Es acaso posible?

Sé que el recorrido es largo y apenas empieza, y es él, solo él quien debe decidir cómo recorrerlo. Nosotros, su familia, vamos a estar siempre a su lado apoyándolo, acompañándolo amorosamente en cada paso del camino. Sé que nuestra misión como aliades es escucharles, comprender sus necesidades, aprender, hacer comunidad y luchar para hacerles el camino un poquito menos pesado.

Poco a poco, en el fondo, de manera muy tenue, van apareciendo otros círculos, algunos de color azul y otros de color rosa, de tamaños similares al primero. Luego percibo otros de colores y formas que aún no alcanzo a distinguir del todo. Conforme nuestro círculo azul se va acercando a los demás, los que le rodean se vuelven más claros y definidos. Cuando se aleja de ellos, se vuelven a desvanecer.

Es chistoso que hoy en día hay gente “curiosa” y a pesar de conocernos de mucho tiempo, me ha hecho la misma pregunta que hace 17 años, ¿es niño o niña?, —es feliz—, les respondo con una sonrisa al ver su cara de incomprensión mientras tratan de procesar la información.

El círculo azul empieza acercarse de manera más insistente a uno de color rosa en particular, que no le responde con indiferencia. Primero, se aproxima con cierta timidez, luego, con mayor decisión. El color del fondo empieza a cambiar poco a poco de blanco a rojo en torno a ellos. Un corazón se dibuja y rodea estos dos círculos. Su color se vuelve más brillante mientras parecen fundirse en uno solo. Lo que antes era tangente, es ahora complementaria intersección. De pronto, una luz muy brillante lo ilumina todo durante un breve instante, antes de que pueda volver a ver los dos círculos dentro del corazón rojo. Descubro que en medio de ellos ahora hay un pequeño círculo de color blanco. De ambos círculos brota un torrente de tiernos y amorosos corazones de color rosa que se dirigen hacia el pequeño, que empieza a adquirir un muy sutil tono rosado. Por alguna razón que en ese momento no acabo de identificar, parece que no acaba de sentarle del todo bien. Empieza a asaltarme una vaga inquietud. Es curioso cómo transcurre el tiempo cuando estamos en otros planos, cuando el universo que se desarrolla ante nuestros ojos parece atender solo a lo fundamental. Acá, lo que en otras circunstancias nos tomaría años, sucede apenas en lo que para


Memorias de la diversidad

87

mí son unos cuantos minutos. La siguiente escena intensifica esa incipiente incomodidad de hace un momento. Nuestro pequeño círculo, que ya no lo es tanto y que brilla de tal manera que es imposible no amarlo, sale de la seguridad del corazón rojo, para internarse en un gran e intimidante cubo negro. Otros pequeños círculos se le unen, todos al principio llenos de luz y mostrando sus tenues tonos, a veces azul, a veces rosa y en algunos otros, con distintos colores. Hay en esta caja oscura muchas otras figuras de mucho mayor tamaño: triángulos, rombos, otros círculos y también algunos cuadrados, con vértices tan angulosos como el cubo que los encierra. Estos últimos apenas brillan. Se mueven lentamente y parecieran irradiar diversos tonos de frío gris a su alrededor. Inicialmente, esta nueva comunidad geométrica parece llenar de entusiasmo a nuestro querido círculo. Durante un breve periodo, tiene la enorme fortuna de compartir cercanía con un gran rombo iridiscente, en torno al cual los pequeños se congregan. Intercambian colores, y vibran llenos de vida, al menos mientras las figuras de gris se mantienen alejadas. El rosa y el azul, tan firmemente establecidos en los círculos mayores, en estos pequeños en realidad todavía no hace una gran diferencia. Al cabo de un tiempo el rombo se disuelve y desaparece hasta ser olvidado. No estar en los pensamientos de los demás, es la más absoluta de las muertes. Dejamos de existir solo hasta que nadie más nos recuerda. Se repiten ciclos de luz y de sombra, de brillo y de oscuridad. El tiempo sigue transcurriendo. Los pequeños círculos todos, incluido nuestro aún no del todo definido rosa, cambian poco a poco, crecen, se expanden y comienzan a explorar cada vez más lejos. Algunos, mantienen pequeños grupos, otros, lo hacen solos. Mientras esto sucede, con creciente tristeza, noto cómo las figuras grises se mueven en patrones trazados por otros. Todas sus acciones transcurren dentro de los límites de lo que la gran caja negra dicta, aun cuando estén fuera de ella, como si la llevaran siempre en su interior. Entiendo entonces que su luz les fue arrebatada hace mucho tiempo, tanto que ya no la recuerdan, tanto que su voluntad es ajena. Lloro por quienes alguna vez fueron. Pero lloro aún más cuando su fría ausencia de brillo les hace cometer actos terribles. Sin ser del todo conscientes de ello, siguiendo la inercia de generaciones de siervos de la caja negra, desde el temor a lo distinto, imponen rosas y azules a su alrededor, de manera implacable. Para nuestro ahora ya nada pequeño círculo rosa, esto es especialmente doloroso. Su esencia, su ser fundamental no radica en estos rasgos que le son impuestos. Su brillo y su luz son mucho más que aquello que desde la gran caja oscura se le asigna.


88

Vivencias de aliades

Durante un corto tiempo, encuentra a otro círculo rosa con quien sincroniza la luz que de sí emana. Como en el pasado, de manera similar a aquellos círculos de los cuales surgió a la existencia, el rojo les envuelve e ilumina todo. Observo entonces cómo la inmensa oscuridad de la caja logra colarse subrepticiamente entre unas diminutas grietas en el centro de su pareja, poco a poco, hasta que el miedo lo acaba todo. Son momentos muy difíciles de contemplar. Transcurren nuevos ciclos, llegan otras figuras de todos colores y formas. Y con ellas, nuestro círculo descubre nuevas maneras de entenderse a sí mismo, de proyectarse ante los demás. Cada nueva relación contribuye a su ser, a veces dejando huellas de luz, en otras ocasiones, de sombra; casi siempre, un poco de ambas. Cada nueva impronta se funde en sí y su esencia va acomodando estas trazas donde les corresponde, de manera única. Esa es su irrepetibilidad, la fuente impar de su brillo que es distinta a las luces que emanan de las otras figuras. En un momento de inspiración, a través de unos finísimos filamentos de luz muy blanca que por primera vez noto que lo unen todo, nuestro círculo encuentra en un nuevo espacio lleno de otras figuras cuyas luces oscilan de manera similar. Son frecuencias que se corresponden, vibraciones de claridad mutuamente nutritivas y enriquecedoras. En medio de esta epifanía surgida de la otredad en empatía, cada figura se reconoce y se empieza a encontrar a sí misma en los demás. El vacilante tono de rosa de nuestro círculo, ya no lo es más. Vuelve a ser blanco, como al principio, cuando le vimos por vez primera. Volteó a ver al resto de las figuras en este lugar y veo que a todas les está sucediendo lo mismo. Es lo que verdaderamente son. Es la nueva base de su ser en los demás. Un brillo indescriptible lo llena todo desde este sitio, que deviene en epicentro. En segundos, la luz crece y se desborda. Lo cubre todo nuevamente, y la vieja caja negra ya no lo es más. Por primera vez puedo verme a mí mismo y me descubro unido a ese Todo a través de los mismos filamentos de luz. Soy también de color blanco, alba mi esencia es.

Memorias de la diversidad

89

Ahora eres por Hilda S.G. Tijuana, Baja California.

Te veo crecer con certezas, eres una nueva y enorme personalidad que se rebela ante todos con poderosos destellos. Celebro agradecida haber logrado vida para contemplar mi anhelo de verte realizado, pleno y feliz. Ahora eres, atrás quedó el ser tímido y retraído, temeroso y triste, ya no más. Valoro como una bendición la responsabilidad que el universo me confió, fui elegida para acompañar tu vida y yo elijo amarte más allá del fin de la mía. Me enorgullece enormemente el hombre en que te estás convirtiendo, uno que colma las esperanzas de los egos humanos. Cuando digo tu nombre, siento la energía divina convertirse en melodía inspirada en tu esencia. Mi vida brilla por ti, eres mi mejor obsequio, ahora eres mi hijo.

En el taller por Hilda S.G. Tijuana, Baja California.

La incertidumbre me invadía igual que el interés, llegué armada del amor a mi hijo para entrar en el mundo de otros, donde las miradas eran diferentes y la información escasa; pero estaba dispuesta a aprender a transitarlo. No quise invitar al miedo, porque cuando me acompaña no me deja dar un paso y se trataba de caminar ligero, con la mente y los ojos muy abiertos. La primera parte del espacio por recorrer no era del todo desconocido, se trataba de mis emociones, con las que había jugado, trabajado y compartido durante varios años a través del Teatro. Sin embargo, en el humano siempre puedes encontrar sitios oscuros e inexplorados que requieren atención para seguir. Los testimonios que empecé a escuchar sobre el proceso de la transición de género, se presentaron siempre como algo muy complejo y solitario, no solo en quienes lo encarnan sino también en quienes acompañan, comentaban que era como pasar por las etapas de un duelo. Por ello, me preguntaba qué estaba mal en mí, yo no sentía todo aquello que explicaban; me dijeron que tal vez era la resiliencia, cosa que a mi edad —que dicen es la tercera— tiene sentido, las pérdidas son cosa natural por el tiempo transcurrido principalmente y en la vida siempre hay que estarse levantando.


Memorias de la diversidad

91

Yo no siento que perdí algo, más bien que gané. Mi hija tiene por siempre su sitio en mi corazón y memoria, el hijo que ahora tengo es genéticamente idéntico, aunque en la expresión de sus genes son diferentes entre sí. Lo que sigue siendo igual es el amor que deposité en el mismo óvulo y que germina con esplendor en él. Recorrer luego los conceptos y subjetividades como “identidad” y “género”, resultaba a veces un tanto sofocante, demandaba una reflexión y análisis sosegado, además de ensanchar los parámetros de la “normalidad” para percibirse ileso; porque las oscuras sombras del prejuicio y el estereotipo están siempre al acecho y al parecer les gusta actuar en pandilla; descubrí que mucho les ayudan las costumbres y tradiciones, las creencias religiosas, los medios de comunicación y hasta la escuela misma. De su trabajo en conjunto resultaba una inquietante y resbaladiza estructura que era difícil traspasar, había que apelar a la consciencia, asirte con fuerza a la comprensión y deslizarse suave con el respeto para avanzar airoso. En esta parte del camino, el costal que arrastraba con ignorancia y desinformación sobre estas realidades comenzó a hacerse menos pesado y respiré con alivio. En un espacioso vehículo hicimos el último tramo, era tan pulcro que recelaba ensuciarlo con tan solo la palabra, la tarea que demandaba era compartir con especiales instrumentos todo lo encontrado en la travesía. Con esfuerzo logré describir al fin lo que a mi vista se dibujaba: era un espacio muy abierto, luminoso y lleno de color, ahí estaba esparcida la riqueza de la especie humana, eran muchos, diferentes todos y sin embargo iguales, solo personas, reconociéndose, acompañándose y viviendo en paz.


92

Vivencias de aliades

+ Q I T T T B G L La gama de los colores y la música de las esferas L G B T T T I Q + por Hugo M.C.P.

Un día en mi vida de los que llaman de vacaciones, decidí hacer un viaje a niveles que son superiores a mi pequeño entorno mundano; quise investigar en esa travesía los diferentes valores y puntos de vista más allá de lo que me enseñaron mis padres acerca de las cualidades de los seres humanos. Para ello, me propuse corroborar lo que dice una leyenda antigua sobre seres especiales de cualidades desconocidas, habitantes de un punto no tan lejano del espacio. Viajé apaciblemente a gran velocidad en la inmensa bóveda celeste, en dirección a la nebulosa del Cisne e iba acompañado del majestuoso ritmo de la sexta sinfonía de Beethoven (la pastoral). En la ruta de mi viaje escogí la zona intermedia entre Mercurio y Plutón; es una región de cientos de planetoides o asteroides agrupados, una amplia zona espacial en forma de dona aplanada que está circunnavegando al Sol, igual que los ocho planetas conocidos con sus respectivas lunas. La leyenda afirma que en esos asteroides existen seres especiales, aunque los astrónomos y científicos actuales no se interesan en corroborarlo. Según esta historia, el origen de estos planetoides surgió de una magna colisión entre un gran cometa de las proporciones de nuestra Luna, que invadió la trayectoria de un planeta sin nombre ubicado entre Marte y Júpiter, generando así la dispersión de innumerables fragmentos que la atracción y repulsión de los planetas vecinos mantuvo en la trayectoria. Según el relato los habitantes del planeta sin nombre no desaparecieron en su totalidad, y actualmente siguen su desarrollo, interacción y comunicación. Dentro de mis expectativas para este recorrido fantástico estaba mi deseo por encontrar la correspondencia o disonancia de las auras que emanan estos fascinantes seres citados por la leyenda. Según la narración, debido a la turbulencia provocada por el gran impacto, las partículas ionizadas y la velocidad exterior a la del eje de rotación del planeta, se produjeron efectos distintos en los sobrevivientes, se modificaron sus partículas por la carga electromagnética de la estela del cometa y, en consecuencia, se generó una variedad de comportamientos


94

Vivencias de aliades

convergentes y divergentes en la parte emocional y espiritual de estos seres. También desarrollaron el poder de percibir las frecuencias siderales sonoras, tales como las teorías que expone la física cuántica y que los antiguos griegos llamaban ‘la música de las esferas’, refiriéndose al majestuoso sonido de las rotaciones astrales, producida en un ritmo sinfónico emitido por la velocidad y dimensión de todos los planetas, sus lunas y el director artístico… El Sol.

Memorias de la diversidad

95

Cuando mi hija perdió el año escolar por Salix Sao 46 años Xochimilco, Ciudad de México.

El final de la leyenda relata sobre una intensa luminosidad parecida a una aurora boreal combinada con un crepúsculo tropical, un fenómeno que resultó de la combinación de los minerales del cometa, más la fotosíntesis producida por el agua del planeta colisionado, lo que ocasionó que, por medio de la alimentación, los sobrevivientes adquirieran potencialidades únicas.

Daria, mi hija, es muy buena en Matemáticas; sin embargo, precisamente por esa materia tuvo que recursar el año escolar completo.

Pude aterrizar en varios asteroides, y me fue suficiente para descubrir la diversidad de seres, me sorprendió que no son como los muestran las películas de ficción, sino que son tan humanos como mi tía o mi vecino y es muy fácil convivir con ellos; descubrí las mismas cualidades y defectos, sienten, anhelan, socializan, ríen y lloran como nosotros, se preparan en cuerpo, mente y alma, y su presencia puede ser elegante y sofisticada, casual o informal.

Todo comenzó cuando pudo contarme sobre quien realmente es: fue un momento de angustia para ella, supongo que por temor al rechazo y a otras posibles consecuencias. Aun así, una noche se armó de valor y con lágrimas en los ojos me dijo: “mamá, soy una mujer, me siento una mujer”, aun cuando nació varón.

A pesar de que fue mi primer viaje a su entorno, noté algunas particularidades y para mi comodidad encontré que se autonombran por grupos. Uno se llamaba Caléndulas, son amigables y emotivas entre sí; otro grupo era Narcisos, que son más reservados y a veces algo atrevidos; otro se llamaba los Mangos, los noté más versátiles y empáticos; el grupo de los Violetas son artísticos y destacan fácilmente; había otro llamado Manzanas, pues esta variedad de fruta puede ser guinda, verde o Golden; a otro grupo más le decían Coralillo, a estos los noté astutos y cautelosos. Existen dos grupos más que me costó trabajo comprender, los llamados Amapola y Lirios, de estos seres solo noté que pueden usar camuflaje de acuerdo con su actividad y por ello no son fáciles de identificar. Realmente es una gama extensa de seres que viven y saben interactuar de forma civilizada, tal vez mejor que nosotros que nos consideramos una raza superior y nos autonombramos ‘normales’. Mi viaje fue relativamente breve y me dejó interesado en conocerles mejor; me gustaría que muchas personas pudieran realizar esta aventura de la que trata la antigua leyenda, en la que se retrata a unos seres especiales que habitan entre Marte y el gran Júpiter. La experiencia logró enriquecerme, me permitió conocerme un poco más y entender que hay seres diferentes a mí pero que en realidad son muy cercanos, por lo que no tengo que viajar a distancias fuera de mi planeta… Todo es según el color del cristal con el que se mira

Lo cierto es que Matemáticas es el punto más alto de la parábola. Tuve que hacer una pausa y revisar toda el área bajo la curva, pedacito por pedacito.

El asunto fue que, si bien se quitó un gran peso de encima, la transición ha sido un sistema complejo. Iniciamos con terapia para ella y talleres de educación sexual para mí, pero, ella tuvo que suspender sus sesiones, porque su sicóloga falleció. Pasamos unos meses buscando nuevo acompañamiento, seguro y confiable. Costó trabajo encontrarlo, mientras que en su cabeza había estallado una revolución. Mientras esto sucedía, se atrevió a contar sobre su transición a su padre y hermano. Para su sorpresa le fue mucho mejor de lo que esperaba, pero, unos cuantos días después de recibir la noticia, su papá, así de la nada, le hizo saber que no estaría dispuesto a dar su autorización para un tratamiento hormonal; algo que nosotras habíamos platicado, pero el papá lo vetó antes de poder hablarlo. Obviamente, esta variable altera la ecuación y el ánimo de mi niña decayó. Buscamos una solución alterna y recordamos entonces que no tendría 16 años por siempre, y cuando su línea temporal llegue a los 18, podrá iniciar el tratamiento sin necesidad de autorización alguna. Como todo, la respuesta es cuestión de paciencia. En esas estábamos cuando por fin hallamos el acompañamiento adecuado, en un maravilloso grupo de apoyo de nombre ‘Transfamilias’. Ahí encontramos a otras personas trans y sus familiares, que al compartir su experiencia, hacen parecer menos compleja esta vivencia. Por otro lado, el año escolar se estaba perdiendo. Marianita, la niña más aplicada de su clase, ya me había advertido: “no presta atención y la escuela no le interesa”,


Memorias de la diversidad

97

refiriéndose a mi hija. Por cierto, le habíamos pedido unos apuntes que nunca nos prestó, solo me regañó por ser una madre sumamente descuidada, ya que sus papás estaban muy al pendiente de su rendimiento escolar, no como yo. En fin, la advertencia resultó cierta, sólo que resolvíamos un sistema de ecuaciones y teníamos que hacerlo paso a paso, una ecuación a la vez. Teníamos que despejar, quitar todos los números que acompañan a la incógnita, pero, el problema se había vuelto aún más complejo, porque sólo había pasado una materia de 10. En las dos oportunidades que tuvo de recuperar el año escolar, pasó algunas materias, pero no las suficientes para acreditarlo, por supuesto, Matemáticas no la acreditó, por lo que perdió un año escolar. En este punto de inflexión fue donde comencé la pausa, dibujé el plano cartesiano en mí cabeza, y desmenucé la línea que nos llevó a esta coordenada. La ecuación aún no está resuelta, pero comprendí que en este momento de su vida la prioridad es su transición. Marianita tenía razón en algo: para Daria la escuela no tiene trascendencia en este preciso momento de su vida, pero se equivocó en algo: un signo. Me puso “menos” como madre; sólo despejó mal, fuera de contexto, pero no se dio cuenta, no es su culpa, estaba fuera de contexto. Es cierto, algunas veces para ganar hay que perder, sólo que sería muy bueno tomarse el tiempo para decidir cuál es la variable principal. Daria perdió el año, pero obtuvo la libertad de ser ella misma, sin equivalencias o sustituciones. Lo más trascendente es que perdió matemáticas, pero ganó su vida.


98

Vivencias de aliades

Michelle es un niño trans; el camino para convertirme en su aliada por Tania Itzel Vargas Romero (Madre Rebelde) 39 años Ciudad de México.

PARTE 1. Entender mis emociones Ira ¿Por qué a mi? ¿Cómo no me di cuenta? Fueron las preguntas que me hacía mientras lloraba acostada en mi cama, luego de que Michelle viniera a confesarme que era un niño y que quería quitarse los senos. Yo estaba muy enojada... lloraba de coraje, pero no lograba entender cuál era la razón, porque la ira que sentía no era en contra de Michelle. No lograba comprender por qué mi hija quería ser un niño en vez de una niña, aunque en realidad, que fuera una persona LGBT no era un conflicto para mí. Al final, Michelle siempre había sido un tanto andrógina y la verdad es que me gustaba que no tuviera que definirse por ningún género. Yo nunca se lo había pedido ni inculcado. No era eso. Mi conflicto iba un poco más dirigido a mis malas experiencias con todos los hombres de mi vida. No podía creer que yo no me había dado cuenta de lo que sucedía con Michelle y, por otra parte, me costaba trabajo visualizar a mi mejor amiga, la mujer de la que me sentía orgullosa, a la que yo le estaba enseñando a luchar contra el machismo, de repente convertida en un hombre. Entonces, empecé a hacer un recuento de la infancia de mi hija. Mientras fue pequeña habíamos vivido en un contexto de violencia intrafamiliar. Yo estaba más concentrada en mantenernos vivas y en resolverle sus necesidades básicas que en enterarme de lo que pensaba o sentía. Michelle comía, tenía ropa, casa, todo aquello que necesitara para la escuela, sus útiles —los que adornaba con figuras de Spider-Man—. A pesar de todo, mi hija iba bien en sus clases y tenía algunos amiguitos con los que, si me pongo recordar, sí,


100

Vivencias de aliades

jugaba a ‘cosas de niño’. Mi hija podría ser un poco machorra, como decían las mamás de algunos de sus compañeritos con las que yo me relacionaba; no obstante, me decían que era una niña muy bonita y aunque yo no la vestía como princesita de cuento, pues sí me esmeraba en que se viera coqueta. Me encantaba que tuviera su cabello largo y trataba de peinarla como había hecho mi mamá conmigo, pero desde muy pequeña ella encontró la excusa perfecta para deshacerse de su pelo: lo donó para que con él se hiciera una peluca para una niña con cáncer. Michelle era una machorra que prefería jugar con los niños y conforme fue creciendo me hice a la idea de que posiblemente sería lesbiana y pensé que en algún momento, cuando se sintiera atraída por alguna chica, sería el tiempo de explicarle acerca de las orientaciones sexuales; sin embargo, jamás me pasó por la cabeza que Michelle podría ser un niño trans. A mis 19 años quedé embarazada de un verdadero patán. Parece mentira que viviera toda la vida padeciendo el machismo de mi padre y haya terminado enamorada y embarazada de un macho igual o peor. Pero así sucedió y mientras veía crecer mi vientre y no terminaba de creer que en un par de meses me convertiría en madre de una niña, lo único que deseaba con todas mis fuerzas es que mi hija se convirtiera en una persona fuerte y valiente capaz de enfrentarse a todo lo que la vida le pusiera delante. Por eso pensé en llamarla Michelle. No quería que le llamaran con diminutivos, quería que su nombre sonara rudo e imponente como ella debía de ser. De verdad que Michelle necesitaba poseer esa fuerza para enfrentar lo que vivimos en esa casa, porque a veces tuvo que ser fuerte por mí, por su hermano menor y por ella misma. Al recapitular todo esto, entendí la razón de mi enojo. Yo no estaba molesta con Michelle, estaba odiándome a mí misma, porque estuve tantos años funcionando en piloto automático, que obviamente no me di cuenta de lo que pasaba con él.

Memorias de la diversidad

101

siquiera una persona tan ‘open mind’, como yo me consideraba, tiene información ni referentes al respecto. Conocía a muchas personas gays, lesbianas, travestis, pero a ninguna persona trans. Si yo no tenía referentes en mi vida, Michelle mucho menos. Y no me imagino lo difícil que debe de ser el tratar de entender, a una corta edad, lo que ocurre contigo cuando ni siquiera sabes que existe la posibilidad de ser una persona trans. No podía imaginar la angustia o el miedo o el dolor por el que mi hijo habría tenido que pasar durante ese proceso de entender lo que le ocurría. Michelle nunca me dijo que sentía que era un niño y quise echarle la culpa de eso en algún momento, pues tal vez si me lo hubiera dicho yo habría encontrado la forma de ayudarlo. Yo, seguramente, habría investigado, me habría enfrentado a su padre y habría hecho lo que fuera necesario, pero nunca lo dijo. Me sentía muy triste por todo lo que me imaginaba que habría sufrido mi hijo, por lo solo que pudo haberse sentido y, además, me sentía muy culpable por no haberme dado cuenta de nada y porque, finalmente, todo esto era resultado de lo pésima que era yo siendo mamá. Empatía Las violencias que los tres vivimos en esa casa fueron muchas, pero, a pesar de eso, para un niño su papá es una persona especial y sus opiniones son determinantes. Lo sé porque yo viví una situación similar y, aunque parezca una prueba superada, las palabras de mi padre, ya fallecido, me siguen limitando a mis 39 años. Es muy difícil deshacerse del miedo y de la inseguridad que el machismo puede generar en un niño. No solo las mujeres somos víctimas de los machos, también o en mucho mayor medida lo son los niños y mis hijos no se salvaron de formar parte de esa estadística. Michelle sí dijo que era un niño, pero, por desgracia, no me lo confesó a mí, sino al ‘monstruo herido’, como llamo a su padre, porque supongo que todas las heridas que ese hombre sufrió en la infancia lo convirtieron en un monstruo.

Tristeza y culpa Tal vez no estamos acostumbrados a poner mucha atención a lo que sienten y piensan nuestros hijos y mucho menos cuando son tan pequeños. Yo me jactaba de hablarles siempre sin tapujos, de nombrar siempre cada cosa por su nombre sin maquillarles nada, ni siquiera por su edad.

Mi experiencia como víctima de un macho me enseñó que cuando uno sufre violencia de manera sistemática, muchas veces sucede que, como mecanismo de defensa, tu cerebro recurre a olvidar cosas o simplemente se fuga en ciertos momentos. El dolor se vuelve tan insoportable que uno simplemente elige no pensar, ni recordar, ni guardar nada de esa basura en la cabeza. Michelle y yo no podríamos haber seguido siendo las personas felices que esperaban a que el monstruo herido se fuera para volver a sonreír y jugar, cantar y brincar en las camas, si no hubiéramos recurrido a la fuga.

Pero quizás como el tema de la transexualidad es un tabú muy fuerte en este país, ni

Lamentablemente, no podíamos evitar al monstruo, como tampoco pude evitar

¿Cómo no me di cuenta?, ¿todavía me atreví a preguntar?


102

Vivencias de aliades

dejar a mis niños solos con él en algunas ocasiones. Una de esas veces sucedió: Michelle se atrevió a confesarle que creía que era un niño. Y el macho reaccionó como se esperaría que reaccione un macho. Lo humilló. Comenzó a golpear a Michelle hasta hacerlo llorar y le dijo: “si fueras hombre no estarías llorando, porque los niños juegan así y no lloran”. Imbécil, pensé mientras Michelle relataba su historia. Tuvieron que pasar más de diez años y una terapia psicológica para que mi hijo recordara ese momento y me lo confesara. Y, tal vez, tenga que pasar una vida entera para que yo logre perdonarme por haber elegido a ese hombre como mi pareja y como padre de mis hijos. Sin embargo, en el proceso de acompañar a mi niño trans, entendí que perdonarme también era parte del proceso que estaba iniciando para convertirme en la mejor aliada de Michelle y en su mejor amiga. Resiliencia Enfrentar y resistir todo lo que implicaba divorciarme del monstruo herido no fue fácil: denuncias en el MP de Coacalco que nunca fueron atendidas, humillaciones por parte de policías municipales ignorantes, machos, asquerosos, faltos de cualquier noción de perspectiva de género; abogados corruptos, discriminación y el hecho de tener que regresar a la casa de mi padre solo fue posible gracias al apoyo de Michelle. Después de firmar el divorcio, mis hijos y yo tuvimos el valor de dejar también a mi padre y mudarnos a la CDMX. Luego asistimos a terapia de familia. La psicóloga platicó con nosotros un par de veces y nos dio de alta por resiliencia. Una vez dados de alta e instalados en casa de mi abuela, les expliqué a mis hijos que la verdad es que uno suele cargar con las cicatrices que nos dejan los monstruos heridos a los que debemos enfrentar a lo largo de la vida; no obstante, es nuestra responsabilidad elegir ser felices. En el fondo de mi corazón sigo peleando con las palabras de mi papá. Sigo cada día tratando de sacar de mi cabeza su afirmación de que yo era una tonta, una inútil y una prostituta. Cada vez que cometo un error, todavía me ataco a mí misma como si fuera él. He tomado su lugar en mi vida y lo suplanto e imito en mi propia cabeza, pero igualmente no paro de luchar contra ello hasta que llegue el día que me haya desintoxicado de todo eso y pueda reconocerme como lo que en realidad soy. Sé que Michelle pasará por lo mismo y me siento tan culpable por eso, pero no queda otra opción más que la de ser fuertes, porque el mundo es una jungla que debemos enfrentar y yo quiero que mis hijos lo hagan con valor, con amor y con la seguridad, el asombro y la curiosidad de quien sabe que vale la pena vivir esta vida por un millón de cosas maravillosas que aún les falta descubrir.

Memorias de la diversidad

103

El dolor pasa y las cosas horribles que nos hacen nuestros padres también caducan en algún momento de la vida y ya no los podemos usar más para excusarnos. Así que es mejor vivir con la esperanza de que cuando la tormenta pasa, el cielo puede sorprendernos con un hermoso arcoíris. Estoy segura de que al final del camino, Michelle y yo encontraremos el perdón y la paz que nos hace falta. PARTE 2. Amor y odio por la comunidad LGBT En 2016 mis hijos y yo asistimos a nuestra primera marcha LGBT. Los dos iban disfrazados y se dedicaron a tomar fotos que más tarde publicaron en un sitio de internet. La experiencia fue maravillosa para los dos, porque pudieron darse cuenta de que la gente LGBT no eran solo mis tres queridos amigos, sino un río de seres humanos que se desbordaba en Paseo de la Reforma. En ese momento creo que Michelle entendió que era libre de expresar quien era, de decirlo, vivirlo, sentirlo y disfrutarlo con las personas que ama y que lo aman; sin embargo, tras esa marcha mis hijos también tuvieron su primer contacto con la violencia en contra de la comunidad LGBT, de la que ya formábamos parte. Mi hijo menor regresó de la escuela muy emocionado el día que iban a publicar sus fotografías, pero lo que encontramos en la publicación de Facebook le causó mucho miedo a Michelle. El título del texto era: ‘Así vivió la marcha LGBT un niño de 11 años’, y en la portada estaba mi hijo menor con unas orejitas de Pikachu que había usado el día de la marcha. Los comentarios de la publicación eran en su mayoría de personas homófobas que criticaban su apariencia y aseguraban que era ‘puto’. Michelle impidió que su hermano viera los comentarios y me dijo que tenía mucho miedo, porque existen personas que odian a las personas LGBT y que incluso las asesinan. Yo me senté con ellos y decidí leer los comentarios. Leímos cada uno de los mensajes de odio que había en esa publicación. Era ridícula la manera en la que unos perfectos desconocidos agredían a mi hijo. Incluso, me ofendían a mí, pues aseguraban que por mi culpa mi hijo menor también se había vuelto gay, aunque él ni siquiera se ha identificado aún con alguna orientación o identidad sexual (esta afirmación de que mis hijos se podían volver gays porque yo me relaciono con personas de la comunidad me la han hecho muchos conocidos, amigos y familiares). En dicha publicación hubo quienes preguntaban dónde estaba el padre que permitía que una irresponsable como yo llevara a sus hijos a convivir con maricones, pues por juntarlo con personas gays mi hijo se había vuelto puto. Cuando terminé de leer los comentarios les expliqué a mis hijos que, lamentablemente, en el mundo existían personas ignorantes que no entendían nada acerca de las diferentes identidades y orientaciones sexuales, pero que también existían personas que solo por maldad elegían lastimar a los demás y que a lo largo de la vida se iban a topar con estos dos


104

Vivencias de aliades

tipos de personas. Y, por supuesto, les insistí en que la homosexualidad no es una enfermedad que se contagie, a lo que ambos respondieron: “eso ya lo sabemos, mamá”. Además, mi hijo menor me dijo que él no se sentía ofendido porque le llamaran ‘puto’ o gay. Nos dijo a Michelle y a mí que ser gay no era nada malo y tampoco era una grosería para él. Esto me dejó claras tres cosas: la primera, que las nuevas generaciones tienen una perspectiva distinta acerca de la comunidad LGBT; esto definitivamente es un logro para la sociedad en su conjunto. La segunda fue una revelación para mí, porque siento que las palabras de mi hijo menor me hicieron reconciliarme finalmente con los hombres. Me di cuenta de que no todos eran como mi papá o mi exmarido, sino que existían muchas maneras de vivir la masculinidad y supe que estaba educando a dos jóvenes que saben respetar a todas las personas y que jamás pondrían en peligro una vida por causa de la violencia. Entonces sentí que también comencé a reconciliarme con mi faceta de madre. Por último, me di cuenta de que ahora era mi turno de ser valiente y respaldar a Michelle así como él me había respaldado por tantos años aun siendo un niño pequeño. Ahora yo le iba a dar a mi hijo las herramientas necesarias para que pudiera enfrentar todo lo que viniera cuando le contara a los demás que era parte de la comunidad LGBT. Durante una llamada telefónica, Michelle decidió confesarle a su papá que era una persona gay. Una vez más el monstruo reaccionó mal y le contestó que estaba muy decepcionado de “ella”. Michelle solo colgó el teléfono y no volvió a hablar jamás con él. Lo sacó de su vida. Pero ese no fue el único desencuentro familiar que Michelle tuvo que enfrentar, pues también protagonizó una pelea en Navidad con su tía favorita cuando ésta le aseguro que hiciera lo que hiciera nunca iba a ser un hombre, porque había nacido con vagina. Después de una larga discusión, la tía favorita insistía en que la vagina era determinante, por lo que Michelle terminó llorando. Entonces, me paré en medio de los dos y le advertí a mi hermana que Michelle era un niño y si ella no podía aceptarlo y alegrarse con eso, esa sería la última vez que nos veríamos.

Memorias de la diversidad

105

Cuando Michelle estuvo seguro de que era un niño trans, tuvo miedo de decírselo a sus amigas porque temía que ellas no lo aceptarían. Y es que ellas habían conocido a una amiga que ahora iba a ser un amigo. Le expliqué que las personas que quisieran formar parte de su vida se iban a alegrar mucho por su valor y lo iban a aceptar y, las que no, tendría que dejarlas ir, porque también estaban en su derecho de no aceptarlo. “Les das las gracias por el tiempo que pasaron juntos y los dejas ir. Te faltan miles de personas por conocer, porque es tu responsabilidad tejer tu red de apoyo”, le dije. Si uno está solo y se siente triste y con ganas de morirse, es el peor momento para estar solo. Uno tiene que reunir las pocas fuerzas que le queden y buscar ayuda, porque existen muchas personas dispuestas a apoyar a los demás. Cuando tuve la idea de que Michelle podría ser una persona de la diversidad, busqué ayuda porque sabía que me faltaban las herramientas para apoyarlo, así que fui a reuniones de lesbianas, de bisexuales y conocí personas trans en la librería ‘Somos Voces’. Asistí a pláticas, talleres y llevé a Michelle. Fue así como encontramos nuestra red de apoyo. Cuando Michelle le confesó a sus amigas que era un chico trans, todas ellas se alegraron mucho por él y ninguna dejó de ser su amiga. Después, mi hijo hizo una publicación en sus redes sociales, donde le confesaba a todos sus amigos que era un hombre trans. El post se llenó inmediatamente de mensajes de felicitación y de admiración. Cuando lo leí, por fin, pude relajarme, porque a pesar de los consejos que yo le daba no podía evitar tener el corazón apachurrado temiendo que alguien rechazara a mi hijo. Él estaba feliz y era cada vez más ese ser humano fuerte y seguro, con el que yo había soñado desde que estaba en mi vientre. Michelle ha tenido la suerte de ser un hombre trans muy arropado por amigues que siempre están ahí para apoyarlo, además de su familia. A pesar del pasado, es un chico mucho más afortunado de lo que es capaz de entender a sus 19 años.

“Michelle es un niño, ustedes no se confundan”, les repito.

Hoy, mi hijo y yo sabemos que el proceso que vamos a iniciar para que su cuerpo se vea como él desea, para que las personas lo vean como él quiere verse y que se dirijan a él como a un hombre, puede ser complicado, pero gracias a que buscamos el apoyo de grupos como el ‘Colectivo Castalia’ y la familia de ‘Somos Voces’, cada día contamos con más herramientas y con más personas a nuestro alrededor que nos guían y acompañan.

PARTE 3. Tejiendo tu red de apoyo

PARTE 4. Una persona trans siempre va de la mano de su aliade

“La persona que verdaderamente te ame se va a quedar en tu vida”, le insisto siempre a Michelle.

Desde siempre me consideré como una persona aliada de la comunidad LGBT y por eso eduqué a mis hijos como dos personas capaces de ver a seres humanos sin distinciones de identidades ni orientaciones sexuales; mis hijos están libres de

Michelle es un niño, les digo a cada una de mis cuatro hermanas y a cada uno de mis conocidos que siguen insistiendo en que “tal vez Michelle solo está confundida o solo está siguiendo una moda”.


106

Vivencias de aliades

discriminación de todo tipo, en pocas palabras, están libres de pendejadas. Cuando ambos eran pequeños los llevé al ‘Museo de Memoria y Tolerancia’ a una exposición acerca de la comunidad LGBT, en un muro estaba pintada una enorme bandera arcoíris que continuaba hasta el piso, cada color tenía la explicación de una orientación sexual distinta. Mi hijo menor, que habría tenido unos diez años, se acercó a leerlo todo. — Mamá, ¿entonces yo solo crezco y elijo qué color quiero ser?, me preguntó. —Claro y lo vives y lo disfrutas, respondí. Ambos voltearon hacia arriba con esos ojitos con los que miramos a nuestra madre cuando nos imaginamos que está a dos pasitos de ser la Mujer Maravilla y creemos vehementemente en todo lo que nos dice. Desde ese momento, me aseguré de que mis hijos jamás miraran como algo extraño o anormal a una persona de la diversidad, como tal vez me pudo pasar a mi cuando era una niña. Al final, la vida me dio el hermoso regalo de ser aliada de mi propio hijo trans y de que nuestra pequeña familia rota se vuelva más fuerte en compañía de esta gran comunidad. Los aliades que estamos acompañando a nuestras amadas personas trans somos personas muy fuertes, porque finalmente nos sabemos los unos acompañando a los otres en una gran red de amor y apoyo. Somos cada uno un parteaguas que abre puertas y construye caminos y significamos esa mano, esa luz de esperanza para muchos, para aquellos que aún se sienten solos, que aún no salen del clóset, que aún no se reconocen como parte de una familia arcoíris, pero que, sin saberlo, ya tienen a dónde llegar. Los aliades que acompañamos a una persona trans somos la roca en la que ellos van a apoyarse, pero no cualquiera, sino la más fuerte, el abrigo más grande, el abrazo más cálido y el beso más tierno, la palabra justa; pero para ser todo eso necesitamos entender que este también es nuestro proceso, que también somos importantes, que nuestras emociones, nuestros tiempos de llorar, de gritar y de morirnos de miedo también son válidos. El miedo va a estar ahí, supongo, pero no es más grande que el miedo que sentía cuando Michelle se veía como una niña y estaba expuesta a la violencia machista, a la discriminación laboral y económica, a ser víctima de un feminicidio. Por desgracia las violencias para las minorías en este país siempre estarán presentes y mi miedo por la seguridad de Michelle ahora que viva como niño trans seguirá latente. Pero el miedo no puede paralizarnos, porque no puedo guardar a mi hijo de nuevo en mi vientre y protegerlo de todo, hasta de mí misma. No me queda más que ser ese rincón en el mundo donde Michelle siempre podrá regresar y sentirse amado, aceptado y

Memorias de la diversidad

107

protegido. Ese lugar soy yo, porque soy su madre, porque soy su amiga y porque..., todavía más importante, estoy en camino de ser su mejor aliada. Este relato va dedicado con todo mi cariño y empatía para las personas trans y sus amorosos aliades que vienen detrás de nosotros, para todes aquelles que fueron delante, para todes aquelles que perdieron la vida luchando para que los derechos de la comunidad LGBT sean reconocidos y, sobre todo, con amor para nuestra amorosa red de apoyo que ya es nuestra familia. Gracias a todes por su valor y su fuerza.


Agradecimientos Este proyecto memorias de la diversidad, enlazando mentes y sentires, de Colectivo Castalia fue posible gracias al apoyo del Programa Social Colectivos Culturales Comunitarios de la Ciudad de México 2021, de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. Agradecemos especialmente a Somos Voces por brindarnos instalaciones seguras que abrigaron nuestra iniciativa, fue para nosotros un honor contar con el apoyo de un proyecto cultural con la trayectoria e impacto para la comunidad LGBTIQ+ como el que ha logrado Somos Voces en México. Hemos tenido la fortuna de vincularnos con otros colectivos y grupos hermanxs con quienes tejemos redes cooperativas, como Transformar trascender y Musas de Metal. Con su experiencia y profundo sentido humano, nos han ayudado a llevar nuestro proyecto a las personas que más lo necesitan. Este ha sido un libro colectivo, donde se sumaron muchas buenas voluntades y trabajaron para hacer oír un mensaje unísono: existimos, resistimos y amamos.

Elaborado por Colectivo Castalia


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.