Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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enlazad los capullos de las manos que el cosmos de Ia rosa lo aprisiona San Serenfn del Monte coronado de luz de cucubanos. Quien dijo Ia montana, dijo el cielo. Supo tejer con hilos de neblina los pasos del silencio campesino. Yen Ia inviolada esfera de los frutos, quenepa,an6n,guanabana, acreci6 de los bosques las estrellas. Montana, madre nuestra, madre mfa, novia orquestal de pozos en desvelo . Quien dijo Ia montana dijo el cielo, Adoncel16 Ia soledad indiana en cascada de flores murmurantes y en el terso planeta de Ia orqufdea labr6 Ia vida -vida sobre las cimas- cimas de sus alas secretas. Ese vivir a curvas oleadas de cielo en el claro del bosque, en los torcaces que en los nidos que lluvia cantarina fabrican el cendal de toda primavera. Montana, madre nuestra, vegetal de vuelos , donde se imanta el guaraguo impavido, majestuoso de cfrculos serenos . Nose, tallad Ia ceiba, abrid los dfas como albas en Ia estrellada baya del cafe. Que el olor de los rios se concuerda a Ia miel y el monte centinela nos despierta al aura alerta de Ia sangre. Que el abejar de airosos arreboles invita a requedarse en el rocfo nino amamantando albas borinquenas y una gentil, triunfal etemidad de hojas, lisas de mar herido por los cielos .

Canto a Puerto Rico , 1952

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