Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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jasel el cuento de los diablos y el amol, y dispués el compae Tito se jará el cuento de la Creasión. -Pues siñol -empezó Mingo Rosas-, había una ves una muchacha muy bonita que no había canosío nunca lo que era amol, jasta un día que se presentó en su casa un sagaletón, a las seis de la talde a pedil posá. El padre de la muchacha era un viejo muy desconfiao, que tenía sus economías. Malas lenguas desían que tenía el dinero gualdao en una botijuela ebajo de las raíces de un jigüero... Cuentan y no acaban de las raresas de ese viejo -proseguía Mingo Rosas-. Disen que un pasajero que pasó por allí a prima noche, se jundió en un joyo que ese condenao viejo había jecho frente a su casa y lo tenia tapao con matojos pa espIu· mal a to el que pasara puyí a deshoras... pues disen que ni la bestia ni el pasajero se güeIvieron a vel más nunca en la vida... -¡Ave Maria Purísima!, ño Mingo, ¿cómo se ñamaba ese hombre? -interrumpiéronIe, a coro, los oyentes. -Pues se ñamaba, se ñamaba... no me acucldo de su grasia. -Siga, siga, ño Mingo -le suplicaban algunas mujeres. . -Pué sí, llegó el muchacho a la puelta de la casa de esa muchacha y dijo: «A la pas e Dios, siñoresJl. Y el viejo lo convidó a subil. Estaban comiendo, lo envitaran y aseltó. Ya estaba escure· siendo y el viejo no encontraba cómo desile al muchacho que se juera, y como tenía sueño le dijo: «Mire, compae, ahí hay una jamaca guindá, acuéstese y jasta... que amanescaJl. Y echando la masa poI delante, se fue a dolmil. Allá a la medianoche, cuando no se sentía ni una cucaracha esculcando las yaguas, se oyeron unos quejíos muy jondos, como de vaca paria que le llevan el beserro. El viejo llamó: <qLuteria! ¡Luteria! (Eleuteria). ¿Qué es eso?» -¡Ay, papá, si tengo el diablo en el cuelpo! El viejo, asustao, le desia a la muchacha, sin salil del cualto: -Luteria, espántaIo... Jasle la eros y resa la manífica... -¡Ay, papá, si no hay cros que valga... ! ¡Si parese que son veinte, polque me andan poI to el cuelpo... ! -¡Jesús, seña Mingo, que usté es... l -decían las mujeres, soltando su risa incontinenti. -Bueno, vaya acabal, pero no me fastidien más con sus empeltinensias.

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Al otro día, cuando se levantó el viejo, jué a ver al hospedao y... ni el juma... -¿Y la muchacha, seña Mingo? -le preguntó Silva Flores. -¿La muchacha? Ella, caray, disen que dispués pedía al diablo poI señas, y que el viejo le dio una jinchera del disgusto que se jué a ponel colorao al siminterio. Requerido por seña Mingo, que, a su propio juicio, había estado mucho tiempo sin visitar la cantina, empezó Tito su cuento. Al decir de sus amigos, Tito era un cuentista muy versado en achaques de Historia Sagrada. -Ayá en Jos tiempos de Maricastaña, cuando se había acabao de jase) el mundo y no había hombres ni mujeres poI ninguna palte, que lo que ha· bía eran elefantes y elefantas, tigueres y tígueras y de tos los alimales que yevó Noé en el alea... Dios comprendió que jasian falta el hombre y la mujel pa manijal las cosas del mundo. Atonses jablaron Dios y San Pedro pa arreglal )a cosa. «No hay más -disia San Pedro-, hay que jasel dos creaturas que sepan mucho pa que ma· nijen todas las cosas de )a tierra y asujeten los animales a su selvisio.» -¿Y poI cuál empezamos, Perico? -desía el Criador. -Pues ... polla mujer -desía San Pedro. El Criador le pidió jilo a San Pedro y empezó a trabajal: cose que te cose. Y cuando ya iba a acabal, le faltó un canto de jilo. El Criador se calentó y le dijo a San Pedro: «Mira, agora que no falte el jilo, polque te va a yeval el diablo.JI San Pedro le dio la jebra de jilo bien lalga y el Criador empesó otra ves cose que te cose. Primero, la cabesa y dispués los brasos y asina por consiguiente, y cuando acabó le había sobrao una miajita e jilo... Uno a uno, iban desfilando los vecinos de siño Juancito ante el amarillento cuerpccita del niño, y todos exclamaban: -Pobresito. Un angelito más pa el sido. Y en los labios crispados de la criatura jugue. teaba un pálido rayo de sol que iluminaba su lívida faz, mientras la luz difusa del amanecer envolvía en su lampos a los amigos y vecinos del seña Juan· cito. que se retiraban a descansar de las fatigas del velorio.


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