
1 minute read
Una vida con Dios
Silencio
Rosi Fernández
Advertisement
Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos. Así decía Martín Luther King a sus seguidores en una de sus conferencias.
La iglesia insiste mucho en este tema, cuando nos dice que los católicos podemos contribuir a través de nuestro ejemplo de alegría y esperanza haciendo presente a Dios entre nuestros hermanos. El mundo se ha convertido en un lugar falto de caridad. Por ello, a un discípulo de Jesús se le debe de identificar por el amor al prójimo, ya que no hay mandamiento mayor que este. El Señor no deja de llamar a la puerta de cada corazón, esperando una respuesta ante estos momentos tan difíciles que estamos viviendo.
Podemos imaginarnos un mundo donde todos nos amáramos los unos a los otros. No habría guerras porque no nos pelearíamos, no habría hambre porque nos alimentaríamos los unos a los otros, no existiría el desastre medio ambiental porque nos amaríamos demasiado para destruirnos a nosotros mismos, a nuestros hijos, a nuestro planeta. No habría prejuicios, opresión ni violencia de ninguna clase. No habría dolor, solamente habría paz.
De modo que cuando pensamos con Dios, la vida se llena de paz, cuando pensamos sin Él, la vida se llena de dolor. Esa es la opción mental que hacemos en cada momento del día. El amor no conquista todas las cosas, pero si las pone en su debido lugar. Él es la misericordia, la compasión y la aceptación total. ¿Por qué no hablar de la misericordia de Jesús a la gente?. ¿ Porque no contarle a los demás que Él nos da fuerzas para vivir y que es bueno conversar con Él?. Por esto, el Espíritu Santo nos da este consejo: Nunca os aflijáis, porque la alegría en Dios es vuestra fuerza. Ya que cuando vivimos de acuerdo a este mandato, experimentamos como nada ocurre al azar, aunque nosotros nos empeñemos en caminar en la oscuridad. Hoy en el mundo, están pasando cosas muy dolorosas, tanto que resulta muy difícil asimilarlas, aunque tenemos el consuelo de que ante tanto sufrimiento está la mirada misericordiosa de Dios. Nadie nos conoce como el Señor, absolutamente nadie, ni siquiera nosotros mismos.
