174
Jo s é A n to n i o Nava r r e t e
Vale finalizar añadiendo a lo dicho cómo estas imágenes, que en su origen sirvieron al mercado occidental del exotismo —las de Farrand— o al espíritu catalogador de la ciencia colonial —las de Castro y Ordóñez—, casi un siglo y medio después de realizadas satisfacen otras expectativas culturales. Si bien al nacer unas y otras estaban destinadas al consumo simbólico del “otro” periférico —de “lo ecuatoriano”— por el centro hegemónico, en la actualidad esas connotaciones suyas se han “debilitado” en buena medida242, al punto de que hoy sus representaciones favorecen, desde el propio Ecuador, un tipo de consumo cultural distinto, productivamente relacionado con las nociones de archivo, memoria y sensibilidad: es decir, llegan hasta nosotros con una nueva posibilidad de sentido. 2009
242 Ese debilitamiento no excluye la discusión acerca del lugar y papel de esas imágenes en las narrativas hegemónicas construidas sobre Ecuador, pero también nos alerta respecto al hecho de que la recepción contemporánea de las primeras no puede quedar supeditada a nuestras representaciones críticas sobre las condiciones de producción y circulación características de sus orígenes.