María Fernanda Pulgar y Audra Blanco
carlos flores león-márquez fotos: natalia brand
Al surcar la rúa donde habita esta tienda, se hiciera caminando o en automóvil, de continuo la sensación era la misma: estar frente a un establecimiento de esos con carácter que cunden el muy querido Buenos Aires. Pero tendrían que pasar casi dos años para que editor y fotógrafa acudieran al llamado que causó envidia de la buena –ésa que llegó a instalarse en la mente de parte del mundillo caraqueño de la indumentaria– cuando empezaron en febrero del 2010 los primeros arreglos de lo que sería el “Laboratorio de Moda María Fernanda Pulgar”, emplazado en una estratégica calle de la apetecida urbanización Altamira. ¿Cómo hizo para conseguir ese sitio, con esa vitrina descomunal, con esos vecinos, con esa facilidad vial? Ésas eran algunas de las preguntas que varios se hacían al respecto del espacio que llevaría el nombre de quien acababa de cesar en sus funciones como sucesora del excelentísimo Alberto de Castro en tanto y cuanto directora creativa de la firma Durant & Diego. Su ahínco, su paciencia, su fuerza y su comprobables ganas de hacerlo cada vez mejor la condujeron a la cruz que marcaba el mapa del tesoro. Pero también su madre, quien un buen día iba paseando al volante de su veloz vehículo, y dio con un letrero que anunciaba la posibilidad de alquiler, así que llamó entusiasmada a la hija, y en menos de un tris ya tenían la entrevista con el arrendador. Lo maravilloso es que a pesar de que aquella tarde de la cita había cuatro personas por delante, fue tanto su empeño e interés por el local de doble altura, vidriera de impacto y ubicación soñada, que la materialización del sí no tardó en llegarles en paquete de regalo. En llegarles a ella y a la que sería su socia y compañera creativa, Audra Blanco, también graduada en el Instituto Brivil y también ingeniosa. Así, en noviembre del mismo 2010, se abrieron las puertas de unos pocos metros cuadrados que al principio sirvieron para sobrellevar una marquetería y luego una agencia de lotería, pero que ahora se proponía ser caldo de cultivo de la moda, renuente al lujo extremo y ávido de ofrecer propuestas en constante experimentación. De cómo se fue materializando, tanto María Fernanda como Audra decidieron ponerse manos a la obra ellas mismas, sin dejar que el arquitecto a cargo escogiera o comprara, siquiera, un tornillito. Él sólo se limitaba a continuar con las pautas que ellas les dictaron al principio, y a sugerirles pasos a seguir para la consecución de cada punto del espacio. “‘Nana’ consiguió el pequeño contenedor de madera un buen día que estaban a punto de botarlo en el concesionario (Mercedes Benz) donde compró su carro; le gustó y lo trajo para que guardáramos los rollos de tela”, apunta Blanco sobre las pericias de su compañera de fórmula. En cuanto a las máquinas de coser, que al principio eran de la misma Audra, fue idea de su gran amiga Criscar Mundaray de intervenirlas con patrones para procurar un punto lúdico al objeto de trabajo principal. Ni hablar del rack interno, hecho a base de acero inoxidable y cuyo principal objetivo era que almacenara la mayor cantidad de ropa po56