Club #58: El secreto mejor guardado

Page 21

CARACTER

carlos flores león-márquez fotos: natalia brand

Pedro Mezquita Arcaya

El hombre orquesta Sus cuerdas vocales deben estar bajo el mismo hechizo que el óleo de Dorian Gray, la pintura aquella que se iba volviendo más densa y atemorizante conforme el modelo de carne y hueso permanecía lozano, apuesto, envidiable. Pero en el caso del venezolano Pedro Manuel Mezquita Arcaya, nacido en Madrid un 15 de abril de 1963, el rugido grave que brota de sus labios pareciera ser la suma invisible de muchas vivencias, muchas gratas comidas, muchos viajes, muchas imágenes, muchas levantadas de varita mágica para unir unos talentos con otros, mucha fuerza. Y sí, qué fastidio tener que volver sobre él con el mismo inciso de su musgosa voz, aparte en el preámbulo de una entrevista tan aguda, pero ya sabemos que no hay mayor pista en el escrutinio humano que la forma en que se expresan los individuos de su especie. Quizá por eso la tesitura sube un grado más cuando empieza a hablar de su infancia, fijando la lupa sobre el día aquel cuando, muerto su padre en su España natal por un transplante de riñón que nunca logró, aterrizó de la mano de su madre –hasta entonces exilada de Pérez Jiménez por propinarle en 1952, y en pleno Panteón Nacional, “unas merecidas cachetadas a Laureano Vallenilla, el gran esbirro del dictador”– a una Caracas que no conocía. “Recuerdo el sol del aeropuerto, todos los familiares de mi mamá llorando, los carros gigantes y la llegada a la casa de mi abuela materna en El Paraíso, que era completamente intimidante”. Pero cómo no, si ella era la fiel descendiente de un linaje cuatricentenario, heredera de las sabidurías de todos esos abogados, escritores, políticos y filósofos que desde el siglo XV corrían a raudales por su venas; hija, para más señas, del creador de una de las estanterías privadas más grandes del mundo, la Biblioteca Arcaya, con casi 180.000 volúmenes en diez idiomas, y dueño de una casona linajuda en Coro que, también llamada “El balcón de los Arcaya”, guarda entre su palmarés la definición de 1956 de la revista Times como “la casa de dos pisos más antigua del hemisferio”. Blasones mediante, señalará que esa misma madre admirable lo era porque, entonces viuda y funcionaria pública, “hacía milagros con su sueldo, así que recuerdo que compraba los mamones en Antímano y las lechugas en el Alto Hatillo porque les salían más económicos”.

Por eso deber ser que en Los Laureles, la casa matriz donde creció rodeado de tíos mayores y jugó con los hijos de sus primos hermanos a causa de haber nacido de una madre tan avanzada de edad, nunca oyó frases como “los Mendoza son dueños de la Polar”, por cuanto si alguien mencionaba un apellido, la conversación era siempre por algún hecho histórico, familiar, o se basaba en una anécdota política o intelectual. “Además, fui a un colegio de europeos pobres, así que nunca había fiestas, ni íbamos a restaurantes, pero vivíamos en un gran jardín y éramos como 30 primos”. Con el primer puesto de entre los casi 270 abogados que se graduaron con él en la UCAB, lo que lo hizo merecedor de una Beca Fulbright para estudiar un postgrado de Derecho en Harvard, ahora trabaja en un escritorio como miembro del despacho internacional Ontier, sigue como productor ejecutivo de brillantes películas nacionales, y recientemente fue nombrado presidente de Cinex. De cómo y cuándo se le ocurrió lanzarse al mundillo de la cinematografía local, dirá: “Un día oí a Jean-Claude Carrière [el actor y guionista francés que trabaja mano a mano con Luis Buñuel] hablar de la necesidad de producción local de cine y TV como única manera de permitirles, a los distintos pueblos, ver su realidad reflejada en la pantalla. Y se lamentaba de que ya en el África negra eso no existía de manera alguna, por lo que pensé en lo triste que sería para Venezuela si todas las películas fueran en inglés sobre problemas de parejas en los suburbios de, digamos, Kentucky, las novelas mexicanas y los programas de chistes españoles”. Así, de los 11 filmes en que ha trabajado, confiesa que su favorita es Una casa con vista al mar de Alberto Arvelo, y aunque hayan pasado unos 12 años del estreno, todavía llora cuando escucha “Dante’s Prayer”, la canción final que Loreena McKennitt adaptó especialmente para la película. Pero si hay algo que lo vuelve un personaje asombroso, y no frente a las cámaras sino siempre detrás de ellas, con humildad, sin alardes, y al fondo de ese gran teatro que es la vida, a caballo entre operador de la tramoya y guionista omnipresente, omnisciente, omnipotente, es su capacidad de unir destinos y personas. Con unas carcajadas que lo preceden, espetará: “Yo soy absolutamente ‘celestino’: tengo seis parejas de amigos casados que he presentado directamente, y además me la paso haciendo conexiones de todo tipo. La verdad es que hace un par de


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.
Club #58: El secreto mejor guardado by Club Magazine Venezuela - Issuu