Marco Asensio

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EL MÚSICO FELIZ

QUIZÁS NO ENAMORE A LOS PURISTAS, PERO ARA MALIKIAN LLENA ESCENARIOS CON TODO TIPO DE PÚBLICOS QUE, PROBABLEMENTE, NUNCA ANTES HABÍAN VISTO A UN VIOLINISTA. EMOCIÓN FRENTE A PERFECCIÓN. O AMBAS COSAS. TEXTO J. L. GALLEGO FOTOS LUANA FISCHER

ES SEGURAMENTE UNO DE LOS POCOS NOMBRES DE VIOLINISTAS, si no el único, que la mayoría de nosotros podríamos recordar. Lo que demuestra que, si uno de los objetivos que presiden su carrera es acercar la música clásica a todos los públicos, lo ha logrado con creces. Ara Malikian, nacido en Libia en 1968, residente en Madrid, ha tocado con las mejores orquestas del mundo y en las más importantes salas de conciertos, y grabado discos con música de Paganini, Sarasate, Bach o Vivaldi. Pero hace años que decidió emprender un camino diferente, único hasta ese momento, para convertir la música en un espectáculo vivo y emocionante, alegre y humorístico en ocasiones, que rompe los corsés habituales en el género. Ha tocado flamenco con Joaquín Cortés y rock con Extremoduro y grabado bandas sonoras con Alberto Iglesias. La entrevista transcurre durante la presentación del documental El alma de un violín, un proyecto de bodegas Ramón Bilbao para convertir una de sus barricas en un violín cuya construcción ha supervisado Malikian. El libanés lleva semanas recorriendo España con su espectáculo La increíble gira de violín, que culminará los últimos días de diciembre en Barcelona y Madrid antes de viajar, en los meses siguientes, a lugares de todo el mundo como Londres, Berlín, Buenos Aires o Moscú.

~ El violinista posa para El Club del Deportista en Madrid.

—¿Por qué es ‘increíble’ esta gira? Es la historia de mi violín, en el espectáculo cuento su historia. No es un Stradivarius ni tiene mucho valor económico; lo usaba mi abuelo, él se lo dejó a mi padre y él a mí. Y yo casi toda mi juventud toqué con este violín. Cuando era joven, me daba vergüenza tener

este violín y me inventaba historias para fardar de él ante mis compañeros. Hasta que me di cuenta de que con su verdadera historia tenía que estar muy orgulloso, porque la realidad es que este violín salvó a mi abuelo del genocidio armenio en el año 1915. Mi abuelo perdió a toda su familia, sus padres y sus hermanos, y él pudo salvar la vida gracias a este violín, porque alguien se le dejó para que fingiera ser parte de un grupo musical y, estando dentro de este grupo, pudo huir y emigrar al Líbano, donde rehizo su vida. —Has tocado música clásica, rock con Extremoduro, flamenco con Joaquín Cortés, has participado en bandas sonoras de película... ¿Acercar la música a todo el mundo es la idea que preside tu trayectoria? Bueno, es uno de los objetivos, pero yo creo que no necesito acercarla, la música ya es cercana. Lo único que yo hago es intentar contagiar al público el amor que yo tengo a la música. Sí, es verdad que he pasado por muchas fases en mi carrera, he tenido suerte de viajar, de conocer otras músicas y toco todas las que me gustan, siempre a mi manera. Cuando toco jazz no pretendo hacerlo como un purista del género, igual que cuando toco flamenco. Lo que me hace feliz es hacer las cosas a mi manera, disfruto con contagiar al público, transmitirle lo que siento. Cuando empezó mi carrera, hace 30 o 40 años, no era esto lo que yo soñaba, pero el camino me ha llevado hacia una dirección y ahora estoy feliz, porque hago lo que quiero, de la manera que quiero, cuando quiero y donde quiero. —Frente a cierta dictadura de la perfección que persigue a los intérpretes de música clásica, tú priorizas el entretenimiento, la diversión. ¿La música pierde algo en ese trayecto, pierde calidad? Nunca había escuchado esa expresión, es bonita... Pero sí, yo estaba obsesionado con la dictadura de la perfección hace muchos años. Cuando tocaba un concierto y fallaba

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