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Porque Claret tejió telas, y luego las Buenas Noticias Un vínculo afectivo con la familia claretiana

Año 21 - Nºs 69-70 Marzo - Octubre 2017

La misión dignificadora de evangelizar hoy


Envía colaboración

“Que Dios libre al mundo”

Estimado Editor General: Soy un asiduo lector de su entretenida publicación que nos une con información, cultura general y con un profundo acento en los rasgos carismáticos de nuestro padre fundador. Hace tiempo que tenia ganas de cooperar con su publicación con humildes aportes reflexivos, así que me “hago” el invitado y les envio una reflexión que escribí en verano. Espero que la encuentren interesante. Cariños desde la Región de las Araucarias.

Sr. Editor general: Deseo compartir algunas impresiones que me causó el artículo “Donald: ¿del pato amigable, al temible Godzilla?”, en la edición 68 de TELAR. Sentí que reflejaba lo que muchos temimos desde que llegó a la presidencia de la mayor potencia mundial un personaje como el Sr. Donald Trump. He releído sus descriterios, sus insultos a diestra y siniestra, y sus actitudes inamistosas hacia varios países, incluso con poder nuclear. El artículo llamaba a esperar lo que hiciera una vez asentado en su cargo, para juzgar su gobierno. Y lo hemos visto: tuvo el descaro de confesar

Francisco Venegas Espinoza Inspector General Sede Centro Instituto Claret, Temuco. Chile

que pensaba invadir a Venezuela, y se ha empeñado en un conflicto con otro como él, de Corea del Norte, que exhibe al mundo su poderío atómico. No es difícil imaginar lo que ocurriría si uno de los dos aprieta el primer botón para desencadenar una guerra nuclear. Si encima Mr. Trump se enfrenta a Irán, ataca al ISIS, llega a enemistarse con China y escala en los otros conflictos que su país ha alimentado por años, sólo nos queda rogar que Dios libre al mundo. Atilio C. Sanguinetti Buenos Aires

Ha echado de menos a TELAR Solicita autorizar publicación de Estimado Sr. Editor: artículo Vengo con frecuencia a la casa cenSeñor Editor General: tral claretiana por mis actividades de Por pedido de nuestro asociado Dr. iglesia, y en las oportunidades que coFélix Alvira, elevamos a consideración rresponde llevo TELAR, que leo con rede esa prestigiosa editorial un pedido al interés. He tratado de hacerlo varias de autorización para publicar en Reveces en el curso de este año, y veo flejos (Revista de la Asociación de Juque a partir de marzo no ha aparecido. bilados y Pensionados de la Caja de Espero que ello se deba a algún Previsión Social para Abogados de la proceso de adecuación u otra causa Provincia de Buenos Aires, Argentina, “positiva” que no signifique dejar de de distribución gratuita entre los socontar con un medio de comunicacios, exclusivamente) el artículo “Las ción que me ha informado y orientado dos caras de la Utopía”, publicado en con sus diversos temas. Les deseo éxiel Año 20 Nº 68 de TELAR. to y que sigan adelante con su trabajo La calidad e interés de la nota nos ha evangelizador. motivado a requerir la condigna autori zación para reproducirla, siempre que Felipe Torres Zamora usted lo considere favorablemente. Santiago de Chile Telar Es una publicación de los Misioneros Claretianos, Dr. Mario Carlos Maggi Provincia San José del Sur Director de Reflejos Director: José Agustín Cabré Rufatt, cmf. Editor general: Alfredo Barahona Zuleta Su opinión nos interesa Diseño: Natalia Valdés Lagos Dirección: Zenteno 764 - Casilla 2989 Santiago-21. Esta página está abierta a textos breves de los Santiago - Chile lectores. Pueden dirigirse al Editor general de TELAR, a: F. (56) 226 95 34 15, (56) 226 95 34 07 abarahona@eccla.cl , o por correo convencional, a E-mail: abarahona@eccla.cl Casilla 2989, Santiago-21, Chile. www.claretianosdelsur.org/?s=revista+telar

Cartas

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CARTAS


TELAR: 20 años de comunicación misionera En “misión compartida” mucho antes que la congregación claretiana la asumiera como un eje central de su evangelización, en agosto de 1997 nos reuníamos en la comunidad cordimariana de Santiago de Chile, animados por el hasta hoy Director, una media docena de laicos partícipes del carisma de Claret. Nos unían lazos atados por años en sus seminarios, colegios, parroquias, trabajos pastorales o sociales. El tiempo nos había dedicado al periodismo, el diseño gráfico, la publicidad, tecnologías informáticas y otros medios de comunicación social. Admirábamos al Claret que, utilizando el único disponible en su tiempo, la prensa, había amplificado su voz muy lejos de los templos transformándose en un gran evangelizador. Apostando al poder extraordinario de la comunicación social, emprendimos la aventura de tratar de enlazar a la “familia claretiana”; con un medio impreso que, aportando a la orientación, reflexión, apoyos bíblico-pastorales, información “familiar”, cultura y entretención, contribuyera a la misión claretiana desde la perspectiva de nuestra realidad latinoamericana. Especialmente la chilena, donde nacíamos; con sus problemas endémicos, sus dolores, sus frustraciones y sus esperanzas; iluminados por la promesa de “vida en abundancia” plasmada en la Buena Noticia de Cristo Jesús.

Así nació TELAR. Y para su bautizo se consensuó ampliamente el nombre. “Porque Claret tejió telas y luego las buenas noticias”, y porque –lo subrayaba el primer editorial-, mediante las páginas de este “vínculo afectivo de la familia claretiana” sería posible “unir las hebras de diversas experiencias misioneras de religiosos y laicos, para tejer la gran arpillera evangelizadora” con diferentes colores. El Director insiste en endosar la paternidad de esa criatura a quien suscribe estas líneas; lo que, atendidos sus propios innumerables trotes en estas andanzas -periodísticas, por cierto- no resulta creíble. La familia claretiana internacional conoce bien su trayectoria. Si en algunas andaduras ha sido el editor su escudero, fue por otras tantas humoradas del Padre Dios. El nos ha mantenido unidos por largas décadas tratando de impulsar los medios de comunicación social claretianos. Y entre ellos, TELAR. Esta aclaración pretende simplemente ubicar a los lectores en el origen de estas páginas comunicadoras. Pero bien podemos decir que TELAR, diferente a las criaturas humanas, tuvo tantos padres y madres como sus creadores. Y porque, más que quienes lo hayan engendrado, son padres y madres quienes han entregado a un hijo lo mejor de sí, es justo reconocer que éstos han sido muchos a lo largo de veinte años. EDITORIAL

Su valiosa contribución, su compromiso y su cariño a toda prueba han sido determinantes en un caminar de dos décadas que ha sabido de alegrías y penurias; entusiasmos y desencantos; alientos de vida y amagos de eutanasia; apoyos e indiferencias familiares; reconocimientos y descréditos. El interés por reflejar en estas páginas el devenir evangelizador claretiano ha contado con aportes de consejeros editoriales, expertos en diversos temas y corresponsales que han dado consistencia a su contenido. Algunos se fueron alejando con el tiempo, y encontrar otros no fue tarea fácil. Pero el surgimiento de la Provincia Claretiana de San José del Sur, hace seis años, impulsó a TELAR a ampliar sus horizontes, abriéndose de Chile a una familia de cuatro países que hoy enriquecen la retroalimentación. El objetivo que nos motivó hace 20 años sigue siendo el mismo. También los destinatarios, si bien se han ampliado a lo ancho de la Provincia, la Congregación y la Iglesia. Que el Señor, Claret y la Madre, cuyas luces y protección invocamos en este señero aniversario, nos permitan seguir siendo un poncho familiar multicolor que se despliegue con los hilos enhebrados en sus días por el tejedor ilusionado de Sallent.

El Editor 3


Divinizar lo que no es divino:

Deificar a la Iglesia, una cripto-herejía histórica Urge, también en esto, una reforma radical Deificación es una palabra de origen latino (deificatio), que expresa el conjunto de acciones que inducen a hacer divino aquello que no lo es. En consecuencia, la deificación es objetivamente una herejía, porque atribuye a la naturaleza humana lo que es propio de Dios. En el mundo de las herejías, están las que son abiertamente declaradas y combatidas, así como aquellas que no llegan a expresarse ni en la palabra ni en el pensamiento explícito y consciente, sino que están ahí, escondidas y agazapadas, en el plano de la comprensión vital, arraigándose en la creencia popular. Éstas son las que Karl Rahner denominó “cripto-herejías”. Entre ellas incluyó a la “papalatría”, para expresar esa divinización de la que ha sido objeto el papado; una idolatría ancestral que, en parte, ha sido derribada en años recientes, gracias al testimonio de humildad del papa Francisco. Las “cripto-herejías”, a diferencia de aquellas abiertas y declaradas, han logrado cruzar el umbral de la razón, instalándose en una feligresía clericalizada, desprovista de autonomía y de formación. En su génesis hay una lógica deductiva que extrapola aquello que es propio de la naturaleza divina, para endosarlo a ciertas realidades terrenales, particularmente a lo eclesial. Estas desviaciones han experimentado una progresiva asimilación cultural en el devenir histórico, posicionándose en el inconsciente colectivo, donde quedan blindadas frente a la corrosión natural que impone la evolución del pensamiento crítico. Sin contrapeso teológico, ellas han sido fundamentales para sostener el andamiaje de la cristiandad, consolidando el poder religioso institucional. De ahí que no sean desmentidas ni corregidas.

Iglesia “santa” y “verdadera” Una de las frases más utilizadas es referida a la “santa Iglesia”. Es una verdadera jaculatoria que invade todo el 4

quehacer eclesial, desde el Credo hasta la liturgia, pasando por la pastoral. En rigor, se trata de un abuso lingüístico que el Catecismo ha querido precisar, reconociendo que la santidad le viene no por sus méritos, sino por ese vínculo esponsal con su fundador, Jesucristo. Sin embargo, omite que Jesús no fundó una estructura institucional, sino que puso a Pedro a la cabeza de la “ecclesía”, que es la asamblea que congrega a sus seguidores. En la práctica, la realidad ha terminado derribando cualquier intento de sacralización de una institución que lleva la impronta de la virtud y de la debilidad humana, y que, en su mejor expresión, está llamada a ser anticipo del Reino, en cuanto testimonie las virtudes de la vida cristiana. Así también, si el Hijo de Dios es la Verdad, entonces la Iglesia se atribuye la obligación de establecer la verdad en el mundo. Nada más pretencioso que esto, en cuanto la verdad es una búsqueda inacabada de la condición humana, donde las ciencias y las más variadas disciplinas que actúan en el campo del saber aspiran a perfeccionar la comprensión de esa realidad donde la verdad aparece como oculta, incluso bajo la forma de misterio. Esa vanidosa pretensión de ser portadora de la verdad,

PULSO DE LA IGLESIA


ha convertido a la Iglesia en una suerte de “ghetto” espiritual, porque, abandonando el carisma de la inclusión, se ha vuelto rigurosamente excluyente; condición que le ha impedido alcanzar la plenitud de su misión apostólica.

te colectivo de muchos creyentes. Lamentablemente, esta concepción expuso a la Iglesia al juicio de la responsabilidad histórica de muchas aberraciones.

El Dios que se abatió Iglesia “justa” e “inmutable” También, si Dios es justo, entonces la Iglesia se arroga la condición justiciera de la conducta humana. Es en este campo donde la Iglesia ha desviado su misión esencial de evangelizar, estrellándose frontalmente con la cultura. Porque persiste en su afán de subordinar la ley civil al mandato divino, en materia de convivencia social. Prueba de ello es que, en el mundo occidental, la Iglesia no se ha resignado a asumir la independencia que el Estado supone de lo religioso. Esto es notorio en la era de la post-cristiandad, donde la tarea evangelizadora ya no se sostiene desde la comodidad que le garantizaba la acción coercitiva del miedo a la Ley. Ese afán eclesial de normar la conducta humana desde la ley civil, ha sido una poderosa causa de la desconfianza que la Iglesia despierta en el amplio espectro de la sociedad occidental. Siguiendo la lógica tomista, si Dios es inmutable, entonces se deduce que la Iglesia también debe serlo. De ahí ese miedo intrínseco al cambio que compromete a todo lo eclesial. Así, nada es tan amenazante en la Iglesia como el cambio, terreno donde ésta despliega toda su energía vital para resistir cualquier intento de evolución y transformación. Prueba de ello es que uno de los momentos de mayor esplendor eclesial, por su apertura a los signos de los tiempos, fuera ese “aggiornamento” que significó el Concilio Vaticano II, proceso que luego de una breve primavera entró en un severo invierno eclesial, involucionando todo signo de apertura y de inculturación.

Iglesia “todopoderosa” Igualmente, si Dios es todopoderoso, la Iglesia, como celosa custodia de lo divino, debe ser poderosa como el mismo Dios. Esta pretensión humana la ha llevado a recorrer los caminos más sombríos de la historia. Así se institucionalizó el fundamento de la cristiandad, en cuyo acontecer se fue concibiendo a la Iglesia como el poder de Dios presente en el mundo. Tras esa viciada concepción, la Iglesia llegó a autocomprenderse como una “societas perfecta” que, desde el Papa hasta el último laico pecador, estableció toda una estructura jerárquica y de santidad que perdura en el inconscien-

En la raíz de cada una de estas desviaciones hay el atisbo positivo de la perfección cristiana. Sin embargo, los hechos demuestran que también está presente ese afán de sustentar la supremacía de la Iglesia como institución humana. Curiosamente, así como la institución se arroga ciertas virtudes divinas que garantizan superioridad, aquellas otras virtudes divinas que expresan la “kénosis” (= abatimiento) del Hijo de Dios, como la misericordia, la ternura y el servicio, entre otras, no forman parte de ese abanico de virtudes eclesiales que debiera testimoniar la Iglesia de cara a la sociedad. En resumen, en este largo proceso de deificación, la Iglesia asimiló aquellas virtudes que resaltan la grandeza innegable de Dios, pero no asimiló aquellas virtudes divinas que precisamente expresan la dimensión del amor divino y el abajamiento de Dios.

Raíz de la crisis Cuando han transcurrido 500 años de la Reforma, es posible identificar a este proceso de deificación de la Iglesia como la principal causa de la severa crisis que experimenta la institución eclesial en la era de la post cristiandad. Porque, una Iglesia que se arroga el mérito de la santidad, de la verdad, de la justicia, de la inmutabilidad y del poder, se hace acreedora de una justificada desconfianza social. En cambio, una Iglesia servidora y misericordiosa se convierte en signo anticipado de ese Reino que predica, haciéndose respetable, creíble y querida. No pocos cristianos son testigos de esta última dimensión eclesial que pone en evidencia lo más genuino del Evangelio. Hoy, nuevamente urge una reforma radical de la Iglesia, pero no una reforma de las estructuras que apunte a cambios cosméticos y a fortalecer el andamiaje de poder; la gran reforma que la Iglesia necesita debe remover esas “cripto-herejías” que anclan toda su institucionalidad a un pasado oscuro y sombrío; que impidiéndole ser reconocida como prójimo por los hijos e hijas de Dios, expresan una idea distorsionada de la dimensión más cercana de las virtudes sociales de Dios. Marco Antonio Velásquez Uribe <marantovelur@icloud.com>

PULSO DE LA IGLESIA

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Francisco en Colombia: un espaldarazo a la paz Tras una larga expectativa, a comienzos de septiembre el papa Francisco llegó finalmente y permaneció cinco días en Colombia. Lo esperaba anhelante el país americano que podría culminar con esa visita un difícil y controvertido proceso de paz, tras un conflicto interno que se prolongó por más de medio siglo. El mismo que sumó más de 220.000 muertos, 164.000 desaparecidos, 6 millones desplazados de sus hogares, 16.000 violaciones, 8.000 niños y adolescentes arrastrados a la guerrilla, más un imperio del narcoterrorismo que acumuló asesinatos, enfrentamientos, corrupción, y permeó la vida del país durante décadas.

Un largo proceso El Papa había alentado el proceso de paz que se consolidó con la conducción del presidente Juan Manuel Santos. Seis intentos a partir de 1982 habían fracasado. Santos aprovechó sus experiencias y llegó a buen puerto, logrando con ello el Premio Nobel de la Paz 2016. Antes obtuvo lo que por décadas pareció imposible: un acuerdo de paz que sellaron con abrazos los representantes del gobierno y la guerrilla en La Habana, Cuba, en agosto del año pasado, tras cuatro años de negociaciones. El papa Francisco y la diplomacia vaticana tuvieron un papel relevante en él, reconocido ampliamente. Pero no se destrabó así un esfuerzo que pareció volver a fracasar; porque un plebiscito nacional le cerró las 6

puertas con poco más del 50% de los votos, el 2 de octubre siguiente. Se replantearon luego los principales puntos de discordia, y el proceso siguió adelante hasta culminar en el acuerdo final de paz, suscrito en Bogotá el 24 de noviembre de 2016.

Corazones divididos Pero la paz en los documentos no ha significado la reconciliación de los colombianos. Los detractores del acuerdo alcanzado por Santos objetan ácidamente que los guerrilleros no serán llevados a juicio por los crímenes que se les atribuyen; que las víctimas de la violencia –aseguran– han sido relegadas a segundo plano, y que se hayan concedido a la guerrilla deponente privilegios inaceptables. Las que por medio siglo combatieron a los gobiernos como Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, con igual sigla pero significando ahora Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, se han constituido en partido político, al que se han garantizado de partida diez escaños en la legislatura que se elegirá el próximo año. Los partidarios del acuerdo enfatizan, por su parte, que éste era la única opción posible para terminar una guerra interna que desgarró al país por tanto tiempo. El Frente de Liberación Nacional, FLN, grupo guerrillero menor que aún se mantenía en armas, acordó con el PULSO DE LA IGLESIA

gobierno un cese bilateral del fuego el 4 de septiembre, a pocas horas del arribo del Papa. Ello mientras negocian en Ecuador el fin definitivo del conflicto.

Mensajero de paz Francisco prometió el año pasado al presidente Santos que si las negociaciones de paz llegaban a feliz término, visitaría Colombia. Y lo cumplió. Detractores del Presidente lo acusaron de tratar de politizar la visita, presentándola como un respaldo contundente al proceso que él lideró. El Vaticano aclaró que en realidad el Papa apoyaba sin reticencias la paz y reconciliación entre los colombianos; un logro que no se alcanzaría con una visita pontificia y que debería ser fruto de un trabajo intenso y decidido de los propios colombianos. Durante la visita, Francisco remarcó el compromiso de los cristianos al respecto. Los llamó a la autenticidad en el evangélico “amar al enemigo”; enfatizó que justicia y perdón van de la mano; que se deben equilibrar verdad y misericordia, y que es posible superar la guerra en el entendido de que, sin la paz, ningún otro derecho es posible. Instó a la Iglesia a promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al “coraje de la paz”, “fundamento invisible pero esencial” para una “construcción duradera en América latina”, subrayó. Cronista


Jefe de la guerrilla colombiana pidió perdón Uno de los hechos talvez más impactantes en la visita del papa Francisco a Colombia, fue protagonizado por el antiguo líder máximo de la guerrila que por medio siglo se enfrentó a las fuerzas estatales, en un conflicto que regó al país de sangre, dolor y lágrimas. Rodrigo Londoño, alias “Timochenko” o “Timoleón Jiménez”, ha depuesto finalmente las armas. Pero los odios, resentimientos y exigencias de que al menos él y otros líderes de la guerrilla sean sometidos a juicio, no se han extinguido. Y él lo sabe muy bien. La visita del Papa incluyó actos emocionantes de reconciliación y perdón. Pero que un día Timochenko pidiera perdón a la máxima autoridad de la Iglesia, debió parecer a muchos colombianos tan difícil como si la nieve ardiera. Pero ocurrió. Y ese gesto de arrepentimiento sería inimaginable sin el papel de Francisco en el fin del conflicto y su presencia en Colombia para sellar su término.

“Suplico su perdón” Las palabras que Londoño le hizo llegar apenas Francisco pisó suelo colombiano, hablan por sí solas en estos párrafos extractados:

“Excelentísimo Padre Francisco:
 “He seguido con atención sus pasos y sus prédicas desde la llegada a mi país… Su palabra de luz llegó efectivamente a iluminar las tinieblas que por tanto tiempo han cubierto la vida de nuestra nación. Dios lo bendiga, Padre santo. “Dirijo una organización que ha dejado las armas y se reincorpora a la sociedad después de más de medio siglo de guerra. Hemos declinado cualquier manifestación de odio y de violencia; nos anima el propósito de perdonar a quienes fueron nuestros enemigos y tanto daño hicieron a nuestro pueblo. “Cumplimos el acto de contrición indispensable para reconocer nuestros errores y pedir perdón a todos los hombres y mujeres que de algún modo fueron víctimas de nuestra acción.
Sus reiteradas exposiciones acerca de la misericordia infinita de Dios, me mueven a suplicar su perdón por cualquier lágrima o dolor que hayamos ocasionado al pueblo de Colombia o a uno de sus integrantes. “Nunca nos inspiró otro afán que no fuera el de alcanzar la esquiva justicia para los excluidos y perseguidos en nuestro país; que el de remediar en algo la inequidad y el despojo sufrido por los abandonados. Soñamos con que Usted y su Padre sabrán comprendernos.
 “No sé si estaría del todo bien implorar de Usted, que con el magnífico poder de su oración, elevara su voz e invitara a orar también a todo el pueblo colombiano, para que no se vaya a frustrar el enorme esfuerzo que involucró conformar la Mesa de Conversaciones, discutir en ella durante años, vencer las necias resistencias a cualquier acuerdo, y finalmente pactar la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. Nosotros oramos por ello. 
”Problemas de salud me impiden estar presente en su gira, que con la consigna ‘Demos el primer paso’ asegura un porvenir más claro para todos los colombianos. “El orbe entero conoce de sus condenas a la avaricia, al interés personal por encima del bien común, a la destrucción de la naturaleza por el afán de riqueza, a la opresión de los más débiles.
Ha expresado Usted la inconformidad de Dios con el saqueo de las naciones ricas a las más pobres, con las invasiones y guerras de despojo, con la negación a la diferencia y la diversidad, con la dura realidad de que el afán de lucro y la ganancia se impongan sobre la persona humana y la sometan a crueles destinos... “Le agradecemos, Padre, su defensa indeclinable de la vida y la dignidad de todos los seres humanos sin excepción. “He visto llorar de la emoción a hombres, mujeres y niños que admiran su sonrisa, su bondad y el brillo de sus ojos. Sólo un santo como Usted puede conseguirlo.
Dios está con Usted, no hay duda. “Rogamos por que en adelante esté siempre con Colombia… “Su devoto admirador,
 Rodrigo Londoño Echeverry (Timoleón Jiménez)”. PULSO DE LA IGLESIA

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Misionar hoy, un desafío de humanización integral Octubre ha sido desde larga data el mes misionero por excelencia. Definido así por instancias vaticanas, convoca tradicionalmente a la iglesia universal a fomentar el espíritu misionero en el pueblo cristiano, realizar rogativas especiales a que “el dueño de la mies envíe operarios a su campo”, y aportar recursos a las que desde antiguo se llamó “misiones ad gentes”, una forma eufemística de catalogar a las que antes se denominaba simplemente “misiones de infieles”. Para quienes aseguran que “las coincidencias no existen”, no pudo ser mera casualidad que Antonio María Claret, uno de los grandes misioneros reconocidos por la Iglesia, haya fallecido un 24 de octubre, el de 1870, y que ella lo incorporara al santoral universal para celebrarlo en esa fecha.

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El envío, requisito esencial Considerado por sus hijos como el “misionero ideal”, Claret dedicó la mayor parte de su vida y sus esfuerzos a lo que hoy se entiende como “evangelizar”. Y se dedicó de modo preferente a las clases populares; yendo a pie de pueblo en pueblo, con la autoridad del “envío” por parte de los obispos. Lo que no le pareció suficiente, e insistió hasta obtener el título de “misionero apostólico”, que le reconocía un envío por la autoridad misma del Papa. Es que “misionar” o “ser misionero” no puede arrogarse a título personal, ni entenderse si no es en virtud de un “encargo”, una “misión”, un “envío”. Misión, misionero, derivan, precisamente del latino “missus”, “enviado”. Lo instauró el propio Cristo, con su consigna “como el Padre me envió, así yo ORIENTACIONES

los envío a ustedes” (Juan 20, 21). “Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad” (Marcos 16, 15). Tamaña responsabilidad hizo que a Claret no sólo se le hiciera insuficiente su caminar de pueblo en pueblo con un hatillo al hombro; ansiaba abarcar con su predicación el mundo entero. Esta misión imposible, tanto mayor cuanto precarios eran los recursos técnicos de su época, lo movió a utilizar cuanto más pudo el único entonces disponible: la prensa escrita. Y cuando este amplificador de sus ansias misioneras también le quedó chico, decidió realizar lo que él mismo calificó como “gran obra”: fundar la congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, que en virtud de su padre es hoy también conocida como Misioneros Claretianos.


No sólo al alma La consigna primordial no sólo de Claret y la evangelización de su época, sino también de la Iglesia durante siglos, fue procurar “la salvación de las almas”, apartándolas del pecado que conduce al infierno y orientándolas a las virtudes y prácticas religiosas que llevan a la salvación en el cielo. Pero no puede desconocerse la preocupación social de Claret, que subrayan otras páginas más adelante. Sus hijos misioneros, enfrentados a situaciones como las de nuestros pueblos americanos, desplegaron una preocupación preferente por la educación, la ayuda solidaria y promoción, sobre todo de los grupos más pobres, en los diversos lugares donde se fueron estableciendo. No obstante, mantuvieron por largos años un esquema de misiones populares orientadas a “la salvación de las almas” mediante el apoyo primor-

dial de los sacramentos y la religiosidad personal y familiar. Dato no menor es que el éxito de las misiones populares -programadas generalmente para un trabajo intensivo de más de una semana-, se medía finalmente por la cantidad de confesiones, comuniones, bautismos y matrimonios logrados.

Un nuevo estilo No sólo su esquema de misión sino la organización misma de la congregación fueron modificados a fondo a partir de su “Capítulo General” o asamblea resolutiva máxima realizada en 1967, tras el Concilio Vaticano II, que significó un impacto renovador histórico para los misioneros claretianos. Hoy no se concibe la misión claretiana si no es en compromiso con el desarrollo integral de las personas y la sociedad en que ellas se insertan; sobre

ORIENTACIONES

la base de la justicia, el amor fraterno, la solidaridad, la promoción de los derechos y deberes personales y sociales, que conforman la esencia del Evangelio. Sin desconocer, por cierto, la importancia de la vida sacramental y las prácticas religiosas. Al respecto, nada más claro que el magisterio y los ejemplos prácticos del papa Francisco sobre cómo ejercer el deber misionero desde los obispos hasta todos los cristianos. Un eje mayor de la evangelización claretiana es hoy la “misión compartida” con laicos, hombres y mujeres, que participan de su carisma. Laicos/as encabezan o conforman así diversos equipos pastorales, dirigen colegios, gerencian órganos técnicos, financieros u operativos de apoyo misionero, coordinan tareas y se integran temporalmente como voluntarios a comunidades claretianas en misiones “de frontera”.

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La obra de Claret en algunas pinceladas Más de 3.000 misioneros extendidos por 67 países conforman actualmente la “gran obra” fundada por Antonio Mª Claret el 16 de julio de 1849 como Hijos del Inmaculado Corazón de María. Pretender siquiera resumir en una edición de TELAR la tarea evangelizadora que ellos realizan es, simplemente, imposible. Por ello, aparte de destacar los rasgos que definen y orientan la misión claretiana alrededor del mundo, es factible ofrecer aquí sólo algunas pinceladas sobre unas cuantas actividades que ilustran la concreción de esos rasgos. Pueden remarcarse como ejemplos las misiones “de frontera” que los claretianos animan entre los más pobres de los pobres en lugares como Indonesia, Africa, China, la India, Filipinas o innumerables rincones de nuestra América azotados por necesidades agudas de asistencia y reivindicación humana, como Haití. Pero nuestra revista se orienta primordialmente al enlace afectivo de la familia claretiana en los países que conforman la Provincia Claretiana San José del Sur, y no escasean en ella los ejemplos de acción misionera que se 10

pueden resaltar. He aquí algunos.

Diversos “medios posibles” Evangelizar “por todos los medios posibles” fue la consigna visionaria que Claret entregó a sus misioneros. Y en San José del Sur hay una gama amplia de tareas congruentes con ella. Desde que pusieron pie en América adentrándose en Chile, los primeros misioneros vieron en la educación una de las necesidad populares más urgentes. Abrieron así en 1909 una primera escuela, nocturna, en Antogafasta, 1.400 Km al norte de Santiago, la que pasó a diurna dos años después; sólo para varones, como estilaban por entonces las congregaciones masculinas. Hoy se ha convertido en un moderno establecimiento mixto con su currículo de educación básica y media completa. A él se unen, igualmente en el norte de Chile, el Colegio Parroquial de Andacollo, y en Temuco, 600 km al sur de la capital, el Instituto Claret y la Escuel Especial Padre Claret. Desde Chile se inició la expansión de los claretianos hacia los países veciVIDA CLARETIANA

nos. Y hoy la evangelización educadora florece en sus colegios argentinos de Bahía Blanca, Buenos Aires, Chascomús, Rosario y Córdoba, y en el uruguayo de Montevideo. Miles de futuros hombres y mujeres cristianos se fornan así al alero del carisma claretiano en San José del Sur. Junto a la tarea educacional de estos 10 establecimientos se desarrolla con espíritu misionero el servicio de 22 parroquias urbanas y de suburbios, y el de los santuarios en Chile de Nuestra Señora de Andacollo, San Judas Tadeo en Santiago y El Carmen en Curicó; el de Lourdes en Mendoza, Argentina, y el de San Pancracio en Montevideo. El Claret obsesionado por la comunicación escrita tiene una respuesta amplificada en la Editorial Claretiana de Buenos Aires, que el papa Francisco eligiera en exclusiva para publicar sus numerosos libros mientras fue arzobispo de Buenos Aires. Pero el ámbito donde encuentra respuesta más directa la consigna de Francisco de salir a misionar a las periferias geográficas y humanas, talvez sea el que muestran las pinceladas de otras páginas siguientes.


Mártires claretianos, un testimonio cuestionante El 21 de octubre son beatificados en Barcelona 109 mártires claretianos de la sangrienta Revolución Española de 1936-39. Es el mayor grupo que llega a los altares entre los 271 hijos de Claret que en tan fatídico enfrentamiento entregaron sus vidas como testimonio máximo de fidelidad a Cristo y a la vocación misionera que habían asumido. La congregación claretiana fue en esa instancia crucial la más victimada entre todas las de España. El reconocimiento oficial a sus mártires lo ha brindado la Iglesia tras sucesivos procesos canónicos en que se ha podido probar que las respectivas muertes fueron en carácter martirial.

bre de 1992 los 51 Mártires de Barbastro, y el 13 de octubre de 2013 los 23 de Sigüenza, Fernán Caballero, Tarragona y Selva del Campo. En circunstancias similares a las de la Revolución Española entregaron sus vidas en México el hermano Mariano González, en 1914, y en 1927 el P. Andrés Solá, quien fue beatificado el 20 de noviembre de 2005. En las misiones del Chocó, en Colombia, fue victimado el P. Modesto Arnaus en 1947, y en mayo de 2000 entregó su vida en Filipinas el P. Rhoel Gallardo.

El mayor tesoro congregacional

El conflicto revolucionario enfrentó a España en dos sectores fuertemente armados. En el del gobierno republicano izquierdista, que en 1931 había sustituido a la monarquía, se culpó a la Iglesia de ser cómplice en el levantamiento que el general Francisco Franco, finalmente victorioso, lideró contra él en julio de 1936. Miliicianos anarquistas y fuerzas heterogénas afectas a la república iniciaron luego una matanza antirreligiosa que terminaría asesinando a 6.832 consagrados, entre obispos, sacerdotes y religiosos/as, por el mero hecho de serlo. El mayor grupo claretiano que ahora es elevado a los altares ejercía su vida religiosa en diversas comunidades al estallar el conflicto. Ocho pertenecían a dos comunidades de Barcelona; otros 8 a la de Sabadell; 15 a las de Vic y Sallent; 11 a la de Lérida; 4 a la de Valencia; 3 a la de Castro Urdiales en San-

Numerosos testimonios martiriales engalanan la historia de la congregación claretiana como su mayor tesoro. El propio fundador, san Antonio Mª Claret, ansiaba morir martirizado en fidelidad a su misión evangelizadora. No lo consiguió, pero en sus escritos consignó como una de sus mayores alegrías el atentado en que, siendo arzobispo de Cuba, un sicario le rebanó el rostro y estuvo a punto de degollarlo. En 1868, un estallido revolucionario destronó y exilió de España a la reina Isabel II, lo desterró también a él por ser su confesor, y asesinó entre sus misioneros al padre Francisco Crusats. Desde entonces no han escaseado los mártires entre los hijos de Claret. El mayor ramillete lo conforman los 271 de la Guerra Civil española. De ellos fueron beatificados el 25 de octu-

Ciento nueve testimonios supremos

REFLEXIONES

tander, y 60 eran miembros del seminario de Cervera, el más numeroso de la congregación en España. De ese amplio conjunto, 49 eran sacerdotes, 31 hermanos laicos consagrados y 29 seminaristas. La Iglesia los eleva a la beatificación identificándolos como “los siervos de Dios Mateu Casals, Teófilo Casajús, Ferrán Saperas y sus 106 compañeros mártires”, representando en los tres nominados, respectivamente, a los sacerdotes, seminaristas y hermanos laicos que conforman el grupo. El lema de la beatificación, “Misioneros hasta el fin”, retrata cabalmente su admirable ejemplo: haber mantenido la fidelidad misionera hasta las últimas consecuencias. Constituye, por cierto, un cuestionamiento muy potente para todos los misioneros que tras ellos han asumido el compromiso evangelizador con el carisma de Claret. En una sociedad “light” donde la fidelidad, el compromiso y el respeto a la palabra empeñada han perdido su consistencia, que un centenar de cristianos haya sido capaz de entregar la vida por lo que creía no puede dejar indiferentes a quienes profesan los mismos ideales. Alfredo Barahona Zuleta 11


Claret, un obsesionado por la evangelización misionera Antonio Mª Claret fue uno de los grandes evangelizadores que ha conocido la Iglesia. Así lo destacó el papa Pío XII al proclamarlo santo. Claret no albergó pasión mayor que misionar “en todos los lugares y por todos los medios posibles”. Hoy se habría fascinado con los recursos tecnológicos a nuestro alcance para abordar la Nueva Evangelización. Hijo de una religiosa familia catalana de clase media, que poseía una pequeña industria textil, nació en el pueblo de Sallent, cerca de Barcelona, el 23 de diciembre de 1807. Por sus dotes parecía destinado a superar a sus padres como brillante empresario del tejido. Pero una profunda religiosidad y varios sucesos en los que pareció salvar la vida por milagro, lo inclinaban al sacerdocio. A ello se agregaron peligros inminentes, el ser estafado por un amigo, y el continuo tintineo en su interior del evangé12

lico “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final malogra su vida?” (Marcos 8,36). Pensó así recluirse en un monasterio cartujo, pero otro suceso al parecer providencial lo movió a ingresar al seminario diocesano de Vic.

Misionero infatigable Allí estaba su vocación. Ordenado sacerdote, pronto siente un impulso misionero que lo urge a predicar la palabra salvadora de Dios por toda España. No se conforma con eso. Su vida adquiere un ritmo obsesionado por “encender a todo el mundo en el fuego del divino amor”. Funda así instituciones apostólicas de diferente orden, e interviene en la fundación de varias congregaciones. Llega a escribir 15 libros, 81 opúsculos, centenares de folletos y volantes, y traduce 27 obras de interés para la ORIENTACIONES

evangelización. Pero la que él mismo llamó “gran obra” es la congregación de los misioneros que funda el 16 de julio de 1849 como Hijos del Inmaculado Corazón de María, hoy conocidos también como claretianos. Poco logra acompañar a éstos sus hijos, porque un mes después es nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, y tras recibir al año siguiente la consagración episcopal con el lema “la caridad de Cristo nos urge” (2 Corintios 5, 14), llega a comienzos de 1851 a la isla cubana, que por más de 14 años había estado “como oveja sin pastor”. Allí se enfrenta a una profunda decadencia moral y a tremendas injusticias contra los más débiles y desposeídos, lo que denuncia y trata de revertir con valentía profética. Los escozores que con ello provoca le engendran poderosos enemigos, los que pagan a un sicario para que lo ase-


sine. Este por poco lo degüella, propinándole un gran tajo en el rostro y en una mano.

Genio y figura… Tras seis años de labor infatigable en la isla caribeña, es llamado de vuelta a España para ser consejero espiritual de la reina Isabel II, lo que sólo acepta bajo condición de no llevar una vida palaciega, no menoscabar su labor misionera ni meterse en política. Vive así once años en medio de una de las convulsiones sociopolíticas más profundas de España. Los enemigos de la monarquía lo difaman como supuesto “orejero real” y conspirador, y disparan en su contra una campaña soez que llega hasta la pornografía. En 1868 es derrocada y desterrada la reina, lo que arrastra también a Claret y sus misioneros al exilio en Francia. No descansa allí en su labor apostólica. Conforta y orienta a sus hijos desterrados, y al año siguiente viaja a Roma, donde en 1870 participa activamente en el Concilio Vaticano I, descollando por su fidelidad al Papa. Vuelto a Francia, lo persigue hasta allí la saña de sus enemigos y debe refugiarse en el monasterio cisterciense de Fontfroide, donde expira el 24 de octubre de 1870. El epitafio de su humilde tumba, tomado de las últimas palabras del perseguido papa san Gregorio VII, lo retrata cabalmente: “amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el exilio”. Es beatificado en 1934 por el papa Pío XI, y el 7 de mayo de 1950 lo eleva a los altares Pío XII. El “misionero ideal” se convertía en modelo y ejemplo universal de cabal evangelizador.

Un carisma con herederos Claret no dispuso de ampificador de sonidos, radio, televisión, compu-

tadores, redes sociales ni ninguno de nuestros medios electrónicos para misionar. Solo conoció la prensa escrita y los rudimentos de la fotografía. Pero seguramente caminaría hoy por el mundo bien capacitado en los nuevos recursos informáticos, y emplearía nuestros sistemas de redes, de telefonía móvil y del ciberespacio. Talvez viajaría con su notebook o una tablet iPad en su maletín. Pero sin duda alentaría que, en su nombre y con su carisma para la evangelización del pueblo, sus misioneros hayan evolucionado de acuerdo al avance de los medios tecnológicos. Comenzaron empleando como él la pluma y la predicación a viva voz; después los lápices; más tarde la “Underwood” y la “Remington”, hasta trabajar hoy con modernas tecnologías de punta en obras misioneras como las imprentas y editoriales de Sâo Paulo (Brasil), Manila (Filipinas), Barcelona, Madrid (España), Bangalore (India), Malgrater (Italia), Owerri (Nigeria), Buenos Aires (Argentina), Chicago (USA), Krasnoyarsk (Rusia), Quibdó (Colombia), La Ceiba (Honduras), Carvalhos (Portugal), Sâo Tomé (Sâo Tomé y Príncipe), y Varsovia (Polonia).

En misión compartida Ha de estar orgulloso el Padre Claret libre ahora de su obsesión por ser humilde, al ver las emisoras radiales de Colombia o Argentina, los canales de TV de Brasil y Bolivia, el amplio y vigoroso servicio evangelizador telemático que surge desde Panamá, el notable y arrollador trabajo de difusión bíblica que sus hijos realizan en el este de Asia. Desde luego, verá también cumplido su sueño al comprobar que los religiosos de su congregación han sabido integrar a laicos –hombres y mujeres– en las tareas de evangelización; profeORIENTACIONES

sionales de la comunicación, periodistas, editores, secretarias, especialistas en marketing, trabajadores de diversas especialidades, administradores, personal de ayuda para las diversas tareas, voluntarios integrados a sus misiones “de frontera” geográfica y social. Claret deseó siempre que laicos y religiosos formaran un frente lúcido y eficaz para enfrentar las urgencias en la comunicación de la Palabra de Dios al mundo. En octubre, mes “claretiano” por tradición, es bueno recordar estas realidades y volver a presentar a las nuevas generaciones la figura de un misionero que se entregó por entero a la predicación de la buena noticia de Jesús.

El secreto de su vida ¿Cuál fue el motor esencial de la admirable vida misionera de Claret? Lo dice él mismo en sus escritos: el amor de Dios lo urgía a predicar sin tregua la palabra de salvación; su pasión por el Reino divino se nutría de una piedad filial para con Dios y en una sintonía especial con María, a la que veía como su madre, su apoyo, su maestra, su todo después de Jesús. La Biblia en una mano y la realidad del pueblo en la otra lo hicieron apto para construir con empeño, constancia y fervor una red de respuestas pastorales adecuadas a su tiempo y con una visión de futuro notable. Su descubrimiento de la prensa como medio evangelizador es una prueba palmaria de ello. ¿Qué habría hecho en este tiempo de comunicaciones instantáneas, masivas y globales? No lo sabemos. Pero sí vemos lo que están haciendo sus hijos, los misioneros de la congregación que él fundó y a los que comunicó su espíritu de apóstol.

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Misionar “en las fronteras” geográficas y humanas Lo ha recalcado el papa Francisco en numerosas oportunidades: una de las urgencias primordiales de la Iglesia de hoy es salir de sus lugares cómodos y bien establecidos, hacia las “fronteras” de la lejanía o el abandono, donde muchedumbres de seres humanos son dejadas de lado por una sociedad que rigen el dinero, el egoísmo exitista, las injusticias y abusos, el consumismo materialista, el desecho de los débiles y declarados inservibles. El trabajo misionero de los claretianos de San José del Sur en diversas parroquias y santuarios, en consonancia con la “opción preferencial por los pobres” que en 1968 abrazara la iglesia latinoamericana en Medellín, dedica esfuerzos especiales, según las realidades de cada tiempo y lugar, a la reivindicación humana de los sectores más postergados, sin techo, emigrantes, víctimas de adicciones, mujeres abusadas, trata de personas y otras lacras que campean en el mundo de hoy. Entre las “posiciones” misioneras que viven algunas de estas realidades y tratan de enfrentarlas con el aporte de una evangelización comprometida con la dignificación del ser humano en plenitud, el siguiente es un ejemplo cabal.

En los confines de un país enorme En las alturas de la meseta andina donde vivían los aborígenes “omahuacas”, se acercan las fronteras de Bolivia y Argentina. Allí se despliega, agreste como sus montes, la Quebrada del Río Grande de Jujuy, que se conoce como Humahuaca. Hasta ahí llegaron un día los claretianos, con la cruz al pecho, el cantar de Andalucía y el anuncio del Evangelio para esos pueblos remotos, dejados largamente de mano por los gobiernos de turno. Después del Capítulo General Extraordinario o asamblea máxima que celebraron en Roma en 1967, los claretianos de Bética, España, aceptaron la Misión de Humahuaca como territorio a su cargo, hasta donde llegaron en junio de 1968. Por casi 50 años han prestado su servicio misionero en 14

esta iglesia. De entre ellos, dos lo han hecho como pastores de la Prelatura de Humahuaca: los padres José Mª Márquez Bernal, obispo desde 1973 hasta 1991, y Pedro Olmedo Rivero, el obispo actual desde 1993. La opción por los más pobres, el trabajo misionero evangelizador en condiciones muy duras, los esfuerzos por la implantación de una iglesia autóctona, la formación del laicado, la lucha por la justicia, la promoción social, el respeto y promoción de la propia identidad cultural, la misión compartida con los laicos…, han sido las señas de identidad en el trabajo evangelizador de la Misión humahuaqueña.

La marginación de la Puna Humahuaca se sitúa en la Puna, nombre de origen quecha que significa región de altura. Es una meseta de alta montaña situada entre 3.500 y 5.000 metros de altitud, que comparten Argentina, Chile, Perú y Bolivia. Al extremo norponiente de la Puna argentina, limitando con Chile y Bolivia, se sitúa la provincia de Jujuy, con 53.000 kilómetros cuadrados de extensión. Una zona de enormes contrates socioeconómicos con la mayor parte del país. En ella se entronca la Prelatura de Humahuaca. Datos recientes de Jujuy hablan de 53.9% de pobres y 15% de indigentes. Pero esos valores serían mucho más altos en los sectores rurales, y en particular en el territorio comprendido por la Prelatura. En términos pastorales, ésta constituye un auténtico “territorio misionero de frontera”, “de desierto” o “de marginación”, ya sea por su ubicación alejada de los grandes centros, por la dificultad con que le llegan los servicios y el interés político, por la forma en que más que vivir sobrevive su gente, y por la exclu-

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sión, rechazo, menosprecio y falta de valoración social que van allí de la mano. Su territorio de misión abarca unos 37.000 km2 de quebrada, puna y valles cordilleranos, donde se dispersan 252 comunidades rurales con unas 100.000 personas, en su mayoría de la etnia colla originaria, aunque producto actual de diversos mestizajes.

Misioneros en real frontera Dos pequeñas comunidades claretianas extienden su trabajo evangelizador en el amplio territorio de la Prelatura, apoyando al obispo P. Pedro Olmedo junto a unos pocos sacerdotes diocesanos y 4 comunidades de religiosas. Uno de los grupos misioneros se asienta en la sede prelaticia de Humahuaca, cuyo pequeño templo catedralicio data de 1631, es monumento histórico y centro de la parroquia Nuestra Señora de la Candelaria. En La Quiaca, ciudad de unos 18.000 habitantes, cabecera del departamento jujeño de Yavi, situada al borde mismo de la frontera con Bolivia, tiene su sede la otra comunidad. Entre sus responsabilidades atiende un territorio departamental de 2.960 km2 con más de 3.000 habitantes, y un área donde se dispersan 35 pequeños centros rurales. Decir “La Quiaca” es todavía hoy para muchos argentinos como hablar del “fin del mundo”. No en vano, cuando bromean enviando a alguien a mala parte, suelen espetarle: ¡Cheeeé…: andate a La Quiaca…! Separada de la ciudad boliviana de Villazón por sólo un puente, sobre él van y vienen todo el día hombres, mujeres y niños transportando a pulso pesadas cargas por el pago de unas pocas monedas. La pobreza, la explotación humana y agudos problemas de inmigración son algunos de los desafíos que afronta allí la misión claretiana.

Bordeando precipicios infartantes Una de las comunidades humahuaqueñas tiene también a su cargo, en la vecina provincia de Salta, una doble sede parroquial, Santa Victoria Oeste y Nazareno, desde

donde la llamada “parroquia de campaña” sirve a 24 comunidades rurales dispersas por los valles salteños en medio de una geografía muy accidentada. Porque si Humahuaca se asienta a 3.000 m de altitud, ir a La Quiaca, 165 km al norte, significa subir a los 3.500. Desde allí, para llegar a Santa Victoria Oeste, distante 118 km, se necesitan unas 4 horas en camioneta por una angosta senda montañosa que, al borde de precipicios infartantes, sube a 4.552 m para terminar en los 2.300. Entre las realidades que allí enfrentan los misioneros están la pobreza generalizada de la zona, con una microeconomía agropecuaria de subsistencia, un índice de desocupación del 53 %, precarios servicios públicos de educación, salud, caminos, comunicación..., donde la luz eléctrica y el agua no llegan a pequeñas comunidades perdidas entre las distancias, las alturas y la accidentada geografía.

Desafíos, abandonos y esperanzas Difícil desafío es evangelizar en medio de una religiosidad andina muy arraigada, pero con poca instrucción bíblica. Pero hay logros importantes, como el espíritu de comunión y participación en las comunidades, y la fructífera labor que cumplen en ellas activos equipos de animadores laicos que sostienen la reflexión bíblica, la celebración eucarística y la formación, supliendo a los pocos sacerdotes, que deben turnarse para llegar de tarde en tarde a cada rincón lejano. El trabajo de los misioneros busca conjugar lo religioso y lo social, debido a la situación apremiante de la gente, en su gran mayoría pobre y marginada. Sujetos preferenciales de esa labor pastoral han sido por casi 50 años los jóvenes, las familias y la catequesis. Entre las obras de desarrollo social que se han ejecutado con recursos y apoyos de diferentes organismos solidarios, están: la construcción de viviendas para familias de escasos recursos en La Quiaca; caminos y puentes rurales en Santa Victoria Oeste; paneles solares en Trigo Huayco; salas cunas en todas las parroquias; creación de centros de salud y educativos; proyectos de agua potable y de regadío en sectores rurales; formación de líderes y animadores…

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Desafío evangelizador entre la soledad y el viento

En el inmenso territorio argentino son largas y anchas las fronteras, enormes las distancias y muy diversas las condiciones de vida. El progreso moderno y el aire europeizante de las grandes ciudades contrasta dramáticamente con la dura subsistencia, los desafíos geográficos y de comunicación, la pobreza en que se debaten amplios sectores de población y el virtual abandono por parte de numerosas autoridades.

Entre los fríos patagónicos Más de 1.500 kilómetros enfilando de Buenos Aires hacia el suroriente, hasta adentrarse en el departamento Veinticinco de Mayo de la provincia patagónica de Río Negro, se alza la localidad de Ingeniero Jacobacci, desde donde los hijos de Claret tratan de llevar “la alegría del Evangelio” y hacer comunidad con esforzados pobladores separados por largas distancias. Hija del desarrollo del ferrocarril que en nuestra América sembró el progreso donde antes sólo había soledades y abandono, la hoy pequeña ciudad debe su nombre a Guido Jacobacci, uno de los artífices de la “epopeya del tren” que en 1916 trajo hasta 16

la zona el resoplido de la primera locomotora. Era la avanzada de un nuevo destino para el poblado de Huahuel Niyeo, antiguo asentamiento de los aborígenes tehuelches, y la desolada Patagonia argentina. Esforzados misioneros de varias congregaciones fueron haciendo iglesia entre las familias de raigambre agrícola, pastoril y mapuche dispersas por la inmensa pampa austral. A fines de los ’60, Ingeniero Jacobacci vio llegar a los primeros claretianos, que buscaban establecer en esas latitudes una comunidad misionera para asistir pastoralmente una zona de 203.000 kilómetros cuadrados, con poblados separados por grandes distancias y precarios medios de comunicación. Esbozaron ellos un proyecto evangelizador llamado “comunidad en campaña misionera”, y un itinerario que, partiendo de los principales poblados de la zona, llegaría más tarde a Bariloche, y finalmente a Jacobacci, 213 km al oriente de ese el más importante centro turístico de la Patagonia y el tercero de la Argentina. Los claretianos animan hoy en Jacobacci la parroquia Exaltación de la Santa Cruz, con un territorio que supeVIDA CLARETIANA

ra los 33.640 km2 y una densidad poblacional de sólo un habitante por cada dos kilómetros cuadrados. Los misioneros se asentaron con el tiempo en otros poblados del área, y consolidaron su presencia en la región. Hoy integran la diócesis de San Carlos de Bariloche, que tiene obispo claretiano: el P. Juan José Chaparro.

En misión dignificadora La parroquia misionera de Jacobacci procura hermanar el fomento de la vida sacramental con iniciativas de servicio social, promoción de la justicia y el fortalecimiento de más de 20 comunidades de base, en otras tantas pequeñas poblaciones o “parajes” que diseminadas por su territorio afrontan difíciles condiciones de vida. Algunas no cuentan con sedes o capillas. Llegar a ellas exige largos desplazamientos, ya que se encuentran desde 40 a 140 kilómetros de la parroquia. Entre los riesgos y carencias de los caminos, una visita supone entre uno y tres días. Se viaja por esas inmensidades acompañado sólo por el viento y la soledad. La vida parroquial se concentra así en Jacobacci. Otro centro de relevan-


cia es la capilla San José, en la localidad de Maquinchao, 71 km al oriente. Allí forman comunidad tres religiosas josefinas dedicadas a la educación, la vida sacramental y misionera. La pastoral social tiene una vida fecunda cuyo rostro visible es Cáritas, empeñada en la promoción y ayuda a las familias más necesitadas. La llamada Casa Padre Paco -en memoria de un antiguo misionero de los Sagradios Corazones- hospeda a personas que vienen de remotos parajes. La catequesis preparatoria de la vida sacramental a niños, jóvenes y adultos, y la pastoral juvenil, dinamizan el crecimiento de la vida parroquial. Una preocupación de primera línea es el compromiso con la defensa de la creación, amagada por la minería contaminante y la explotación desenfrenada de los acuíferos naturales de la zona. La reflexión, las manifestaciones callejeras y reclamos buscan mantener en alto la conciencia ciudadana sobre un tema de primera importancia subrayada por el papa Francisco. La realidad de la nación mapuche originaria, que antaño fuera señora de la Patagonia a ambos lados de la cordillera andina que abraza a Chile y Argentina, constituye un problema latente y con frecuencia explosivo. La provincia de Río Negro concentra el mayor número de comunidades aborígenes después de Neuquén y Chubut. La nación mapuche representa uno de los grandes desafíos para la misión en la zona. La cosmovisión, cultura y costumbres de la etnia originaria son un un rico patrimonio que la codicia, la corrupción y el genocidio han pretendido borrar del confín austral de América. La misión claretiana integra el aporte pastoral en su defensa al de las diócesis patagónicas, que han aunado esfuerzos para afrontar las graves secuelas de un conflicto que se arrastra por más de un siglo y medio.

Un centro superior de estudios

para orientar la evangelización Los misioneros claretianos conducen desde hace 42 años en Córdoba, Argentina, el Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos, CEFyT, un instituto superior intercongregacional destinado a aspirantes al sacerdocio, religiosos/as y laicos/as. Concebido como un espacio de reflexión, investigación, producción y trasmisión de conocimientos orientados hacia una evangelización comprometida con la realidad, el plantel está adscrito a la Pontifica Universidad Lateranense de Roma, conocida como “la Universidad del Papa”. Antes, desde comienzos de la década de 1940, fue el seminario mayor de los misioneros; primero de los argentinos, y más tarde del Cono Sur y diversas nacionalidades. A partir de 1975 se organizó como el actual centro intercongregacional y de servicio teológico-pastoral al laicado. Hoy integran su facultad académica presbíteros, miembros de diversas familias religiosas masculinas y femeninas, así como laicos/as que participan de su proyecto formativo. Una gama similar se aprecia en el alumnado.

Por una evangelización humanizadora Cada año el CFyT realiza una semana de estudios destinada a potenciar su reflexión y acción evagelizadora. Entre el 28 de agosto y el 1 de septiembre de este 2017 llevó a cabo la XXXVIII Semana. VIDA CLARETIANA

El programa desarrollado dejó en claro los objetivos que el instituto persigue, y la forma como busca llevarlos adelante. La Semana convocó sus estudios bajo el lema “Con-movidos y movilizados con los movimientos populares”, para reflexionar desde la escucha e interpelación de los clamores y las experiencias de organizaciones populares y movimientos sociales, en defensa de las mujeres, el trabajo, los derechos humanos, la inclusión social y el cuidado ecológico. Desde esta mirada, el CEFyT planteó que procura ser un espacio abierto de formación teológica, filosófica y pedagógica latinoamericana, en sintonía con el camino sinodal de la Iglesia, “caminando conmovidos junto a otros, como propone el papa Francisco en el discurso del II Encuentro Mundial de Movimientos Populares”. En las jornadas se abordaron temas como “Concentración de las riquezas e impactos en el cuerpo social y de la tierra”. También “Jóvenes en movimientos populares, sociales y de derechos humanos en Córdoba”. Una mesa-panel se conformó sobre “Clamores de mujeres, Economía popular y Cuidado ecológico en el actual contexto provincial y nacional”. De todo ello “se extrajeron las ‘buenas noticias’ (evangelio) de esperanza, de compromiso, de humanización, de testimonio que estamos llamados a anunciar”, señalaron los organizadores.

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Buena Noticia junto al lago azul Hacia 1912 los misioneros buscaban llegar al corazón paraguayo de América, donde mece románticamente sus aguas “el lago azul de Ypacaraí”. Pero no fue hasta 1979 cuando un primer grupo de claretianos vino de Aragón, España, invitado por el obispo de Coronel Oviedo D. Claudio Silvero, y abrió comunidad en el departamento de Caaguazú; concretamente en la parroquia de Yhú (“Río negro”, en guaraní). Ubicada precariamente en esa zona mayoritariamente rural, la comunidad que había llegado con tantas ilusiones experimentó de partida la primera enorme dificultad: el pueblo hablaba mayoritariamente guaraní, y el idioma castellano se le hacía áspero y lejano. La incorporación al grupo, en 1982, del primer claretiano paraguayo, P. De los Santos Oroa, conocedor a fondo del idioma guaraní, y el lento pero eficaz aprendizaje de varios misioneros, fueron solucionando la dificultad.

Una paciente siembra Dos años después de abrir la primera comunidad se vio la necesidad de afianzar la presencia claretiana con una nueva fundación, esta vez en la ciudad capital, Asunción. Allí el arzobispo D. Ismael Rolón ofreció la atención de la parroquia San Juan Bautista de Lambaré. A partir de 1995 vino la búsqueda de una nueva proyección apostólica. Porque las realidades eran desafiantes: en 1989 había caído la dictadura del general Stroessner, y se pudo ver con claridad un empobrecimiento generalizado, corrupción, deterioro de la pertenencia religiosa, invasión de sectas. 18

En las tareas consiguientes se ha ido recibiendo la ayuda inestimable de las misioneras de la Institución Claretiana, de las hermanas de La Caridad de Santa Juana Antida, y de equipos de voluntarios venidos de Aragón. Así se ha podido atender en hogares dignos a ancianos en situación de abandono; se ha trabajado codo a codo con los campesinos desplazados que pudieron recuperar sus tierras, y se les acompaña en abrir nuevos horizontes promoviendo el trabajo personal y grupal organizado. El Proyecto “Vaquería” en la zona de Yhú, apoyado por la Procura Claretiana de Desarrollo, Proclade, es buena muestra de ello.

Germinando la semilla En el servicio pastoral propiamente religioso, el trabajo ha sido enorme. Se han ido organizando comunidades locales en la amplia geografía de las dos parroquias. Eso conlleva la visita constante de los misioneros, la celebración de la liturgia, la doctrina y la predicación del Evangelio, la catequesis, el apoyo a la religiosidad popular que se conserva en el pueblo sencillo; yendo y viniendo, incansables, pese a las inclemencias y a las condiciones desfavorables de caminos y huellas. Uno de los mejores logros ha sido la formación cristiana y realización personal de la juventud. Esto ha traído un cierto florecimiento vocacional creciente en los últimos años, el que se manifiesta en los sacerdotes, seminaristas y postulantes que han encontrado en la vida claretiana el cauce para su vocación en la vida. Es la respuesta misionera de la comunidad claretiana del Paraguay.

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El desarrollo humano, auténtico objetivo de misión “Vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, proclamó el Señor Jesús (Juan 10,10). Y su propio ejemplo deja en claro que se trata de una vida integral, no sólo de las almas. Porque Jesús predicó el amor a Dios y al hermano, y entregó su vida por la humanidad, pero llamó también a “buscar el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6,25-33), proclamó bienaventurados a quienes tienen hambre y sed de ella (Mateo 5,6), dio de comer a los hambrientos, sanó a los enfermos y resucitó muertos para devolverlos a los suyos. Según él, no se puede amor a Dios sin amar al prójimo con obras efectivas. Al fin de esta vida se nos juzgará según dimos o no de comer al hambriento, de beber al sediento, vestimos al desnudo, visitamos al enfermo y al preso… (Mateo 25,35-45).

Ejemplos para imitar Así lo han entendido los grandes voceros de la “Buena Noticia”. Y así lo entendió Antonio Mª Claret. Talvez sea en sus seis años como arzobispo de Santiago de Cuba (1851-’57) donde mejor reluzca su evangelización enraizada en el desarrollo integral del pueblo. Conoció entonces directamente las injusticias, lacras y miserias que desangraban a gran parte de los latinoamericanos y que perduran hasta hoy. Frente a la postración de sus feligreses creó instituciones religiosas y sociales para niños y ancianos; propició la alfabetización pública; fundó asilos, internados, escuelas técnicas y agrícolas; fomentó la creación de cajas de ahorro; apoyó la reconstrucción después de tres terremotos ocurridos en su período episcopal... Se enfrentó a las injusticias y las denunció con valentía. Ello le valió un intento de asesinato urdido por algunos poderosos y ejecutado por un sicario que estuvo a punto de degollarlo.

En busca del desarrollo integral Sensibles a la pobreza, inequidad y falta de oportunidades palpables en sus territorios de misión, los hijos de Claret desarrollan diversas iniciativas de promoción humana y social adecuadas a cada realidad.

Una de ellas es Promoción Claretiana de Desarrollo, Proclade, una Organización No Gubernamental u ONG de ya larga trayectoria. Partió en España y se ha extendido a varios continentes. En Latinoamérica ha realizado proyectos de cooperación, servicio social voluntario y otras iniciativas, en países como Honduras, Haití, Colombia, Perú, Paraguay y otros. En la Prelatura de Humahuaca se creó la Fundación Oclade, Obra Claretiana para el Desarrollo, que por más de 30 años ha beneficiado a una de las áreas más pobres y marginadas de Argentina. En Paraguay, Proclade lleva una década y media de trabajo.

En misión compartida Proclade San José del del Sur, constituida hace 5 años, integró cuatro áreas en que religiosos y laicos claretianos desarrollaban iniciativas de servicio social: Jupic -Justicia, Paz e Integridad de la Creación- en defensa de la vida amenazada, la justicia, la construcción de la paz y el cuidado de la Madre Tierra; Misión Solidaria, que promueve el compromiso misionero con una perspectiva de solidaridad hacia los más necesitados; Proyectos, que implementa iniciativas sociopastorales por la dignificación de sectores vulnerables, y Voluntariado, que organiza el aporte de trabajo voluntario en territorios misioneros “de frontera”. Dos jóvenes laicos, Yoscelyn Cárcamo, chilena, y Sebastián Vergara, argentino, vivieron por más de dos años una primera experiencia de voluntariado en Haití, el más pobre y sufrido entre los países de América. Sebastián lo hace ahora en La Quiaca, hito fronterizo argentino-boliviano con agudos problemas de inmigración y pobreza. Un segundo grupo, de las jóvenes argentinas Candela Dozo de Nicola, Julieta Anchordoquy y Emilia Taborda, más la uruguaya Melina Hernández, entregó similar servicio en Lambaré, Paraguay. Joan Jara Muñoz, chilena, y Florencia Juárez, argentina, lo hicieron en la misión patagónica de Ingeniero Jacobacci. Los voluntarios se integran por un tiempo a las respectivas comunidades claretianas, haciendo realidad la “misión compartida”, uno de los ejes en la evangelización actual de los hijos de Claret.

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Haciendo misión en tierras lejanas El claretiano Arturo Morales Venegas evangeliza desde hace 23 años en las antípodas de su patria chilena. Merece algunas líneas cuando hablamos de misionar en fronteras geográficas y humanas. El lo hace en la República de China o Taiwán, la isla “díscola” situada unos 200 kilómetros al oriente de la China continental, de la que, junto con otras vecinas, pugna por independizarse desde que se separó de hecho en 1949. Eran los tiempos de la “Guerra Fría”, en que se mostraban los dientes el Occidente capitalista y un vasto sector bajo control del comunismo soviético. En esa pugna fue Taiwán un peón en disputa. Para asegurarlo como suyo, USA y algunos aliados lo convirtieron en la gran potencia industrial exportadora que es hoy. Pero hay en ella sectores fuertemente discriminados y marginados; entre ellos, las etnias aborígenes. A una de ellas, los amis, tan arrinconados como los mapuche en nuestro Cono Sur, lleva largos años dedicado el misionero chileno.

Cuando Dios usa “la mano izquierda” Arturo nació en 1960 en una familia profundamente religiosa. Pero – 20

confiesa- lo menos que en su juventud se le hubiera ocurrido sería ser “cura”. Pero “el hombre propone…” Y en su caso, de un modo insólito. Tras titularse como tecnólogo médico, cursó tres años de Bioquímica. Eran los convulsos años ’80. Chile vivía la represión de una dictadura sangrienta, y el joven universitario sufrió una gran crisis existencial. —Creo que esa noche oscura fue el punto de partida para sentir a Cristo de otra manera en mi vida -cuenta. Se convirtió en dirigente estudiantil e ingresó a Amnistía Internacional, institución destacada en la defensa de los derechos humanos. Pero “la mano izquierda de Dios”, ésa que actúa en forma no convencional, golpeó a su puerta en la amistad con unos claretianos jóvenes que como él buscaban defender la dignidad del ser humano salvajemente vejada. La bioquímica se fue así a la mochila, y el tecnólogo médico ingresó al seminario claretiano. En 1992 se incorporaba en forma definitiva a la congregación, y al año siguiente era consagrado sacerdote. Y su mundo giró en 180 grados cuando despertó una mañana en Taiwán intentando hablar en chino y comer arroz con palitos. VIDA CLARETIANA

Un aborigen más Desde entonces no todo le fue miel sobre hojuelas. Integrado a una pequeña comunidad pionera de los claretianos en Taiwán, primero tuvo que volver a la escuela primaria con 50 chiquillos, para acercarse al difícil idioma chino. Convertido así en Tu-ren en vez de Arturo, a los tres años fue designado párroco en Keelung, a unos 40 kilómetros de Taipei, la capital. Allí permaneció dos años nada fáciles. Pero el Señor le tenía reservada otra veta de evangelización, desafiante y hermosa. Formando “yunta” con un misionero de Maryknoll, comenzó a celebrar la Eucaristía para un grupo de aborígenes amis, en su propia lengua, que tuvo que aprender, y con ella sus costumbres y tradiciones. En poco tiempo logró sentirse y ser considerado un ami más, y se reconvirtió en Kacaw. Así fue descubriendo el mundo de las minorías étnicas y la realidad más profunda de la isla. Hoy, entre numerosas actividades pastorales, se dedica de preferencia a los amis, que son más de 10.000 en la diócesis de Taipei. Con ya una vasta experiencia de evangelización misionera, Arturo-Turen- Kacaw aporta ahora a TELAR la interesante colaboración que sigue.


Una mirada de futuro en Asia – Taiwán Los claretianos en Asia están presentando el nuevo rostro de la Congregación. India e Indonesia/Timor del Este son dos de los principales lugares con mayores vocaciones. India suma ya más de 400 misioneros, aunque ha habido una disminución. Indonesia tiene en 25 años más de 80 misioneros y los seminarios llenos. Pero esa abundancia vocacional no puede ser compartida en otros lugares de Asia. Nuestra Delegación claretiana de Asia Oriental se caracteriza por el bajo número de católicos y las escasas vocaciones. Los extranjeros seguimos siendo mayoría en cada lugar, desde los inicios. En Taiwán, por primera vez tenemos un aspirante.

Para enfrentar el futuro Con lo anterior como base, creo que estos son algunos de nuestros desafíos: 1) Inculturación. En el pequeño pedazo de tierra que es Taiwán, cohabitan diferentes culturas y grupos étnicos, como los llamados taiwaneses (nacidos en la isla), chinos (los llegados con el líder anticomunista Chiang Kai-shek en 1949), los hakka, al menos 16 tribus aborígenes reconocidas oficialmente (hay por lo menos otras 12). Con una iglesia católica menor al 2%

de la población, nos enfrentamos a enormes desafíos, de todo tipo y a diario. ¿Cómo hacer que la Buena Nueva sea lo que es, y no un traspaso de civilización occidental? ¿Cómo hacer para que la fe sea parte integral de la vida? 2) Formación. Lo anterior nos lleva a plantearnos el problema en cuanto a la formación de nuestros seminaristas, y del clero y religiosos en general. Nuestros centros formativos están muy centrados en lo clerical (en Asia prácticamente no hay hermanos laicos consagrados). La formación no es cristocéntrica, es “clericocéntrica”, y no en perspectiva misionera; talvez por un complejo de minoría en donde se tiende a remarcar lo que es propio y hacer la diferencia con los otros. 3) Misión Compartida. Esto se ha de seguir profundizando, porque no se trata de que en mi apostolado invite a otros a trabajar pero yo sigo al mando, sino de trabajar en equipo, donde la decisión radique en el grupo y no en un solo individuo. Nos hemos acostumbrado a trabajar solos si no somos los que en definitiva mandamos. Acá aparece el desafío de la formación del laicado y de los agentes evangelizadores.

VIDA CLARETIANA

4) Juventud. No es un secreto que en la gran mayoría de nuestros centros participan muy pocos jóvenes, y especialmente en misas. Y ellos son algo vital para nosotros; no sólo por el tema vocacional, sino fundamentalmente por la necesaria generación de recambio al interior de la Iglesia. En general somos capaces de atraer a muchos jóvenes para actividades, pero no en el día a día.

El desafío mayor: credibilidad Estando en mi propia formación, recuerdo que un gran amigo misionero claretiano me dijo: “nos dicen que hacemos muy buenos documentos, pero no somos capaces de llevarlos a la vida’’. Talvez ahora el mayor desafio que tenemos es credibilidad: hacer vida lo que anunciamos. Porque a lo mejor nos estamos “politizando”: haciendo las cosas “políticamente correctas”; incapaces de dialogar, interactuar, abrirnos. Y por otro lado, no somos innovadores, sino simplemente mantenedores de las estructuras y costumbres que recibimos; sin importar si son acordes con lo que vamos descubriendo: el plan de Dios a través de los signos de los tiempos. Arturo Morales Venegas Misionero claretiano en Taiwán

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Entregando la vida por los más pequeños El misionero Hugo Ríos Díaz lleva 36 años entregados a acoger, sanar, educar e integrar a una vida digna a niños huérfanos, abandonados, heridos o enfermos, en el corazón del Africa. Nacido en 1948 en Puente Alto, comuna de Santiago de Chile, cuenta que llegó a ser claretiano “por pura casualidad”, o mejor dicho, por esa forma juguetona con que Dios hace creer a los humanos que sus planes son simples coincidencias.

Una doble vocación Una modesta maestra de escuela le infundió la vocación sacerdotal. Creció con esa idea en mente, mientras sus tíos le aconsejaban que fuera médico, lo que también le atraía. Así conoció a un misionero redentorista, y un día partió a buscarlo para seguir sus pasos. Le dijeron que enseñaba en un seminario de Talagante, a 36 km de Santiago, y allá llegó preguntando por “el seminario de los misioneros”. Así fue a dar al de los claretianos, que allí funcionó por décadas. Mientras efectuaba su discernimiento inicial dio clases en una escuelita suburbana. Luego partió a la Argentina, y en el entonces seminario claretiano internacional de Córdoba cursó Filosofía y Teología. De ese período contó a TELAR : —La Congregación me dio una gran libertad para realizar iniciativas. En el seminario nos incentivaron a seguir una segunda carrera. Por supuesto, elegí medicina. Mientras cumplía esas dobles exigencias evangelizó y entregó asistencia médica en una “villa-miseria” cordobesa. Con su gente, su propia familia y la antigua maestra que le inculcó la primera vocación, fue consagrado sacerdote en 1976.

Pasión africana De regreso en Chile fue formador de futuros misioneros, y trabajando con ellos fue a dar como párroco suplente a Maipo, otra comuna cerca de la capital. Hasta que el entonces superior mundial de los claretianos, que fuera uno de sus profesores en Argentina, le pro22

puso ir a abrir un seminario en las misiones de Camerún, en el Africa central. Así comenzó en 1981 su compromiso africano. Y así ha entregado su vida a los más pobres entre los pobres. Y ha asumido su destino; contrayendo una malaria irreversible, filaria, dermatosis y otros “panes de cada día en el Africa”. Entre sus avatares sufrió un accidente carretero que lo tuvo 15 días en coma y dos años con muletas. Once años trabajó en Camerún, donde fue de nuevo formador de nuevos misioneros y comenzó a cumplir su doble “manía” vital: sanar cuerpos y almas. Porque junto con misionar abrió dispensarios para los más pobres y abandonados, en un Africa devastada por el sida, epidemias arrasadoras e infecciones hermanadas a la pobreza y la escasez de recursos sanitarios.

Muerte y vida en el Congo Pronto extendió sus afanes a las misiones claretianas del Zaire -hoy República Democrática del Congo-, adonde después se trasladó; y allí ha dado rienda suelta a su doble pasión sanadora. El Congo es un país asolado en forma endémica por una guerra interna que lleva más de medio siglo y una pobreza que se asienta paradojalmente sobre diamantes y otros suculentos recursos naturales. Estos incentivan la ambición de “los perros de la guerra”. Las principales víctimas suelen ser allí los niños. Abandonados en las selvas, huérfanos, hambrientos, minusválidos o mutilados, Hugo los ha recogido por centenares tras salvar a muchos de la muerte. Junto a una comunidad de religiosas de la Caridad mantiene el centro pediátrico de Kimbondó, que hoy alberga a más de 800 niños y jóvenes. Allí les entrega acogida, tratamientos contra el sida, el cáncer, la tuberculosis y otras enfermedades, alimentación y educación, No recibe ayuda estatal ni de ningún organismo internacional. Su fe inquebrantable y el testimonio de su labor, que le ha granjeado providenciales ayudas privadas, sustentan el milagro de su obra.

VIDA CLARETIANA


Demora *Liana Castello

Nunca me había dado cuenta de cuán a prisa vivía, hasta que tuve que detenerme. 
Iba con mi auto a una reunión impostergable. Repito el término y me sonrío: impostergable. Hasta ese día me costaba darme cuenta de cuáles eran las cosas impostergables. Había habido un accidente, y la autopista estaba cortada. Nada se podía hacer; ni tomar otro camino, ni retomar, mucho menos avanzar. Maldije un rato, y cuando me di cuenta de que era inútil, me tranquilicé.
Prendí la radio, y cuando no la escuché recordé que no funcionaba hacía ya unos meses, y que nunca había tenido tiempo de hacerla arreglar. El tiempo pasaba, y al darme cuenta de que estaba solo, absolutamente solo, conmigo como única compañía, comencé a sentirme incómodo.
Ya no recuerdo el tiempo que hacía que no estaba así de ese modo. Solo, en silencio, sin trabajo ni distracciones. Algo me decía que era mejor seguir maldiciendo por no llegar a la reunión que era verdaderamente importante, a detenerme a pensar en mí. Decidí distraerme mirando por la ventanilla, pero el paisaje no era el mejor: autos y más autos. Sin embargo, uno en particular llamó mi atención. Era un auto viejo, idéntico al que tenía mi padre.

Fue inevitable recordar esos años en los que mi padre era joven y yo un niño, y cómo disfrutábamos pasear en ese auto que él tanto amaba. Mi padre ya no maneja, es muy anciano, y está internado en una casa de reposo. ¿Cuánto hace que no voy a visitarlo? Pensé y me sentí mal, muy mal, al darme cuenta de que hacía ya mucho que no lo veía. “Es que no tengo tiempo”, me excusé sin creerlo. El pensamiento me incomodó, y miré para otro lado. Vi entonces dentro de otro auto, moderno, un muñequito de cartulina hecho con manos de niño, colgado del espejito. Recordé entonces que ese día yo debería haber ido al colegio de mi hijo, a una clase abierta para padres. “Es imposible mi amor, debo trabajar; tengo una reunión a la que no puedo dejar de ir”, le había dicho a mi pequeño; pero a él poco le importó mi reunión y mi trabajo, y sé que se sintió decepcionado. Molesto conmigo mismo, miré hacia atrás buscando algo para leer. Debía entretenerme con algo; ya me estaba fastidiando mi presencia; me comenzaba a molestar aquello en lo que evidentemente me había convertido. Al darme vuelta y mirar el asiento trasero, encontré un regalo que le

había comprado a mi esposa y que me había olvidado de dárselo. En realidad, no lo había elegido yo, sino mi secretaria. Y de pronto no quise distraerme más. Me encontré a mí mismo y pude ver, tal vez por primera vez, todo aquello que la supuesta falta de tiempo no me permitía. Varado en mi auto, sin poder correr, trabajar, distraerme, pude encontrarme con el hombre en que me había convertido. Y lo que vi no me gustó. Paradojalmente, detenerme me hizo avanzar, replantearme mi vida, mis tiempos, mis prioridades. Me asusté al ver todo lo que estaba perdiendo, y me entristecí por lo que había perdido y ya no podría recuperar. Cuando todo se solucionó y pude arrancar, ya no era el mismo. Cumplí con mi compromiso de asistir a la reunión, y aunque esa cuenta que tanto perseguí para mi empresa la perdí por la demora, realmente no me importó. La vida, el azar, el destino, o Dios, quién sabe, hicieron que tuviera que detenerme para avanzar; quedarme solo para reencontrarme, transitar mi incómoda presencia para rearmarme. Aprendí que la prisa no se da la mano con lo impostergable, y que lo impostergable poco tiene que ver con una reunión de trabajo.

*Novel literata argentina, conocida en especial por sus cuentos infantiles y para adultos, publicados en editoriales como Tinta Fresca, de Argentina, Santillana, de México, Norma, de Puerto Rico, y en España. Recientemente salió su libro de cuentos infantiles en Editorial Lesa, Argentina. Trabaja para diversas publicaciones, ha ganado varios premios, y es Embajadora de Paz de su país. DE LO NUESTRO

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Chamarrita de una bailanta Alfredo Zitarrosa De una bailanta con acordeón até la luna con el sol; por una noche no fui peón, hombre volví y en eso estoy.

Zitarrosa, el cantor poeta que ató la luna

Y por una sola fiesta me dudé con el patrón, que me dijo: “parrandero, no me pisa en el galpón”. Y me habló de obligaciones, del trabajo y la Nación, a mí, que sembré en sus campos mi pobreza y mi sudor. Lo miré medio sonriendo y monté en mi redomón; “aramos, dijo el mosquito, al buey que rompe el terrón”. Mucho hablar de obligaciones, “nada de farras, peón”; usted, que vive a cacundas de los pobres como yo. De una bailanta con acordeón até la luna con el sol; por una noche no fui peón, hombre volví y en eso estoy.

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Alfredo Zitarrosa, cantautor, poeta, escritor y periodista, es una figura descollante de la música popular uruguaya y de América latina. Hijo natural de un muchacha de 19 años, nació en 1936 y fue criado por un matrimonio que le entregó cariño y dedicación. Al parecer, la experiencia infantil de viajar con frecuencia a la zona rural de donde procedía su madre adoptiva, lo marcó haciendo brotar el venero de los ritmos y canciones campesinas que darían carácter a su música. Se reencontró más tarde con su madre biológica, cuyo esposo argentino le dio el apellido que lo llevaría a

la fama. Estudió por entonces en un liceo de Montevideo, a donde se trasladó en definitiva. Fue así vendedor de muebles, trabajó para una sociedad médica, en una oficina y una imprenta. Se inició en el campo artístico en 1954, como locutor de radio. Fue luego presentador y animador, libretista, redactor de informativos y actor de teatro; más tarde escritor, poeta laureado y periodista. Pero lo suyo era el canto. Con su pastosa voz baja inconfundible debutó en 1964, y casi por fortuna llegó a la televisión. Dos años después participaba en el prestigiado festival argentino de Cosquín, e iniciaba una carrera que lo afianzaría como una de las grandes voces del folclore latinoamericano, mediante un repertorio propio que pulsó la fibra popular con tonos contestatarios. Identificado con partidos y movimientos de izquierda, participó en el Frente Amplio, enfrentado a la dictadura que entre 1973-85 rigió duramente su país. Ello le significó el exilio, y sus canciones fueron prohibidas allí, en Argentina y Chile, sometidos a regímenes similares. Levantada la prohibición de su música tras la Guerra de las Malvinas, se radicó en Buenos Aires, y en 1984 volvió a su país, donde lo recibió una manifestación desbordante. Su vida sería tronchada prematuramente en 1989, a los 53 años, por una peritonitis. Decenas de sus éxitos identificados con los géneros musicales uruguayos se han difundido ampliamente en el continente. Entre ellos Doña Soledad, Pa’l que se va, Stéfanie, Zamba por vos, El violín de Becho, y su famosa musicalización Chamarrita de una bailanta, sobre letra de Washington y Carlos Benavides. Cancionero


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