Memoria de la dirección

Dossier Cortometraje Nuestra Calle

¿La calle es nuestra?

Este cortometraje surge como respuesta a dos preguntas diferentes. La primera, ¿tengo que luchar más cada día por el solo hecho de ser mujer?,¿todavía?, ¿en qué contextos? La respuesta fue, sí, sin duda, en prácticamente todos.

Nuestra calle responde a la necesidad de contar una historia de mujeres, sobre mujeres. Una historia que narre cómo nosotras seguimos luchando, día a día, para encontrar nuestra propia autodeterminación.

La segunda pregunta tiene que ver con mi proyecto de investigación doctoral y es ¿qué significa la calle para mí, para mis amigos, para mis vecinos?

Hoy en día la calle ha dejado de tener el significado que debiera para nosotros. A lo largo de nuestra evolución social, política y cultural, el espacio público se había configurado como el lugar donde los pueblos se manifestaban, se reconocían y afianzaban sus relaciones. El lugar, por tanto, donde los pueblos encontraban su unión, su fuerza.

De unos años a esta parte, la calle ha perdido su poder asociativo, su capacidad para potenciar el tejido social. Se ha convertido en un lugar de paso, en el que las personas caminan deprisa, sin mirarse, para llegar a sus destinos.

De hecho, en muchos casos, la calle tiene un componente que la relaciona con el riesgo, la hostilidad, el peligro.

Llevo varios años trabajando en una tesis doctoral (Universitat Pompeu Fabra) que estudia la representación del pueblo tomando la calle a lo largo de la historia del cine. Durante este tiempo, he podido empaparme de cómo directores, que van desde Eisenstein y Pudovkin a Farocki y Pino Solanas, pasando por Gordard, Marker y Capra, posaban sus cámaras en los rostros de la masa. Y cómo, cada uno de ellos, pretendía representar el concepto de pueblo, y cómo este se unía espontáneamente para reivindicar el derecho a hacer suya la calle.

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Mi intención con este corto es mucho más humilde. No pretendo representar a un pueblo, pretendo representar a 4 mujeres muy diferentes entre sí, que en un momento dado de sus vidas sufren una opresión, que se ven reprimidas en sus necesidades.

Pero al igual que la chispa que prendía a los pueblos de Eisenstein y sus grandes gestas revolucionarias, mis mujeres lograran transmitirse unas a otras la fuerza necesaria para comenzar una pequeña revolución cotidiana que, sin embargo, las hará cambiar a todas. Las cuatro encontrarán con ayuda de las demás, la potencia necesaria para enfrentarse a las realidades que otros habían elegido para ellas. Y así, cada una a su manera, lograrán encontrar su propia voz, su autoafirmación, e igualmente, hacer suya la calle.

La calle en femenino Sentir la calle como amenaza es especialmente frecuente en las mujeres.

No vayas a casa sola, coge un taxi, no hables con desconocidos, son frases con las que todas las mujeres hemos crecido. Las tenemos tan interiorizadas que en muchos casos las consideramos normales.

La sociedad patriarcal en la que vivimos nos agrede sistemáticamente, tanto a hombres como a mujeres. Es tan frecuente la agresión, que acabamos por asumirla, entenderla y dejar de percibirla como tal.

Hay pequeños retos que a veces cuesta conquistar, decirle a tu pareja que se calle un momento y te escuche a ti, porque eres importante y tus ideas, opiniones y proyectos son tu prioridad en ese momento. Plantar cara a un grupo de chicos que se creen con derecho a decirte cualquier cosa por la calle cuando se cruzan contigo. Enfrentarte a tus hijos para defender tus necesidades como individuo, más allá de la maternidad y la feminidad.

A todas estas situaciones se enfrentan mis personajes y la mayoría de las mujeres que conozco. Pero el avance cuesta y hace falta ofrecer alternativas, puntos de vista diversos que, en definitiva, permitan a la gente replantearse sus propias convicciones.

Como joven realizadora que ha crecido en una industria con un 7% de películas dirigidas por mujeres, me siento orgullosa de que este proyecto pertenezca a una larga línea de películas que narran la lucha de las mujeres por conquistar sus propios espacios, por encontrar la fuerza necesaria para elegir y recorrer sus caminos, y en muchos casos, defenderlo de la constante agresión que sus entornos ejercen sobre ellas. La sororidad, la empatía y la ayuda constante de otras mujeres me parece un mensaje digno de ser transmitido y compartido.

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Referentes para mí a la hora de abordar este guion son La fuente de las mujeres (Radu Mihaileanu, 2011), Women without men (Shirin Neshat, 2009), Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015) o Pride (Matthew Warchus,2014). Obras que enfrentan a los personajes a situaciones cotidianas que, sin embargo, ellos perciben como extraordinarias. Se trata de colectivizar el sufrimiento individual, y con cada mujer o cada homosexual que se rebela contra la injusticia, un granito de fuerza se suma a la causa de todos.

Historias cruzadas, historias de barrio Mi historia narra la vida de 4 mujeres que se entrecruzan en la misma calle. Por tanto, bebe de obras muy significativas para mí, tanto a nivel estético como narrativo, como son Ten (Abbas Kiarostami, 2002), Amores perros (Alejandro G. Iñárritu, 2000) y Piedras (Ramón Salazar, 2002). En todas ellas, las distintas historias tienen unidad narrativa y sentido propio, sin embargo, están unidas por un hilo invisible que les da coherencia y significado conjunto. Este tipo de estructura permite que la narración vaya fragmentándose y entrecruzándose, creando un tempo narrativo muy interesante, que permite a la cámara nadar entre los personajes.

Pretendo entrecruzar las historias de Nuestra Calle jugando con el espacio común, mediante miradas a través de ventanas, cruces casuales en la calle, reacciones espontaneas en cadena que permitan ir generando un crescendo narrativo que termine en un clímax común. Un desenlace con el que

Imágenes story

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festejamos el empoderamiento, no solo de las protagonistas, sino de todos un poco.

Mis referencias visuales a la hora de rodar este proyecto tienen su origen en películas como Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998), A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2015), o Princesas (Fernando León de Aranoa, 2005). Planos generales que hunden a los personajes en las calles que recorren, entretejidos con primeros planos que los encierran en sí mismos. Escorzos que miran por la ventana y sueñan con vidas mejores. Casas oscuras y calles grises a las que un mural, un huerto o una silla roja pueden devolver la alegría.

En definitiva, barrios periféricos que intentan engullirse a sí mismos y a sus habitantes, mientras estos intentan aferrarse a sus ilusiones, sueños y esperanzas, peleando con uñas y dientes por crearse un mundo mejor. Mujeres que luchan por reivindicar su espacio, sus ideas y su propia felicidad, pese a todo, por todo y por todos.

Creo, firmemente, que cortometrajes como este siguen siendo necesarios. Nuestra sociedad necesita seguir avanzando en este sentido, y como la apasionada de contar historias que soy, no encuentro mejor opción que contar una que intente seguir aportando a una causa que, de tan necesaria, es imprescindible.

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