Signos 50 Diciembre 2008

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La Iglesia en un Estado laico

Laicismo, ¿qué es?

Crisis de la religión en la cristiandad

REVISTA CRISTIANA DE DIVULGACIÓN Y REFLEXIÓN

No. 50 Diciembre 2008


SIGNOS DE VIDA Segunda época Nº 50 - Diciembre 2008 Signos de vida es una revista informativa y de análisis publicada trimestralmente por el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI). Las opiniones expresadas por los autores de los artículos son de su exclusiva responsabilidad y no reflejan necesariamente el punto de vista del Consejo. Prohibida la reproducción total o parcial de los textos e imágenes de esta publicación sin autorización expresa por escrito del Director. Comité Editorial: Dr. Plutarco Bonilla Dra. Susana Cordero Dra. Tirsa Ventura Lic. Leopoldo Cervantes Dr. Luis Rivera Pagán Rev. Rolando Calle Rev. Nilton Giese Rev. Harold Segura Rev. João Artur Muller da Silva Comité Consultivo: Julio César Holguín Noemí Espinoza Juan Schvindt Samuel Palma Magaly Cunha Elsa Tamez Ulises Muñoz Edelberto Behs Carlos Tamez Lauren Fernández Director: Nilton Giese Dirección Gráfica: Iván Balarezo Pérez

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LA CRISIS DE LA RELIGIÓN EN LA CRISTIANDAD José Comblin Dentro de la cristiandad la crisis de la religión estéa llegando a su punto culminante en Europa, y ya alcanzó un nivel bien alto en América. Esta crisis tiene raíces muy antiguas.

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LAICISMO, ¿QUÉ ES? Anibal Sicardi En el laicismo se presenta la autonomía civil y política, es decir la autonomía del Estado respecto del ámbito de lo religioso y, más concretamente, respecto de las organizaciones eclesiásticas.

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LA IGLESIA EN UN ESTADO LAICO Hugo Malán ¿Cómo podemos organizar una sociedad plural? ¿Cómo pueden coexistir tendencias divergentes de pensamiento en la vida de ciudadanos organizados para convivir?

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Corrección de textos: Susana Cordero Coordinación Editorial: Amparo Salazar Chacón Dirija su correspondencia a: Signos de Vida Departamento de Comunicaciones CLAI Inglaterra N32-113 y Mariana de Jesús Teléfonos: (5932) 2504377/2529933 Fax: (5932) 2553996 Casilla 17-08-8522 Quito, Ecuador E-mail: nilton@clailweb.org

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ARGENTINA: Rev. Juan Gattinoni Camacuá 282 1406 Capital Federal/ Bs.As. Argentina Telf. (5411) 46342886 / 46342885 E-mail: hansy@clairp.com.ar BRASIL: Rev. Luiz Caetano Grecco Teixeira Rua Ipora 64 / Jardim Santo Antonio 86060-470 Londrina, Pr Brasil Teléfono: (5543) 33272036 E-mail: claibr@gmail.com COLOMBIA: Rev. Jairo Barriga Carrera 46 No. 48-50 Barranquilla Colombia Teléfono: 575 3490798 E-mail: jairobarriga@epm.net.co COSTA RICA: Sergio Talero Cedros de Montes de Oca, de la Marsella 100 metros al Este 1000 San Jose, Costa Rica Teléfono: (506) 2801162 / 2712749 E-mail: claimesoamerica@racsa.co.cr CUBA: Sr. Rodolfo Juárez Calle 14 No. 304 Entre 3era. y 5ta. Avenida Miramar Playa Ciudad Habana, Cuba E-mail: rodolfo@enet.cu ECUADOR Y OTROS PAÍSES: Consejo Latinoamericano de Iglesias - CLAI Departamento de Comunicaciones Inglaterra N32-113 y Mariana de Jesús, Quito Casilla 17-08-8522 Tel./Fax: (593-2) 250-4377/255-3996/252-9933 E-mail: nilton@claiweb.org

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El Consejo Latinoamericano de Iglesias, agradece a ustedes por el interés depositado en nuestro material y les invita a suscribirse o renovar su suscripción. (4 ediciones al año): América Latina USD 15,00 • Otros países USD 30,00 Escriba a nuestras oficinas centrales en Quito-Ecuador Casilla 17-08-8522 • Inglaterra N32-113 y Mariana de Jesús Telefax: (593-2) 2504377 / 2568373 rita@claiweb.org

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Apuntes del Director

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EL LAICISMO: Un freno al poder de la religión en el Estado

nla coyunturapolítico-culturalqueseestádelineandola distinciónacercadelaicismoyclericalismohallegadoasermásimportante quela deizquierda-derecha.“Ellaicismonoesantirreligioso”diceelescritoryfilósofoFernandoSavater.ElautordeLainfancia recuperada habla sobrereligiónylaicismoenla democracia actualdiciendoque“hoy,ellaicismonosólo consisteenmantenerla separación entrela Iglesia yelEstado.Quienniegaellaicismoniegala libertaddeconciencia.Esverdadquela sociedadenla quevivimosnotiene másfundamentoquela voluntaddelossereshumanos.Deahívienela importancia deunaeducaciónquefomenteloscaracterescapacesde razonar,dehacerdemandasinteligiblessocialmentefundadasydecomprenderlasdemandasdelosdemás.Sin esonosale la democracia”,explicó elautordeÉticaparaAmador. Otros se suman a Savater defendiendo que la educación pública tiene que ser laica a todos los niveles.Dentro de una educación pública laica sólo se pueden transmitir conocimientos científicos y principios constitucionales. La separación Iglesia y Estado está en la raíz cristiana. La aportación del cristianismo es justamente la separación entre el Estado y la religión. La expresión más sencilla y comprensible del laicismo está en el Evangelio:“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Eso es lo que no existe en el mundo musulmán, donde no ha existido nunca una separación entre el Estado y la religión. Joseph Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret comenta así la victoria de Jesús sobre la tercera tentación, cuando el diablo le ofrece todo el imperio sobre la tierra: “El auténtico contenido de esta tentación se hace visible cuando constatamos cómo va adoptando siempre nueva forma a lo largo de la historia. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la fe en un factor político de unificación imperial. El reino de Cristo debía, pues, tomar la forma de un reino político y de su esplendor. La debilidad de la fe, la debilidad terrena de Jesucristo, debía ser sostenida por el poder político y militar. En el curso de los siglos, bajo diversas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder. La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna otra estructura política, hay que librarla en todos los siglos” (p. 65) En las librerías hay una gran búsqueda por temas como laicismo y hasta el ateísmo.“La situación de los ateos hoy en día en América es comparable a la de los homosexuales 50 años atrás”, escribe Dawkins en el ensayo El espejismo de Dios,que ha vendido 1,5 millones de ejemplares.Dawkins expone su hipótesis de que Dios no existe, sostiene que no necesitamos la religión para ser morales y que podemos explicar las raíces de la religión y la moralidad en términos no religiosos. El ensayista Christopher Hitchens argumenta en Dios no es bueno que la religión da una explicación errónea del origen del ser humano y del cosmos, que causa una peligrosa represión sexual y que se basa en ilusiones. La razón de este nuevo movimiento está, irónicamente, en los propios fundamentalistas religiosos, según sostienen varios especialistas.“La beligerancia de las religiones lleva a la gente a tocar a rebato”, explica el teólogo Juan JoséTamayo.“Las religiones han despertado de un modo social y culturalmente agresivo, porque reclaman una presencia en el espacio público; quieren intervenir en la vida privada y tener un peso político. En definitiva, quieren que los Estados sean confesionales. La crítica a la religión resurge cada vez que la religión se quiere convertir en principio moral de la democracia”. El debate ya está en marcha. Algunos teólogos y teólogas llaman la atención para la revisión epistemológica de la palabra “cristiano”.“El simple recurso a la etimología nos revela que la palabra cristianismo (christianismós) es derivada de cristiano (christianós). Cristiano, como es sabido, era el nombre acuñado en el ambiente pagano y helenístico (Hch 11.26) para designar a los seguidores de Jesús, por ellos denominado Cristo. Pero fueron los paganos los que utilizaron el término para referirse al movimiento suscitado por Jesús. Movimiento, o, en la bella expresión de los Hechos de los Apóstoles,“seguidores del Camino” (9.2), o sea, un modo de ser, un estilo de vida, un ethos,que encontraba su razón de ser en una existencia concreta:la persona y la vida de Jesús de Nazaret como un todo y lo que ella implicaba” dice José Comblin. No se trata de teorizar sobre esta cuestión, sino de preguntarse, no sólo en función de los otros, sino para nosotros mismos como cristianos, ¿dónde reside la ‘novedad’ cristiana hoy? La pregunta no es ociosa, ni la respuesta debe ser dada de antemano como conocida, y menos todavía como evidente. Son justamente esas falsas ‘evidencias’ las que nos impiden sentir el choque producido al inicio, por el anuncio cristiano, y lo que hay en él de verdaderamente inaudito y desconcertante. Es en este sentido que la cuestión de la identidad no puede ser puesta de lado.No como algo que impediría el diálogo,porque nos separaría y distanciaría de los otros,sino como aquello que nos permite ir al encuentro de los otros, desarmados, precisamente por no poseer otra ‘diferencia’ que no sea la ‘buena noticia’ que es la vida de Jesucristo, muerto y resucitado. Pues en Jesús de Nazaret, todo está dicho y todo está por decir. Ese número de Signos de Vida es desafiador. Proponemos en primer lugar escuchar y reflexionar. Luego, si ustedes quieren compartir sus reflexiones e incluso traer nuevos aportes, nos gustaría recibirlos y hospedarlos en nuestra página web: www.claiweb.org. . Buena lectura y reflexión. P. Nilton Giese Director del Departamento de Comunicaciones del CLAI


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crisis religión cristiandad

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Dentro de cristiandad la crisis de la religión está llegando a su punto culminante en Europa, y ya alcanzó un nivel bien alto en América. Esta crisis tiene raíces muy antiguas.

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Durante 200 años, Occidente vivió una coexistencia bastante agresiva entre, por un lado, los restos de la cristiandad que trataba de salvar su pasado gracias a su implantación en el mundo rural, y, por otro lado, un nuevo tipo de sociedad que recibió el nombre de “modernidad”. No voy a tratar de eventuales crisis en otras religiones, lo que supondría un desarrollo mucho más extenso. Quiero restringirme a la crisis dentro de la cristiandad. Dentro de cristiandad la crisis de la religión está llegando a su punto culminante en Europa, y ya alcanzó un nivel bien alto en América. Esta crisis tiene raíces muy antiguas. Con el triunfo de la escolástica en el siglo XIII era posible pensar que la cristiandad estaba establecida sobre fundamentos muy firmes. Había eliminado la amenaza de Joaquim de Fiori, y había reprimido a sangre y a fuego la herejía albigense. La ortodoxia reinaba. Es verdad que los mismos actores que crearon esa escolástica no se sentían tan seguros, porque tuvieron que luchar contra fuerzas más conservadoras. Pero estaban animados por un optimismo muy grande. Con el descubrimiento de la filosofía griega, tenían la impresión de haber redescubierto el mundo y de haber colocado ese mundo dentro de un sistema cristiano. Animados por ese optimismo pudieron crear una obra capaz de resistir durante siglos. De hecho ella proporcionó a la Iglesia romana un sistema intelectual y social completo con el cual esa Iglesia se hallaba capaz de gobernar el mundo entero. Sin embargo, desde el siglo XIV aparecen las primeras fisuras, las primeras dudas y las primeras contestaciones. Los primeros autores fueron los místicos y las místicas con los Espirituales franciscanos. Roma reaccionó. La Curia romana sentía muy bien que sin la escolástica, estaría perdiendo el sistema que le permitía gobernar el mundo o, por lo menos, la Iglesia. Comenzó una era de sospechas de herejías y de condenaciones que hizo de la Curia romana el centro de una Inquisición vigilante que persiste hasta hoy, a pesar de los deseos de Juan XXIII. Todos los que ponían en duda el sistema elaborado intelectualmente por la escolástica fueron tratados como sospechosos o sencillamente como herejes. Durante 200 años los llamados herejes eran pocos y débiles. Fue posible reprimir el movimiento de contestación. Los herejes del siglo XIV y del siglo XV todavía eran débiles y no creaban ningún peligro para el sistema. Anunciaban crisis mucho más fuertes a largo plazo. Entonces, a principios del siglo XVI se dio la explosión del protestantismo que comenzó a convencer rápidamente el público letrado de las ciudades. El partido humanista y erasmiano pensaba que se podía rehacer la unidad de la cristiandad mediante concesiones sobre las posiciones más fuertes de los “protestantes”. Pero los Papas y los jesuitas pensaban que era posible reconquistar toda la cristiandad por medio de las misiones y sobre todo por medio de los ejércitos católicos de España y del

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Imperio de los Habsburgos. En lugar de un concilio de Reforma hubo un concilio de Contrarreforma, el Concilio de Trento. Fue el concilio de la ruptura, de las condenaciones y del rechazo a todos los pedidos de los reformadores. La aplicación de Trento fue más agresiva todavía, y cortó toda posibilidad de diálogo. La estrategia de Trento fracasó, en cuanto que no se logró reconquistar la mitad perdida de Europa. En lugar de la unidad, cada mitad de la cristiandad se transformó en máquina de guerra contra la otra mitad. Fue más de un siglo de guerras de religión. Las terribles guerras de religión del siglo XVII tuvieron un fin imprevisto, pero, a la luz de la historia, previsible. Desembocaron en una crisis general de la cristiandad. En las élites intelectuales fue se implantando de modo cada vez más firme la convicción de que la religión era factor de guerra y que no podía proporcionar el fundamento de una sociedad pacífica. Era necesario expulsar la religión de la vida pública y contenerla dentro de la vida privada de cada individuo. La cristiandad estaba virtualmente muerta. La jerarquía católica no aceptó esta nueva situación. En los siglos XVIII y XIX la mayoría de la población era todavía rural y fiel a su catolicismo tradicional, sometido completamente al poder del clero. Los campesinos iban a proporcionar al clero las tropas necesarias para defender un puesto importante en la vida pública. La Iglesia sería el partido “conservador” que trataría de frenar el movimiento de secularización de la sociedad y su propia expulsión de la vida pública. Fueron doscientos años de batallas finalmente todas perdidas. La modernidad racionalista prevaleció y estuvo a la base de una sospecha generalizada contra la Iglesia. Sospecharon que la Iglesia quería reconquistar el poder perdido. Durante 200 años, Occidente vivió una coexistencia bastante agresiva entre, por un lado, los restos de la cristiandad que trataba de salvar su pasado gracias a su implantación en el mundo rural, y, por otro lado, un nuevo tipo de sociedad que recibió el nombre de “modernidad”, implantado en la clase intelectual y en la nueva industria. Cada sector formaba una nación separada. Había una nación rural y conservadora, y una nación urbana y republicana. Después de la segunda guerra mundial hubo una época de convivencia más pacífica con la religión, cada vez más contenida en la vida privada, y una modernidad más tolerante. El Concilio Vaticano II fue el reflejo de esa época que daba la impresión de ser el comienzo de una era pacífica. En el Concilio nadie podía adivinar que dos años después iba a suceder una inmensa revolución cul-

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tural que debía hacer obsoletas todas las doctrinas conquistadas con tantos esfuerzos. Cuando se llegó a un virtual acuerdo con la República, la democracia y la modernidad, ya estaba lista la revolución en la mente de la juventud, que esperaba la oportunidad histórica. Llegamos a la década de los 70, anunciada por las revoluciones estudiantiles de 1967 y 1968 (¡mayo de París!). Fue o estallido de una revolución cultural radical. En gran parte, fue una revolución liderada por las mujeres, porque tuvo como primera expresión la gran revolución feminista, con el rechazo del patriarcalismo tradicional y las luchas de las mujeres por la igualdad con los varones en la vida pública y en la familia. Ellas quieren definir su vida en completa libertad y no depender de los varones. Las mujeres mostraron los lazos íntimos entre el patriarcalismo y las grandes instituciones de la modernidad, que reproducían la desigualdad de la antigua cristiandad. Con eso contribuyeron eficazmente para provocar el derrumbe de la sociedad moderna. Quitaron la legitimidad a las instituciones republicanas. No importa el nombre que se pueda dar a la nueva

época. La palabra neo-modernidad tuvo bastante éxito en Europa. No importan los nombres, los hechos hablan por sí mismos. En primer lugar, estalló la crisis del racionalismo de la modernidad. Fue el fin de los grandes sistemas racionales que tenían la pretensión de ser una explicación universal, así como lo había sido la teología en la cristiandad. Era el fin de las teologías, de las ortodoxias y el comienzo del pensamiento débil de Gianni Vattimo. La ciencia racionalista tenía la pretensión de ofrecer el verdadero conocimiento de la realidad. Las nuevas críticas de las ciencias mostraron la relatividad de todos los conceptos científicos, que no pueden decir lo que la realidad es, pero proporcionan la capacidad de producir efectos nuevos con los elementos que están a nuestra disposición. La ciencia es funcional, ya no metafísica. No nos revela la realidad del mundo, ya sea del mundo de la materia, ya sea del mundo humano. Tiene valor simplemente operacional. Puede intervenir en los procesos de la materia o de la mente para producir efectos nuevos, más útiles para el género humano. Con esta evolución restrictiva de la ciencia cayó la metafísica racionalista, la pretensión de conocer la realidad por métodos científicos. Conocer la “esencia” ahora es algo inútil. Lo que se busca es la manera de manejar las fuerzas identificadas para producir los efectos prácticos deseados. Con esta evolución de la ciencia, la República perdió su fundamento metafísico. No tenía cómo establecer el reino de la razón, ya que la razón como sistema estaba desapareciendo. La primera consecuencia que apareció claramente en mayo de 1968 fue la deslegitimación de la Universidad y del sistema de enseñaza en general. La tarea de la Universidad era divulgar la modernidad, el racionalismo moderno y proporcionar al Estado republicano los colaboradores que necesitaba. Trataba de divulgar la ideología de la modernidad. La Universidad no enseñaba solamente las ciencias, sino, en primer lugar, la ideología del cientismo, la ideología del racionalismo científico. Todavía hoy día en muchos lugares la Universidad continúa en la misma línea, como si ignorase lo que sucedió en el mundo en los últimos 40 años. No es tanto por convicción, cuanto por falta de otra ideología que pueda reemplazar aquella; por eso, lo hace sin convicción, más bien como un ritual en el que nadie cree. La gran víctima de la revolución cultural fue el Estado republicano. El Estado había asumido la tarea de organizar una sociedad justa y pacífica, y de ser la expresión de la voluntad de los ciudadanos. El Estado era como el sucesor de la Iglesia, era la Iglesia laica, emancipada, libre, fundada en el derecho y la libertad. El Esta-

La crítica que se aplica al Estado en general, se aplica también a cada una de sus instituciones para denunciar en ellas la irracionalidad, la arbitrariedad, la destrucción del ser humano tratado como objeto anónimo. S i g n o s

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La crisis de la religión existe y no está en vías de solución. El proyecto de restauración de la religión tradicional de la cristiandad mediante algunas reformas superficiales es una pura ilusión. do debía ser el gran educador. Los dirigentes del Estado, de los tres poderes de la sociedad democrática, eran como los sacerdotes de la nueva Iglesia laica. Basta con evocar ese pasado para darse cuenta de que el pasado es realmente pasado. Basta con comparar con esa ideología que fue realmente vivida, lo que nuestros contemporáneos piensan hoy de los políticos. La crítica denunció que el Estado era una pura máquina burocrática, irracional, despótica, autoritaria, arbitraria, y finalmente ineficiente. El Estado sabía organizar las funciones básicas de la sociedad de manera suficiente para que la economía funcionara, pero no tenía nada que ver con una sociedad justa o democrática. La crítica que se aplica al Estado en general, se aplica también a cada una de sus instituciones para denunciar en ellas la irracionalidad, la arbitrariedad, la destrucción del ser humano tratado como objeto anónimo. Quedan desprestigiados: el Ejército, la gloria del Estado republicano, la escuela de la ciudadanía; la policía queda reducida a la condición de un cuerpo represivo, agresivo, destinado a reprimir la juventud; la cárcel, que debía ser la recuperación del delincuente y que es en realidad una escuela del crimen, destructora de las personalidades humanas. Todo lo que fue el símbolo religioso de la nueva religión laica está por tierra, rechazado, insultado, objeto de irrisión y de menosprecio. Los símbolos de la República son tratados como fueron tratados antes los símbolos de la cristiandad. Algunos pensaron que la ruina del ideal republicano iba a ser la señal de un retorno a la cristiandad. El fin del racionalismo republicano sería la puerta de entrada de la antigua religión. La sociedad que estaba rechazando la herencia liberal estaría volviendo a la religión antigua. La muerte de la ideología racionalista permitiría el renacimiento de la cristiandad. Algunos anunciaban el retorno a la religión. Mostraban algunos fenómenos que les parecían señales de ese retorno. Decían que el siglo XXI sería un siglo religioso y anunciaban tiempos de gloria para la Iglesia. La ilusión no duró mucho. Las nuevas generaciones de la posmodernidad no están volviendo a la religión de sus antepasados. Ellos sencillamente la ignoran. No fueron educados en ella y perdieron el conocimiento de sus símbolos. Aun el Padrenuestro es un misterio para ellos, y de las imágenes religiosas de nuestros templos no entienden nada. Lejos de traer el fin de la crisis de la religión, la posmodernidad la profundizó. En este momento la crisis de la religión es mucho más radical que en 1970. No sólo en América Latina, sino en todo el territorio de la antigua cristiandad.

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Lejos de retornar a la religión antigua, la revolución posmoderna evacúa lo que todavía había de herencia cristiana en la República. Ésta quería ser un substituto de la Iglesia. Ahora bien, nadie quiere un substituto de la Iglesia. Este concepto desapareció. No se quiere ninguna Iglesia, de ningún tipo. La República estaba fundada en un “gran relato”, semejante a una teología, como una teología laica. Hoy en día todo gran discurso es imposible, incomprensible. La República tenía su liturgia propia copiada de la liturgia cristiana laicizada. La nueva sociedad no quiere liturgia ninguna y no acepta ningún símbolo. Sus héroes son los campeones deportivos, las estrellas de la canción o del cine, las reinas de belleza. Nada de eso evoca la religión. La República enseñaba una moral que era prácticamente la moral tradicional de la cristiandad. La diferencia estaba en que la Iglesia daba a su moral un fundamento revelado y la República de daba como fundamento la naturaleza humana y la conciencia. En la práctica hubo pocos cambios. Ahora bien, la nueva sociedad pos-moderna rechaza todo el sistema moral antiguo: rechaza normas universales como formas de represión del individuo. Estamos ahora mucho más lejos de la moral de la cristiandad. En cuanto a la organización eclesiástica, lejos de recuperar su prestigio antiguo, el clero se siente marginado. La disminución de la participación en las ceremonias religiosas muestra el declive del poder del clero. La crisis de la religión existe y no está en vías de solución. El proyecto de restauración de la religión tradicional de la cristiandad mediante algunas reformas

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En América Latina la vieja cosmología todavía permanece en muchos sectores populares, pero va a provocar la misma crisis religiosa en los adolescentes que empiezan a estudiar. La escuela es el primer factor de secularización y de destrucción de la cosmología religiosa tradicional. superficiales es una pura ilusión. La solución no vendrá de arriba hacia abajo. No será una doctrina intelectual. No será un descubrimiento intelectual. Será un nuevo modo de vivir el evangelio inventado por los laicos, en primer lugar por los laicos del mundo popular, porque los otros tienen poco interés. Podemos tener la seguridad de que las raíces de ese nuevo modo ya están presentes y que el modo adecuado de ser cristiano en la nueva sociedad ya está presente. Nosotros no lo vemos porque no estamos realmente en medio del mundo actual y no lo entendemos. El contexto cultural Las crisis de la religión clerical de la cristiandad y de la religión racionalista y laica de la República dejaron en la sociedad un vacío inmenso. Este espacio fue ocupado por la economía. Hay una coincidencia histórica entre la crisis de la modernidad y el advenimiento de la sociedad neoliberal. Podemos preguntarnos si el advenimiento del nuevo capitalismo puro actuó primero y provocó o ayudó a la ruina de la modernidad y de todas sus instituciones, o si la crisis de la modernidad fue lo que permitió el advenimiento del capitalismo en su forma radical tal como existe en la actualidad. Lo que si esta claro, es que el lugar ocupado en el pasado por la religión, está actualmente ocupado por la

economía. La economía define la finalidad de la vida humana, define sus valores, su contenido, sus obligaciones y define su estructura social. No se trata de una economía en abstracto, sino del sistema económico que conocemos y se presenta como globalización. El progreso de la ciencia y de la tecnología consiste en descubrir nuevos bienes y nuevas satisfacciones para una élite que puede pagarlos. Ella exige una concentración de la riqueza. El motor de la economía son los ricos, que quieren bienes siempre más sofisticados. A partir de eso poco a poco el precio de esos bienes va bajando y una clase media tiene acceso a ellos. El motor está en los ricos, y al final algo llega también a los pobres, algunas migajas. La economía actual tiene una dinámica que necesita la desigualdad y la concentración de la riqueza. ¿Qué es lo que ofrece la nueva economía? Un sentido de la vida: el consumo. Vivir es consumir. Es necesario despertar siempre nuevos deseos para poder producir nuevos bienes dando nuevas satisfacciones. Consumir produce la felicidad, el bienestar, el sentimiento de vivir plenamente. Para la economía, la felicidad consiste en la sensación de estar bien, pudiendo dar satisfacción a todos los deseos que aparecen. Este ideal está sólo al alcance de pocos, pero estos pocos son los nuevos héroes. En el mundo actual los héroes son los ricos. Ellos pueden satisfacer todos sus deseos. Ése es el valor final de la vida. Esta sociedad necesita una propaganda permanente. Los medios de comunicación se encargan de eso. Todos los medios de comunicación dependen de la publicidad y son mensajeros del consumismo. La publicidad es la nueva evangelización dentro de una sociedad dirigida por un cierto modelo de economía. Las novedades Hay elementos de la religión antigua que ya no son asimilables. El primero es la cosmología subyacente a la religión tradicional. Esta era común tal vez desde los orígenes de la humanidad. El mundo aparece dividido en tres niveles: arriba está el cielo. En el cielo está Dios. Desde el siglo XVIII millones de jóvenes cristianos abandonaron la religión a los 14 ó 15 años de edad, cuando descubrieron que esa cosmología era pura ilusión y no tenía ningún valor de realidad. La famosa declaración del astronauta ruso Yuri Gagarin, que hizo el primer vuelo en el espacio y volvió diciendo que no había visto a nadie en el cielo, ni a Dios ni a sus ángeles, y que en el cielo no había nada salvo otras estrellas, en pleno siglo XX, es simbólica. Era el momento en el que las masas populares descubrieron lo que los letrados sabían

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desde el siglo XVIII: que el cielo estaba vacío y que la cosmología religiosa tradicional -bíblica también- era ilusión de los sentidos sin fundamento en la realidad. En América Latina la vieja cosmología todavía permanece en muchos sectores populares, pero va a provocar la misma crisis religiosa en los adolescentes que empiezan a estudiar. La escuela es el primer factor de secularización y de destrucción de la cosmología religiosa tradicional. Los alumnos descubren que en el cielo no hay nada, no hay Dios. En la misma cosmología hay también un nivel inferior: debajo de la tierra está el infierno. En el infierno residen entes destructores de la vida, opuestos a Dios y al mundo celestial. El infierno está poblado por una colección diferenciada de entidades que varían según las culturas. En medio entre el cielo y el infierno está la tierra en la que estamos nosotros. La tierra es el lugar del conflicto permanente entre las potencias del cielo y las potencias del infierno. Los Apocalipsis judaicos y el Apocalipsis de Juan ofrecen descripciones perfectas de esta situación de la humanidad. Las potencias celestiales e infernales están en un combate permanente porque cada cual quiere conquistar la humanidad. El combate tiene lugar dentro de cada persona: el combate espiritual es tema constante de la espiritualidad medieval. El comba-

te tiene lugar también entre grupos humanos representativos de las fuerzas del cielo y del infierno. Cada grupo humano cree que sus enemigos son los ejércitos de Satanás y que él mismo combate e nombre de Dios con las fuerzas celestiales. Ahora bien, desde el Renacimiento está cada vez más claro que el ser humano hace su vida. Los combates que los seres humanos sienten en sí mismos o dentro de la humanidad no son combates de fuerzas sobrenaturales, sino combates interiores, personales, entre tendencias diversas. Es el descubrimiento de que cada cual tiene la responsabilidad de organizar su vida con autonomía, conquistando siempre más libertad, sin estar sometido a fuerzas sobrenaturales, buenas o malas. Ahora bien, en la religión de las masas esta cosmología tenía un papel importante. Era como el fundamento intelectual de la religión. Era lo que justificaba todas las prácticas de la vida religiosa cristiana, así como justificaba las antiguas religiones paganas. Una vez que se produjo la ruina de esa cosmología los jóvenes tuvieron la convicción de que la religión no tenía fundamentos intelectuales, era pura imaginación sin relación con la realidad. Otro elemento básico de la religión tradicional es el miedo, o como decía un historiador la pastoral del miedo. Mircea Elíade decía que los pueblos primitivos no creen en sus divinidades, pero les tienen miedo. De hecho el miedo ha sido durante milenios una gran fuerza que sustentó las religiones. Le tienen miedo a Dios porque Dios puede castigar. Dios es exigente y quiere que los seres humanos se sometan a su dominación. Los nombres de Dios son nombres de poder. Aun en la Biblia. Si bien es verdad que a Moisés Dios le declara que no tiene nombre, sino que existe sencillamente, en la práctica de la vida de Israel, Dios siempre es el Señor, el poder, el dominio, y los seres humanos son sus servidores, sus seguidores fieles y obedientes. Dios es autor de una ley y esto se encuentra en todas las religiones en forma variada. Quiere la obediencia a la ley. El que no obedece es castigado en este mundo o después de esta vida. El miedo al poder de Dios es el fundamento del culto. Para conquistar la indulgencia de Dios, su perdón, su paciencia, para pedirle lo necesario para la vida, o la salud, o la paz en la familia, el clan, la tribu, o la victoria en las guerras, es necesario ofrecerle oraciones, expresiones de sumisión, súplicas. Es necesario hacerle promesas. Es necesario ofrecerle sacrificios. De hecho, en muchas religiones nació un culto extenso a partir del miedo. El culto en la cristiandad se desarrolló extraordinariamente. El culto necesitó un clero abundante y templos para po-

La religión pertenece a la condición humana. Hay personas que pueden vivir sin religión, así como hay personas que no saben practicar ningún instrumento musical, que no viajan, que no aprenden idiomas, pero todas esas ausencias disminuyen su ser humano, su humanidad. S i g n o s

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En la ruina de la religión tradicional y el advenimiento de una nueva sociedad no hay nada que pueda afectar al evangelio. Este conserva todo su valor. der ser celebrado. Todo eso es necesario para conquistar los bienes deseados. Muchos textos litúrgicos que nos vienen de la edad media todavía conservan esa ideología del miedo, del poder, del castigo. Dios es un juez severo que no se deja engañar. Está también el miedo a las potencias del infierno. Éstas tienen un gran poder de seducción y de engaño. Hay que desconfiar siempre y luchar contra las tentativas de los demonios con muchísimos gestos religiosos. Para el clero, la pastoral del miedo era la mejor publicidad. Los sacerdotes podían luchar más eficientemente contra los demonios y acercarse a Dios y a sus santos para conseguir bienes y favores. No es extraño que la pastoral del miedo haya tenido tanto éxito. Desde la modernidad los seres humanos han descubierto que su vida no es dirigida en esa forma por fuerzas sobrenaturales. Ellos mismos son dueños de sus vidas. Las amenazas, los peligros, los males de sus vidas no se deben a fuerzas sobrenaturales sino a factores naturales y a decisiones tomadas por los mismos seres humanos. La enfermedad no es castigo del pecado. La victoria no es dada por Dios. La paz es efecto de la acción humana... A partir de este descubrimiento los seres humanos han perdido el miedo. Ya no temen ni a Dios ni a los demonios. Asumen su vida con sus límites y sus posibilidades. Aprenden a conocer mejor la naturaleza y sus

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propias capacidades para producir ellos mismos los efectos deseados. No piden a Dios lo que ellos tienen que hacer. Tratan de hacerlo ellos mismos. Toda esta evolución es irreversible. Nadie podrá retornar a una conciencia religiosa del pasado. La cosmología y la antropología nacidas en la modernidad y desarrolladas más todavía desde entonces, son definitivas. Habrá siempre algunos supervivientes de las épocas anteriores... Sin embargo, desde ahora gran parte del culto católico ya no es nada más que espectáculo para los turistas. Los turistas no entienden nada, pero les gusta el museo antropológico que son las religiones en la actualidad. ¿El evangelio? La gran crisis cultural de los años 70 afecta profundamente la religión tradicional de la cristiandad y probablemente todas las religiones. Pero no afecta el evangelio. En la ruina de la religión tradicional y el advenimiento de una nueva sociedad no hay nada que pueda afectar al evangelio. Este conserva todo su valor. No fue atacado. Nunca fue atacado durante las fases de la modernidad tampoco. Al revés, todos los nuevos movimientos querían realizar el evangelio, denunciando que la Iglesia no anunciaba ese evangelio. La estructura eclesiástica incluye el evangelio dentro de su sistema religioso. Desde afuera las personas no lo descubren tan fácilmente en la Iglesia. El que tiene suerte, lo descubre en tal obispo determinado, tal sacerdote, tal monja o religioso, tal laico, pero no en la institución, ni en la Iglesia universal ni en las instituciones locales de la Iglesia. El sistema religioso ocupa todo el espacio visible. El evangelio envía a los cristianos al mundo. La religión convoca a los cristianos para que vengan participar del culto. El evangelio anuncia que el reino de Dios ya está presente, ya está actuando en este mundo y no solamente en el cielo. El portador del evangelio es la persona que vive una vida común en medio de personas iguales, mostrándoles el camino de Jesús como proyecto de vida que conduce a la felicidad, no sólo en el cielo, sino también en esta tierra. Al revés, la religión ofrece una participación en el culto celestial. El culto separa de este mundo para realizar una entrada en el mundo del cielo, participando de la liturgia de los santos y de los ángeles. La religión es el dominio del clero como clase sagrada y reservada al culto. A mediados del siglo XIX aparecen laicos portadores del evangelio. Forman grupos y asociaciones. Fueron frecuentemente censurados por la jerarquía. Este movimiento desembocó en el siglo XX en la Acción Católica. Ya es hora de resucitar algo semejante a la Acción Cató-

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lica dándole más espacio que en el siglo XX. La Acción Católica finalmente fracasó y desapareció porque no le dejaron la libertad suficiente. Los movimientos fueron subordinados al clero, y a las instituciones tradicionales como las parroquias. Sus actividades fueron muy subordinadas a las actividades de las parroquias y demás instituciones católicas. Al final nadie más encontró en tales movimientos una orientación para una vida cristiana en medio del mundo. Abandonaron la Iglesia en manos de un clero cada vez menos numeroso y menos interesado por el mundo. Sin embargo, en este mundo se siente la necesidad de tales movimientos con libertad plena para realizar en el mundo las actividades que encuentran más adecuadas al evangelio. No se trata de fundar instituciones nuevas universales o eternas. Lo más necesario serán instituciones que no permanecen, sino que duran una generación y dejan espacio libre para novedades, o sea para la generación siguiente. La religión pertenece a la condición humana. Hay personas que pueden vivir sin religión, así como hay personas que no saben practicar ningún instrumento musical, que no viajan, que no aprenden idiomas, pero todas esas ausencias disminuyen su ser humano, su humanidad. Por eso, en cualquier cultura hay religión, y, si la cultura cambia, la religión va a cambiar también, y otra aparecerá. Estamos en un momento crucial de la historia por motivo del cambio radical de la cultura. La religión tiene futuro, pero no necesariamente las religiones que conocemos hoy día. La religión tradicional de la cristiandad no tiene mucho futuro porque ya es incomprensible y la nueva cultura quiere comprender. La fundación de una nueva religión puede durar siglos, pero desde temprano hay algunas señales que aparecen. Muchos grupos, muchas instituciones van a aparecer y desaparecer. Sin embargo en medio de todos ellos hay algo que se está buscando. En primer lugar, es probable que la religión del futuro será más mística que cultual. Dará más importancia a la escucha de la palabra de Dios que al culto. El culto será mucho menos la celebración del poder de Dios, y más la celebración de su presencia discreta y humilde en nuestro mundo. En segundo lugar, la religión del porvenir dará menos importancia a los objetos religiosos y mucho más al sujeto. Menos importancia a la literalidad de los dogmas, y más calor a la vivencia personal del seguimiento de Jesús. En tercer lugar, el sujeto nace por medio del diálogo con otro sujeto. Nace por la relación recíproca con otros sujetos. Todo indica que ese mundo de objetos religiosos

va a tener que ceder el lugar a la relación viva entre personas iguales. La casta sacerdotal irá desapareciendo progresivamente, con todas las marcas de lo sagrado que le atribuyeron en el transcurso de los siglos. Pues el status sacerdotal impide una relación sencillamente humana. Es muy difícil prescindir del carácter sagrado del sacerdote. Solamente algunos laicos que tienen mucha intimidad logran una relación humana normal. En cuarto lugar, los cristianos de mañana necesitarán de comunidades pequeñas en las que las relaciones son de fraternidad. La familia pierde su importancia porque cada uno de los hijos hace su vida y la vida los lleva a lugares muy distantes. Las relaciones de vecindad desaparecen. Lo que se necesita son relaciones de comunidad entre personas, que participan de la misma religión, la misma finalidad, los mismos valores. Una religión es necesaria. Pero nada exige que sea la misma en Occidente, en África, en la India, en China o en el Japón. En esos países hay mucha simpatía por el cristianismo, pero poca simpatía por las Iglesias. Es una señal para el futuro.SV José Comblin. Sacerdote Católico, nacido en Bruselas, Bélgica en 1923, vino a Latinoamérica en 1958, estuvo en Ecuador, enseñó teología en Chile de 1962 a 1965 y luego en Recife junto a don Helder Cámara.

La fundación de una nueva religión puede durar siglos, pero desde temprano hay algunas señales que aparecen. Muchos grupos, muchas instituciones van a aparecer y desaparecer. Sin embargo en medio de todos ellos hay algo que se está buscando. S i g n o s

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Laicismo, ¿Qué es?

Significado y relaciones con otros aspectos sociales En el laicismo se presenta la autonomía civil y política, es decir la autonomía del Estado respecto del ámbito de lo religioso y, más concretamente, respecto de las organizaciones eclesiásticas. S i g n o s

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n el siglo XX se desarrollaron movimientos cuya comprensión ahora se da por sentada, pero que necesitan aclaraciones para comprenderlos, al mismo tiempo que surgen planteamientos para revisarlos y avanzar sobre los ejes en que dichos movimientos se sustentan. Uno de ellos es el laicismo, cuya imagen más común aparece como la de un enfrentamiento entre el Estado y la religión. Resulta interesante que al introducirnos en la etimología de la palabra, descubramos que proviene de “laico”, “laos”, en griego, “pueblo”; y que en la Reforma Protestante es fundamental para entender el movimiento que tuvo a Martín Lutero como a uno de sus principales propulsores. La concepción del sacerdocio del pueblo, en contraposición con el gobierno de los sacerdotes profesionales, es como un preanuncio de la Revolución Francesa. En el laicismo se presenta la autonomía civil y política, es decir la autonomía del Estado respecto del ámbito de lo religioso y, más concretamente, respecto de las organizaciones eclesiásticas. Si bien la Revolución Francesa ha sido tomada como la principal ejecutora de este movimiento, debe quedar claro que el laicismo se produce como reacción contra el poder que ostentaba la iglesia cristiana en el manejo de lo público, y especialmente el Vaticano, como centro geográfico e ideológico de dicho poder. Es equívoco describir el laicismo como independiente de la responsabilidad moral de la ciudadanía y, peor aún, diseñarlo como contrario a ella. En el laicismo no hay abandono de lo ético; por el contrario, en más de una ocasión existe en él una moralidad austera, casi monástica. Lo que es cierto es que su fundamentación moral y ética no se desprende de las formulaciones dogmáticas de las iglesias, aunque en la práctica pueda coincidir con ellas. Esa coincidencia revela que existe un aspecto sustancial que el laicismo valora, y que es la cultura del país donde se desarrolla. En los casos más conocidos, Francia, México, Uruguay, es evidente que la influencia cristiana,

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Es equívoco describir el laicismo como independiente de la responsabilidad moral de la ciudadanía y, peor aún, diseñarlo como contrario a ella. En el laicismo no hay abandono de lo ético; por el contrario, en más de una ocasión existe en él una moralidad austera, casi monástica. especialmente en su versión católica romana, permea las decisiones éticas y morales del Estado laico. En aquellos aspectos en que el laicismo difiere de las formulaciones cristianas, como es el caso de los temas relacionados con el ámbito sexual, el Estado debe realizar una amplia promoción de sus posiciones, a fin de establecer una legislación que contradice los enunciados de la jerarquía eclesiástica. Ello porque, al no poder evitar la influencia cultural, debe buscar los mecanismos imprescindibles para que la implementación de determinadas leyes sea el reflejo de lo que necesita y desea la mayoría de la población. Desde esta perspectiva, debe analizarse la tendencia de un Estado laico a asignar mayor importancia a una u otra iglesia. En España aparece con claridad que la Iglesia Católica Romana (ICR) sigue teniendo fuerte influencia en las determinaciones prácticas de gran parte de la sociedad, aun cuando el Estado se proclame a favor del laicismo. Para Máximo García Ruiz, en su trabajo “El lugar del cristianismo en una sociedad laica”, la influencia cultural es lo suficientemente fuerte como para favorecer la implementación de acciones gubernamentales a favor de la ICR (Iglesia Católica Romana) que no están legisladas. Por ejemplo, sobre la discriminación, que aún sigue vigente, García Ruiz afirma que su origen no está en la Constitución, que la rechaza, sino en cierto reflejo cultural que permanece más allá de la legislación. Un ejemplo muy visible es que tanto en los funcionarios gubernamentales como en los medios de comunicación y entre gran parte de la población, el término “Iglesia” se relaciona con la ICR, y se emplea la terminología “otras iglesias”, o “sectas”, para el resto de las denominaciones cristianas. En estas situaciones, la libertad religiosa se deteriora.

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La importancia de la religión se encuentra en la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos. En un Estado laico no hay enjuiciamiento contra ese derecho, sino que el ámbito que se brinda a lo religioso y las formas de llevar a cabo las experiencias religiosas difieren de los de otros lugares, donde la religión forma parte del Estado. Entre los temas relacionados con el laicismo se encuentra el de la pluralidad. Si bien suele discutirse como un anexo, como algo que debería existir, no es erróneo pensar en la pluralidad como en el centro de las relaciones humanas y sociales dentro del laicismo. En este punto puede entrar en colisión con el pensamiento generalizado de las organizaciones eclesiásticas que proclaman la libertad religiosa como “madre” de todas las libertades. Si se viviera la pluralidad no habría problemas respecto de la libertad religiosa. La premisa del laicismo es que “el Estado tiene todo el derecho a defender su autonomía y libertad” y no debe convertirse en “rehén de la jerarquía religiosa” como denuncia acertadamente el teólogo español Juan José Tamayo en relación con la España actual, al mismo tiempo que alerta sobre el integrismo religioso como “insaciable a la hora de reclamar para sí todo tipo de privilegios” Otro aspecto, íntimamente relacionado con el laicismo es el de la secularización. Desde lo religioso se ha hecho habitual referirse a la secularización como el mal de los males. Además de olvidar el aporte certero del cristianismo en el surgimiento y desarrollo de la secularización, no se tiene en cuenta que en el laicismo se elimina la práctica sacramental, al establecerse claramente dos espacios, uno de carácter religioso, bajo la jurisdicción de cada confesión, y otro de carácter social, bajo la responsabilidad del Estado. El garante del buen funcionamien-

Luego de décadas de haberse practicado el laicismo, debe revisarse la fórmula de que el Estado no ostenta título alguno para intervenir en asuntos que las iglesias consideran de su absoluta privacidad, y la de que estas deben abstenerse de opinar o intervenir en aspectos que el Estado considera de su única incumbencia. S i g n o s

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to de estos dos espacios es el Estado no confesional, que no debe operar como motivador del cumplimiento de posturas religiosas, como tampoco vetarlas, si ellas, especialmente en lo ético y moral, son útiles para la sociedad. Generalmente, desde el Estado laico se impulsa la idea de que la religión corresponde exclusivamente al ámbito de la conciencia individual. Esta postura que suele ser aceptada por las iglesias, promueve que la persona que es fiel a determinada fe en una sociedad laica, debe vivir la doble condición de ciudadano y creyente, lo cual es un error. El cristianismo es una cosmovisión de la vida que no admite tal separación. Lo que el Estado y las iglesias deberían discutir es cómo se realiza esa práctica sin que la acompañe la impronta de querer establecerla para toda la sociedad, si esta no lo acepta así. Para las iglesias, en el caso uruguayo, esa posición resulta cómoda. Se percibe que las militancias institucionales política y eclesiástica se viven separadamente, de modo que en las iglesias no se habla de política, actitud que coincide con la posición estatal que exige que en los espacios públicos, como la escuela, no se hable de religión. Una de las causas es que en Uruguay, la ICR, al perder la batalla del laicismo, dejó de lado el espacio público, y trató de utilizar otros mecanismos para su influencia, como la confesión y la excomunión. Posteriormente, las iglesias evangélicas siguieron esta tendencia con su idea de separación entre el mundo y la fe. A

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esa comodidad se agrega el hábito de las iglesias de apelar al argumento de que son perseguidas cuando el Estado no aplica lo que ellas quieren que se legisle. En esta etapa, luego de décadas de haberse practicado el laicismo, debe revisarse la fórmula de que el Estado no ostenta título alguno para intervenir en asuntos que las iglesias consideran de su absoluta privacidad, y la de que estas deben abstenerse de opinar o intervenir en aspectos que el Estado considera de su única incumbencia. ¿Qué es lo propio de cada esfera? ¿Cuáles son los elementos que pertenecen exclusivamente a una u otra área? Si bien en el laicismo el Estado no debe identificarse con determinada religión, debe reconocerse el derecho de la presencia religiosa en el ordenamiento político y social, y rever el pronunciamiento sobre la religión como simple sentimiento individual, confinándola al ámbito privado. En este debate es evidente que lo eclesiástico tiene, a su vez, que revisar su concepción de la “iglesia” como un ente dentro de las organizaciones sociales, y debe aceptar, por ejemplo, que es una ONG más, entre otras. No habría que descartar que el término “iglesia” sea incorporado en la organización de la sociedad como de vida propia, pero ello debe ocurrir por el reconocimiento social de que es así, y no como consecuencia de cierta tradición donde “la iglesia” se niega a ser incorporada a otro rubro, por ejemplo, al de las asociaciones culturales, apelando a que tal incorporación es una forma de “rebajamiento” de su identidad. En el proceso de desarrollo del laicismo y de las iglesias dentro del Estado laico, aparecen situaciones que,

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No se trata de criticar el laicismo limitándolo por cuestiones de este estilo, sino de reconocer que en la evolución humana algunos fundamentos inamovibles del pasado son ahora cuestionados y es obligatorio revisarlos para crear nuevas instancias de correctas relaciones humanas. habiéndose visto hasta hoy como normales, deben ser revisadas. Una de ellas es la que se refiere a la “neutralidad” religiosa desde el Estado. Una vez acordada la realidad de que el Estado decide sin tutela eclesiástica, queda el hecho de que la religión es totalmente desplazada de la interpretación de vida de la ciudadanía. En el sistema educativo no hay instancias para esa comprensión, pero sí para informar sobre otras cosmovisiones, con la justificación de que son cosideradas científicas. Más allá de que algunas de tales cosmovisiones son tan susceptibles de interpretación como la visión cristiana o la de otra religión, vivimos una época en la cual la especificación de lo científico como sinónimo de lo verdadero es altamente cuestionada. No se trata de criticar el laicismo limitándolo por cuestiones de este estilo, sino de reconocer que en la evolución humana algunos fundamentos inamovibles del pasado son ahora cuestionados y es obligatorio revisarlos para crear nuevas instancias de correctas relaciones humanas. No debe volverse atrás, sino apuntar hacia adelante. El espacio público debe ser un ámbito neutral que crea espacios de convivencia y de respeto democráticos. El Estado tiene el deber de conseguir que el espacio público sea realmente un marco de pluralidad ideológica, moral y religiosa en el que todos los ciudadanos se sientan acogidos y tratados con igualdad y dignidad, sin ningún tipo de discriminación. En él, las iglesias tienen que aprender a ejercer su libertad para pronunciarse sobre distintos aspectos de la sociedad, sin el propósito de imponer nada de modo dogmático. Es su responsabilidad ser un referente ético-moral-social, y su deber ha de llevarla a respetar a otras organizaciones sociales. El problema no es el de un debate dentro de un Estado laico, sino el del intento directo o subyacente de las iglesias de que rer imponer, sobre toda otra visión, la suya, la teocrática.SV

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Laicismo en

Uruguay

Para forjar la independencia de Uruguay, fue necesario enfrentar a las fuerzas monárquicas y “también luchar con la institución eclesiástica católico-romana, indisolublemente vinculada con las casas reales de España y Portugal”, tanto con las armas como en el terreno de lo ideológico.

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n julio de 2008, la Iglesia Metodista en el Uruguay (IMU) consideró el tema del laicismo en su Asamblea General, en una mesa integrada por la obispo Nelly Ritchie, de la Iglesia Evangélica Metodista de Argentina (IEMA); el pastor Hugo Malán, de la Iglesia Valdense del Río de la Plata y el subsecretario de Educación y Cultura de Uruguay, Felipe Michelini; como moderador actuó el pastor Oscar Bolioli, de la IMU. Entre los documentos previos a esta actividad, se encontraba el del Dr. Julio de Santa Ana,”Notas y reflexio-

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nes sobre laicismo”, que destaca la importancia de tener en cuenta la historia uruguaya para entender el proceso del laicismo en este país, proceso que ubica mediante tres instancias, a las que califica de “oleadas”. Primera oleada Santa Ana se remonta al período colonial para recordar que los lusitanos se afincaron en la zona de Colonia del Sacramento y los españoles, en las orillas de la bahía de Montevideo. Los primeros, desde 1680. Los segundos, desde l724. Los dos grupos avanzaron sobre los in-

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En Uruguay, las nuevas ideas articularon las aspiraciones de quienes ansiaban concretar los valores de libertad, igualdad y fraternidad. A sus principales convocantes, como lo fue José Artigas, se unió el pueblo, incluidos los “intelectuales que comprendieron que el momento exigía asumir una actitud militante”. dígenas, que fueron prácticamente exterminados. Montevideo fue el lugar de mayor concentración demográfica. El resto del país, constituido por “vastos campos con poca población, aglutinada en algunos pueblos y caseríos”, fue tierra de contrabandistas que se desplazaban con bastante libertad. “Eran hombres de a caballo, jinetes que no se inclinaban ante funcionarios de administraciones portuguesas o españolas”. Entre los siglos XVII y XVIII, primero en Europa y luego en los EEUU, “adquirieron fuerza movimientos sociales y políticos que tuvieron su razón de ser en las contradicciones históricas de aquel período, y que dieron lugar a ideas de pensadores modernos” que repercutieron en las colonias que España y Portugal tenían en América. “Algunos de sus defensores fueron alentados por logias masónicas de origen británico y francés”, como el caso de Francisco de Miranda en Venezuela. En Uruguay, los ideales de la revolución francesa fueron tomados por los “criollos”, quienes reclamaban la liberación de España. A ellos se integraron “los bravos contrabandistas que pululaban en el territorio de la Banda Oriental”. Para forjar la independencia, fue necesario enfrentar a las fuerzas monárquicas y “también luchar con la institución eclesiástica católico-romana, indisolublemente vinculada con las casas reales de España y Portugal”, tanto con las armas como en el terreno de lo ideológico. “Se puede decir que la ideología que dio empuje a la revolución francesa fue la primera oleada que indicó de qué manera se podía enfrentar al poder clerical”, señala Santa Ana, indicando que desde las universidades de Charcas y de Córdoba cundieron esas ideas a partir de las cuales comenzó a cuajar la lucha ideológica que llevó al enfrentamiento con el poder de la Iglesia Católica Romana (ICR). Esta primera oleada del laicismo en el Uruguay corresponde también a toda América ibérica, en su “necesidad de sacudir el yugo colonial, en el plano del poder político y también en el religioso”, unidos por “vínculos estrechos entretejidos por ambos poderes”. Ese primer impulso tuvo su origen entre pensadores del iluminismo inglés, alemán y francés. “Sus antecedentes inmediatos se advierten en el pensamiento del Renacimiento y de la Reforma Protestante” y “la confrontación con el clericalismo intolerante fue inevitable a partir del surgimiento del Estado-nación occidental, que la inmensa mayoría de los historiadores sitúa en el Tratado de

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Westfalia en 1648”. En Uruguay, las nuevas ideas articularon las aspiraciones de quienes ansiaban concretar los valores de libertad, igualdad y fraternidad. A sus principales convocantes, como lo fue José Artigas, se unió el pueblo, incluidos los “intelectuales que comprendieron que el momento exigía asumir una actitud militante”. Entre estos hubo personas del clero, como el Padre Larrañaga y el cura Monterroso, quienes “supieron expresar con las palabras necesarias, algunas de las ideas que motivaban la lucha de Artigas y la de quienes lo acompañaron”. Si bien parece “paradójico que hombres de la Iglesia fuesen quienes comenzaron a sembrar las simientes de la ideología del laicismo y enfrentaron a la Institución que integraban”, hay que señalar, con justicia, que esos hombres tenían nociones de los derechos humanos, y que buscaban, primordialmente, la libertad. El pensamiento europeo tuvo concepciones avanzadas sobre la importancia del ser humano, al considerarlo “sujeto de la historia”, ya como persona individual o como ser social, con capacidad de construir la sociedad mediante instituciones articuladas en torno a contratos sociales. Para algunos, el énfasis recayó sobre una visión individualista del ser humano “como aquel que lucha naturalmente contra otros”, por lo que “el contrato social llega a ser establecido de acuerdo con intereses”, mientras que otros, “miran no sólo al individuo sino al conjunto de estos, como seres sociales”, concepción que exige la práctica de la solidaridad. En las colonias ibéricas prevaleció la segunda posición, con fuerte influencia de John Locke, quien concibió el contrato social como herramienta apta para enfrentar el absolutismo monárquico. “Las ideas favorables al contrato social concitaban el entusiasmo entre quienes buscaban hacer valer la libertad y la igualdad cuando comenzó la lucha por la independencia en estas tierras”, comenta Santa Ana. En 1813, Artigas convocó la Asamblea General Constituyente en el Congreso de Las Tres Cruces donde se elaboraron “Las Instrucciones del Año XIII”. El primer artículo declara la independencia “absoluta” de estas Colonias y el tercero afirma que se “promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”, mientras que el cuarto sostiene que el fin y objeto del gobierno “deben ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y los pueblos”.

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Santa Ana apunta correctamente algunas cuestiones para interpretar el desarrollo de las posturas de las “Instrucciones del Año XIII”. Una de ellas es que en aquel entonces no existían las condiciones materiales para su implementación total, por lo que debió esperarse más de dos décadas para comenzar a construir un orden legal consecuente con el texto constitucional aprobado en 1830. Otra fue que no se tuvo en cuenta la observación de J. J. Rousseau en su reflexión “De la religión civil” donde aparecen, por lo menos, dos elementos. El primero, que el contrato social forjado a partir de la voluntad general no significa que corresponda “a la voluntad de todos”. No es la suma de las voluntades particulares. Es una voluntad que generaliza, que “crea opinión” de manera gradual, cuyas ideas se van transformando en creencias sociales, en comportamientos de grupos cada vez más vastos. El segundo es la inevitabilidad que muestra que, “sin esas creencias -que no son dogmáticas, puesto que pueden ser revisadas según circunstancias históricas cambiantes- sin esa religión civil, una propuesta social no es viable”. Este punto es muy importante para entender el desarrollo histórico e ideológico de Uruguay. El gradualismo de incorporación ideológica y de hábitos de vida es fundamental en su quehacer histórico. En este panorama contextual debe verse el que el respeto de todas las creencias y la tolerancia religiosa propuestas en las Instrucciones del Año XIII, no llegaran a ser plasmadas en los hechos hasta que pasaron varias décadas. Segunda oleada La segunda ola laicista se produjo cuando la República Oriental intentó poner en marcha sus incipientes instituciones. Entre 1839 y 1851, se produce la denominada Guerra Grande, de características internas, pero de una realidad mucho más amplia, ya que de una u otra forma participaron en ella Argentina, Brasil, Francia, Inglaterra y fuerzas de otros países, como las italianas de Giuseppe Garibaldi. Transcurrido ese período, se encara la “modernización de Uruguay” cuando, además de aprobarse los Códigos de Procedimiento Civil e Instrucción Criminal, el Código Rural, el Registro de Embargos e Interdicciones, en 1879 se sanciona la Ley de Registro de Estado Civil. Por medio de ella, el Estado se hace cargo de una función que, hasta ese momento, estaba en manos de la Iglesia

Católica Romana. Ya en 1861, el Estado se había encargado de los cementerios, un hecho que impactó a la ICR que, al igual que en todo el continente, tenía a su cargo decidir quién debía ser, o no, enterrado en esos predios. Luego de la ley del Registro Civil, en 1885, se establece la obligación del matrimonio civil, que debía celebrarse antes que la ceremonia religiosa. Para entonces, las escuelas estaban en manos del Estado, mas en ellas se seguía enseñado el catecismo, ya que esa materia dejó de dictarse solamente en 1909. En todo el período de modernización de Uruguay, los conflictos con la ICR fueron permanentes, con situaciones especiales, casi propias de la Republica Oriental. En ese entonces, el laicismo, que si bien era anticlerical no era ateo ni agnóstico, avanzó sobre un aspecto poco conocido, cuando un sector importante de la sociedad, como lo era la juventud universitaria, se enroló en una promoción espiritualista de carácter ecléctico. Santa Ana no deja de indicar que “el sesgo que tomó esta orientación espiritual fue anticlerical, pero no llegó a ser ateo ni agnóstico”. Para oídos no acostumbrados a ciertas reflexiones, debe ser repetida la cita de Sana Ana sobre Arturo Ardao, “que estudió muy bien el asunto” y demuestra que “se trató de un espiritualismo ecléctico, hasta cierto punto racionalista, que afirmó siempre la preeminencia del espíritu”. Una de las explicaciones de ese “espiritualismo” es la de que era una tendencia promovida por diversas logias masónicas que tuvieron mucha influencia en Uruguay, y en las que participaban pastores y laicos evangélicos. Como ocurre en instancias de este calibre, la Iglesia Católica Romana se sintió perseguida y luchó frenéticamente contra estos avances de la sociedad. Sin embargo, la población apoyó la gestión gubernamental. Perdida la batalla del laicismo, la ICR abandonó el espacio público y se refugió dentro de sí misma, aunque, como lo señalan algunos autores, siguió la batalla de distintas formas, entre las cuales aprovechó la poderosa influencia que podía ejercer en los miembros de la sociedad, a través del ejercicio del sacramento de la confesión. En esta “segunda ola del laicismo” el catolicismo romano perdió influencia en la conciencia de las elites y hubo “un impacto gradual sobre las costumbres sociales”. A principios de l890, la edad promedio de mujeres que se casaban pasó de los 20 a los 25 años, y se utilizaron con más frecuencia algunas formas artificiales de

En todo el período de modernización de Uruguay, los conflictos con la ICR fueron permanentes, con situaciones especiales, casi propias de la Republica Oriental. En ese entonces, el laicismo, que si bien era anticlerical no era ateo ni agnóstico, avanzó sobre un aspecto poco conocido. S i g n o s

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En Uruguay, se mueven dos tipos de interpretaciones de laicismo: el liberal, que mantiene neutralidad en las cuestiones religiosas y filosóficas, y el tutorial, de orientación antirreligiosa consecuente y militante. En la práctica, ambas posiciones se hallan entremezcladas. control de la natalidad, dos hechos que la dirigencia católica romana denunció vigorosamente. De una población confesada como católica romana desde la época de la Colonia, en el censo de 1908 declaró esta pertenencia el 44% mientras que los “liberales” llegaron al 40%. Tercera oleada La tercera etapa laicista se afinca alrededor de 1900, pero se había iniciado ya durante el desarrollo de la segunda. Es importante lo que resalta Julio Santa Ana al insistir en el desarrollo del laicismo en Uruguay como “un proceso continuo”, que tuvo lugar “en las conciencias de las minorías ilustradas” y “que ganó a los sectores medios” que prevalecieron en la orientación del movimiento laicista. Santa Ana resume la modernización del país como resultado “de una serie de acontecimientos sociales, económicos, políticos, culturales, que comenzaron a amalgamarse durante los años del gobierno militar autoritario del Coronel Latorre (l876 - 1880) y culminaron durante la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez (1911 -1915) y los quince años que lo siguieron”. Durante ese período, en 1879, se produce la reforma de la educación, promovida por José Pedro Varela, quien propuso la escuela gratuita, obligatoria y laica. Varela, que murió joven, a los 34 años, consiguió que los niños en edad escolar siguieran los programas escolares costeados por la administración estatal que cobraba el “Impuesto de Educación Primaria”, aplicado a todos. En esta etapa no se logró la educación laica, pero sí, en la segunda década de 1900. Para la ICR, el tema de la educación es uno de los más irritantes. Para defender su poder, utiliza los argumentos conocidos, cuya afirmación central es la de que los padres tienen el derecho de escoger la clase de educación que desean para sus hijos, en caso de que sean menores de edad. La dirigencia eclesial católica romana lo promociona como uno de los principales y más trascendentales de entre los derechos humanos. En Uruguay, citan el Artículo 68 de la Constitución Nacional donde se declara que “Queda garantida la libertad de enseñanza. La ley reglamentará la intervención del Estado al solo objeto de mantener la higiene, la moralidad, la seguridad y el orden públicos. Todo padre o tutor tiene derecho a elegir, para la enseñanza de sus hijos o pupilos, los maestros e instituciones que desee.” Por cierto, la jerarquía eclesial parte de su propia interpretación, al referirse a que la libertad religiosa inclu-

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ye la enseñanza de la religión y la moral en el sistema público de educación, y que debe haber libertad para establecer instituciones educativas privadas de enseñanza con financiación desde el Estado. En Uruguay, se mueven dos tipos de interpretaciones de laicismo: el liberal, que mantiene neutralidad en las cuestiones religiosas y filosóficas, y el tutorial, de orientación antirreligiosa consecuente y militante. En la práctica, ambas posiciones se hallan entremezcladas. La Iglesia Católica Romana argumenta que la educación busca el desarrollo integral de la persona y que ello es imposible de alcanzar si se ignora la dimensión religiosa del ser humano “que forma parte de su esencia”. Al mismo tiempo, rechaza la propuesta laicista de que si los padres lo desean, la escuela laica puede ser complementada con una educación religiosa aparte, por ejemplo, mediante la catequesis parroquial, e insiste en la enseñanza religiosa en el ámbito de la educación pública. En cuanto a cuestiones más prácticas, relacionadas con el ejercicio del Estado en la educación, la ICR aduce que la regulación en la educación privada es exageradamente estatista, pues determina los contenidos de la educación privada “hasta en sus más mínimos detalles” como, dicen, ocurre en los planes de estudio y programas de las diversas materias y que, además, los maestros y maestras que trabajan en la educación privada provienen mayoritariamente del instituto de formación docente del Estado. La Iglesia Católica Romana ejerce presión sobre los funcionarios estatales por mecanismos pocos conocidos, o por lo menos, que no son públicos. Esa realidad se plasma en situaciones aparentemente inesperadas. Se pueden citar tres muy conocidas por su debate público: Una, en la visita de Juan Pablo II, en 1987, durante el gobierno de Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado. En esa ocasión, el Papa celebró una misa en Tres Cruces, uno de los lugares centrales de Montevideo, para lo cual se levantó una cruz, símbolo eje del cristianismo, que no se retiró al finalizar la ceremonia y cuya presencia permanente fue aprobada al año siguiente. La otra, en ocasión del fallecimiento de Juan Pablo II, en 2005. En esa oportunidad, el presidente Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, logró aprobar que se trasladase una estatua del Papa, que estaba en un recinto privado, a los pies de la mencionada Cruz. En esa ocasión, la Federación de Iglesias Evangélicas de Uruguay protestó y levantó una polémica pública que duró varios meses, por considerar que ese hecho lesionaba la postura laicista.

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El laicismo es un debate abierto que las organizaciones sociales, incluidas las gubernamentales y la ciudadanía de Uruguay, no podrán eludir en la construcción de un futuro que aparece como promisorio para la vida del país, y de fuerte influencia en la región y en el continente latinoamericano. Ambos acontecimientos fueron registrados filatélicamente por el correo uruguayo. La tercera que, si bien algo distinta, puede ser considerada dentro de la misma intención de presión sobre funcionarios públicos, ocurrió en noviembre de 2008, cuando el Parlamento aprobó la ley que permitía el aborto. En esa oportunidad, el episcopado de la Iglesia Católica Romana declaró que no se permitiría la comunión a quienes votaron a favor de esa ley, como tampoco a quienes practicaran el aborto y lo llevaran a cabo. Estos hechos se incorporan en el desarrollo uruguayo, y en los momentos actuales exigen una relectura del significado y práctica del laicismo en ese país. En tal perspectiva adquieren valor las observaciones de Julio de Santa Ana, que plantea varios interrogantes sobre el laicismo en Uruguay, respetando siempre la idea eje de que “el Estado laico es una construcción que exige un esfuerzo constante” que reclama “la reflexión teórica e imaginación para innovar con osadía en la práctica”. La primera observación de Santa Ana es que ya no es posible mantener la creencia optimista sobre el común destino histórico de las sociedades, por lo que modifica uno de los pilares de apoyo en la gestión del laicismo. El analista uruguayo plantea que si no existen las condiciones para “la fe en el progreso que vislumbraba la historia hacia una meta necesariamente feliz “¿cómo justificar la necesidad de un Estado laico y de la enseñanza laica?”. Si el laicismo no es una necesidad inevitable del proceso social, político y cultural, como pensaban Varela y sus compañeros que impulsaron la reforma escolar, ¿es todavía válido? ¿En qué puede radicar este valor? ¿En su carácter científico? ¿En su capacidad de conducción hacia la democracia y el respeto de los derechos humanos? ¿En la concepción del ser humano como ser libre, solidario y virtualmente justo?” Agrega que si esos elementos de apoyo al laicismo dejaron de ser “¿qué aspectos de la realidad de nuestro tiempo son favorables al laicismo y lo mantienen vivo? Si la ideología laicista tiene que ser renovada, ¿qué se propone?” Por otra parte, Santa Ana apela a lo que Max Weber llamó ¨la rutinización del carisma”, para indicar que “hay quienes, cumpliendo funciones de gran responsabilidad en la administración del Estado laico, son más papistas que el Papa” en el cumplimiento de sus tareas y que ya no está vivo el mismo entusiasmo que existió cuando se instaló la reforma educativa.

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Desde esa perspectiva, recurre a preguntas tales como “¿cómo hacer para que continúen siendo válidos los postulados del Estado laico y de la escuela laica? ¿Requieren de una formación ética especial? ¿Cómo formar para una práctica responsable de la tolerancia, cuando es evidente la existencia de una paradoja en la que la administración postula un laicismo que es intolerante? ¿Tienen las iglesias una contribución posible para el desarrollo concreto de esta formación?” Además, si el Estado laico y la Escuela laica son instrumentos válidos y necesarios para la construcción de sociedades democráticas, “¿qué perspectivas y valores hay que sostener para llegar a la formulación de un contrato basado en intereses comunes?”. Santa Ana avanza en la profundidad del análisis. Al recordar que la característica anticlerical del laicismo fue uno de los elementos fuertes que le sirvió para construirse y afirmarse, se pregunta “¿es aún válida esta práctica para la construcción de la democracia?”, a lo que agrega que actualmente aparecen fuerzas poderosas que se oponen al laicismo, por lo que se requiere dilucidar interrogantes como qué hacer frente a esas fuerzas y, si hay que enfrentarlas, cuáles son los instrumentos que deben emplearse para ello. La sociedad civil tuvo y tiene una gran responsabilidad en el desarrollo del laicismo con orientaciones expresadas a través de diálogos y debates, muy caros para la ciudadanía uruguaya. En esa sociedad, las iglesias son actores importantes como parte de su vocación política, lo que no significa obligatoriamente que sea su partidaria. En tal perspectiva, Santa Ana plantea interrogantes como los siguientes: “¿Cómo hacerlo, en este período? ¿Cómo defender sus derechos reconociendo al mismo tiempo sus deberes? ¿Cuáles pueden ser sus contribuciones específicas? ¿Cómo formar a sus miembros, a sus adherentes, para participar en este proceso de manera significativa?” El laicismo es un debate abierto que las organizaciones sociales, incluidas las gubernamentales y la ciudadanía de Uruguay, no podrán eludir en la construcción de un futuro que aparece como promisorio para la vida del país, y de fuerte influencia en la región y en el continente latinoamericano.

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F E Y P O L Í T I C A H U G O M A L Á N

La

Iglesia en un

Estado laico

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ersonalmente considero, apoyándome en pensadores de nuestros países, de Europa y de Estados Unidos, que para afrontar una temática como la sugerida para este encuentro es necesario ubicarla en el cambiante mundo pluralista en que vivimos y en una sociedad compleja.

Podríamos iniciar con alguna pregunta, por ejemplo: ¿Cómo podemos organizar una sociedad plural? ¿Cómo pueden coexistir tendencias divergentes de pensamiento en la vida de ciudadanos organizados para convivir? Lo homogéneo hoy debe dejar paso a lo diverso, y esto diverso debe verse como una oportunidad. Si lo vemos

¿Cómo podemos organizar una sociedad plural? ¿Cómo pueden coexistir tendencias divergentes de pensamiento en la vida de ciudadanos organizados para convivir? S i g n o s

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desde la perspectiva de la fe o de la creencia, esta diversidad debería contribuir al crecimiento de la ciudadanía y de las personas. Es fundamental ubicarnos en este contexto mundial y, por lo tanto, local, para evitar que las diferencias se conviertan en espacios de lucha por el poder, por el afán de imponer y dominar de unos grupos sobre otros. El pluralismo de las diferencias se convierte en nuestro tiempo en el estímulo más enriquecedor que podamos recibir para construir una ciudadanía libre, creadora y abierta a la búsqueda de consensos mínimos para la coexistencia.

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Concordar sobre leyes y orientaciones de convivencia ciudadana Se dice en algunos ambientes que hoy falta práctica y reflexión sobre lo ideológico. No estoy tan convencido de esto. Considero, sí, que muchas orientaciones ideológicas se esconden detrás de fuertes intereses económicos que dominan la escena ciudadana. Permítanme el siguiente comentario: La universalidad y la pluralidad tienen, cada una, un significado ilustrador. Estos días he seguido muy de cerca en Argentina las disputas que los medios calificaron de diversas maneras, algunas de ellas, de corte sumamente simplista. Sin em-

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bargo, luego de que el tema llegó al Congreso y más aún, luego de la votación del Senado, pudimos darnos cuenta de que detrás de dichas disputas se esconde una profunda lucha de poder en la que ejercen fuerte presión grandes intereses económicos que poco tienen que ver con el pluralismo y con la búsqueda de leyes que aspiren al equilibrio social y menos aún, a la justicia. No debería escapar a un analista político que sabe de la organización social de un país, la presencia constante de imágenes de la Virgen de Luján en las presentaciones públicas y en reuniones de distintos sectores con religiosos pertenecientes, especialmente, a la iglesia católica. Por esto, para nosotros como evangélicos, no fue poco significativa la decisión del Ejecutivo Uruguayo del 31 de marzo, que coloca a las iglesias en el campo de la cultura ya que, como tales, hacen desde su ámbito un enorme aporte a la mejor convivencia. En un mundo pluralista afrontamos un enorme desafío: construir normas de convivencia desde un espacio público laico.

En medio de diversidades culturales y también religiosas, ese espacio público laico debe permitir un debate abierto donde los diferentes actores puedan presentar sus argumentos para ayudar a construir una alternativa de convivencia, en la que se puedan consensuar valores éticos y políticos. Debe ser claro que en este proceso cada uno de los grupos culturales y religiosos deberá ceder algo en cuanto se refiere a las posturas que los identifican, para generar un proceso común de crecimiento ciudadano. Llegar a ser ciudadanos donde cada uno de nosotros y nosotras podamos aportar los elementos distintivos de nuestra herencia cultural, nuestra identidad y nuestras tradiciones religiosas hacemos el aprendizaje para vivir en un Estado que sería a la manera de nuestra casa común. Por esta razón, el Estado no puede ser confesional como tampoco puede impedir las expresiones de diversidad de la ciudadanía. Debe ser claro que, en este proceso, cada uno de los grupos culturales y religiosos deberá ceder algo en cuanto se refiere a las posturas que los identifican, para generar un proceso común de crecimiento ciudadano. Llegar a ser ciudadanos en un ámbito en el cual cada uno de nosotros y nosotras aportemos los elementos distintivos de nuestra herencia cultural, nuestra identidad y nuestras tradiciones religiosas nos permitirá el aprendizaje que necesitamos para vivir en un Estado que sería como nuestra casa común. Por esta razón, el Estado no puede ser confesional, pero tampoco puede impedir las expresiones de diversidad de la ciudadanía. Cada persona tiene su propia visión de lo que podría ser el bien común, visión que lleva como parte de su cultura, de su religiosidad e inclusive de su forma de vida comunitaria. Pero en una convivencia plural como la que muestra el mundo contemporáneo, estas características deberían incorporar una visión más general y pública, aceptando compartir con los diversos grupos componentes de la sociedad un mínimo de orientaciones normativas que hagan posible la solidaridad ciudadana, a fin de mantener estable la propia vida social. Desde esta perspectiva podemos hablar también de laicidad.

En medio de diversidades culturales y también religiosas, ese espacio público laico debe permitir un debate abierto donde los diferentes actores puedan presentar sus argumentos para ayudar a construir una alternativa de convivencia, en la que se puedan consensuar valores éticos y políticos. S i g n o s

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Muchas veces se maneja el criterio de laicidad desde una visión mezquina. Es decir, la vemos como un espacio público que sirva para proteger mis derechos, mi individualidad, mi identidad. Pero ese espacio público puede volverse vacío al impedir que las diversidades culturales y religiosas participen activadamente en la construcción del espacio ciudadano. Qué decimos cuando hablamos de laicidad Personalmente creo, y en esto tal vez no reflejo el pensamiento mayoritario de nuestra iglesia valdense, que es imprescindible ver el tema de la laicidad dentro de un panorama multicultural y de diversidad religiosa. Muchas veces, a mi entender, se maneja el criterio de laicidad desde una visión mezquina. Es decir, la vemos como un espacio público que sirva para proteger mis derechos, mi individualidad, mi identidad. Pero ese espacio público puede volverse vacío al impedir que las diversidades culturales y religiosas participen activadamente en la construcción del espacio ciudadano. Creo que ese concepto lleva a la iglesia hacia “espacios” reducidos, a constituir pequeñas reservas de identidades religiosas que tienen temor de compartir su riqueza de identidad y su herencia. En otras palabras, esa visión de laicidad termina en algo privado o en un asunto de conciencia. Reconozco que muchas veces tengo dificultades cuando, en posturas muy personales apoyadas en cuestiones de conciencia, se “escamotea” la necesidad de participar en la creación del espacio público común y la de defender la justicia social. Una de las consecuencias de estas posturas se aprecia en la cada vez más restringida vivencia de lo religioso y cultural a la esfera individual y privada. Creo que ese concepto lleva a la iglesia hacia “espacios” reducidos, a constituir pequeñas reservas de identidades religiosas que tienen temor de compartir con los demás su riqueza de identidad y su herencia. En el ámbito social comunitario este aspecto se refleja en el concepto de laicidad que se maneja en la educación. De religión no se puede hablar. Entonces llegamos muchas veces a situaciones risueñas, por no decir una palabra más fuerte, en las que profesores y profesoras que poco conocen de religión y de cultura religiosa tienen que dar literatura utilizando relatos bíblicos. Su postura es la de hablar y considerar esos relatos como si fuesen “asépticos”, es decir, sin contaminación de religiosidad. Como si tales relatos no llevasen profundamente enraizadas las vivencias culturales y de fe que los identifican.

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¿Quién podría negar que gran parte de la cultura de nuestros pueblos lleva el sello de lo religioso? ¿Quién podría negar que muchos de los parámetros con los que tantas personas actúan en el campo público están impregnados de una religiosidad privada que ha marcado fuertemente sus pensamientos y sus actos? Con posturas extremas de la concepción laica se deja un enorme vacío en el espacio público, es decir, en el espacio de construcción de criterios ético-políticos esenciales para la formación de la ciudadanía. Nos abroquelamos en nuestros “cotos de caza” para que nadie toque ese espacio y entonces perdemos la opción de aportar a los otros, los valores que han ido construyendo nuestra identidad cultural y religiosa, en un mundo plural. A veces, el concepto de minoría significativa puede llevarnos a una parálisis que nos impida construir con los demás un estado laico, sin ningún tipo de tutelas. Ser laico requiere como condición fundamenta, la de no pretender imponer a los demás las propias creencias y tradiciones, por muy significativas que estas puedan ser. Ser laico significa que renunciamos a pedir que se dicten leyes públicas y universales que protejan nuestras propias posiciones emanadas de nuestra religiosidad y cultura. Ser laico y defender la laicidad es no pretender obtener privilegios en la elaboración de las coincidencias que se requieren para la convivencia y la construcción jurídica de un Estado que garantice las libertades culturales y personales de sus ciudadanos. Buscar privilegios por lo que significan nuestra cultura y religiosidad es también una manera disfrazada de dominio que se ejerce desde lo particular sobre lo universal, desde lo privado sobre lo público. El bien común no se construye desde estas posturas. Este tema, por ejemplo, daría para mucho cuando en nuestros países se discutan leyes como la de “salud reproductiva”. Entonces ¿a qué vamos a dar prioridad: a las posturas dominantes de ciertos sectores o a la búsqueda de una legislación que garantice libertad y respeto por los valores que proyectan hacia lo público los diversos grupos?

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¿Vamos a imponer nuestros criterios ético-religiosos o vamos a consensuar con los diversos actores culturales una postura que permite a cada ciudadano y ciudadana decidir en el momento en que deba vivir experiencias que corresponden a la libertad de su interioridad? Laicidad es buscar principios orientadores y aceptables para todos y cada uno de los componentes de la sociedad. Un Estado laico debe garantizar y promover el diálogo para construir consensos mínimos en lo jurídico, que hagan posible la convivencia. No se puede pretender que en un mundo, en una sociedad plural, la neutralidad impida la creación de orientaciones ético-políticas que resguarden la diversidad de sus componentes. Sería necesario profundizar en este concepto de interconexión entre el pluralismo de culturas y el universalismo ciudadano. Quizá sea necesario una y otra vez volver sobre la escuela, ese espacio público en el que las diferencias culturales, étnicas y religiosas son más visibles. Confrontar las diferentes tradiciones debería ser imprescindible para aprender a debatir y para compartir las diferencias culturales y religiosas. Esta sería una forma de construir ciudadanía democrática; de crear ciudadanía donde derechos, deberes y leyes sean iguales para todos. La escuela podría ser un comienzo de respeto, pero a

la vez, un ámbito de exposición de las diversidades. La posibilidad de confrontar públicamente las diferencias debería ser garantía de laicidad. El término del cual laico proviene deriva de laos, pueblo; pueblo no jerarquizado, en oposición a klero, palabra que en griego designa lo calificado de la sociedad, la clase social detentora de privilegios sancionados por la costumbre o por la ley. De este término derivó la palabra laicismo con que denominamos la doctrina que defiende al hombre y a la sociedad civil de influencias eclesiásticas, porque considera la religión y el culto como fenómenos ajenos al Estado. Es importante insistir en que laicidad no significa ‘ateísmo’ ni ‘antirreligiosidad’; laicidad es libertad en el orden del pensamiento y respeto a esa libertad en los otros.Podríamos concordar nuestras diversas opiniones, al sostener que la laicidad es un elemento esencial de las democracias. Por eso, ser laico y defender la laicidad implica tener mucho amor, respeto y confianza en el diálogo fructífero de los seres humanos que aman la justicia y que anhelan la construcción de espacios de convivencia en los cuales se respetan la diversidad cultural y religiosa. Desde esta perspectiva del significado de laicidad podemos plantearnos algunas preguntas: ¿Cuál puede ser nuestra contribución como iglesias cuyos aportes culturales se reconocen, para la construcción de una ciudadanía plural? ¿Cómo organizar jurídica y estructuralmente la sociedad para una mayor y mejor convivencia? ¿Cómo y qué hacer a fin de que en una sociedad plural, coexistan pensamientos y enfoques diversos? ¿Cómo hacer para que la variedad de creencias llegue a ser un motivo de enriquecimiento, y no una lastimosa experiencia de conflictos generados por intransigencia, dogmatismos y desprecio de la diversidad?SV

Hugo Malán, uruguayo, es pastor de la Iglesia Evangélica Valdense. El texto corresponde a la ponencia presentada por Malán en el panel sobre “Iglesia en un Estado laico” realizado en la XX Asamblea de la Iglesia Metodista en Uruguay el 18 de julio de 2008.

Es importante insistir en que laicidad no significa ‘ateísmo’ ni ‘antirreligiosidad’; laicidad es libertad en el orden del pensamiento y respeto a esa libertad en los otros.Podríamos concordar nuestras diversas opiniones, al sostener que la laicidad es un elemento esencial de las democracias. S i g n o s

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Y P O L Í T I C A F E S I C A R D I A N Í B A L

Laicismo en

México E

l liberalismo mexicano fue uno de los principales gestores de las escuelas laicas y de la construcción de un sistema educativo público a cargo del Estado, independiente de la Iglesia Católica Romana, y en lograr que se estableciese en la Constitución de l857. La dirigencia católica romana nunca se quedó con los brazos cruzados. Cincuenta años después, en el Congreso Constituyente de l9l6-l7, el clero católico romano fue altamente beligerante, y llegó al punto de pretender desconocer la Carta Magna del país. Estos datos, anecdóticos, son muy importantes, porque permiten visualizar la lucha que se libró en ese entonces y muestran el monopolio que pretendía ejercer la Iglesia Católica Romana y que no lo quería (y no lo quiere) perder. En la reforma de la Constitución de 1946, se reforzó la concepción democrática de la educación pública con su correlato de la lucha contra la intolerancia y a favor de

la importancia de la difusión de los conocimientos científicos. Hasta el presente, la ICR ha seguido batallando para conseguir sus propósitos y desnaturalizar el laicismo mexicano. Hay que reconocer que consiguieron avanzar en el área educativa, invocando, como en otros lugares, la tradición católico romana del país y afirmando que los católico romanos constituyen la mayoría religiosa, dos elementos que siguen influyendo poderosamente en el inconsciente colectivo de la población mexicana. Actualmente, algunos sectores laicistas reconsideran la posibilidad de la enseñanza de la religión en el sistema educativo público, pero no con el criterio parroquial católico romano sino en el formato amplio, “ecuménico”, que tiene en cuenta la rica historia de los pueblos originales de México y América Latina, tanto como el concierto de religiones universales que tuvieron papel importante en la historia de la humanidad.

El liberalismo mexicano fue uno de los principales gestores de las escuelas laicas y de la construcción de un sistema educativo público a cargo del Estado, independiente de la Iglesia Católica Romana, y en lograr que se estableciese en la Constitución de l857. S i g n o s

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Para Monsiváis, la secularización tiene signo positivo y es consecuencia del laicismo que va creciendo, es decir, que se desarrolla en el devenir histórico, encuentra nuevos contenidos y apela a la realización de la autonomía del ser humano. En julio de 2008, el reconocido y premiado escritor mexicano Carlos Monsiváis presentó su libro El Estado laico y sus malquerientes en el que reseña las dificultades de la instalación del laicismo, y los intentos para frenarlo, y hasta negarlo, de parte de la Iglesia Católica Romana en alianza con sectores de derecha de la sociedad. Para Monsiváis el movimiento laicista es “irreversible” y sostiene que “de no haberse establecido, no existiría el país, pues el poder del clero era brutal”. A estos conceptos agrega otros dos relacionados con la secularización y los Derechos Humanos. Para Monsiváis, la secularización tiene signo positivo y es consecuencia del laicismo que va creciendo, es decir, que se desarrolla en el devenir histórico, encuentra nuevos contenidos y apela a la realización de la autonomía del ser humano. El mismo autor ve la toma de conciencia respecto de los derechos humanos como un hecho que “completó la idea de laicidad que, otrora, se mantenía como un concepto abstracto”. Esta descripción ilustra el camino del laicismo que evoluciona en concordancia con el crecimiento del conocimiento, la intelectualidad y la interioridad humanas. En la ocasión en que presentó su libro dijo que “... Sólo la apropiación de los derechos humanos le dio al Estado laico la posibilidad de existir como atmósfera cotidiana de la sociedad. El Estado laico estaba inconcluso como idea hasta antes de que los derechos humanos fueran parte imprescindible de la concepción vital de la mayoría” En su imperdible estado de rebeldía, Monsiváis se diferencia de muchos de sus coetáneos en la apreciación de los “enemigos” del laicismo. Para él, aquellos no tienen posibilidades reales de triunfo en su lucha contra el laicismo pues “del grito han pasado al susurro”. A fines de setiembre de 2005, se realizó en el Vaticano el XII Congreso de la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y el Caribe. Entre los expositores se encontraba el doctor Emilio Martínez Albesa, profesor de Historia de la Iglesia en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, quien se refirió al tema “México: del reino cristiano regalista al Estado laico liberal”. En una entrevista realizada por la agencia vaticana Zenit, Martínez Albesa sostuvo que la historia mexicana malinterpreta el accionar de los obispos del siglo XIX dando “una imagen caricaturesca, que deforma irresponsablemente la verdad histórica” y apela a “purificar la memoria histórica” con el propósito de que se establezcan

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las relaciones Iglesia-Estado “sobre el respeto a la libertad religiosa de las personas”. El referido historiador explicitó que el Estado Laico “no reconoce hacia la religión otro deber que el de contenerla en los límites de lo considerado por el gobierno civil como lo puramente espiritual”. Al utilizar los conocidos argumentos sobre la “libertad religiosa” y el de “confinamiento de la religión a la expresión privada de las personas”, dos asuntos que se han de discutir, Martínez Albesa establece una diferencia entre la “laicidad” que interpreta como “una dimensión propia del Estado” que “en su carácter profano, es decir, no sagrado” no se arroga autoridad ninguna sobre cuestiones religiosas, “no se superpone ni a la religión ni a la moral, sino que se circunscribe a la política”, y el “laicismo” que “es una ideología por la que el Estado se cree revestido de autoridad para excluir a la religión de la vida pública” y que “Según esta ideología, el Estado tiene como parte irrenunciable de su misión impedir que la religión, y consecuentemente la Iglesia, ejerza un influjo sobre las decisiones de las personas a la hora de organizar su vida social” Más allá de que, subliminalmente, Martínez Albesa pone a la Iglesia, en su versión católica romana, en situación superior al Estado, el uso de los dos términos, ‘laicidad’ y ‘laicismo’, acarrea confusiones en el debate sobre el laicismo. Cabe mencionar que Carlos Monsiváis usa el término “laicidad” para afirmar todo lo contrario a lo que manifiesta Martínez Albesa; que ese término es utilizado en los documentos de pensadores católicos romanos españoles que están a favor del papel laico del Estado. Más allá de que, subliminalmente, Martínez Albesa pone a la Iglesia, en su versión católica romana, en situación superior al Estado, el uso de los dos términos, ‘laicidad’ y ‘laicismo’, acarrea confusiones en el debate sobre el laicismo. Cabe mencionar que Carlos Monsiváis usa el término “laicidad” para afirmar todo lo contrario a lo que manifiesta Martínez Albesa, y que dicho término es utilizado en los documentos de pensadores católicos romanos españoles que están a favor del papel laico del Estado. En México, la práctica del “respeto” a la libertad religiosa es altamente confusa. Al hecho de la constante tensión Iglesia Católica Romana versus Estado, se agregan los bolsones de intolerancia religiosa de parte de sectores conservadores del catolicismo romano hacia las nuevas manifestaciones de las iglesias evangélicas, en constante crecimiento en el país.SV

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FE Y POLÍTICA S I C A R D I A N Í B A L

Laicismo en

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n España, el tema del laicismo nunca dejó de ser deliberado, pero en los últimos años el debate se acrecentó. La Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII lo consideró de tal relevancia que al convocar su XXVIII Congreso de Teología lo hizo con el tema de “Cristianismo y Laicidad”. Realizado en Madrid, del 4 al 7 de setiembre de 2008, tuvo ponencias muy en-

riquecedoras. El mensaje del Congreso visualiza el estado actual del tema en la Península Ibérica. En primer lugar se afirma que “La libertad de conciencia y la libertad religiosa son derechos fundamentales de los que nadie puede ser privado” y que tales libertades están garantizadas por la Constitución de España. De los poderes públicos se espera que cumplan

En España, el tema del laicismo nunca dejó de ser deliberado, pero en los últimos años el debate se acrecentó. S i g n o s

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Es aleccionadora la especificación de que “laicidad no equivale a irreligiosidad o ateísmo” y que los cristianos deben defenderla “como garantía de la libertad de conciencia y de creencias”. con la obligación de “promover las condiciones para que dichas libertades de las personas y de las organizaciones sean reales y efectivas”. Al vivirse en una sociedad plural, el Estado debe “velar por los derechos de todos los ciudadanos, sin ningún tipo de discriminación” para lo cual “tiene que configurarse como un Estado laico e independiente”. A esta afirmación, el Congreso agrega que el Estado debe “mantenerse neutral ante las diferentes opciones religiosas, garantizando a todas ellas el ejercicio de sus derechos” y opina que, en consecuencia, “la libertad religiosa no puede estar condicionada ni subordinada a ningún criterio de tipo cuantitativo ni de conveniencia política ni a razones históricas”, una observación que se refiere a cierto favoritismo del Estado respecto de la Iglesia Católica Romana que se apoya en la tradición y en el hecho de que el catolicismo es la religión con mayor número de miembros en España. En cuanto al “derecho a la libertad de conciencia”, el Congresos sostiene que “no es un precepto religioso, sino laico” que posteriormente a su promoción fue aceptado por la religión cristiana, pero que su base es la secularización y la laicidad que están vitalmente asociadas. Al considerar que “a la Iglesia no le compete indicar o definir el orden político de la sociedad” y “que cualquier intervención directa en este sentido sería una injerencia en un terreno que no le corresponde” se afirma que el Estado tiene todo el derecho a defender su autonomía y libertad “a fin de no convertirse en rehén de la jerarquía religiosa”, acuñando de esa forma una expresión emitida por el teólogo Tamayo que fue repetida en muchas ocasiones para describir cómo el Estado se encuentra prisionero (es “rehén”) del accionar de la jerarquía católica romana. Otra fuerte consideración de Congreso fue el énfasis en la convicción de .que “laicidad no significa que el hecho religioso debe replegarse al ámbito privado, renunciando a toda presencia en la vida pública”, un tópico que muchos laicistas repiten y que no pocas iglesias tomaron al pie de la letra, justificando su inacción pública. También es aleccionadora la especificación de que “laicidad no equiva-

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le a irreligiosidad o ateísmo” y que los cristianos deben defenderla “como garantía de la libertad de conciencia y de creencias” a lo que se agregó el concepto de que “no puede hablarse de una ética deducida directamente de la fe” porque “la ética es laica, fruto de la razón humana, expresión de la conciencia individual y social, que nos concierne a todos” y que “la relación de la fe cristiana con la ética se sitúa en el campo de las motivaciones y de la fundamentación, que no necesariamente tienen que ser religiosas”. Las afirmaciones anteriores constituyen un núcleo fundamental para el análisis del tema del laicismo y la fe, que se complementa con la afirmación de que la fe cristiana requiere incorporar saberes autónomos provenientes de diferentes ámbitos y que “sólo teniendo en cuenta estos saberes se puede responder éticamente a los desafíos de cada momento histórico”. El documento encuadra la laicidad como “el marco jurídico y político en el que caben todas las creencias e ideologías” siendo los cristianos y cristianas llamados a colaborar en la construcción de un Estado laico “que haga posible una sociedad justa y solidaria, sin discriminaciones por razones religiosas, culturales o sociales”.SV

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F E Y P O L Í T I C A ALEXANDER DE BONA STAHLHOEFER

A Distinção dos Dois Regimentos em Lutero e implicações para a Ética Política Quando você está diante de um dilema ético, a quem você recorre? Um amigo? Um conselheiro pastoral? Um governante diante de uma importante questão de estado procura nos seus conselheiros uma palavra que o ajude na tomada de decisão.

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uando Lutero escreveu sobre temas éticos os desenvolveu a partir de suas pregações tendo em mente um destinatário concreto, alguém que estaba enfrentando um dilema ético e necessitava de subsídios para tomar suas decisões. Também hoje há dilemas éticos que precisam de respostas. Creio que como teólogos, e também como obreiros em comunidades cristãs nossas posições são tomadas como normas para o discernimento ético. Por isto a importancia de refletir nossa posição teológica e sua articulação para dentro dos diversos contextos, inclusive na política mundial, pois o que um pastor afirma diante da sua comunidade pode influenciar a maneira como estas pessoas escolhem seus representantes políticos e se envolvem na sociedade. Neste estudo partimos de um problema concreto, Guerra no Iraque empreendida pelos Estados Unidos da América, e buscamos na teologia de Martinho Lutero subsídios para a tomada de posição. Na distinção dos Dois Reinos cunhada por Martinho Lutero, o reformador apresenta uma distinção de como Deus age no mundo para a salvação eterna e para a manutenção da paz (os dois regimentos), buscamos subsídios para a tomada de posição. Para isto analisamos quatro textos de Lutero. Em Da Autoridade Secular a distinção é apresentada em linhas gerais. Nos outros escritos, que são a rigor cartas para situações específicas, o reformador se posiciona diante dos ensinos de Müntzer e da iminência da Guerra dos camponeses a partir da distinção. Apresentamos também uma abordagem da recepção da distinção na teología luterana dos séculos XIX e XX e também por parte de teólogos da libertação luteranos brasileiros. Na distinção dos Dois Regimentos fica claro que o Evangelho, através do Espírito Santo, ensina cada cristão a não fazer o mal e a sujeitar-se ao sofrimento. O Reino de Deus é governado pelo Evangelho de Jesus Cristo e é por meio dele que Deus concede salvação. O Evangelho não é uma nova lei através da qual Deus quer que o mundo seja governado. Diante de uma realidade democrática distinção precisa sublinhar a ação do cristão na busca por justiça e no fazer o bem ao próximo. A palavra de Lutero incentivando os cristãos a assumirem funções nos governos pode ser aqui sublinhada. Como nenhum ser humano é justo e cristão por natureza Deus os combate com a Lei para que não pratiquem a maldade conforme sua natureza pecaminosa. A função da Lei neste sentido é a de tornar o homem humilde para a graça (Rm 7.7, Gl 2.16ss). A autoridade civil foi constituída por Deus para coibir o mal, a

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Na distinção dos Dois Regimentos fica claro que o Evangelho, através do Espírito Santo, ensina cada cristão a não fazer o mal e a sujeitar-se ao sofrimento. O Reino de Deus é governado pelo Evangelho de Jesus Cristo e é por meio dele que Deus concede salvação. O Evangelho não é uma nova lei através da qual Deus quer que o mundo seja governado. injustiça e manter a paz externa. Sendo constituída por causa da maioria dos seres humanos cujos desejos são maus e cuja inclinação é devorar uns aos outros. Os cristãos não estão submissos a autoridade civil por necessidade, mas por amor ao próximo, pois desta forma ele fará o que é bom e proveitoso para o próximo. Como a autoridade é criação de Deus (Rm 12.1, 4) o cristão pode fazer uso dela (1Tm 4.4) e como serviço especial a Deus ele deve inclusive ocupar a função de autoridade, mas nunca para benefício próprio. O limite da autoridade civil é nas questões temporais, pode cobrar impostos, estabelecer leis e julgar infratores, porém não pode exigir fé em algo ou estabelecer leis sobre assuntos de fé pessoal. A limitação do poder secular está em que se deve obedecer mais a Deus do que aos homens (At 5.29). Os dois regimentos devem, neste mundo, permanecer um ao lado do outro, pois o regimento do Evangelho cria cristãos, enquanto que o regimento da lei, por meio da autoridade civil, coíbe o mal e mantém a paz. Como no mundo há tanto cristãos quanto não cristãos, e o desejo de Deus é tanto a salvação em Cristo quanto a manutenção ordem, é necessário que tanto um quanto outro regimento permaneçam. A Igreja deve ser crítica em relação aos governos que não promovem a justiça e os direitos humanos, deve defender a causa do pobre e marginalizado e com isto demonstrar que ama e que busca justiça em favor do outro. No 1º. Uso da Lei fundamentamos que o cristão

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A Igreja prega a respeito das Escrituras e da vontade de Deus e cada cristão deve discernir quais projetos são coerentes com a justiça e o bem do outro. Neste sentido a fé cristã é crítica com as ideologias e deve cuidar para não abraçar acríticamente ideologias como se fossem cristãs. deve se envolver nas causas sociais e políticas através de movimentos da sociedade civil organizada que buscam justiça para o outro, também deve se candidatar a cargos públicos para que possa servir a Deus através da sua função, desempenhando-a com abnegação e amor ao próximo. Também deve viver responsavelmente diante da sociedade cumprindo as leis estabelecidas, exercendo seu direito ao voto e expresando suas convicções moldadas pela fé em Cristo. A Igreja prega a respeito das Escrituras e da vontade de Deus e cada cristão deve discernir quais projetos são coerentes com a justiça e o bem do outro. Neste sentido a fé cristã é crítica com as ideologias e deve cuidar para não abraçar acríticamente ideologias como se fossem cristãs. A diaconia é um modo de a Igreja agir responsavelmente diante da sociedade, envolvendo-se nas áreas da educação, saúde, cidadania, segurança, ecologia e meio ambiente, cultura e esporte. Outro cuidado que se deve ter em relação a compreensão da distinção dos dois regimentos é quanto ao perigo que representa quando um determinado grupo, seja étnico ou denominacional, julga ser povo escolhido de Deus. Deus elege pessoas individualmente e as chama através do Espírito Santo no ofício da pregação (Confissao de Augsburgo 5), porém não elege nações ou grupos específicos, como fez com Israel. Quando um grupo, ou até uma nação julga ser cristã e, por isto supe-

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rior as demais nações não leva em conta que nações não são cristãs, mas sim pessoas e a Igreja é cristã. A autoridade permanece como ordem da criação de Deus para a manutenção da ordem e da paz exterior e não como uma liderança moral e da fé em Deus. Pontuo duas conclusões:

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de que Deus favorece os propósitos dos EUA, e está ideologicamente muito próximo da Teologia da Etnia que serviu de motor para o regime nazista na Alemanha. A teologia da etnia entendia que a etnia era uma ordem da criação, e nisto fundia a germanidade com o ser cristão. A Teologia da Etnia e o etnocentrismo patriótico têm a mesma lógica, ambos consideram a sua nação como ordem da criação, seu presidente como líder supremo inquestionável. Há uma identificação muito rápida entre cristianismo e os propósitos da ação americana. Os discursos políticos amparados num linguajar inspirado na Bíblia demonstram esta identificação. Tanto a teologia da Etnia quanto o Etnocentrismo patriótico fazem uma fusão entre regimento do mundo e o regimento do Evangelho, tornando a liberdade evangélica em motivo político para a intervenção em assuntos de outras nações. b) O intervencionismo, motivado por interesses econômicos, especialmente pela obtenção de petróleo barato, não respeita as vontades e necessidade do outro, e como egoísmo de uma nação, representa um desamor por parte do governo americano. Um governante como Bush, que se confessa ser cristão, e um Congresso, como o americano composto por 60% de Evangélicos, deveriam apresentar frutos de justiça, como amor, paz e bondade, e não implementar políticas intervencionistas. Não queremos com isto afirmar que um governo composto

a) O etnocentrismo patriótico é uma ideologia que acentua o orgulho nacionalista. Nos EUA isto se percebe nas muitas manifestações patrióticas, nos discursos messiânicos dos presidentes, na crença de que o seu país é o maior que já existiu e o líder mundial da moralidade. Este etnocentrismo é alimentado por uma compreensão

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O limite da autoridade civil é nas questões temporais, pode cobrar impostos, estabelecer leis e julgar infratores, porém não pode exigir fé em algo ou estabelecer leis sobre assuntos de fé pessoal. A limitação do poder secular está em que se deve obedecer mais a Deus do que aos homens. D I C I E MB R E 2 0 0 8 • 3 1


por verdadeiros cristãos seria livre de pecados, pois cada um permanece pecador. É de se estranhar, porém, que uma massa tão grande de cristãos no poder não faça qualquer diferença na política da sua nação. O quinto artigo da Declaração teológica de Barmem afirma que uma das tarefas da Igreja é chamar a atenção das autoridades para suas reais responsabilidades. Este posicionamento crítico à Guerra no Iraque quer ser um modo de chamar atenção das autoridades para sua verdadeira função neste mundo, que na ótica da distinção dos dois regimentos é manter a orden pública e punir os infratores, proporcionar justiça para os cidadãos, fazer o bem, procurar a paz, e zelar pela vida. Políticas sociais, econômicas e inclusive militares precisam levar em conta estas tarefas. Como Igreja nossa tarefa não é a de advogar um sistema político ou econômico em específico, nem eleger pessoas para governar de acordo com algum interesse denominacional específico. Chamamos à atenção de cada cristão para que participe da vida pública de forma responsável, como serviço especial a Deus, mas não cren-

do que seja melhor do que outras pessoas. Não há espaço para o orgulho, antes é preciso humildade para reconhecer-se como pecador e dependente de Deus. E na nossa dependência de Deus é que clamamos por causa de tanta injustiça e desamor Kyrie Eleison! Tem piedade de nós, Senhor!SV Alexander De Bona Stahlhoefer é brasileiro e Missionario da Missao Evangélica Uniao Crista (MEUC).

Como Igreja nossa tarefa não é a de advogar um sistema político ou econômico em específico, nem eleger pessoas para governar de acordo com algum interesse denominacional específico. Chamamos à atenção de cada cristão para que participe da vida pública de forma responsável, como serviço especial a Deus, mas não crendo que seja melhor do que outras pessoas. S i g n o s

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