AMORIS LAETITIA - TEOLOGÍA DE LA FAMILIA

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NÚMERO 3

REFLEXIONES TEOLÓGICAS CENTRO UC DE LA FAMILIA

AMORIS LAETITIA TEOLOGÍA DE LA FAMILIA Paulo López Soto



CENTRO UC DE LA FAMILIA FACULTAD DE DERECHO PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

REFLEXIONES TEOLÓGICAS CENTRO UC DE LA FAMILIA NÚMERO 3 AMORIS LAETITIA TEOLOGÍA DE LA FAMILIA Autor: Paulo López S.

Edición: Alejandra Retamal R. Santiago, mayo 2022

Todos los derechos de texto son reservados. La reproducción parcial o total del texto deberá contar con la autorización del Centro UC de la Familia, o en su defecto, de la Pontificia Universidad Católica de Chile.



PRESENTACIÓN El Centro UC de la Familia tiene el agrado de presentar “Reflexiones Teológicas Centro UC de la Familia”, publicación que tiene por objeto divulgar los análisis y observaciones de distintos instrumentos eclesiales, que tienen impacto en la familia y en las personas que la componen. En ocasión del año “Familia Amoris Laetitia”, se editarán ocho publicaciones con el fin de analizar cada una de las temáticas propuestas por la Exhortación Apostólica, a cargo del Académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Paulo Ibrain López Soto*

* El profesor Paulo López, es licenciado en Ciencias Religiosas por la Pontificia Universidad Católica de Chile; licenciado en teología moral, con mención en Bioética, por la Academia Alfonsina de la Pontificia Universidad Lateranensis; Máster universitario de segundo nivel en Ética clínica, por la Pontificia Universidad Católica de la Santa Cruz (Instituto de bioética de la Facultad de Medicina y Cirugía “Agostino Gemelli”); y Doctor en Teología moral, con mención en bioética, por la Academia Alfonsina de la Pontificia Universidad Lateranensis.


III LA TEOLOGÍA DE LA FAMILIA En la exhortación apostólica, a nuestro parecer se presentan tres elementos teológicos que fundamentan esta actitud nueva de la Iglesia iniciada por Francisco la cual «no debe renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino» (AL 308). Estos tres elementos son: a) el amor como signo de participación de la familia humana a la vida de las personas divinas que es comunión de amor; b) contemplar el amor matrimonial como una analogía imperfecta entre la unión de Cristo con su Iglesia; c) la virtud de la ternura como actitud de Cristo para con su Iglesia.


a)

La Familia Humana y la Trinidad

Siguiendo con la relación que se establece entre la Trinidad y la familia en la parte bíblica, Francisco afirma que «la Sagrada Escritura y la Tradición nos revelan la Trinidad con características familiares» ya que «la familia es imagen de Dios, que es comunión de personas» (AL 71). Este criterio teológico afirma que la comunión que se da al interno de las familias, reunidas en Cristo, participa de la relación de amor plena que existe entre las Personas Divinas. El texto afirma: «En la familia humana, reunida en Cristo, está restaurada la ‘imagen y semejanza’ de la Santísima Trinidad (cf. Gn 1,26), misterio del que brota todo amor verdadero. De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el Evangelio del amor de Dios» (AL 71). 2


Esta participación de la comunión familiar a las relaciones intratrinitarias, tiene como efecto, gracias a la gracia recibida por Cristo mediante la Iglesia de manifestar el amor de Dios al mundo, ya que como afirman los obispo en el sínodo «cada familia, aún en su debilidad, puede transformase en luz en la oscuridad del mundo»1, es decir, en la medida en que la familia vida esta ‘comunión de amor’ testimonia, por esta vivencia, el amor que existe en la intimidad de Dios. El matrimonio como realidad humana, no es una exclusividad cristiana. La especificidad cristiana es que este alcanza su plenitud a la luz del matrimonio como sacramento, ya que «sólo fijando la mirada en Cristo se conoce profundamente la verdad de las relaciones humanas» (AL 77). Esta lógica nos habla del misterio del hombre que, como afirma Vaticano II, 1 Se pueden consultar los documentos Familiaris Consortio (22 noviembre 1981) y Gratissimam Sane (2 febrero 1994). «El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia» (FC 15) 3


sólo se esclarece en el misterio del verbo encarnado, ya que «Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación» (GS 22). Por ello afirma Francisco es «oportuno comprender en clave cristocéntrica […] el bien de los cónyuges (bonum coniugum), que incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, y dentro del matrimonio cristiano también la ayuda mutua en el camino hacia la más plena amistad con el Señor» (AL 77). En las diversas formas que asume el matrimonio y la familia, la exhortación nos recuerda usar el criterio de la inclusión y el acompañamiento, ya que es importante discernir la presencia de las Semina Verbi en las otras culturas, aplicables a la realidad matrimonial y familiar, por ello toda persona –sin importar el pueblo, la religión o la región a que pertenezca– que desee traer al mundo una familia en la cual se enseñe a los niños «a alegrarse por cada acción que tenga 4


como propósito vencer el mal —una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante— encontrará gratitud y estima» (AL 77). Esta lógica de ir al encuentro, «salir de los recintos seguros»2 será la fuerza de la cual emana esta nueva pastoral que tendrá como condiciones fundamentales la de acoger, acompañar, discernir e integrar (AL 291312). b)

Amor conyugal y la Unión de Cristo con su Iglesia.

La exhortación nos presenta una segunda relación a la hora de comprender el misterio del matrimonio y de la familia. La alianza matrimonial es signo del desposorio de Cristo con su Iglesia. El matrimonio al ser un don recíproco entre los esposos en su entrega total, indisoluble, fiel y abierta la vida, manifiesta y hace presente el amor total, fiel, indisoluble y exclusivo con el cual 2 Francisco, «Con il realismo del Vangelo». 5


Cristo ama a su Iglesia, sellando esta alianza con el signo de la Cruz (AL 73). Por ello los esposos al unirse en una carne (Gen 2, 24) «representan el desposorio del Hijo de Dios con la naturaleza humana» (AL 73), es decir, el amor con el cual se aman un hombre y una mujer, dentro de la Iglesia, representa una analogía imperfecta del mismo amor con que Cristo ama su Iglesia. Es aquí donde nace una relación eclesiológica importante, ya que la vida familiar actualiza el misterio de la alianza entre Cristo y su esposa la Iglesia (Ef 5, 32). Esta actualización representa en forma imperfecta la perfección del amor de Cristo, por ello es Cristo mismo que «sale al encuentro de los esposos, permanece con ellos, les da fuerza para tomar sobre sí su propia cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros» (AL 73). Este acto ‘gracioso de Dios’ en la vida de los esposos es parte de la gracia santificante del matrimonio el cual, «derrama su propio amor en los límites de las relaciones conyugales» (AL 73), 6


para que los esposos, con sus propias historias de vida, puedan caminar hacia la perfección del amor conyugal al que están llamados y que tienen en la realidad misteriosa de Cristo y la Iglesia su fin y su meta. Este amor conyugal como «reflejo de la Alianza inquebrantable entre Cristo y la humanidad que culminó en la entrega hasta el fin, en la cruz» (AL 120) recibe de esta alianza divina no solo su fin y su meta, sino también su misión: hacer visible el amor con el cual Cristo ama a su Iglesia. Esta misión se cumple en cada familia a partir de cosas sencillas y ordinarias (AL 121) manifiesta este con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por ella (AL 121). Ahora bien, este amor conyugal vive los límites del pecado original (AL 26) por ello no debemos caer en la tentación de: «Exigir a personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio 7


como signo implica un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios» (AL 121). Es aquí en esta gradualidad donde emerge un criterio transversal en todo el documento. Comprender la vida de las personas –con rostros concretos que sufren, se alegran y gozan3– como un proceso «que va de lo imperfecto a lo más pleno» 4 (AL 264). Esta tarea, semejante a aquella de un artesano, el cual moldea y hace crecer, implica asumir la lógica de Cristo en el evangelio el cual no temía a ensuciarse las manos para ayudar a sus hermanos a llegar a la verdad del Evangelio. 3 Francisco, «Con il realismo del Vangelo». 4 El Papa Francisco termina la exhortación apostólica afirmando este criterio que, a nuestro ver, cruza trasversalmente el documento: «Porque, como recordamos varias veces en esta Exhortación, ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar», (AL 325), capacidad de amar que tiene como fin y como meta la comunión de amor de las Personas Divinas y como ejemplo e ideal a seguir el amor de Cristo por su Iglesia de la cual es reflejo. Por ello las limitaciones propiamente humanas hacen comprensible que este camino hacia la perfección sea en primer lugar, desde la Iglesia, un acompañamiento misericordioso que acoja y ayuda a discernir las diversas situaciones de vida de las personas para lograr su conversión integrando la diversidad que somos. Cf. AL 78.113.208.219.263-264.305.308.312.316.320.325. 8


«Y aquel que más se ensució las manos fue Jesús. No era un ‘limpio’, sino que estaba entre la gente y los aceptaba como eran. No como debían ser»5. Esta tarea artesanal que nos remanda al mismo acto creador de Dios – que hace al hombre de barro – debe ser en vista de este amor conyugal, un camino de maduración, que los esposos – en primer lugar – deben realizar donde «cada uno de los cónyuges es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro» (AL 221). Este perfeccionamiento en el amor conyugal supone que cada matrimonio sea una «historia de salvación» donde la misión del matrimonio no es otra que el hacerse, mutuamente, más hombre y más mujer dentro de esta dinámica del amor, siempre antiguo y siempre nuevo. El amor hace que «uno espere al otro y ejercite esa paciencia propia del artesano que se heredó de Dios» (AL 221). Este trabajo artesanal, proprio del amor conyugal, paternal, filial y fraternal, en la Iglesia se trasforma en una 5

Francisco, «Con il realismo del Vangelo». 9


exigencia, ya que este amor con el cual Cristo ama a su Iglesia se debe traducir en una pastoral familiar que acoge, acompaña, discierne e integra. Como menciona el resumen de la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia, el capítulo cuarto es «una verdadera y propia exégesis atenta, puntual, inspirada y poética» 6 del himno al amor de san Pablo en 1 Cor 13, 4-7. La finalidad de dicha exégesis es hablar sobre el amor en general, ya que bajo una recta comprensión del amor «podemos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca» (AL 90). Ahora bien, si el amor es aquel que constituye el matrimonio, el fin de la gracia del sacramento del matrimonio7 no será otro que perfeccionar el 6 Oficina de prensa de la Santa Sede, «Resumen de la exhortación apostólica post-sinodal Amoris Laetitia (La alegría del amor) sobre el amor en la familia», en Síntesis del Boletín (8 de Abril de 2016), en https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/201 6/04/08/resumen.html (consultado 24 de abril de 2016 en Google, “Resumen Amoris Laetitia”). En este texto se afirma que el capítulo cuarto «Se trata de una contribución extremamente rica y preciosa para la vida cristiana de los conyugues, que no tiene hasta ahora parangón en precedentes documentos papales». 7 El Concilio de Trento, basándose en Ef 5,22-32, enseña que el matrimonio es un sacramento, y por tanto confiere la gracia. Esta gracia tiene un triple efecto: el perfeccionamiento del amor natural, la confirmación de la indisolubilidad y la santificación de los cónyuges. Esta doctrina la recoge el Vaticano II cuando dice: «el Señor se ha dignado 10


amor de los cónyuges. Es aquí donde el documento se detiene y realiza una larga exégesis de las exigencias de este amor conyugal, creando un verdadero decálogo del amor conyugal. El amor en la vida matrimonial y familiar exige paciencia (AL 91-92); una actitud de servicio (AL 93-94); sanando la envidia (AL 9596); sin hacer alarde ni agrandarse (AL 97-98), ya que «lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida y protege al débil»; amabilidad (AL 99-100); desprendimiento generoso (AL 101102); sin violencia interior (AL 103-104), pidiendo perdón por las ofensas por medio de «una caricia, sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin hacer las paces». Este perdón (AL 105106) debe nacer de la convención que «el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun

sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad» (GS 48). También el Catecismo (CIC 1641) presenta esta triple dimensión de la gracia matrimonial. 11


cuando hayan sido injustos con nosotros» y sin olvidad de alegrarse con los demás (AL 109-110). La exegesis de Francisco termina con cuatro expresiones que hablan de la totalidad de este amor grande y fuerte que es «capaz de hacer frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo (AL 111)». Estas expresiones son: disculpa todo (AL 111113); confía todo (AL 114-115); espera todo (AL 116-117); soporta todo (AL 118-119). Para Francisco solo el amor, como un acto milagroso, hace nacer en la persona que se ama virtudes, ya que «todos somos una compleja combinación de luces y de sombras. El otro no es sólo eso que a mí me molesta. Es mucho más que eso» (AL 113). Solo en la confianza que el amor da, se hace posible la sinceridad y la trasparencia, «porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos» (AL 115). La espera, es aquella que no desespera en el futuro, indica «la espera de quien sabe que el otro puede cambiar […] que las potencialidades más ocultas 12


de su ser, germinen algún día» (AL 116). El que soporta todo manifiesta una cuota de heroísmo tozudo (AL 118), una fuerza del amor (AL 119), que es necesario cultivar en la vida familiar, un amor a pesar de todo. El amor conyugal, por la misma dinámica del amor, pide y exige una exclusividad indisoluble que se expresa «en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia» (AL 122). El matrimonio es además una amistad peculiar que «incluye las notas de la pasión» (AL 125), orientada, no solo a la procreación, «sino para que el amor mutuo se manifieste, progrese y madure según un orden recto» (AL 125). Esta amistad es totalizante, exclusiva, fiel, y abierta a la generación. El amor conyugal, implica al igual que en el trato del hombre con Dios, el placer y la pasión (AL 142), entendidas como todos los deseos, sentimientos y emociones que tienen lugar en el matrimonio, ya que «el ser humano es un viviente 13


de esta tierra, y todo lo que hace y busca está cargado de pasiones» (AL 143). Por ello: «La madurez llega a una familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores, sino que sigue a su libertad, brota de ella, la enriquece, la embellece y la hace más armoniosa para bien de todos» (AL 146). c)

La Virtud de la Ternura

La ternura como virtud, es una de las categorías más queridas del Papa Francisco durante su ministerio. La ternura es descrita como una fuerza, una revolución, expresa en primer lugar la caricia de Dios. Estos gestos concretos y reales del abrazo, de la caricia, del beso que son tan cercanos en la figura del Vicario de Cristo, pero ¿Qué significa para Francisco esta virtud de la 14


ternura? La ternura –dice Francisco en el discurso de apertura del convenio eclesial a la diócesis de Roma– es el lenguaje que entienden mejor los niños. Un niño conoce a sus padres por las caricias, por la voz, la cual es siempre un acto de ternura8. En esta relación entre padre e hijo. El padre llega incluso a hablar de la misma forma que su hijo pequeño, abajándose a su nivel. Esta es la ternura, «abajarse al nivel del otro. Este es el camino de Jesús (Fil 2. 6-7)». Por ello, la virtud de la ternura es otra forma de referirse al concepto de la ὁμοίωμα (homoíoma) divina, es decir, de la semejanza que el hijo de Dios tiene hacía con nosotros, menos en el pecado (Heb 4, 15). Esta actitud divina se expresa en actos concretos de Cristo: Habla nuestro idioma y usa nuestros gestos. Por ello en la familia la virtud de la ternura es fundamental para educar y educarse mutuamente en este proceso de madurez hacia la plena perfección de los hijos de Dios y, al interno de la Iglesia, la ternura como virtud es el modo de salir 8

FRANCISCO, «Con il realismo del Vangelo», 4. 15


del individualismo y del hedonismo para ir al encuentro del otro por «el camino de la escucha, del acompañamiento» 9. El Santo Padre en la exhortación, recuerda que Cristo ha introducido como emblema en sus discípulos tres condiciones fundamentales: la ley del amor, y la misericordia y el perdón como frutos de este amor. En este emblema de los cristianos a la luz del amor matrimonial y familiar destaca la virtud de la ternura, como signo de este amor paterno o materno, signo de intimidad (Sal 131, 2) y de total cuidado y entrega (Os 11, 1.3-4). Es en esta ternura, como virtud, que la familia humana debe conformar esta comunión personal como imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (AL 29). En la familia que acoge la vida de un hijo, el amor expresado en gestos y acciones concretas, no solo manifiesta el amor de los padres en forma individual, sino es espejo del amor del mismo matrimonio, como signo y reflejo del amor de Dios 9

FRANCISCO, «Con il realismo del Vangelo», 4. 16


para con todos (AL 172), ya que ambos son «cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes» (AL 172).

PAULO IBRAIN LÓPEZ SOTO Académico Facultad de Teología UC Miembro del Comité Ejecutivo del Centro UC de la Familia

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