Pastoral de la Salud y pandemia

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Victoria Molina / Psicoterapeuta

PSICOLOGÍA Y DESARROLLO HUMANO

muerte y el moribundo desde una perspectiva multidisciplinaria, para humanizar el proceso de la muerte.

fenómeno de forma consciente. El pensamiento común en este tipo de personas suele ser “a mí no me va a pasar”.

Los intentos compulsivos, en la media edad, para mantenerse joven, la preocupación hipocondríaca sobre la salud y la apariencia, el vacío y la falta de disfrute genuino de la vida, la preocupación religiosa, son algunos de los patrones de conducta habituales de esta carrera contra el tiempo. Tanto la idea de la muerte como la del envejecimiento son un motivo de turbación para el hombre. La actitud sociocultural con respecto a la idea de la muerte se ha caracterizado frecuentemente por la ambivalencia, el miedo y la negación. La muerte y el morir se experimentan como una amenaza personal a la existencia. El miedo a la propia muerte se refiere a la irreversible disolución y aniquilación del individuo y sus vínculos, igualando, entonces, a la muerte con el caos, la confusión y la amenaza o persecución.

En tercer lugar, el miedo y la angustia. Las personas que conectan desde esta actitud adquieren un estilo cognitivo pesimista y desesperanzado ante la vida y tienden a repetirse preguntas vinculadas con el carácter incierto de la muerte: “¿Qué sentido tiene la vida y la muerte?” “¿Cómo y cuándo moriré?». Como expresa Concepció Poch, algunos concretan el miedo a la muerte en vivencias muy humanas: lamentar no acabar proyectos, no aceptar el fin de la propia existencia temporal, el miedo a la enfermedad o morir con sufrimiento y dolor físico. También es cierto que la muerte da miedo porque no responde a ninguna de las incógnitas que plantea, ¿Qué habrá después? ¿Existe vida más allá de la muerte?

Sabemos que la muerte es irreversible, universal y también implacable. Ante estas características el ser humano queda totalmente vulnerable, indefenso y temeroso. Sin embargo, el temor que produce la muerte no tiene que manifestarse clara y abiertamente como tal para simbolizar su existencia. Además, el miedo y la ansiedad están asociados directamente a la vulnerabilidad, por consiguiente, también a la muerte. El pensamiento y la conciencia de la propia muerte, comporta reacciones de desesperación y miedo, con la angustia resultante. Por eso se puede decir que toda persona tiene miedo a la muerte, poco o mucho, pero o lo acepta o lo niega, y o lo sublima o lo reprime. Se ha comprobado que los componentes psicológicos de un síndrome “pre-final” (cuando se es consciente de una creciente disminución de la distancia temporal con la propia muerte), con frecuencia son: un debilitamiento del rendimiento cognitivo, el fortalecimiento de diversos mecanismos de defensa y, en ocasiones, extremas oscilaciones del ánimo. Se ha observado, también, que en el proceso final aparecen imágenes depresivas que pueden llegar a convertirse en síntomas depresivos importantes. Existen muchos autores y opiniones de cómo el ser humano reacciona ante la muerte. Según Concepció Poch, en su libro La Mort, existen cinco formas “clásicas” de encararnos hacia el fenómeno de la muerte: En primer lugar, la negación o la indiferencia, que consiste en esquivar al máximo la presencia de la muerte, incluso la reflexión sobre ella, viviendo como si no existiese. Esta actitud comúnmente extendida, de tratar la muerte como un tema tabú, es una práctica habitual en la cultura occidental. En segundo lugar, existen personas que se acercan a la muerte de forma omnipotente y desafiante, lo que coloquialmente significaría “jugarse la vida”. Vivimos como si no fuésemos a morir jamás y nos exponemos al

Un cuarto acercamiento a la muerte sería desde un punto de vista de liberación o alivio. Liberar el cuerpo y la mente de una existencia dolorosa, dependiente o rutinaria es el horizonte que algunas personas anhelan conseguir. En ese sentido, suelen generarse controversias de opinión sobre los debates de la eutanasia o el suicidio, por ejemplo. Quizás, el acercamiento o la actitud más sana es la del realismo y la aceptación. La actitud resignada y realista posee un carácter pragmático que acepta la muerte como una realidad radical y auténtica. En ese sentido, ser consciente del carácter finito del ser humano, no desde un punto de vista trágico, nos educa a valorar la vida y, sobre todo, los avatares negativos y los giros del destino que la muerte depara. La muerte nos está educando como principal agente de cambio de nuestras vidas. Hacer frente a la perspectiva de la propia muerte y el hacer el duelo de las oportunidades perdidas a lo largo de la vida, sería un buen principio para actuar con realismo. El duelo de una persona frente a la muerte implica la pérdida del mundo externo, la pérdida del propio cuerpo y la pérdida de las personas queridas. Este trabajo de elaboración de las pérdidas será una tarea difícil, pero fundamental para poder aceptar la muerte de una manera más natural. Tendríamos que ser conscientes de que en la vida no hay nada permanente y constante, y es tal vez este ignorar la verdad de la no permanencia la que nos angustia y por lo que nos cuesta tanto afrontar la muerte. Tomar en serio la finitud es liberarse poco a poco de la mentalidad de aferramiento, de nuestra errónea y destructiva imagen de la permanencia, de la falsa pasión por la seguridad sobre la que construimos nuestra existencia. Aceptar las diferentes etapas y circunstancias de la vida, lidiar con las pérdidas y hacer conciencia sobre la muerte, es una conducta sana e implica un gran aprendizaje personal. Como diría Mantegazza, para poder hablar en serio de muerte hace falta aprender a morir. NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2021

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