La Masacre de El Salado. Esa guerra no era nuestra.

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La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra

la «vergüenza» no se agota en la impotencia por no defender el honor de las mujeres sino que se extiende hasta la incapacidad de defender a una mujer en ese estado. Es así como la memoria de las víctimas intenta esquivar el embarazo de aquella, cuestionándolo, trasladándolo o haciéndolo invisible, en el sentido respectivo de negarlo, o de afirmar que era otra la embarazada, la mamá de Nayibe Osorio, y que por eso se salvó; o de alegar que se trataba de la propia Nayibe, pero que no era del pueblo y hacía pocos meses había llegado, estableciendo una distancia con la víctima. Así, invisibilizar la violencia sexual supone que los sobrevivientes no conocían o no podían conocer su embarazo, pues era incipiente el período de gestación, y de ese modo no puede asociarse sólo a la «vergüenza» sino con arreglos de género demasiado arraigados que operarían una normalización desde la cual se minimiza la gravedad de los hechos, y se traslada la culpa a la víctima. Los «cambios» Los «cambios» se refieren a las transferencias y condensaciones entre hechos y víctimas individuales, en procura de estructurar significados reclamados por la memoria, como sucede respecto de Rosmira Torres y Luis Pablo Redondo. La primera transferencia consiste en que el sacrificio de una madre por su hijo, reivindicado con Dora Torres, ahora es trasladado a Rosmira Torres con su hijo Luis Pablo, mediante un cambio que exalta aún más el sacrificio: la acción se refuerza con la palabra, pues la memoria agrega que la madre les pidió a los victimarios que si iban a matar a su hijo, que también la mataran a ella. Cuando sacaron al profesor del pueblo, su madre se abalanzó contra los agresores y luego abrigó con su cuerpo la humanidad de su hijo, «si van a matar a mi hijo, me tienen que matar a mí también» y así fue, una sola bala fue suficiente para dejarlos tendidos en la entrada del rancho.91 91

El Tiempo. «El Salado, 72 horas de terror», 27 de febrero de 2000, p. 6A

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