El día de la invasión. Ese día empezó el saqueo, la muerte y la des- trucción de toda una cultura. El día que los de este lado, desnudos, sin conocer el poder del arcabuz, el caballo y el dinero, entraron a la historia por la puerta grande de la civilización, sujetos de la mano de los reyes católicos y el cristianismo representados por empren- dedores, banqueros y curas venidos del otro lado a descubrirnos. Y, asombrados, descubrieron que no teníamos alma ni dioses verda- deros; que, en realidad, ni siquiera hombres éramos. Pero igual se quedaron. Intercambiamos oro y maíz por sífilis y ratas. Hasta que por fin empezamos a tener un alma prestada y nos convertimos en dignos súbditos de su majestad. Ese día fuimos despojados de nues- tra historia y nuestros dioses; nuestra identidad, en suma, fue barrida por un proceso de conquista y colonización que alcanzó el último rincón de nuestra tierra y de nuestra memoria.