Antes de que te vayas: trayectoria del merengue folklórico

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Algún genio o alguna virtud debían de tener para lograr con tanta facilidad lo que el común de la gente no lograba. Se ha dicho siempre que la güira y la tambora son instrumentos rudimentarios y que no requieren de mayor habilidad para tocarse. Pero inténtelo quien quiera y ya verá lo difícil que le resulta y se dará cuenta además, de que es imposible sacarles el ritmo necesario si quien las maneja no dispone de determinado arte. Además de los acordeonistas, veía nacer del campo mismo a expertos y adelantados tamboreros y güireros, sin los cuales la música del acordeón es incompleta y deja un insuperable vacío en el gusto y el oído. Juan Mercado –Bolo–, residente en mi tierra, era un campesino chistoso, amigo del chascarrillo y las ocurrencias graciosas, pero se ponía muy serio y sus ojos adquirían un brillo muy especial cuando tocaba la güira. Carlos Rojas –Carlito– le daba a la tambora, como si estuviese peleando con ella. Era un agricultor incansable y forzudo, de buen alto, ancho de hombros y con la cabeza grande y redonda. Era un espectáculo verlo tocar. Se emocionaba, temblaba estremecido de arriba abajo cuando golpeaba la tambora, pero no perdía el ritmo aunque estuviera borracho. Así, medio temblorosa le salía la voz aflautada que tenía, cuando cantaba en medio de las fiestas, versos folclóricos como estos: Si me quieres me lo dices / o si no me desengañas / que en un cuerpo tan pequeño / no pueden caber dos almas /. Don Carlos, como la mayor parte de los músicos de ese tiempo, improvisaba versos en medio de la ejecución del merengue. Además de esa calidad artística natural, me sorprendían el genio poético, la vena creativa, el talento para reflejar la realidad, que se envolvía en todo aquel ejercicio musical.

Antes de que te vayas... RAFAEL CHALJUB MEJÍA

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