Certamen literario 12 de octubre, Día de la Hispanidad 2019

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creativos. Esperan que algún día se despierten de sus sueños con las alas puestas y vuelen hasta las nubes. Y a la espera de tamaño milagro, se han hecho pedigüeños. Cuando ven a algún paisano suyo de viaje en el pueblo, le ven como alguien que tiene la obligación de solucionar todos sus problemas y le piden de todo: dinero, bebida, comida, ayuda para su familia y otras mil y una cosas que tú no les puedes dar, porque, al igual que ellos, tampoco tienes lo suficiente. Dame algo de dinero, quiero comprar aunque un pitillo; mi hijo está enfermo, quiero llevarlo al hospital; tengo a la mujer en una curandería y ahí me piden una palangana blanca y una botella de coñac, pero ahora yo mismo estoy sin ni un duro; no he comido desde ayer, dame aunque solo para un kilo de chicharro; chico, búscame aunque un quinientos, quiero comprar pan a los niños. Etcétera. En mi último viaje, lo único que hacía era comprar algo de vino y malamba en algunas ocasiones y compartirlo con los que estaban presentes. Y a las mujeres, mis tías, abuelas, sobrinas, cuñadas, y otras, les compraba chicharro y alas de pollo blandas. Porque si no haces ni esto, te convierten en su enemigo y te meten en el mismo paquete de aquellos a los que culpan de ser los autores de su miseria, de su paro, de su escasez de medios, del ostracismo que dicen sufrir por su lugar de nacimiento. Aquella vez me llevé casi todos mis ahorros –que tampoco eran millones– y me los gasté en menos de dos semanas. Y ahora que voy sin nada en el bolsillo, a ver si me aguantan, aunque tampoco tengo intención de quedarme para mucho tiempo. Solo voy para solicitar audiencia con el delegado de gobierno y punto. Si me recibe pronto, hoy mismo regreso a Bata, y si no, ya veré qué hago. Pero si acaso tengo que pasar la noche ahí, no pienso ir a la casa de nadie; tampoco haré que vengan a la mía, aunque es fácil decirlo pero difícil materializarlo, porque no le puedes decir a nadie del pueblo que no entre en tu casa sin que hayáis tenido antes algún problema. Si lo haces, todos se vuelven contra ti. Sin embargo, ya se sabe: no hay peor cosa que los tuyos, aunque necesitados, te critiquen y te den la espalda. En la estación ya hay coches con destino a Evinayong. Los conductores de coches de línea sí madrugan. Al verme con mi carpeta bajo brazo, algunos jóvenes salen a mi encuentro. Están ahí para disputar clientes. – Papá, ¿Evinayong?, ya estamos para salir. Ven con nosotros a subir a este coche, tiene aire y no paramos en el camino; vamos sin escala hasta Evinayong. Sigo caminando sin hacerles demasiado caso. Me quieren hacer subir a un pequeño


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