Cicatrices y Corazones

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Cicatrices y corazones



Esta publicación nace del proyecto fotográfico “Des/marcarse” donde retrato a mujeres con cardiopatías congénitas.

Las cardiopatías congénitas son un grupo de diagnósticos diversos caracterizado por la presencia de alteraciones estructurales del corazón producidas en la gestación.

En la Argentina nacen al año 7.000 niñxs con esta patología. Y son la principal causa de muerte en menores de 1 año. No obstante el 90% de las cardiopatías pueden solucionarse. Para eso, es imprescindible que el diagnóstico y el tratamiento se de en la primera etapa de vida.

En el marco del día del corazón invité a escribir a algunas mujeres relatos sobre cicatrices y corazones que acompañan el registro fotográfico.

Hoy cumplo 21 años de mi operación a corazón abierto y mi regalo es acercarles un poco de estas historias.

Julieta C.



“La cicatriz es una huella que testimonia Cada historia es singular, única e irrepetible. La cicatriz amarra los recuerdos y las imágenes. Una cirugía puede perturbar, deja huella en el cuerpo, esa huella es una herida que solo cicatriza cuando se historiza.” Adriana Castillo


Ojos que ven, corazón que siente - ¿Te pasó algo en tu brazo derecho? ¿Un accidente? Preguntó asomándose al borde de la pileta un viejo profesor de natación en el club Universitario. - No, que yo sepa. Nunca me pasó nada Respondió frotándose el brazo de hombro a muñeca, sacudiendo los restos de agua con cloro. - ¿Por?, preguntó - Porque levantas más el izquierdo que el derecho - Ahh, ni idea. Nunca me pasó nada. - Bueno, hacé dos piletas más y cerramos por hoy. Recordó aquel diálogo cuando observaba al médico que miraba con detenimiento una radiografía suya. Una placa completa de tórax para su examen obligatorio de salud laboral. El tipo observaba con detenimiento, marcaba con el dedo la línea de su columna, como quien va desgranando las cuentas de un rosario. - ¿Sabés qué pasa? Hay una leve rotación acá. Señaló justo el medio de la radiografía. - Qué raro, será porque estoy mucho tiempo sentada leyendo, dijo. - Puede ser, replicó el médico. Pero por lo que dice tu ficha tenés una operación cardíaca. - Sí, sí. Pero era chiquita. No tuve problemas después - Déjame ver, insistió. Párate ahí. Se acercó, se paró frente a ella y apoyó sus palmas sobre sus hombros, ejerciendo una leve presión. Después le pidió que gire hasta darle la espalda. El mismo movimiento que hizo sobre la radiografía lo replicó sobre su espalda. Una a una las vértebras de su columna fueron sintiendo una leve presión. Llegó hasta la cintura. Un gesto de pudor quizá, una decisión ocasional. - Hay una leve rotación en la columna, ahí en las lumbares. Dijo, mientras volvía detrás de su escritorio.

- ¿Entonces? - Entonces es así tu espalda. Puede ser producto de malas posturas, pero me inclino a pensar que fue el modo en como tu columna fue desarrollándose, se adaptó a esa intervención. Ese episodio quedó archivado con su ficha médica pero de vez en cuando se actualizaba el recuerdo. Se acordaba que su espalda “era así” cuando elongaba y miraba su mano izquierda adelantarse siempre más que la derecha. Se olvidaba rápido. Nada fuera de lo común en el repertorio habitual de las asimetrías humanas. Diestra para escribir, siempre le asombró que a la hora de agarrar el taco de pool la naturaleza se incline por el brazo opuesto. “Diestra para escribir y patear, zurda para el pool”, decía cuando le preguntaban por su costado más hábil. El tiempo fue marcando el ritmo del movimiento corporal. Las vértebras y la columna siguieron acomodándose a los usos cotidianos. Limpiar, caminar, correr, bailar, tomar clases de danza, amar, sostener una panza de embarazo doble, levantar peso, levantar el brazo para pedir la palabra, intentar piruetas de yogui poco experimentada, acurrucar, abrazar. Todo en falsa escuadra. Un delirio para un equilibrista obsesivo. El costado izquierdo del cuerpo siempre más dispuesto, más laxo. El derecho más quedado, más doliente. Los omóplatos son dos, son los huesos que conectan la clavícula con el hueso superior de los brazos, forman lo que se llama la cintura escapular. Los omoplatos no se juntan, son planos y tienen algunos bordes. Bien sostenidos otorgan a las espaldas humanas esa especie de ilusión de algo plano, surcadas al medio por la hendidura que traza la columna. Resulta que en su espalda esa ilusión de planicie se corta y si flexiona su brazo izquierdo hacia atrás y luego intenta tocar su espalda una especie de aleta se despliega hacia afuera desde su omóplato. No hay deformación del


hueso. Hay, como le dijo alguna vez aquel médico, un hueso que fue acomodándose a una cicatriz. Cuarenta años después de la operación, un retrato de su espalda le devuelve por primera vez la imagen de su cicatriz completa, en primer plano. Es un hilo fino que atraviesa el flanco izquierdo de su espalda, bordeando perfectamente su omóplato. Una imagen que devuelve la historia al comienzo. La marca que conoce desde que recuerda, pero de la que solo puede ver la porción que queda por delante, sobre sus sus costillas, justo debajo de su teta izquierda. Allí donde termina el tajo cerrado, justo al borde del esternón. La marca, siempre mirada de reojo en un espejo y sentida a la luz de relatos familiares. La operaron a los 18 meses de vida. No hay imágenes, aun cuando se esfuerce por traerlas. Es la sensación de una historia lejana, tan lejana que no parece propia. Solo relatos recortados y matizados por las anécdotas posoperatorias: caminando por los pasillos el día del alta, saludando a quiénes le devolvían alguna sonrisa. Hay otra escena relatada que la ubica parada frente a un tacho de basura desprendiéndose de la venda al grito de “la tirano a la basura”. La sentencia sobre la espalda que se acomoda fue con el tiempo volviendo a la órbita de sus preocupaciones, especialmente por las mañanas, cuando se levanta y una fuerte contractura recorre de oreja a hombro el músculo que sostiene sobre su lugar la cabeza. El omóplato con cresta, los hombros que se perciben tensos porque aprendieron a compensar diferencias, las cervicales que se resienten cuando se sienta a escribir, las costillas asimétricas que se disimulan con prendas livianas y sueltas. Las tetas desencuadradas también, una más grande que la otra, una más abajo. Algunos días observa la foto de su espalda, su cicatriz atravesando la mitad izquierda. Hace cálculos sobre cuántos puntos demandó cerrarla. ¿Cuánto mide su cicatriz?

Con un centímetro intenta el cálculo. ¿Setenta? Setenta es un número razonable. Escribe la descripción en su perfil de facebook: “Tengo una cicatriz de 70cm en la espalda”. Ojos que no ven, corazón que no siente, el dicho que suena a veces justificación de negaciones en este caso aplica doble por los ojos y por el corazón. Mirarse es un acto de aceptar, pero también reconocer, reconocerse. La fotografía fue la pieza para ensamblar la historia, para comprender la dificultad de algunos movimientos, el origen de algunos dolores, las asimetrías que el tiempo profundiza sin prisa, pero con firmeza. “Casi no se nota, la hicieron bien” le dijo una vez un novio. Otra vez la mirada activando percepciones. “Se nota apenas”, decía su madre, “por eso no quisimos hacer una estética”; aclara. Algunas noches recorre con sus dedos la huella de las costuras. No alcanza el comienzo, si definimos que el comienzo fue justo unos centímetros debajo del hombro. Apenas si llega a tocarse unos centímetros por detrás de la axila. Lentamente recorre la piel levemente marcada. Va dibujando el recorrido del bisturí. Llega hasta el esternón, debajo de la teta. Presiona con su dedo, sostiene la fuerza. Se pregunta si fue desde allí que arrancó el corte. Quizá no, quizá fue desde la espalda. No lo sabe. No lo preguntó nunca. Quizá en algún momento averigüe cómo fue la cosa. Mientras piensa procura acomodar de manera cómoda su cabeza sobre la almohada. La marca no duele pero hay un cuerpo, el suyo, que todavía sigue acostumbrándose su existencia y se rearma todos los días. De vez en cuando la mira de reojo, con cariño. Le gusta saberla ahí, envejeciendo con ella, haciéndose piel.

Mariana Palmero




“El corazón nos conecta con una verdad indiscutible: no podemos dar más de lo que recibimos” Adriana Schnake





Kintsukuroi: arte de reparar cerámica con oro o plata, entendiendo así que la pieza es más hermosa por haber estado rota. Pienso en ese concepto cada vez que veo mis cicatrices. Tengo 9 partes de mi cuerpo llenas de oro, de plata. Veo mis 9 cicatrices y me acuerdo de la sabiduría y la luz del Dr . Roberto De Rossi, quien me operó al mes de vida, llenándonos de esperanza y fuerza a mi familia y a mí. A una mamá de 18 años que escribía en papelitos chiquitos lo que pasaba día a día con mi salud. Que se volvió experta en cardiología en una época en la que no había internet para investigar. A un papá que siendo deportista profesional se esforzó siempre por ser el mejor, por ser fiel a su pasión pero también por poder sobrellevar económicamente las múltiples operaciones que me tocaron. Un papá que no podía dejar de fumar cigarrillos hasta que el universo puso a Rober en nuestro camino y le hizo dejar ese vicio cuando yo estuve fuera de peligro en una de las primeras operaciones. Nos salvó tantas veces. No sólo nació una amistad y un cariño enorme por él y su hermosa familia, sino que también nació la Fundación Corazoncito. Su sueño, que cambió la realidad del Servicio de Cardiología Cardiovascular del Hospital de Niños de Córdoba. Hizo milagros en mi corazón y en 4000 más, con su chaqueta blanca y su pin de la Fundación. El legado del Rober, del gordo De Rossi. Veo mis 9 cicatrices y representan para mí la fortaleza que tuve y tengo, aunque a veces no sea consciente de eso. Son mi crecimiento. Muchas veces me preguntaron cómo hacía para taparlas, que si me daban vergüenza, que si me pongo alguna crema para reducirlas o maquillaje para taparlas. Por suerte mi familia me crió de tal forma que nada de eso fue un problema para mí, siempre fueron parte de mí, las naturalice. Porque soy esto, y me enorgullece. En enero de 2019 me contactó Juli para retratarme con mis cicatrices. Otro corazoncito salvado por el gordo De Rossi. Todo es por algo. Siempre le voy a estar agradecida, porque gracias a ella valoré mis cicatrices más que nunca y me di cuenta que ellas tienen que ser celebradas y no ocultadas. Amé su proyecto. Amo cómo quedaron las fotos y amo mis cicatrices cada vez más.

Natasha Campana





Corazón roto Pero no roto Separado Separado, pero no roto. Reparado Separado mi pecho Se partió en dos siente el despecho De un lado el corazón Corazón que siente Late, vibra Pero todo pienso cabeza que analiza Un cuerpo destrozado Frío Lila, azul, morado Cicatriz larga, una serpiente Cuando la veo La sangre hierve Hierven, huevos Los que faltan Para asumir miedos Miedo al miedo Miedo roto Miedo muerto Me repito Si, separado Ya no está roto Fue reparado.

Ari Fiorotto



“¿cómo sería tener una panza sin cicatrices?” me decía. la gente observa marcas y a mí me sorprendían los pechos sin nada tengo cicatrices que son marcas, historias y recuerdos de un día, una hora, un año, una época de la época de mucho frío, mucho dolor, de mucho amor de mucho esperar, de mucho desear y de mucho rezar Cicatriz: Crecimiento del tejido que marca el lugar donde la piel se curó después de una lesión. marca que cargo desde el cuello hasta debajo del pecho que vive en mí que peleamos contra un espejo que escondo en el camino que ahora miro sin llorar Hace 22 años el Dr. De Rossi me devolvía a la vida. Hace 22 años me congelaban para que volviera a sentir el calor. Hace 22 años me nombran por “¡Guerra, claro! el gran caso médico con el que todo revolucionó”. A mi mama, mis abuelos, mi familia. A De Rossi, a Sandra, Felipe. Porque pusieron tanto el cuerpo como yo, a ellos, no me van a alcanzar los días para agradecerles estar acá.

Guillermina Velazquez



Besar el miedo De sesenta a cien pulsaciones en un minuto, Cuál pulso relojero late tu corazón, en un vals de vida imprescindible Músculo que respira e inspira. Perfección biología que un día cualquiera, en algún lugar ,falló. Cosmogonía bestial y abrumadora. La vida y la muerte entre sesenta y cien pulsaciones. Nacer y morir es una alquimia desesperante No moriría ese día, no lo haría. Me hago la valiente y sostengo la mirada. Puérpera constante, te miré de frente y ahí me quedé ,flotando. Ella no moriría, no hoy, no recién nacida. De sesenta a cien tenía que ser. Besando el miedo tome tu mano . Susurre a tu oído vientos de libertad avivando nuestras almas con un fuego brutal, como si quisiera ser quemada. Te vi desaparecer sin mas con una tristeza digna de tragedia griega. Ahogada en llanto, mis ojos de fulgor vieron tu rostro de épica amorosa , una vez más, siempre de sesenta a cien. Ahora tiene en su alma un fuego ardido que convertirá el polvo en barro. Un destino austero que mostrará una cicatriz que arderá por siempre en todos los tiempos pensables. Un fuego que le dice : a donde vayas serás abono. Besamos el miedo y vencimos. De sesenta a cien, respirándomos para siempre. Estrellas fugaces contra tu pecho. No morirías ese día, no allí, no en el día de tu nacimiento.

Luciana Bianchi












Salvo abriendo mi camisa, no hay forma de que te des cuenta qué me pasa por dentro. Salvo mostrándote mi adentro, y abriéndome frente a tu frente podés ver eso que tengo en el pecho. Tu cara me demuestra que lo que ves acá te parece raro, incómodo, bastante extraño. Me doy cuenta de que jamás te hubieras imaginado que hablabas con una chica que tiene literalmente el corazón roto. Y yo te cuento, que mi corazón no está averiado, ni descosido. Simplemente, es un corazón en el que la metáfora de tener el corazón con agujeritos si se puede curar.

Este cuerpo en exposición, explícito y mostrado que en realidad, de explícito no tiene nada. No conocemos los cuerpos hasta que no los habitamos, no conocés el cuerpo de nadie, porque es tu cuerpo, porque es el mío. Este cuerpo explícito que en realidad está incluído en mí. Mi cuerpo y mi elección, mi cuerpo es mi expresión. Este cuerpo es el de una mujer que lleva orgullosa sus cicatrices, que hoy siente, respira y bombea a borbotones la sangre que le corre. Una chica que tuvo suerte de que alguien la escuche con atención latir bien fuerte, un estetoscopio que dio en la tecla. Son las preguntas que están por dentro de mi piel, las respuestas que encontrás. Las preguntas que no necesito escuchar, la piedad que no necesito tener cada vez que hago explícita mi experiencia. Me hago propia en mi propio cuerpo y le doy vida, lo retuerzo, lo manejo y desenriedo. Soy el cuerpo que me pertenece, el que tengo y tendré, que me acompaña. Pertenecida me encuentro y pertenecida me tengo. Así sin más, soy muchos cuerpos, pero sobretodo soy el mío. Candela Gigena



CICATRIZ Mi cicatriz me define. Me atraviesa en cuerpo y alma. Me recuerda porqué y para qué vivo. Me hace replantearme mi existencia, siempre. Mi cicatriz es mi sello personal, no sabría vivir sin ella. Me acompaña desde que tengo uso de razón. Mi cicatriz se asoma entre mi pecho, abriendo camino, enorgulleciendome. Ella me hace pensar en lo ínfimo del universo, en lo valioso que es el tiempo, en lo importante que es decir lo que siento. Mi cicatriz es todo, jamás pensé en ocultarla, no quiero olvidarme que la vida es hermosa, a pesar del dolor. Ella está, siempre está. y en esos días, cuando siento que nada me sale como quisiera, basta con solo verme al espejo para recordar, que esto, también pasará. Milagros Fernandez




Mi corazón estaba literalmente roto. Lo inminentemente nuevo hacía eco en el destino. Temblaba de frío o de miedo, desnuda y sola en una habitación. Había perdido el control de mi cuerpo, Sentía el roce de la piel en la bata La humedad de la lágrima El profundo silencio, la incertidumbre La risa de mi hija, el olor de su piel La real soledad de cruzarse frente a frente con la ausencia de latidos La levedad del tiempo. Alguien estaba tocando mi corazón... De ahora en adelante estaría parchado con metal. Alguien me devolvía la vida sin enseñarme a vivirla en el miedo.

Solange Guillemot



El sol en la cara Un patio que se tiñe de rosa Una siesta entre libros Cicatrices que me miran Cicatrices que me interpelan Cicatrices que quieren decir algo Las espinas de la santa rita me recuerdan a ellas Todo ese dolor entre tanto color ¿O será al revés? El color mezclado con el dolor Julieta Cementerio



Nuestras cicatrices ya no son dolor, son huellas y nos abrazamos a ellas.



Papá tenía los ojos más intensos que vi. Un celeste profundo, penetrante. Con una sola mirada podía decirte todo. Te la dejaba clarito. Papá no tenía grises. Papá era un Metro casi noventa de una perfecta combinación entre rectitud y firmeza. Entre fragilidad y amor. Entre fé y templanza. Papá tenía las manos más hermosas que conocí. La voz más segura que escuché. La mente más increíble con la que interactué. Papá era fan de los crucigramas y de la literatura, se pasaba horas y horas leyendo. Papá amaba la música clásica y le encantaba hacerse el que dirigía la orquesta mientras escuchaba. Papá es un domingo al mediodía en el quincho, haciendo un asado y tomando un vino tinto. Papá operó el corazón de mi tío Pedro, y así conoció a mi mamá, su pilar. Papá tenía la mejor historia de amor del mundo. Papá tenía un corazón gigante. Mitad para nosotros: sus cinco hijos, sus siete nietos y mamá, mitad para el Hospital de Niños, su lugar en el mundo. Papá estudió más de 14 años. Papá se sacrificó tanto que vendió todo lo que su papá le dejó para poder especializarse en el extranjero. Papá formó el equipo de profesionales que marcó un precedente en la cirugía cardiovascular pediátrica del país. Y aún así, estuvo presente para nosotros, nos educó, nos formó, nos amó. Papá operó cerca de 4600 corazones. Papá luchó contra la muerte cara a cara unas 4600 veces. Papá la mayoría de las veces ganó. Papá volvía a casa devastado cuando perdía la pulseada. Pero no nos decía nada. Papá solo le contaba a mi mamá. Ella lo esperaba con un plato rico y un abrazo. Y ella nos invitaba a nosotros a mimarlo en silencio. Papá se compraba corbatas divertidas para distraer a los pacientitos y transmitirles confianza. Papá se volvía de vacaciones, de viajes, de festejos de año nuevo para atender una urgencia. Papá nunca dudó. Papá nunca titubeó, ni le tembló la voz cuando tuvo que enfrentarse a la burocracia, a la política, a lo que sea que atrasara esa maldita lista de espera por la que tanto luchó. Papá puso nuestra casa como depósito de oxigenadores, sólo así podía asegurarse de que llegaran a dónde tenían que llegar. Papá marcó tantas vidas, tantas familias. Y no paramos de comprobarlo, con mensajes, con cartas, con historias que nos llegan, todas con un común denominador: tu papá nos salvó. Entonces nos aseguramos de algo… papá no se fue. Papá vive en cada latido al que le permitió existir. Papá eligió trascender de la manera más hermosa. En silencio. Sin pedir nada a cambio. Papá, se hace imposible hablar de vos en pasado. Feliz día, Dr. Corazón.

Paz De Rossi




Gracias a ellas por abrirme sus hogares. Gracias a todas las que se animaron a contar que hay detrás de estas marcas. Gracias a Clara Delvalle por sus ilustraciones, a Nicolás Riofrío por su collage y a Facu Ontivero por su diseño que también llevo en mi piel. Gracias a Guille V. por complementarme y ayudarme con el diseño. Gracias a lxs que me aguantan con el corazón.

En las fotos: Vicky Barrera Mariana Palmero Nerina Schenkel Natasha Campana Guillermina Velazquez Guillermina Farella Florencia Bianchini Vir Robles Mariana Echeverreria Cande Gigena Stefania Gasparovic Julieta Cementerio


“Y en tu bella cicatriz Parece sangre y sin embargo sonreís El tesoro que no ves La inocencia que no ves” Indio Solari


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