CELULOIDE DIGITAL AGOSTO 2011

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En 1975, Inglaterra encontró una alternativa para evitar las listas de espera en los hospitales, entre los enfermos que requerían trasplantes. Se adaptaron colegios en los cuales se criaba y educaba a los especímenes, en una ambiente sano y tranquilo, aunque con estrictos límites. Se buscaba la convivencia entre los pequeños, ensayaban su contacto con el mundo exterior e incluso se les incitaba a participar con sus dibujos para exposiciones en una galería de arte. Esto no impedía que se contaran múltiples historias en torno a los muros de Hailsham, ni que los visitantes observaran de manera extraña a quienes ahí habitaban. Ya en edad adolescente, los humanoides eran destinados a granjas o lugares apartados, entre la naturaleza, donde podían continuar su convivencia, sin preocuparse por realizar un trabajo, pues les era facilitado lo necesario para vivir. Sólo debían mantenerse sanos; pero algunos, los de más edad, aprendieron a mantener una esperanza, basándose en el amor por su pareja, para posponer el comienzo del fin. Basada en la novela “Never let me go” de Kazuo Ishiguro, Mark Romanek dirige una historia futurista, o tal vez debamos llamar anacrónica (fuera de tiempo) o distópica (lejos de la utopía, bajo una fachada de benevolencia) ubicada a fines del siglo XX. Incluye algunos elementos tecnológicos, como los brazaletes de control y los personajes mismos, que no tienen mayor visión del mundo, excepto que llegará el momento de donar un órgano a alguien desconocido. Carey Mulligan (Kathy), Keira Knigh-

tley (Ruth) y Andrew Garfield (Tommy), son los tres compañeros que pasarán la mayor parte de su vida juntos, probando los sinsabores de los amores frustrados y las metas inalcanzables, en medio de la incertidumbre generada por su origen y destino. Con un ritmo bastante tranquilo y utilizando un lenguaje propio de la época, muy al estilo de “1984” o “Fahrenheit 451”, sin profundizar demasiado en el resto de la sociedad sino concentrados en las historias de los personajes, se cuenta esta transición de la niñez a la edad adulta de los tres compañeros, haciendo énfasis a las crisis existenciales por las cuales pasamos todos los humanos alguna vez. La diferencia, por supuesto, es que al ser creaciones de laboratorio con un fin específico, se llega a cuestionar, ¿de verdad tienen alma? La crítica implícita al sistema productivo que rige a la sociedad del primer mundo buscando soluciones a su problemática, pareciera escaparse entre paisajes plácidos y actuaciones realmente dramáticas, muy al estilo del teatro japonés, en medio de planos melancólicos, carentes de contrastes, pero cargados de significado. Definitivamente una muestra de cine más bien contemplativo, no apto para personas que desconocen el argumento o entran a esa sala porque era la función que seguía; seguramente dirán con voz socarrona, palomitas en mano e inusitado protagonismo: “Y ahora, ¿quién me la explica?”…sin comentarios.


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