El pozo

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El pozo Había poca gente en la playa como la mayoría de las mañanas. El sol iluminaba en su justa medida y una brisa leve refrescaba los ánimos. Sentado frente al mar seguía con la vista el vaivén de las olas. Qué fascinante: escalones vivos, desplegados, cíclicos; infinitos. Las manos sobre la arena jugando a perder el tiempo. Había llegado el día. **** Se levantó despacio y caminó hasta alejarse de la orilla unos 40 metros. Miró en todas direcciones y eligió un lugar que le pareció perfecto. Con una ramita seca delimitó el círculo inicial. Antes de empezar pensó por un momento en cómo se habían burlado de él el primer día de clase en la universidad. Campo dinamitado, le había dicho la rubia, preciosa, y él, tonto, había preguntado ¿Por qué? y entonces la rubia había rematado el chiste con un en cualquier momento te explota uno de la cara y corremos todos. Hija de puta. Y a pesar de eso él no podía olvidar, por ejemplo, la forma en que ella comenzaba a sonreír: al principio era una especie de mueca que de improvisto se convertía en sonrisa haciendo sentir al conversador de turno que esa sonrisa era su mérito, Yo la hice sonreír, les gritaría el ego, porque él también conocía la sensación de haberla hecho sonreír una vez. Empezó a cavar. Lentamente. Apilaba la arena con prolijidad hacia la izquierda. El trabajo era pausado pero constante. La constancia, le había enseñado su mamá antes de morirse, vale más que cualquier otra virtud porque es la única que le da el tiempo a las cosas para que sucedan. **** Al mediodía el sol había perdido toda piedad y un descanso le pareció buena idea. Se acercó a la orilla, se mojó el pelo, dudó unos momentos y se tiró al agua. Renovador. La sal sobre la piel, el frío penetrante del agua, la sensación de flotar y de renacer. Se parecía al café con leche con tostadas con dulce de leche que su abuela le llevaba a la cama todas las tardes de invierno, y él tapado hasta el cuello se sentía protegido, a salvo, como ahora, nadando, se sentía a salvo y al margen de todo, ajeno al mundo. **** A las dos llegó Amanda a la playa y quiso ayudar. Empujó con los pies la pila de arena para correrla porque ya estaba en el reborde del pozo. Le dio la mano para ayudarse a bajar y ayudarlo. Los dos cavaban enérgicamente. No le preguntó nada. Amanda cantaba bajito mientras cavaba, pero a la hora se cansó y le preguntó si no le parecía que estaba bien el pozo así, que ya estaba bien de profundo, que era un gran trabajo, uno de los mejores pozos que había visto. **** A la altura de los ojos no había más que arena. Cuando Amanda le gritó Sebastiáaaaan, veniiii que estamos por merendaaaar y hay facturaaaaaas, pensó que ella siempre había estado. Al principio había sido solamente: la hija de los mejores amigos de sus padres, pero ahora la veía


con el afecto de un hermano. Como no le contestó, Amanda se paró al borde del pozo y mirando para abajo dijo Fah!¡Parece hecho con una máquina perforadora gigante! El pozo se abría como el ojo de un huracán en la extensión de la playa: oscuro, ingobernable. Sebastián seguía excavando. A esta altura, para poder salir del pozo a correr la arena cada tanto, había tenido que armar unas marcas en la arena que usaba como escalones, y había clavado el palo de la sombrilla al que, a su vez, le había atado una soga, que se amarró a su propia cintura. Todavía no termino, dijo, casi para sus adentros. Amanda, ofendida, lo dejó solo. **** El olor de la arena húmeda y su fragilidad estaban empezando a causarle cierta aprehensión. Empezaba a refrescar y a oscurecer. Su madre se hubiera reído de él si abandonaba ahora y no podía permitírselo. Una tarde, durante una competencia de lectura en el colegio, él había sacado el cuarto lugar y estaba ofuscado. Su madre, que siempre olía a perfume de coco y tenía los ojos apaciguados como de bestia mansa, lo había tomado fuerte apretando sus manos contra sus brazos y mirándolo directo a los ojos como si los de ella le tiraran dardos, le había dicho con voz firme: Perder es cuando abandonás, entendés, Sebastián, todo lo demás es experiencia. Te amo, hijo. Era una de las primeras veces que su mamá le hablaba así y a veces recordaba cosas para extrañarla un poco menos. **** Tiritaba de frío, pero tarareaba su canción preferida, mientras seguía cavando. Le dolían las uñas porque la arena se le escurría hacia adentro y lo raspaba. Al tiempo que su nariz estaba casi pegada a la arena, bajaba y subía en cuclillas para sacar un poco más de arena. La tarea era incómoda. No le faltaba mucho, y eso lo animaba, y mejoraba el ritmo, y cada vez el pozo se abría como grieta, un pozo ciego, un agujero infinito. De lejos, el rumor del mar le mecía los pensamientos como una hamaca o un cunero. **** Te apuesto a que te gano la carrera en bici. Esa frase había sido la introducción a su primer beso. Estaban en una calle amplia, los árboles enmarcaban la calle, porque las copas se unían de lado a lado formando un arco. Por entre las ramas, Sebastián veía el sol, y también veía el sol en los ojos de su primera y única novia, Ángeles. Después de que le había dicho eso, pedalearon fuerte los dos, entre risas cómplices y cuando él llegó al kiosco de diarios de la esquina, levantó los brazos, triunfal. Ángeles, se acercó con la bici y se puso al lado. Lo miró con picardía. Se acercó, y así como si nada, le dio un beso, de sopetón. No recordaba mayor felicidad, había empezado a pedalear en círculos hecho un cascabel. Cuando terminara el verano, seguramente iban a volver a verse. ***


Pensó en cómo se habría sentido su madre antes de morir. Estaba en un crucero y el barco había colapsado. No hubo sobrevivientes. Sus últimas palabras le llegaron por un mensaje de texto: Te amo. Tenés que ser feliz. Ningún terapeuta había podido ayudarlo ¡Qué mierda, como si superar la muerte repentina de la persona más importantes de su vida fuera una cuestión de lógica, o de aceptación! ¿Quién carajo podía aceptar desgracia semejante sin que le sonara a burla del destino? Vivía con su abuela, que estaba vieja, y su vejez recordaba de forma constante a Sebastián, como un pájaro carpintero que pica madera lento pero firme, que la soledad le pisaba los talones, que su vida estaba calada por la catástrofe de la finitud de quienes amaba. **** Ahora la bronca lo ayuda a cavar, el enojo, la impotencia, eran todas emociones muy productivas cuando se las canalizaba en una tarea, como cuando son, por ejemplo, motor para impulsar una venganza. Seguía. Un poco más de arena. De pronto, notó como las paredes se debilitaban. Pisó los escalones para impulsarse, pero el pozo se precipitó hacia adentro, la arena lo tapaba, y pegó un grito desesperado, pero era de noche y la playa estaba solitaria. Empezó a sentir como si la arena le estuviera ingresando al cuerpo, a los pulmones, a la garganta, y no pudiera respirar. **** Se apresuró a tirar de la soga para trepar. Movió rápido la cintura hacia el lado opuesto al que había comenzado a derrumbarse, y ahí intentó trepar, rápido. Sintió el grito de Amanda y de sus padres que lo llamaban: Sebastiáaaaaaaann,¿dónde te metiste?, quiso llamarlos a gritos, pero la arena lo empezaba a cubrir por completo. Se dio cuenta en ese momento, breve, que durante todo ese día, no había hecho otra cosa que cavar su propia tumba.


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