Adaptación al brillo La adaptación al brillo es la facultad del ojo para ajustarse automáticamente a cambios en los niveles de iluminación. Se debe no solo a la capacidad del iris para regular la abertura de la pupila sino también a cambios fotoquímicos en la retina que se hace más o menos sensible con efectos parecidos a los que obtendríamos en fotografía con película más o menos rápida. Para pasar de ambientes oscuros a luminosos el proceso es muy rápido pero el caso contrario es mucho más lento debido a dichos cambios químicos <4>. Al cabo de un minuto se tiene una adaptación aceptable. La adaptación fotoquímica completa se produce pasada una hora. Según los niveles de luminosidad, el iris se abre o cierra automáticamente. Su diámetro se reduce a unos 1,5 o 2mm para niveles muy altos de luminosidad y se abre hasta los 8mm para niveles bajos. El deslumbramiento tiene su origen en esa relativa lentitud del proceso de adaptación del ojo a los niveles de luz repentinamente altos. El ojo se adapta asombrosamente bien a condiciones de luz tan cambiantes como la noche estrellada sin luna, o un día cegador de verano en la playa con el sol resplandeciendo en lo alto. Lo hace a través de dos mecanismos. Uno de ellos, el que se adapta más rápido, es el de agrandar (o disminuir) la abertura de la pupila, relajando o contrayendo el iris. El otro mecanismo es más lento, pues consigue un aumento o disminución de la sensibilidad a la luz, cambiando la química de la retina. El primer mecanismo es muy rápido porque simplemente manda una señal nerviosa a los músculos del iris y éstos reaccionan en décimas de segundo. Pero sólo adapta la sensibilidad a la luz en un factor de 28, que es la consecuencia de abrir la pupila a su máximo diámetro, (unos 8mm), o cerrarla (hasta un mínimo de 1,5mm). Viene muy bien durante el día, para las múltiples ocasiones en que pasamos de un ambiente a otro con diferente grado de iluminación, o si miramos un objeto a la luz del sol, o a la sombra. El segundo método, aunque mucho más lento, es el que hace el gran ajuste de la sensibilidad a la luz a lo largo de las horas del día. Nos permite ver perfectamente a la luz del sol, al igual que más tarde durante su puesta, para terminar adaptándose a la noche en la que podemos ver casi sin luz. Este extraordinario mecanismo fotoquímico puede ajustar la sensibilidad de nuestro ojo a la luz en el asombroso factor de un billón. El método que utilizan los músculos del iris equivale a ajustar el diafragma del objetivo desde F/2 a F/10. Por el contrario, el método que modifica la química de la retina sería equivalente a cambiar la sensibilidad química de la película, es decir, a modificar su índice ISO. Y, aunque parezca increíble, el índice ISO de nuestro ojo puede variar de ISO uno hasta ISO un billón. Extraordinario.
Visión y percepción. La imagen en movimiento – Antonio Cuevas – Pág. 8 de 48