Visión y percepción

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El fenómeno se puede experimentar igualmente en la ilustración siguiente.

Mire con fijeza durante 30 segundos la cruz ubicada en el centro de los cuatro colores; durante este tiempo la retina estará adaptándose a las porciones de colores. No desvíe la mirada de la cruz durante ese tiempo. Transcurridos los 30 segundos desvíe su mirada rápidamente a la cruz de la figura izquierda: verá superpuestas en el campo blanco porciones coloreadas ilusorias de color complementario a las de la derecha. Lo que ha sucedido es que la retina, fija sobre los colores de la derecha, ha intentado compensarlos (se ha adaptado a ellos). Como resultado, cuando el ojo recupera bruscamente el blanco, la parte de la retina donde estaba la imagen de la derecha es menos sensible de lo normal a esos colores, por lo que las longitudes de onda de los complementarios aparecen comparativamente a mayor intensidad. En definitiva, nuestro ojo para un color dado, exige simultáneamente el color complementario, y si no le es dado, lo produce él mismo. El color complementario engendrado en el ojo del espectador es posible verlo pero no existe en la realidad. Tomemos por caso un personaje ubicado bajo la sombra de un follaje intensamente verde. Ese verde invade también el rostro del personaje, pero nuestra percepción tiende a corregir el dominante verdoso de ese rostro ya que nuestro cerebro “sabe” que la piel humana es rosada. En pocos segundos veremos esa cara como “sabemos” que es: rosada. Pero, ¿qué ocurre si debemos registrar ese rostro con una cámara? Ella no “sabe” ni le consta nada; simplemente registra de manera objetiva lo que tiene frente al objetivo; por tanto registrará un rostro verdoso si no tomamos en rodaje las precauciones adecuadas La adaptación cromática es un fenómeno que puede llegar a jugar muy malas pasadas a los directores de fotografía y técnicos en iluminación. Al trabajar durante un cierto tiempo bajo una calidad de luz determinada, el ojo acepta (interpreta) esa calidad de luz como referente cromático juzgando cualquier otra desviación cromática en función de ese referente. Por ello no es de extrañar que los directores de fotografía acostumbremos a utilizar con frecuencia el termocolorímetro, usualmente dentro de un mismo decorado y en el transcurso de una misma secuencia. Muchos de nosotros llevamos además un pequeño muestrario de las gelatinas de corrección y más usuales que, combinadas con el termocolorímetro dan un veredicto inapelable sobre los cambios colorimétricos introducidos allá donde el ojo ha perdido ya gran parte de su capacidad de detección.

Visión y percepción. La imagen en movimiento – Antonio Cuevas – Pág. 30 de 48


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