Punk medallo reportaje

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patadas. Algunos se subían al pequeño escenario para lanzarse contra quienes pogueaban, siendo recibidos con cariño pues las intenciones no eran lastimar a nadie. Los golpes, los empujones, los roces, los moretones, son la expulsión de incertidumbre e indignación que cada uno recoge en su vida cotidiana, entre situaciones personales, acontecimientos en la ciudad, el país o el mundo en general; se trata de reunirse con otros que se dan cuenta de que las cosas que pasan no deberían ser, es una catarsis en la que cada uno se desahoga en el otro pero a su vez permite que le hagan lo mismo: es pura comunión. Tocaba La Misma Porkería cuando una mujer flaca como sus propios huesos, con el pelo rosado cortado de manera irregular y botas negras que parecían gigantescas en sus famélicas piernas, se abalanzó con un hombre grueso y moreno, diciéndole que no la tratara así y que si era que le iba a pegar ahí mismo. La primera reacción de muchos fue reclamarle al hombre. “Yo nunca la he visto en mi vida”, replicó con cierta gracia el referenciado,

y

con

esta

respuesta nadie tomó partido y el esfuerzo general fue por separarlos.

La

siguiente

canción sonó y el pogo volvió a la normalidad. Para la última banda se notaba el agotamiento de los cuerpos sudados y torpes, pero esto no significó un problema para la recepción de la música. Mientras descansaba a un lado, un muchacho de cresta gruesa y chaqueta de The Casualties besaba un tarro de pega junto a mí. Le pregunté que qué veía y me dijo que nada, “lo hago porque me da placer”. “¿Placer de qué?”, insistí, y en ese momento se zambulló en el pogo, no sé si para evitar mi conversación. No es el común denominador, pero la imagen dentro de la escena es innegable.


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