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Leavitt

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AdiósAdiós a a unun grangran maestromaestro

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Por: Carmen M. Trelles

Su nombre, José Manuel Leavitt, puede que resulte desconocido para muchos en Puerto Rico, pero para la comunidad escolar de la Academia del Perpetuo Socorro, él es, simplemente, Perpetuo mismo. Miles de estudiantes que han pasado por los pasillos de esta institución que acaba de celebrar su centenario recuerdan con gran cariño a Mr. Leavitt. Por más de cincuenta y tres años dejó su huella en Perpetuo y cambió el mundo de todos los jóvenes que pasaron por sus manos.

Su presencia se hacía notar en cuanto hablaba: su vozarrón ronco resonaba en todas las actividades oficiales y se escuchaba a diario por el sistema de altavoces. Leavitt tenía el poder de la palabra: era un gran orador. Sus emotivos discursos en las graduaciones provocaban reacciones vívidas porque siempre transmitían valiosos consejos de vida. En esos momentos tan importantes en la trayectoria de sus alumnos, compartía su profunda convicción como hombre de fe y los invitaba a vivir vidas plenas, alejadas de la mediocridad y el conformismo.

Era dinámico como maestro, y admirado por sus conocimientos enciclopédicos. Sin necesidad de apuntes ni de notas dictaba cátedra en sus clases de historia mundial, convirtiendo los sucesos del pasado en un aprendizaje entretenido y pertinente. Sus alumnos recuerdan las divertidas anécdotas de personajes históricos como Sócrates en el momento de tomarse la cicuta o la alusión a la singularidad anatómica de Ana Bolena. Estas y otras figuras cobraban vida en sus clases. Fue también profesor de italiano, además de desempeñarse como viceprincipal de la escuela. Las puertas de su oficina siempre estuvieron abiertas para los estudiantes, a quienes trataba como hijos, ofreciéndoles orientación y consejo. Con su impecable caligrafía, realizó durante décadas los programas de clases de varias generaciones de estudiantes del Perpetuo.

IN MEMORIAM

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Muchos tienen grabada la imagen de Leavitt parado frente a la Academia, cigarrillo en mano, presto para conversar, hacer un chiste o, simplemente, servir de mentor a alumnos y exalumnos. Nunca se iba temprano tras el día de clases: en esas horas de la tarde se ponía al día con el papeleo y los asuntos administrativos. No importa

cuán ocupado estuviera, sin embargo, sacaba tiempo para recibir las visitas de alumnos y maestros que caían por su oficina en busca de consejo, cariño o apoyo. Fue mentor de generaciones de maestros a quienes les mostró el camino de la excelencia en la docencia. AdiósAdiós a a unun grangran maestromaestro Sus frases jocosas iluminaron muchos días escolares. Era frecuente escuchar: “Mamá, quiero café”o “Abuelón”. En las Navidades hacía su aparición la ardilla que cantaba y con aquel singular peluche se pasaba por los pasillos o daba sus anuncios en el altavoz. Y es que Leavitt contagiaba a todos su alegría. Quienes participaron en sus famosos viajes por Europa recuerdan siempre no solo lo mucho que aprendieron, sino el singular sentido del humor de Mr. Leavitt. Con la celebración del centenario de la Academia y la partida de Leavitt se cierra una era en la historia de Perpetuo. Nuevos maestros han tomado las riendas y la Academia se enfrenta al centenario bajo la guía de otros que siguen el camino abierto por él. ¡Gracias, querido maestro, por todo lo que nos diste! #LeavittEsPerpetuo.

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