—¡Es inútil! —exclamó Lamont, con brusquedad—. No he obtenido ningún
resultado.
Su expresión sombría concordaba bien con las profundas cuencas de sus
ojos y la leve simetría de su largo mentón. Aquella gravedad se advertía incluso en
sus momentos de buen humor, y éste no era uno de ellos. Su segunda entrevista
formal con Hallam había sido un fracaso mayor que la primera.