Rivista di carita' politica 2013 dicembre

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Carità

Po l i t i c a

no puedo ciertamente llegar a ser feliz contra o sin los otros–, es verdad que una esperanza que no se refiera a mí personalmente, ni siquiera es una verdadera esperanza. También resultó evidente que ésta era una esperanza contra la libertad, porque la situación de las realidades humanas depende en cada generación de la libre decisión de los hombres que pertenecen a ella. Si, debido a las condiciones y a las estructuras, se les privara de esta libertad, el mundo, a fin de cuentas, no sería bueno, porque un mundo sin libertad no sería en absoluto un mundo bueno…. Así, aunque sea necesario un empeño constante para mejorar el mundo, el mundo mejor del mañana no puede ser el contenido propio y suficiente de nuestra esperanza. A este propósito se plantea siempre la pregunta: ¿Cuándo es « mejor » el mundo? ¿Qué es lo que lo hace bueno? ¿Según qué criterio se puede valorar si es bueno? ¿Y por qué vías se puede alcanzar esta « bondad »?., …. Más aún: nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en el camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que por nosotros mismos no podemos alcanzar” (n. 30-31) Podemos concluir que en la visión cristiana las diferentes esperanzas humanas tienen consistencia sólo cuando no se les da absolutidad, sino que se ponen en relación con la esperanza que se funda en el amor eterno de Dios por los hombres. De este modo, las primeras, ya sean esperanzas para el individuo o para la sociedad, pueden corresponder plenamente a ese deseo del corazón humano, creado libre por Dios y por Él destinado a una felicidad que no sea sólo parcial, sino plena y eterna. 3. Podemos entonces pasar al segundo elemento de nuestras consideraciones: la diplomacia. Se trata de una realidad compleja, hecha de personas, instituciones y reglas, que cuenta con una historia plurisecular. Podríamos decir, en extrema síntesis, que se trata de un instrumento para realizar las relaciones entre sujetos internacionales. Ahora bien, como todo instrumento puesto en las manos del hombre, también la diplomacia puede ser usada bien o mal. Está claro, entonces, que la diplomacia puede ser “arte de la esperanza” sólo si se usa para el bien de todas las personas implicadas. Desgraciadamente no siempre es así, y en la opinión pública circula, a veces, una consideración crítica y negativa de la diplomacia. Veamos como el entonces Monseñor Giovanni Battista Montini, en el discurso para el 250° aniversario de la fundación de la Pontificia Academia Eclesiástica, el instituto para la formación de los diplomáticos de la Santa Sede, sintetizaba una concepción y una praxis negativa de la acción diplomática: “La diplomacia es el arte de conseguir; para conseguir, cualquier medio, a menudo inadvertidamente, es bueno; y, por tanto, representa una forma de acción donde la moral reporta fácilmente

heridas; y cuando pretende defenderse, se deben resolver muchas dificultades… Todavía podemos recordar todas las cosas malas que se han dicho de la diplomacia en si misma, de su capacidad de extraer de la palabra, que debería ser el espejo de la realidad y de la verdad, de extraer, digo, en lugar de una pluralidad de sentidos, una ambigüedad de expresiones, una elasticidad de intenciones, etc… hacer de la palabra, no el reflejo y la transmisión, sino más bien el velo del pensamiento”. Pero el futuro Pablo VI invitaba a “formarse un concepto más exacto de la diplomacia” Ella es, en efecto “el arte de crear y mantener el orden internacional, es decir, la paz; el arte, quiero decir, de instaurar relaciones humanas, razonables, jurídicas entre los pueblos, y no por vía de la fuerza o del inexorable contraste y equilibrio de intereses, sino por vía del abierto y responsable reglamento”. Y añadía: “el día en que viniera a faltar la función del diplomático, el día en que la relación entre los Estados lo removiera… los Estados, uno respecto al otro, en ausencia de relaciones dignas de dicho nombre, o caerían en el caos internacional, en el duelo irracional de las fuerzas brutales industrializadas, motorizadas, científicamente potenciadas por el abuso; o bien tendrían que decirse los unos a los otros: reglamentemos nuestros intereses con medidas de fuerza. Y si es cierto que la diplomacia no basta para regular, para obtener la paz y para consolidarla; aún así es a eso que tiende, para eso trabaja, por eso fatiga, por eso multiplica, sin descanso, sus intentos; es el arte de la paciencia, es el arte del saber durar, es el arte del producir una paz, que a mala pena quiere introducirse en los espíritus y en las relaciones internacionales; Estos conceptos retornan casi veinte años después, por mano del mismo orador, que entre tanto se había convertido en el Sumo Pontífice Pablo VI. De quien el pasado 6 de agosto hemos recordado el 30° aniversario del fallecimiento. Efectivamente, en su discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede del 8 de enero de 1968, el Pontífice volvió a retomar el tema de la verdadera naturaleza de la diplomacia y de sus falsificaciones. “Es verdad que existe – notaba cierta forma de diplomacia que sería bueno considerar como superada y abolida. Es aquella a la que quedó unida en la historia el nombre del demasiado célebre gentilhombre florentino Nicolás Maquiavelo; la que se podría definir como “el arte de triunfar a cualquier precio”, aun a costa de la moral; aquella cuya única instancia es el interés, el único método la habilidad, la única justificación el éxito; aquella que, desde entonces, no vacila en servirse de la palabra, no para expresar sino para disfrazar el pensamiento; la que, en la acción, no retrocede ante el uso de la intriga, de la astucia, del engaño”. Papa Montini no duda en definir esta “una forma degenerada, por no decir, una indigna caricatura” de la verdadera diplomacia. Esta es tal cuando tiende a la paz, trabaja por la paz, usando “sus fuerzas y su ingenio, creando sin cesar nuevas iniciativas, con una paciencia,


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