Se busca una mujer - Charles Bukowski

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*** A medida que pasaba el tiempo, a Robert le iba agradando más. Hizo unas cuantas mejoras. Le compró a Stella muchos pares de bragas, unas ligas, medias oscuras y camisones. También le compró pendientes, y fue un choque terrible para el comprobar que su amor no tenía orejas. Le puso de todos modos los pendientes pegándolos con cinta adhesiva. No tenía orejas pero tenía muchas ventajas: no tenía que sacarla a cenar, llevarla a fiestas, a películas estúpidas; todas esas cosas que significan tanto para las mujeres de carne y hueso. Y tenían discusiones. Siempre había discusiones, incluso con un maniquí. Ella no podía hablar, pero él estaba seguro de que una vez le había dicho: —Eres el mejor amante de todos. Ese viejo judío era un amante estúpido. Tú eres un amante inspirado, Robert. Sí, tenía ventajas. No era como todas las otras mujeres que había conocido. Ella no tenía necesidad de hacer el amor en momentos inconvenientes. El podía elegir con tranquilidad el momento de hacerlo. Y no tenía períodos. Era una magnífica amante. Robert le cortó un poco de pelo de la cabeza y se lo pegó entre los muslos. El asunto había comenzado siendo puramente sexual, pero gradualmente se estaba enamorando de ella, podía sentir cómo ocurría. Pensó en acudir a un psiquiatra, pero decidió no hacerlo. Después de todo ¿por qué era necesario amar a un ser humano? Nunca duraba mucho. Había demasiadas diferencias entre cada individuo, y lo que empezaba siendo amor acababa casi siempre en guerra despiadada. Tampoco tenía que acostarse en la cama con Stella y escucharle hablar de todos sus antiguos amantes. De cómo Karl la tenía así de grande, pero no sabía hacerlo. Y lo bien que bailaba Louie, que podía convertir en ballet una venta de seguros. Y cómo Marty sí que sabía besar de verdad, su manera de mover la lengua. Una y otra vez, siempre así. Qué mierda. Claro que también Stella había mencionado al viejo judío, pero sólo una vez. Robert llevaba con Stella cerca de dos semanas cuando llamó Brenda. —¿Sí, Brenda? —contestó él. —Robert, no me has llamado. —He estado terriblemente ocupado, Brenda. He sido ascendido a jefe de distrito y he tenido que arreglar cosas en la oficina. —¿Es por eso? —Sí. —Robert, algo anda mal... —¿Qué quieres decir? —Lo noto en tu voz. Pasa algo. ¿Qué demonios pasa, Robert? ¿Hay otra mujer? —No exactamente. —¿Qué quieres decir con «no exactamente»? —¡Oh, Cristo! —¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Robert, algo anda mal. Voy a ir a verte. —No pasa nada, Brenda. —¡Tú, hijo de mala puta, cabronazo, me estás ocultando algo! Algo se está tramando. ¡Voy a ir a verte! ¡Ahora! Brenda colgó y Robert se fue a por Stella, la cogió y la metió en el armario, bien apoyada en una esquina. Cogió el abrigo de la percha y cubrió a Stella con él. Entonces volvió a la sala y se sentó a esperar. Brenda abrió la puerta e irrumpió dentro. —Está bien. ¿Qué coño pasa? ¿Qué es lo que anda mal? —Mira, chica -—dijo él—, todo va bien. Cálmate. Brenda estaba bien formada. Las tetas un poco caídas, pero tenía piernas bonitas y un buen culo. En sus ojos había siempre un aire perdido y frenético. Algunas veces, después de hacer el amor, una calma temporal podía llenarlos, pero nunca duraba. —¡Todavía no me has besado!


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