




Allí están las flores, entre luciérnagas de la noche se acurrucan, al compás de los grillos La luna apenas asoma su luz, acariciando las lágrimas del rocío


El tiempo pasa para todos Algunas flores van marchitándose: sus dolores y alegrías se abrevian en la respiración y laten sus ombligos infinitos

Otras extienden sus tallos enredándose en las cortezas, queriéndose amarrar. Y otras solo resplandecen.

El sol de la mañana acaricia el aire y sus perfumes levitan en el mismo jardín.

Un día llegamos y vimos el barro, la cicatriz. ¿Cómo fue que habitamos el mismo tiempo?, ¿o siempre fuimos parte de él?


Aquí tocamos la tierra mirando el fuego Mientras cantamos bajito alguna melodía surgió la música del universo Nos dimos cuenta que necesitábamos poemas, pájaros, ramas, colibríes Ese era nuestro árbol El jardín da sus frutos


Miro lo que es nuestro que nada es: sino lo que soltamos, lo que ya nos es ajeno, lo que está fuera de nosotros Miro lo que has traído quizás sin darte cuenta. Y duele tanto irse que es un profundo placer El río que deviene es presente Gratitud de ser ínfimas estrellas que se tocan y jamás vuelven a ser las mismas Lo que somos es este jardín.

Quizás nuestro breve relato sea una semilla más, quizás nazca como todo lo que ha brotado. Y me preguntarás ¿qué ha brotado entre nosotros? Y te diré que un jardín, un jardín invisible que no deja de crecer que ya nos excede.


Los musgos siguen húmedos, las lunas se esconden, los pájaros siguen un rumbo más allá de nuestro canto, los árboles dan sombra y las ramas temblequean, el río fluye y te vas, vienen las luciérnagas, titilan, latidos, corazones enredados



Un jardín que sigue creciendo y trepandose




