Letras 08 de febrero

[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 8DEFEBRERODE2014 |

La papa, heroína de la clase obrera NETZAHUALCÓYOTLÁVALOS|PAG.4

Josué Vega Soto: el kamikaze de la poesía GASPARAGUILERADÍAZ|PAG.5

40 artistas: el proyecto y el deseo de taller JUANCARLOSJIMÉNEZABARCA|PAG.8 FORMASBREVESJAIMEMARTÍNEZ OCHOA |PAG.6 ELTERCEROJOSYLVAINPROVILLARD| PAG. 7

José Emilio Pacheco 1958, el año axial ARMANDO PONCE | PAG. 2

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SÁBADO8DEFEBRERODE2014

José Emilio Pacheco Entrevista. 1958, el año axial PORARMANDOPONCE

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sta entrevista fue realizada para el volumen México: Su apuesta por la cultura. El siglo XX: Testimonios desde el presente, publicado por Proceso en coedición con Editorial Grijalbo y la UNAM (2003). En ella el escritor fallecido el pasado domingo 26 rememora el año de surgimiento de su generación literaria, llamada del medio siglo.

Desde la aparición de La sangre de Medusa, hace 45 años, José Emilio Pacheco ha ido construyendo, permanentemente, una de las obras más leídas y reconocidas de la literatura mexicana; en una veintena de libros ha abordado todos los géneros, incluida la traducción, y desde muy joven el comentario y la reseña de libros que, en diversas columnas, fueron dando lugar a la crónica periodística cultural por excelencia en México, “Inventario”, publicada por espacio de 25 años a partir del número fundador de la revista Proceso.

Agobiado por múltiples compromisos (sus cursos en la Universidad de Maryland y El Colegio Nacional, entre otros), y alejado de la vida social hasta donde le es posible, Pacheco rechaza las entrevistas, y no por timidez o falsa modestia, como se ha llegado a pensar, sino por fidelidad a su oficio: o se escribe o se habla de lo que se escribe. Por ello a última hora, cercano al cierre de este libro e imposibilitado para entregar un texto (¿”Inventando el Inventario”?), accedió generosamente a que el reportero encendiera la grabadora en el comedor de su casa de Reynosa 63.

“La década de los sesentas en la literatura mexicana contemporánea se adelantó”, dijo, y situó 1958 como su año axial por múltiples razones, expuestas en este relato donde aparece también el cronista de una ciudad cuyo desastre testimonió en Las batallas en el desierto.

-¿Cómo era el ambiente del medio siglo en la Ciudad de México?

-Me parece que se está confundiendo, bajo la denominación “medio siglo”, no sé si tres generaciones o tres promociones diferentes. Una, que yo llamaría de 1950, es la de Jaime Sabines y Rosario Castellanos, en la revista América; otra es la que hace la revista Medio Siglo, y después la Revista Mexicana de Literatura, alrededor de Carlos Fuentes. Estas dos publicaciones tienen otra etapa. Yo conozco a Carlos Monsiváis en esa segunda etapa de Medio Siglo, y llego a colaborar en ella. Y la Revista Mexicana de Literatura de la segunda etapa es la de los artistas reunidos en torno de la Casa del Lago. Están muy contiguas en el tiempo, pero son promociones diferentes.

“En mi caso fue una fortuna que Monsiváis, por alguna razón, fuera un año adelante en la Universidad. Porque creo que cuando se habla de generaciones lo que es muy determinante es tu generación escolar. Por ejemplo, yo nunca conocí —ni he conocido hasta el momento— a Miguel de la Madrid. Y podrían decirme: ‘Pero si los

El escritor mexicano José Emilio Pacheco.

El problema que teníamos entonces era el de siempre: el dinero. ¡Lo que teníamos que hacer para comprar libros! Un libro de treinta pesos lo pagábamos en abonos.

dos estuvieron en la universidad’. Sí, pero él salió en el año en que yo entré. Es decir, si tú vas tres años más adelante no hay ningún contacto. Monsiváis iba un año adelante, y por eso conocía a Carlos Fuentes y a Porfirio Muñoz Ledo y a muchos otros.

Fue él quien me relacionó con ellos.”

-¿Conocía a Monsiváis desde la preparatoria?

-No, yo lo conocí porque en la Facultad de Derecho se hizo una revista que se llamaba Símbolo, auspiciada, creo, por quien después sería yerno de Díaz Ordaz, Salim Nasta. Debo aclarar que yo no estudiaba en Derecho. Mi breve, simbólico paso por esa Facultad se debió a que yo compraba Medio Siglo, en cuyas páginas leí dos ensayos muy notables, uno sobre novela policial y otro sobre ciencia ficción, de Carlos Monsiváis Aceves. Pregunté quién era. “Es un estudiante de la Facultad de Economía”. Un día lo vi cruzar y me dijeron, “Mira, ahí va el poeta Monsiváis”. A mí Medio Siglo me parecía algo inalcanzable, hasta que un día de 1957 me llamaron por teléfono. Era Carlos Monsiváis, que había leído unos textitos míos en Símbolo y quería pedirme una colaboración para Medio Siglo.

“Ese año hicimos el suplemento de la revista Estaciones. Era un suplemento para escritores jóvenes, porque se produjo una especie de vacío entre las generaciones anteriores y la nuestra. Por eso quedamos aislados Monsiváis y yo. Por ejemplo, este año, el 2002, una enorme cantidad de escritores mexicanos va a cumplir 70 años. Todo mundo nació en el 32. Ahora ya no hay diferencia entre García Ponce y yo, ninguna. Pero en ese momento siete

años eran mucho tiempo.”

-Y cuando iba a la universidad, ¿cuál era el panorama de la literatura mexicana?

-Hablamos más o menos de 1957, el año anterior a la gran explosión que va a ser 1958, cuando aparece La región más transparente, de Fuentes, y muchas otras novelas. Arreola había hecho ya la colección Los Presentes, pero en el 58 comienza los Cuadernos del Unicornio. En el 57 Octavio Paz había publicado Piedra de Sol. -Pero antes de Fuentes y Paz, la figura predominante era Reyes, ¿no?

-Reyes y Vasconcelos. Y Martín Luis Guzmán, que en el 58 publica un libro que admiro mucho: Muertes históricas. Guzmán fue otro gran escritor. Yo había leído ya, gracias a las clases de un maestro absolutamente excepcional, José Enrique Moreno de Tagle, El águila y la serpiente y La sombra del caudillo, libros fundamentales, aunque prefiero El águila...

-¿En la universidad?

-En la preparatoria. Moreno de Tagle, que fue maestro de muchos escritores mexicanos, con quien todos hemos sido ingratos, porque si uno piensa en los discípulos de Erasmo Castellanos Quinto, Daniel Cosío Villegas o Luis González y González, todos se refieren siempre a sus maestros, en cambio de Moreno de Tagle nadie habla. Ni Carlos Fuentes ni Ibargüengoitia ni Marco Antonio Montes de Oca. Nos dictaba una página diaria. Estimulado por eso fui a la librería del Fondo de Cultura Económica a comprar Confabulario y El llano en llamas. Aquella librería hoy se antoja increíble porque había vacas, donde hoy está Aurrerá y Plaza Universidad, enfrente de la librería estaba un inmenso

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rancho del general Juan Andreu Almazán, que llegaba hasta donde está hoy El Palacio de Hierro. Era una hacienda inmensa.

Todavía queda una parte. Allí se acababa la ciudad porque la cortaba el río Churubusco (del otro lado había carreras de caballos), en cuya orilla jugué de niño, y que habrán tapado bien avanzados los sesenta.

“Pero volviendo… me gusta también Los de abajo, y desde luego los dos primeros tomos de la biografía de Vasconcelos.

La tormenta es un gran libro, opacado por El Ulises criollo.”

-¿Leyó entonces la versión expurgada?

-No, porque mi padre tenía las primeras ediciones. Él era amigo de Vasconcelos, y Vasconcelos comió varias veces en la casa, aunque jamás me atreví a hablarle. Qué iba a decirle. Pero fue muy importante haberlo oído. Había entonces eso que lamentablemente hoy ha desaparecido, esa comunicación personal. Por aquellos años íbamos a ver a Paz a la Secretaría de Relaciones, íbamos a ver a Fuentes, a tomar un café... Yo me siento muy mal con los escritores jóvenes, pero, ¿a qué horas nos vamos a ver? No hay tiempo. Sin embargo no es tan importante conocer a escritores mayores. Hay una educación que sólo te pueden dar tus coetáneos, en cafés, en caminatas. Eso hacíamos mucho: caminar en las noches por la ciudad...

-Era una ciudad segura…

-No te creas que tan segura. Comparada con ésta sí. Pero había asaltos, había de todo. Sin embargo, era una ciudad con menos gente. El problema básico es que somos demasiados. En los tranvías se podía leer muy bien, cosa que es muy difícil hacer en el Metro. El problema que teníamos entonces era el de siempre: el dinero. ¡Lo que teníamos que hacer para comprar libros! Un libro de treinta pesos lo pagábamos en abonos.

-¿Conoció a Alfonso Reyes?

-Sí, lo conocí por la Revista de la Universidad. Era muy amable. Ya estaba enfermo, pero seguía siendo muy brillante. Era un gran conferencista. Pobre don Alfonso, ¿te imaginas? Tenía que recibir a tanta gente, aunque no tanto en su casa, a otros escritores, como a sus alumnos y colegas en El Colegio de México, que era un centro de reunión importante en torno de Reyes. Por cierto: no hay que olvidar que en esos años El Colegio de México estaba en la Colonia Roma, en las calles de Guanajuato.

-En la época en que leía la novela de la revolución seguramente leía a López Velarde y a los Contemporáneos, ¿no?

-Leí a López Velarde —creo que fue el primer poeta que leí— porque había una edición de Giménez Siles en una colección que se llamaba Nueva España. Pero la lectura de las obras de los Contemporáneos son ya de fines de los años cincuenta, y yo más bien diría que de los sesenta. Descubrí a los Contemporáneos en la antología Laurel, en el ejemplar que era de mi padre (Laurel apareció en 1941 con el sello de Séneca, la editorial de José Bergamín que estaba en las calles de Varsovia). Allí descubrí la poesía moderna. Para mí fue un libro definitivo.

“Pero insisto: lo importante era el estímulo de los amigos, las lecturas mutuas, los libros que nos recomendábamos. Todo lo que leí gracias a Sergio Pitol, que era un poquito mayor que nosotros (él es de 1933). Nos veíamos todos los días. 1958 fue una época de descubrimiento de muchas cosas, no sólo de López Velarde, sino de Borges, de Carpentier, de todos los Contemporáneos. Por cierto que a Novo lo co-

Paz siempre fue muy brillante. A mí siempre me costó trabajo platicar con él. Era muy inquisitivo. “¿Usted ya leyó esto?” No. “¿Por qué no?”

Me gusta, no me gusta.

“Pero por qué, diga por qué.”

nocí de una manera muy curiosa. Por supuesto, sabía quién era él; pero tenía, como todo mundo, prejuicios. ‘Es un señor que sólo escribe recetas de cocina’, y cosas así.

Pero un día Rulfo, que fue el primer encargado de la serie de Voz Viva de México, me pidió que escribiera la presentación del disco de Novo para la serie —se ve que nadie quiso escribir esa presentación— a lo que me negué. Entonces Tito Monterroso me dijo: ‘No seas tonto, Novo es uno de los mejores escritores mexicanos. Léelo.’ Lo leí y me pareció maravilloso. Eso está contado, lo cuenta el propio Novo, en el prólogo a La vida en México en el periodo presidencial de López Mateos.”

-¿Se hizo amigo de Novo?

-Sí, fui amigo de Novo. Una vez lo fui a ver a su casa con Monsiváis, y nos mostró libros y cosas. Fue muy generoso con nosotros. Pero en realidad ya es difícil ser amigo de un escritor mayor. Uno le da temas de conversación.

“También íbamos a casa de Pellicer con José Carlos Becerra y fuimos algunas veces a ver a José Gorostiza. Tengo dedicada

diez— a Salvador Novo, quien puso en televisión todo lo que había puesto en teatro. ¡Imagínate lo que era ver en la sala de tu casa Esperando a Godot! De eso hace 46 años. Es como oír al maestro Carlos Pellicer diciendo: “Yo vi a Salvador Díaz Mirón en 1922 en La Habana”. El tiempo pasa.

-Debió haber sido fantástico el ambiente cultural de entonces.

-Sí. Los cafés. Había muchos. Yo me reunía con mis amigos en El Chufas, de López; en el Sorrento. Eran los cafés de finales de los cincuenta. Yo creo que 1958 debe haber sido el último gran año del Centro, porque la universidad ya se había salido —claro: la decadencia es paulatina— y poco después la Zona Rosa, como antes lo hizo la tienda Sears de Insurgentes y Sonora, jaló el Centro a otra parte. Para mi generación, por ejemplo, el Sanborns que servía como punto de reunión no era el de Los Azulejos, sino el de Lafragua, al que siempre iba con Monsiváis, y teníamos que pedir molletes, porque era lo único para lo que nos alcanzaba el dinero. Molletes y sidral.

-Pero, ¿en qué espacios fluía la vida

la primera edición de Muerte sin fin.”

-Y de estos escritores mayores, ¿quién era más sorprendente?

-Paz. Paz siempre fue muy brillante. A mí siempre me costó trabajo platicar con él. Era muy inquisitivo. “¿Usted ya leyó esto?” No. “¿Por qué no?” Me gusta, no me gusta. “Pero por qué, diga por qué.” Sin embargo, curiosamente yo que le hablo de usted a mucha gente, con Paz siempre me tuteé, porque él me lo pidió. Por ejemplo, a Jaime García Terrés, con quien trabajé mucho tiempo, nunca le hablé de tú, ni a Gastón García Cantú, ni a Elías Nandino, ni a Pellicer.

-¿Cree entonces que para 1958 se puede discernir ya quiénes son las figuras capitales de la literatura mexicana?

-Sí, porque Paz publica, en el mismo año de La región más transparente, La estación violenta. Me doy cuenta de que además ese fue un momento muy importante para mí, de una gran convivencia con muchas personas, de mucho intercambio que ahora me hace mucha falta. Y no hemos dicho nada de los españoles, que son fundamentales. Ni de los dramaturgos —de Emilio Carballido, de Sergio Magaña, de Luisa Josefina Hernández, a cuyas clases yo asistía. Esto me hace acordarme de algo extraordinario que sucedió en 1956: la televisión dejó de transmitir durante un año la telecomedia de Manolo Fábregas, y le dieron esa hora del domingo —de nueve a

cultural? ¿En la universidad, en la Sala Ponce?

-En la Sala Ponce, sí. En las oficinas de Difusión Cultural, en el décimo piso de la Torre de la Rectoría, y en las oficinas de México en la Cultura, en el edificio de Novedades de Balderas y Morelos. En el Teatro del Caballito, que demolieron en 1964.

Pero para otra gente los lugares deben ser otros. No éramos aficionados a las cantinas, y la droga en esa época era impensable. La mariguana era cosa de soldados.

-Se popularizó por los hippies en los años sesenta.

-Bueno, sí, pero los años sesenta comenzaron tarde, hacia 1967. La primera parte de la década era una prolongación de los años cincuenta, todo se estaba preparando.

-El 58 es entonces el año clave.

-Para la literatura sí, por la aparición de esos dos libros, por ser el último año del Centro, y por preceder también a la Revolución Cubana, que cambió todo. Otra cosa muy importante fue que se volvió a abrir el país a la importación de libros argentinos, que no recuerdo por qué razón había estado vetada. La industria editorial argentina era muy fuerte, gracias, entre otras cosas, a los españoles que se habían exiliado allá. Por cierto, otro centro importantísimo de reunión era el Ateneo Español, en Morelos. La lucha antifranquista aglutinaba a mucha gente. Recuerdo lo que

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fue la exhibición en el cine Las Américas de la película de Malraux, L’Espoir. Luego nos movilizamos porque en España metieron a la cárcel a Luis Goytisolo.

“Otro sitio de reunión muy importante: la casa de Juan José Arreola, en la esquina de Río Lerma y Río Elba. ¡Lo que aprendí allí! Mis becas fueron el taller de Arreola, la redacción de México en la Cultura y de la Revista de la Universidad. Eso fue incomparable, equivalente a varios doctorados.

“Lo que ahora resulta impresionante de esa época es que en los cafés veías a Nahui Ollin, a Manuel Rodríguez Lozano, al Dr. Atl. Llegué a conversar muchas veces con el Dr. Atl. Había una atmósfera de intercambio, el pasado estaba siempre muy presente. Ahora ya no hay reuniones en las redacciones. Tú mandas tu artículo por fax o por mail, uno no sale ya a caminar a las calles para conversar, y si no vives en el sur te ausentas de muchas cosas.

“Por otro lado, no sé si esto de reunirse, discutir y comentar sea algo que está más bien en la esfera de los jóvenes. Uno ya no va a pretender que es un chavo y va a sentarse en un café. Una cosa es que nosotros fuéramos a ver a Novo y otra muy distinta habría sido que Novo hubiese venido a sentarse con nosotros. Lo que sí es distinto es que todo se daba de una manera muy fluida y muy natural porque todos convivíamos, todo en el medio cultural estaba muy cerca.”

-Y sin duda la presencia de los españoles ayudaba.

-Ellos cambiaron todo. Estaban en todas las editoriales y en todas las revistas. Se reunían a discutir. Lo más importante que a uno le dan esas reuniones en los cafés — aunque puede perderse mucho tiempo en ellos— es la conciencia de que la gente piensa de manera distinta a uno. Porque por lo general tú te reúnes con la gente que piensa como tú. En los cafés uno aprendía a intercambiar ideas, a discutir, y conocía a gente de muchos campos, no sólo del mismo que uno cultivaba. Todo mundo estaba en relación. Yo conocí a los pintores, a los arquitectos, a los cineastas.

“Otro lugar muy importante era la casa de Juan García Ponce. Allí iban Paz, García Terrés, Fuentes, Soriano, los directores de teatro, las actrices... Juan fue quien me llevó a la Revista de la Universidad, que dirigía García Terrés.

-Así que primero colaboró en Medio Siglo con Monsiváis; después van a Estaciones...

-Después entramos a la Revista de la Universidad y a México en la Cultura, aunque Monsiváis colaboró poco en México en la Cultura, Monsiváis más bien colabora en La Cultura en México, ya en los años setenta.

-En México en la Cultura fue secretario de redacción en su último año, 1961, y después, de 62 a 71, en La Cultura en México. ¿Ahí conoció a todo mundo?

-Ahí conocí a todo mundo, claro. Pero también era muy importante el décimo piso de la Rectoría, porque llegaban los escritores sudamericanos. García Terrés fue a un encuentro que organizó Gonzalo Rojas en la Universidad de Concepción, en Chile.

Entonces de allí se trazaron muchas relaciones con escritores sudamericanos, porque México en general ve poco hacia el sur.

Ve mucho hacia los Estados Unidos y Europa, pero pocos escritores han ido a América Latina. No nos relacionamos como deberíamos, y ahora menos que nunca. En ese momento sí tenías idea de quiénes eran los escritores jóvenes de Chile y de Argentina.

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La papa, heroína de la clase obrera A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

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e trata de una heroína de la clase trabajadora. Una chica ruda, aunque amable y eventualmente encantadora, de las que no temen ensuciarse para proveer a los demás. Su nobleza la hizo pasar del suelo más frío y negro a las mesas más cálidas y refinadas.

Como puede suponerse no tuvo una vida tersa. De origen pobre, a temprana edad fue arrancada de su tierra en las alturas del Perú para ser adoptada en las cortes europeas donde, de entrada, fue admirada por su belleza superficial no obstante la promoción que de sus valores naturales y sociales hicieron varios científicos y activistas.

La frivolidad de la realeza terminó por aburrirse de ella. Apenas fue arrojada de palacio se quitó el polvo de los ojos y se abrió camino a suelos más propicios a su carácter natural y a su voluntad generosa.

Fue en Irlanda donde primero conquistó el estómago y con ello el alma de los llamados “negros de Europa”, gente que no tuvo reparo en recibirla con franqueza y hacerla su más conveniente socia y proveedora. Nadie mejor que ella podía abastecerlos en las álgidas condiciones que les apremiaban respecto a Inglaterra.

A la sazón, nuestra protagonista se convirtió en una ingeniosa diplomática y simpática mercader. Tuvo tratos con los rusos, quienes la recuerdan con un profundo ahogo melancólico; sin ella, jamás hubieran encontrado la forma de producir vodka. Incluso, en algunos sitios de América, como el caso de Alaska, se hizo indispensable en el intercambio de bienes y servicios durante La Fiebre del Oro. Su resistencia, oportunidad, así como sus habilidades prácticas y voluntad todo terreno le abrieron paso para incrustarse finalmente en el campo europeo, una vez que el orgullo “civilizado” se vio abatido por los estragos de la guerra y su consecuencia: la hambruna.

Con tales cartas de presentación fue una

de las principales personajes de La Guerra de los Treinta Años. Durante las cruentas batallas donde los mercenarios diezmaron, hasta casi extinguir, a las poblaciones rurales y la vida campesina de la Europa Central, ella salió al rescate para proveer a la población civil, y a los ejércitos, de alimento casi imperecedero y fácil de preparar.

Más diplomática incluso que la Reina Elizabeth, fue aliada estratégica de Inglaterra cuando este país, al amparo político de la célebre “Reina Virgen”, comenzó la construcción del imperio que, en su ultramarino vientre pirata y colonial, gestó la Revolución Industrial.

Su nombre volvió a la realeza por meritos propios, y supo negociar con la nueva aristocracia de toda europea. Inglaterra, el país que la rechazó de inicio (aunque el explorador y corsario Walter Raleigh, favorito de su alteza, años antes le hubiera puesto en bandeja de plata) terminó por negociar con ella la alimentación básica de la naciente clase obrera, así como de sus trabajadores, principalmente en sus colonias asiáticas; antes, vio caer poder y orgullo del Imperio Español, de Los Habsburgo, del Sacro Imperio Germánico, así como las cabezas de la Corona Francesa. A la postre, pasó a ocupar un lugar privilegiado en los grandes salones e incluso en las pinturas de la época.

Su naturaleza imbatible la llevaría a conquistar, con simpatía y paciencia, a hombres y mujeres de todos los continentes; incluso, a mundos fuera de La Tierra. En octubre de 1995 la papa fue el primer vegetal que se cultivó fuera del planeta y se estima como el más apto para conquistar una eventual Colonia en el espacio exterior.

LARECETA

Cocerlas en agua junto con pasas y ciruelas pasas; escurrirlas, luego, sumergirlas (aún calientes y por 20 minutos) en vino tinto, antes de rebanarlas y añadirles el tinto restante combinado y rebajado a fuego (hasta lograr una mezcla espesa al gusto) con el ponche de frutas secas

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El kamikaze de la poesía RESEÑA::SobreellibroderecienteaparicióndeJosuéVegaSoto.PORGASPARAGUILERADÍAZ

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onocí a Josué Vega Soto en la década de los 90 como estudiante egresado del bachillerato de la Universidad Latina de América y en 1997 la revista Caín –que él dirigía y coordinaba– obtuvo el apoyo de Conaculta a través de la beca “Edmundo Valadés”, desde entonces, su interés y su pasión por la poesía eran evidentes. Posteriormente en la ciudad de Celaya, Guanajuato – donde estudió comunicación– compartimos varias mesas de lectura y en el 2011 me alegró saber que había ganado el Premio Nacional de Poesía Experimental “Raúl Renán” que se otorga en Mérida, Yucatán.

Dos intensos epígrafes de Alejandra Pizarnik y de Bei-Dao, precedidos por un fragmento de El tambor de hojalata, de Günter Gras, abren este libro con un kaikú estremecedor:

Hara kiri, título con que inicia la segunda parte del libro, además de ser uno de los poemas que representa el sentido mayor y más profundo de este poemario al mismo tiempo funciona como un arte poética del compromiso que asume Josué Vega con el quehacer escritural como si fuese un samurai de la poesía: 1 (hara kiri) Un manga abre las piernas. Una vena le palpita entre los labios húmedos. El deseo, diálogo al revés que acaricia su cuerpo: trazos temblando, pezones despiertos al tacto. La noche es una lámpara de gas que se rompe.

Es entonces cuando el olfato desenfunda su sable, penetra las páginas más oscuras en una lluvia de tonos grisáceos, de sudores brillantes.

Unas ganas terribles de consumar el acto.

Sentir el filo de la página en blanco soltar amarras para venir a enredarse en mi cuello. Ahora voy a colgarme en esa cuerda de luz, bragueta que degüella las ganas como frutos maduros que tendrían que caer del árbolHara kiri.

como una hoja de afeitar la luna nos degüeya la noche

Basho, Baudelaire, Li-Po y Kenzaburo Oé, Francisco Hernández, Peter Greenaway, Vicente Huidobro, T. S. Elliot, Ricardo Reis y Fernando Pessoa, entre otros, presiden este original poemario que pareciera resultado de un estado de lúcida alucinación bajo la vigilia rigurosa del ritmo y el dibujo puntual y sugerente de las imágenes.

El lector va encontrándose a través de 67 páginas de breves textos en los que la imaginación le gana a la razón y a lo convencional como si de pronto fueran también cadáveres exquisitos: 3 ¿Habrá la posibilidad de imaginarse a un chino poeta sentado a la luz de un invierno arbolado, tejiendo entre las manos el cántaro de un manga que promete el delirio? ¿Adónde va la reencarnación de un faro silencioso entre piernas de ojos rasgados? ¡ Hijos de Freud, desencarnad el falo de nuestras manos! ¿Adónde va a parar todo esto?

Hay una especie de diálogo permanente que se da entre el autor y los personajes reales o ficticios que van apareciendo en el libro: 4 (dinos cómo sobrevivir a nuestra locura) a Oé rasguña una piel: rinoceronte encajado en la cordura

O bien, describe escenas que parecieran grabados bajo la niebla y en un grano de arroz como los dibujos de Utamaro: 5 (manga) Li Po desespera, ha desanudado cuanta agujeta detenía el nervio de la lluvia; hierve en la página la sed ahora Li Po moja con saliva el dedo gordo, desnuda la mirada

de derecha a izquierda desde el final hasta el principio, abre y cierra pares de piernas en un cómic de ensortijado vello púbico y mirada lasciva.

Celebramos hoy este poemario coeditado sobriamente por El Tucán de Virginia, Conaculta y la Secretaría de Cultura y las Artes del Estado de Yucatán, obra de un autor joven que enriquece el panorama de las letras mexicanas actuales y que nos regresa a la reflexión siempre atractiva de los libros que al lector tradicional le implican un mayor ejercicio de relectura pero a cambio le otorgan el placer de avizorar temas, atmósferas e imágenes inusuales.

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La noche del cerebro FORMASBREVES::ReseñaaElcerebrodemihermano,deRafaelPérezGay,editadoporSeixBarral.PORJAIMEMARTÍNEZOCHOAjmochoa4@hotmail.com

E

l 26 de mayo del año pasado, el filósofo, escritor, traductor y diplomático José María Pérez Gay murió después de haber padecido una larga y tortuosa enfermedad degenerativa. En su obituario, la mayoría de los diarios hicieron hincapié en su vínculo con Andrés Manuel López Obrador, de quien fue asesor en materia cultural, además de colaborador y amigo. Le hicieron un flaco favor, por supuesto, pues Pérez Gay era más que eso y su acción política, tardía y breve, no sirve para opacar su trayectoria como hombre de letras.

Unos meses después de su muerte, su hermano Rafael Pérez Gay, escritor, periodista y editor, escribió El cerebro de mi hermano, un breve pero hermoso libro sobre la muerte del filósofo.

No es un perfil ni un obituario sino la historia de una enfermedad que puso en jaque a un hombre que creía en el poder de los libros para transformar al hombre.

Educado en Alemania, donde vivió 15 años, Chema Pérez Gay fue autor de varios libros importantes, entre ellos El imperio perdido, donde pasa revista a los escritores austrohúngaros que se quedaron sin patria, entre ellos Musil, Broch, Strauss, entre otros tantos.

Profesor y diplomático, ya desde sus años tempranos tradujo a nuestro idioma la obra de un sinfín de eruditos alemanes, con lo que enriqueció varias publicaciones mexicanas.

Ya de regreso en nuestro país, mantuvo un pie en la diplomacia y otro en la investigación y no se sabe cómo fue que llegó a la militancia política, de manos de López Obrador, a quien consideraba un hombre visionario y honesto.

Todo comenzó, nos dice Rafael Pérez Gay, con una leve cojera que al principio era apenas una molestia. Le siguió un gran cansancio, cierta obesidad y depresión y un malestar físico a todo lo que fuera movimiento. Después, la cojera se transformó en una verdadera discapacidad y fue esto lo que lo llevó a sufrir una caída que le provocó la rotura de una cervical.

El escritor, periodista y editor Rafael Pérez Gay.

Desde entonces, el cerebro de José María Pérez Gay empezaba a mostrar ciertas deficiencias, si bien todavía no del todo preocupantes. ¿Cómo es posible, se dice el hermano angustiado, que una persona empiece a perder su personalidad, es decir su cerebro, aquello que le da orden a un cuerpo?

Es este, el cerebro, el más misterioso de los órganos humanos, del que tan poco se sabe no sólo en lo que respeta a sus alcances y sus funcionamientos sino a su lenta podredumbre.

De repente, Chema Pérez Gay fue diagnosticado con esclerosis múltiple por médicos de Cuba y de EU y lo que parecía una fuerte depresión empezó a convertirse en una enfermedad de riesgo, uno de esos padecimientos que nadie espera padecer ni, mucho menos, espera que padezca nadie cercano.

El proceso de degeneración es largo y empieza por la pérdida de memoria, la falta de concentración, la confusión de palabras.

Luego, ya no se sabe lo que se dice, se equivocan las fechas, se invocan palabras desconocidas.

Lo más grave es cuando ya no se puede hablar ni comer, es decir, cuando el enfermo prácticamente se convierte en un bulto al que hay que darle de comer en la boca y ponerle babero, colocarle un pañal cada cierto tiempo, tratar de entender sus inquietudes a través de un lenguaje nuevo, consistente en el movimiento de las piernas, de los ojos o de las manos.

Chema Pérez Gay, el gran intelectual mexicano, se convierte en un vegetal, lo que constituye su primera muerte, dice su hermano y biógrafo (la última es la muerte física, la definitiva). Si para una persona normal la pérdida del cerebro constituye una catástrofe, mas lo constituye para un intelectual, cuyo trabajo no deviene de sus manos sino de su mente. Leer, escribir, son tareas imposibles y es entonces cuando el padecimiento se convierte en una tragedia.

Rafael Pérez Gay, que lo atiende y lo ob-

serva morir, se pregunta qué ocurre en el cerebro de su hermano, que de tener tanta facilidad para los idiomas y el pensamiento filosófico ahora es incapaz incluso de recordar quién es. Se pregunta en dónde estará Piedra del sol, el poema de Octavio Paz que casi se sabía de memoria, en dónde los versos de García Lorca que tanto le gustaban y párrafos enteros de la obra de Goethe.

No están en ninguna parte, se dice, porque el cerebro de su hermano está sumido en una noche más tormentosa que la noche habitual.

Pero El cerebro de mi hermano no es solamente un estudio clínico sobre la muerte de un hombre sino un perfil sobre la historia de los hermanos, con sus encuentros y desencuentros.

Muy mayor para ser su amigo de la infancia, pero no tanto como para ser un extraño, a los dos hermanos Pérez Gay los une la pasión por la literatura y así, sin envidias ni competencias, los dos deciden seguir su propio camino, intercambiándose textos y lecturas (el hermano menor dirá que el mejor taller literario que tuvo fue trabajar con su hermano mayor).

Pero a los hermanos también los separaban diferencias y una de ellas es la política.

Izquierdista en sus inicios, Rafael Pérez Gay después se desencantó del llamado socialismo real y adoptó una actitud más indiferente.

Crítico del socialismo en sus inicios, al final José María Pérez Gay le extendió su confianza a López Obrador, con quien trabajó en su candidatura a la Presidencia.

Esto divide a los hermanos, volviéndolos casi enemigos. Al final, sin embargo, se reconcilian, pues más allá de la política, tan humana como venal, existe el arte y en este no hay más que complicidades.

El cerebro de mi hermano es el testimonio valiente y lúcido de un hombre que adoraba a su hermano y que trata de comprender cómo es que el cerebro, el motor de toda vida, un día decide no volver a caminar.

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Oscar Isaac, protagonista de Inside Llewyn Davis, reciente filme de Joel y Ethan Coen.

Balada por un hermoso perdedor ELTERCEROJO ::¿QuéhabríasidodeBobDylansinuncahubierallegadoalafama?EslahistoriaquenosnarranloshermanosCoenensuúltimacintaInsideLlewyn Davis:baladadeunhombrecomún,unfolkmoviemetafísicosobrelastribulacionesdeuncantantefracasado.PORSYLVAINPROVILLARDsprovillard@hotmail.com

A

l salir de la sala oscura me quedé dubitativo, casi decepcionado. Quizá esperaba reencontrar de una u otra forma el humor corrosivo de Fargo, los personajes desenfrenados de El gran Lebowski, la inmoralidad de Sin lugar para los débiles o la frialdad de Barton Fink. Inside Llewyn Davis tiene el ritmo de una balada triste: sin grandilocuencia ni sorpresas, con una melodía monótona, sin embargo enganchadora. En los días siguientes, la magia empezó a hacerse presente: no podía quitarme de la cabeza la mirada desconsolada del protagonista y mis oídos no lograban deshacerse de su voz hermosamente desesperanzada mientras canta Hang me, oh hang me, I’ll be dead and gone, wouldn’t mind the hangin, but the layin in the grave so long (Cuélguenme, cuélguenme, estaré muerto y bien muerto, no me molestaría el ahorcamiento, pero sí estar en la tumba tanto tiempo). La decimosexta película de Joel y Ethan Coen es una obra de digestión lenta, cuya profundidad sutilmente escondida se revela y crece descontroladamente en la mente de los que acompañaron a Llewyn Davis en su viaje sin destino.

Muchas de las mejores películas de los hermanos Coen no alcanzaron el éxito comercial: con Barton Fink, Palma de Oro en Cannes 1991 y hoy película de culto, ni siquiera pudieron recuperar los gastos de producción.

Un hombre serio (2009), incensada por los críticos y que curiosamente me había dejado la misma sensación que Inside Llewyn Davis, solamente recaudó 9 millones de dólares en Estados Unidos. La más reciente producción de los Coen se llevó el Gran Permio del Festival de Cannes y no generó ninguna ganancia.

Sin embargo, las tribulaciones y el vagabundeo de este cantante folk en Nueva York, a principios de los años sesenta, seguramente quedarán como una de las historias más conmovedoras, personales y empáticas de su filmografía.

Llewyn Davis es un talentoso músico que duerme en los sofás de los amigos que todavía lo aguantan y que sigue tocando en los mismos pequeños bares, sin lograr darse a conocer. No sabemos muy bien si atrae la mala suerte o si la provoca: su antiguo compañero musical se ha suicidado; Jean (Carey Mulligan), la mujer que ama, queda embarazada de él después de un romance de una no-

che, ella lo odia por eso y decide salir con Jim (un sorprendente Justin Timberlake), cantante oportunista que Llewyn desprecia.

Los hermanos Coen nos llevan en el laberinto de la vida de este desafortunado errabundo, mostrándonos las difíciles decisiones que tiene que tomar. Un símbolo de estos dilemas son dos puertas, una al lado de la otra al, final del angosto pasillo de un edificio: una de éstas lo lleva al departamento de Jean. Los directores no se interesan en las causas de la deriva de su antihéroe, sino en cómo su vida bohemia no tiene sentido ni rumbo. Los directores no expresan ninguna nostalgia ni idealización por esta época, sino que pintan un retrato crudo de la miseria de Davis, perdido en el gris invierno neoyorquino.

Interpretado de forma sublime por Oscar Isaac, desconocido actor cubano-guatemalteco criado en Miami, el protagonista está libremente inspirado en el cantante folk Dave Van Ronk, figura emblemática del barrio de Greenwich Village, además de amigo e inspiración de varios intérpretes de la época, incluyendo a un joven recién llegado de su Minnesota natal llamado Bob Dylan. Llewyn Davis es mucho mejor cantante que Dylan, pero es un purista, un trovador apasionado, comprometido con la tradición, que rechaza la idea de corromperse para vender discos. Su necedad e intransigencia lo vuelven insoportable; sus ideales y desdichas lo hacen adorable. Esta ambivalencia es permanente en la película, tanto en los personajes como en las situaciones. Los Coen muestran la perfección de su funambulismo, caminando en lo alto sobre una cuerda tendida entre el drama y la comedia. Una prueba de sus talentos de equi-

Fotograma de Inside Llewyn Davis.

libristas cinematográficos es la escena en la cual Llewyn interpreta una hermosa canción a su padre que se ha vuelto afásico; el marinero jubilado se queda dormido mientras su hijo sigue interpretando Shoals of herring (cardúmenes de arenques) con todo su corazón. Frente a tan patética situación, no sabemos si reír, llorar o hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Algunos han reprochado a los Coen la forma de burlarse de sus personajes sin tenerles compasión ninguna, como en El amor cuesta caro y Quémese después de leerse, comedias realmente divertidas pero poco profundas.

Como George Clooney y Brad Pitt en las citadas películas, Oscar Isaac encarna a un perdedor absoluto, sin embargo entra en la categoría de los hermosos vencidos -diría Leonard Cohen-. Los personajes secundarios, que atraviesan la vida de Llewyn como espectros, también dejan su lívida huella sobre él: desde un viejo músico de jazz menospreciando a los nuevos cantantes que hacen música con cuatro acordes (el carismático John Goodman) hasta el lacónico Johnny Five, poeta de la Generación Beat, especie de alter ego del antihéroe. Como George Clooney en ¿Dónde estás, hermano?, Llewyn Davis es otro Ulises en la filmografía de los Coen: perdido, queriendo vivir feliz en su mundo (la música), pero que tropieza con obstáculos insuperables y personajes siempre insólitos y, a veces, malintencionados. Estos encuentros son totalmente arbitrarios y ninguno de ellos brinda a Davis ni una chispa de esperanza.

La música folk es otro personaje de la película, sin duda la coprotagonista de Llewyn, quien tanto la defiende. Música melancólica por excelencia, el folk es el lienzo mortífero sobre el cual se pinta la obra; prolonga un dolor del presente que tiene sus raíces en un pasado ubicado fuera de la película, inaccesible, casi irreal, que emana del sufrimiento de los irlandeses, ingleses, galeses (de ahí proviene el nombre Llewyn), de todos los vencidos de cualquier época y lugar, y de todos los vagabundos que perdieron algo en el camino aunque no saben exactamente qué. Inside Llewyn Davis es una obra intimista, auténticamente conmovedora y profundamente depresiva. No será un hit instantáneo, sino uno de esos discos que necesitan varias escuchas para disfrutarse mejor.

8|LETRAS~CAMBIODEMICHOACAN

SÁBADO8DEFEBRERODE2014

La fotos diversas ilustran el trabajo del taller Veta Gráfica, cuyo proyecto 40 artistas representa la manifestación más palpable de su fuerza constitutiva.

El proyecto y el deseo de taller* RESEÑA::Sobrelaexposición40artistasqueseexponeenlaGaleríaArroyodelaPlata,enZacatecas.PORJUANCARLOSJIMÉNEZABARCA

H

ay cosas que se aclaran invirtiendo los elementos que componen las nociones comunes. ¿La instalación de un taller de producción gráfica permite el trabajo artístico? ¿La disponibilidad de un tórculo, una prensa litográfica, piedras, placas, tintas, papeles, gubias, lápices grasos, puntas y tantos otros instrumentos, plantean el punto de partida para dar inicio a s creativos? ¿Suceden primero las condiciones materiales y después las disposiciones productivas?

Ensayemos la idea de que la instalación del taller gráfico forma parte del creativo. La imaginación de la obra posible construye la concreción del espacio de trabajo. La inventiva persigue ese lugar favorable donde aterrizar. La pulsión artística yergue muros, distribuye mesas alrededor, dibuja con sus pasos los pasillos y traza el camino que lleva de la zona de grabado a la prensa de impresión definitiva.

El trabajo artístico permite la instalación de un taller para la producción. La multiplicación de las herramientas y la maquinaria gráfica son guiadas por el deseo creador.

El taller Veta Gráfica fue construido por el deseo de su existencia, y el proyecto 40 artistas representa la manifestación más palpable de su fuerza constitutiva. Una fuerza generosa, por cierto; pues mientras el taller continúa configurando paso a paso su forma en uno de los rincones de la comunidad de Veta Grande, artistas de diversos temperamentos y latitudes recorrieron sus espacios

aportando a esta carpeta gráfica.

Como anfitriones, Karina Lozano y Alberto Ordaz asentaron el proyecto y el sitio, los materiales y su disponibilidad. Los invitados trajeron consigo el conocimiento de procedimientos tradicionales y alternos puestos al servicio de la riqueza gráfica que caracterizan a la Meseta Central y el bajío mexicano.

El número 40 finalmente fue desbordado por la cantidad de intereses participantes, y el horizonte geográfico reflejado en la colección que aquí se presenta (inicialmente propuesto para albergar artistas zacatecanos y zonas próximas) terminó por rebasar la región, hasta volverse una muestra internacional al involucrar autores de Francia y Cuba.

La exposición 40 artistas refleja algo más que un proyecto de producción gráfica: es una estrategia de gestión cultural y de promoción artística desde la autonomía. Retrata una de las maneras mejores en que puede aplicarse un estímulo estatal para la Creación y Desarrollo Artístico, tal como el PECDAZ. Estimula la creación de obra, fomenta la noción de escena artística, testifica la actualidad de un procedimiento tal como la litografía –añejo pero vigente y disponible para la experimentación- entre otras técnicas. Visibiliza y divulga el horizonte de artistas emergentes y en consolidación, todos en activo. Los reúne y les convida a convivir: el proyecto fomenta la formación de comunidad artística.

Y sobre todo, consolida la posibilidad de establecer centros de producción y circulación de obra fuera de las grandes capitales, entidades mentales –más que territoriales- que fuera de sí mismas no suelen imaginar la viabilidad de proyectos significativos. * Texto incluido en la exposición 40 artistas del taller Veta Gráfica. Galería Arroyo de la Plata. Zacatecas, Zac. Inicio: 7 de febrero 2014.