«Retratistas Mexicanos», El Universal Ilustrado, 21 de octubre de 1920. Fotos de María Santibáñez, con texto de Carlos Mérida.
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La dedicatoria manuscrita al reverso o sobre la propia imagen fotográfica revela al observador la cadena de los afectos, las emociones que alguna vez fueron. Apunta a que el arte fotográfico, como lo entienden los curadores y otros celosos guardianes del templo, quizá sea una sobrelectura, y que las fotografías de estudio circularon más en los cálidos terrenos de los afectos que en los fríos campos de la artisticidad. Envuelto en halo de tiempo, el retrato se ofrecía como acto de amorosa ficción. Vendría bien una anécdota. Cuando, en 2011, José Antonio Rodríguez organizó la muestra Otras miradas. Mujeres fotógrafas en México para el Museo de Arte Moderno, invitó a Margarita (1923) de Santibáñez a la fiesta. «Hay en cada retrato una mirada delicada, coloca flores, difumina muy bien la imagen. Lo que hacía ella era bellísimo». 19 Así se entiende que Margarita abrace las flores y nos deje ver el anillo de compromiso. El museógrafo, cuyo nombre prefiero no recordar, enmarcó la fotografía ocultando la dedicatoria. Así apareció en el catálogo. ¿Cuál es el lugar de la memoria afectiva en la cultura? Colgadas en las exhibiciones, frecuentemente se nos olvida que estas fotografías no