carle al lector cómo es que sus retratos no lo eran. Reseñaba que: «Silva no es un fotógrafo propiamente hablando; no es un retratista trivial. Creo sinceramente, más aún, estoy convencido, de que jamás le interesó impresionar la exactitud de líneas en un conjunto de facciones. Sus llamados retratos no podrán serlo si se quiere, no tendrán la vulgaridad de la semejanza con el original, pero al Maestro no le importa eso. Estoy seguro que jamás le preocupó tamaña insignificancia». 31 Pero un retrato sin parecido parecía otra aventura iconográfica. No existía una definición uniforme de esta relación. Ya en sus Problemi di Estetica (1910), Benetto Croce había renegado del parecido. Para Croce, «L’arte si regge unicamente sulla fantasia: la sola sua richezza sono le immagini». Pero esta majestad de convicciones descarta cualquier vestigio de realidad en el arte: «Non classifica gli oggeti, non li pronunzia reali o immaginari, non li califica, non li definisce». Términos vigorosos para una intuición del sentimiento. Con esta complicidad, el fotógrafo podía dejar atrás la labor del estenógrafo y empujaba fuerte para hacer del retrato un género autónomo. En su desarrollo del estilo y la exaltación de la persona es probable que Silva haya brincado algunas trancas. Sospecho que interrogó al medio al acentuar el carácter ficcional y artificial de toda fotografía. Pero como bien destaca Peter Halter, el retrato busca la autorrepresentación y, por tanto, la del fotógrafo. 32 Retratar es siempre retratarse, y al retratarse se representa al otro. Ese círculo perfecto que regresa al delicado punto de actualización del posante. Esta intención mutua define los términos de la transacción iconográfica. Si Díaz rejuvenece en sus imágenes es porque intenta explicarnos el principio de longevidad lo cual es, por supuesto, una aspiración política. No era la visión positivista la que imponía a las fotos la obligación de registrar. Funciona bajo otro paradigma: un imaginario definido por ritos, aspiraciones y logros. Un manual fotográfico, escrito por el profesor Luis Sassi y llamado con modestia abc de la fotografía (1923), explicaba con sencillez este credo del distanciamiento con la verdad de lo real: «La reproducción fidelísima de un sujeto no responde, en consecuencia, a la verdad, ya que la verdad en este caso sería para nosotros ver reproducidos los objetos con toda exactitud, sí, pero tal como los vemos naturalmente a simple vista, esto es, sin aparatos ópticos que modifiquen nuestra potencia visual». 33 De modo que la real semejanza de los retratos es, en todo caso, con lo ideal, con aquello a lo que aspiramos. Sin duda pasa por excéntrico el criterio que trivializa la semejanza, pero ¿cuál es el sentido de un retrato que omite el parecido? El casi centenario avant-garde ha sido una fuente de renovación de la expresión fotográfica. 195