Luna Córnea 27. Lucha Libre

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de los ochenta y cinco millones semanarios. Los adictos al cine saben ya siempre qué esperar de un villano a quien conocen de otras películas, de quien su tipo mismo, y la mirada turbia que nos enseña un corte rápido de la pareja feliz en two shot a un close up del hombre malo, nos lo dicen todo. También los luchadictos sabemos que no se puede esperar nada bueno de Murrieta ni del Gorila Macías: que en cuanto puedan, la emprenderán a mordiscos contra Octavio Gaona o contra Firpo Segura; que les picarán los ojos sin compasión, en cuanto se apoderen de su pescuezo con el gesto inocente de quien lleva libros bajo el brazo, y mientras Ruddy Blancarte no los mira. Que si les cae cerca una de esas naranjas con arrojar las cuales al ring los espectadores demuestren a la vez la eficacia de la policía y su personal resentimiento contra el villano, la ocultan en sus sintéticos calzones para exprimírsela en los ojos al héroe en cuanto se descuide. Pero en las luchas podemos expresar nuestra reprobación con mayores frutos que en el cine. Nos incorporamos al espectáculo, damos lo que se pide de nosotros, y aquel magnífico director de orquesta que es el villano concierta con esos brazos con que nos hace señas indecorosas un clímax de gritos y protestas armonioso y total que las fotografías animadas no logran nunca arrancar de sus espectadores sedentarios y pasivos. Aquellos que desde su resentimiento personal, desde su inferioridad física, lanzan a las luchas el cargo de que son “teatro” en el sentido en que “aquello no es real”, son los mezquinos supervivientes de una generación que, por ejemplo, creyó que era poesía la que gimoteaba Campoamor. Su persona y su punto de vista, si no merecen un examen detenido, sí se hacen acreedores a él. Son los Basil Zaharoff, sin sus millones, de batallas campales que querrían ver resolverse en asesinatos colectivos, porque ése les parece el único modo satisfactorio de desquitar el precio de su billete. Se pregunta uno si querrían que a la hora en que Ali Bey, con su marcado aire de familia con el general Calles, se dispone a remar con las extremidades inferiores de Tarzán, después de haberlo bocabajeado a la malagueña, tirándolo de unos cabellos que hace mucho abandonaron, para hacer imposible la reciprocidad de trato el piloncillo de su propia afeitada cabeza; y Tarzán palidece con la espina convertida en hamaca, si querrían estos sádicos que Ali Bey extremara la llave hasta el fallecimiento de Tarzán, nada más para que aquello fuera tan “real” que los inconformes con el teatro salieran satisfechos de él. Si el toreo es arte, como suponen los taurófilos; si Diego Rivera es un artista, como aseguran los críticos, es porque ni Armillita ni Diego tienen la menor necesidad de enfrentarse con toros ni paisajes, y sin embargo, lo hacen; no para darnos directamente el paiAutor no identificado. Postal de Eskimo Blancarte. México, ca. 1939. Postal del luchador-actor Wolf Rubinski. México, ca. 1942. Col. Christian Cymet. 32

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