Su indumentaria puede ser lo mismo sencilla La Parka reloaded que variada: un traje totalmente negro (aunOrlando Jiménez que los tiene también en rojo y blanco) que lleva estampada una estructura ósea en amarillo, verde fluorescente, blanco, según el requerimiento de cada noche. Y si la moda de la lucha libre es de por sí estrafalaria, la diversidad de diseños con los que se presenta La Parka, bien pudieran ser la envidia de algunos rock stars, estrellas de cine y televisión y, por supuesto, de muchos de sus compañeros luchadores. Su prestigio ha traspasado fronteras. La Parka es aclamada en ciudades de Estados Unidos donde existen asentamientos latinos. El coro de ¡ Parka, Parka, Parka...! lo mismo retumba en veladas colectivas convocadas en una arena de Phoenix, que en un salón comunitario en Los Ángeles, un gimnasio en Oaxaca o en un ex-complejo de cines en el Valle de Chalco. Se apagan las luces de la arena y los cohetones explotan, en el ambiente se mezcla el humo con el sonido de Control Machete o con Thriller de Michael Jackson. La advertencia del anunciador: “¡Y nuevamente entre nosotros: La Parkaaa..!” acompaña a este personaje cuando emerge de las oscuridades del vestidor. Rítmicamente, el luchador se dirige al Olimpo de cuatro lados. A veces el encordado se transforma en una pista de baile donde lo profano y lo sacro bailan también enmascarados, envueltos por mil gritos que conforman una especie de corifeo (¡eh, eh, eh, eh…!). La coreografía en donde La Parka danza, emulando el videoclip en donde Jackson baila entre los insepultos, se ha transformado en un nuevo clásico de la lucha libre, un plus para los aficionados que, anonadados, disfrutan la danza de la muerte como centro del espectáculo.
César Flores. La Parka y la Súper Parka (página siguiente) sobre el entarimado de la Arena López Mateos. Tlalnepantla, Estado de México, 24 de septiembre, 2003. 281
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