Luna Córnea 27. Lucha Libre

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Y que incluso, algunos tecuanes se ponían solamente la máscara de El Santo, Aníbal o Blue Demon, para cumplir con su rito ancestral. Cuando Lourdes vio que uno de los eventos de la fiesta era un espectáculo profesional de luchas –con su ring, sus rudos, sus técnicos y sus tres caídas reglamentarias–, sus teorías se confirmaron y, donde otros lamentarían la contaminación de la tradición, ella vio una renovación modernizada del rito. “Buscando el origen, encuentro la máscara de lucha libre –recuerda Lourdes– y me fascina.” Aunque en su archivo hay imágenes de épocas posteriores, ella documentó con precisión un momento específico de la historia del deporte: la primera mitad de la década de los ochenta; los últimos años de El Santo, Blue Demon, Ray Mendoza o Dorrel Dixon, algunos de ellos formados desde la era dorada de los cuarenta y los cincuenta, de manera que le tocó registrar momentos históricos del deporte, como la emotiva despedida de El Enmascarado de Plata, ocurrida el 12 de septiembre de 1982 en El Toreo de Cuatro Caminos. Fueron aquellos también los años de esplendor de El Solitario, Aníbal, Mil Máscaras y Canek; el momento en que el Perro Aguayo, Satánico, los Brazos y los Villanos comenzaban a descollar; la época en que la capital todavía estaba vedada a la lucha libre femenil –por decreto del regente Uruchurtu emitido desde los primeros años cincuenta–, y hasta nuestras campeonas mundiales, como Irma González, Lola González y muchas otras, sólo podían presentarse en arenas de provincia. Veinte, veinticinco años atrás había funciones de lucha todos los días y las revistas especializadas, como El Halcón, Box y Lucha, Lucha Libre y K.O., anunciaban y reseñaban cada semana los programas de cerca de quince arenas de la capital y sus alrededores. Lourdes organizó su acercamiento al espectáculo y su circunstancia bajo un estricto orden temático: En “La lucha de las estrellas” exploró las coreografías sobre el ring; en “El público” retrató el lado de las butacas; en La doble lucha abordó el mundo de las luchadoras; y en “La lucha por la vida” siguió a los que completaban su ingreso ejerciendo los más diversos y profanos oficios: encontró que los dioses y las reinas del pancracio eran también humildes mecánicos, joyeros, dentistas, meseros, taxistas, carniceros, cantantes de ranchero, entrenadores, administradores de gimnasios, fabricantes de máscaras, trajes y demás parafernalia luchística. Para una exposición que se iba a Lourdes Grobet. Arena Coliseo de Acapulco, Guerrero, ca. 1984. Derecha: Chela Salazar contra Vicky Williams. Toreo de Cuatro Caminos, Estado de México, ca. 1980. 172

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