Luna Córnea 27. Lucha Libre

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La lucha de mujeres existe en México desde los guapas y traicioneras* años cuarenta. Las norteamericanas fueron las Janina Möbius pioneras en el cuadrilátero pero a partir de 1955 se presentaron las primeras luchadoras mexicanas. Debido a la prohibición de las luchas femeniles en el D.F., a fines de los cincuenta, las luchadoras profesionales tuvieron que viajar a distintas arenas de provincia, hasta que en 1987 se levantó la prohibición. Desde el inicio, las luchadoras ocuparon en el programa de lucha libre (y en los medios) un lugar secundario respecto a los hombres. En las primeras décadas de luchas femeninas, los retratos de mujeres enmascaradas tenían rasgos parecidos a la representación masculina: gestos de fuerza y poses viriles. Las luchadoras sin máscara, en cambio, se exhibían en clara correspondencia con los cánones de belleza femenina. Los espacios fotográficos de las luchadoras, al igual que la iconografía femenina, tienden a ser bipolares: van de lo privado a lo público, de la recámara (o el boudoir) a la arena, de lo terrestre del ring al cielo de la azotea. Estas imágenes contienen una rara mezcla de intimidad y exposición. Transitan, sin mayor mediación, de lo casero a lo glamoroso. En México, sobre todo en las diferentes variantes de la lucha libre, la ambivalencia virgen–prostituta no está aún resuelta. Existe un espectro más amplio de posibles interpretaciones. En el wrestling norteamericano esta ambigüedad está claramente definida: sólo es posible la recepción de la mujer en el ring sea como personificación de las virtudes norteamericanas o como prostituta. En la lucha libre nacional –tanto en las narraciones como en la representación de las gladiadoras se escenifican, por lo menos como subtexto, la imagen de la mujer peligrosa pero atractiva, y la figura de La Malinche (traicionera, aunque sea por amor) dentro del contexto de la confrontación física. Como prototipo de esta imagen femenina está la figura artificial de la valet Miss Janeth. Sobre todo son las rudas las que rompen con las reglas estereotipadas del comportamiento de la mujer. Al mismo tiempo, ellas brindan al público femenino un espejo para las propias fantasías, que minan el código tradicional. Las luchadoras, al igual que las espectadoras, tienen en la arena la posibilidad de vivir sus fantasías (de violencia o rebelión), sin peligro de ser estigmatizadas socialmente por ello. Las rudas que personifican al Mal provocan sobre todo reacciones polémicas del público. Escenas de traición, oportunismo, violencia física y gestos provocativos están en fuerte contradicción con la imagen de la mujer mexicana difundida por los medios. El cuerpo femenino plagado de connotaciones bélicas, las caras destrozadas llenas de sangre, la violencia intrafemenina y las rudezas contra el réferi causan un impacto visceral que no es el mismo que producen las fotografías de hombres. Trabajar como luchadora significa salirse del rol tradicional. Brutal femme fatale, presencia sexual, diosa de carne y hueso, la luchadora puede ser destronada cuando ya no cumple con las expectativas del público.

* Extractos del artículo de la Dra. Janina Möbius titulado “De la Malinche a Miss Janeth y de la Guadalupana a Lady Apache. Imágenes de mujeres dentro y fuera del ring”. Arturo Ortega Navarrete. La Malinche. Ciudad de 8 de mayo de 1966. Centro de Colecciones Arturo Ortega Navarrete, A.C. 151

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