Luna Córnea 27. Lucha Libre

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La lucha libre parte de algo muy sencillo: Guerra de mentiras entretener al público. Su naturaleza es el especGabriel Rodríguez Álvarez táculo a través del combate y para llevarse a cabo es precisa la condición atlética y el sentido escénico. A esa combinación se suman invariablemente los otros participantes de la lucha, porque ésa es otra de sus características: es una coreografía, un ballet que se compone de uno o varios protagonistas en tres matchs en donde existe un punto de riesgo en el que todo se puede echar a perder, tanto las caídas a favor como la integridad física de los que en ésta participan. La lucha libre puede ser sinónimo de muchas cosas pero en resumen denomina el estilo mexicano de lucha, compuesto por diversas técnicas que abarcan posiciones de ataque, castigo y resistencia importadas de Europa y Estados Unidos a las que se han añadido las aportaciones locales. Es el desenvolvimiento del combate a través de posturas conocidas como “llaves” que hacen realidad la máxima de El Mago Septién, cronista deportivo que resumió: “Para cada veneno existe un antídoto”. Son también improvisaciones que mezclan movimientos que le dan otras escalas al ritmo que invariablemente va in crescendo hasta acabar con las espaldas de alguno de los luchadores tocando la lona tres segundos seguidos o rendido por el dolor del candado. Existen dos bandos: los rudos y los técnicos. En la nomenclatura de llaves con patente nacional, la duración de la lucha en teoría es “sin límite de tiempo” pero depende de la acumulación de caídas a favor. El primero de los dos que gane dos de éstas se convierte en el ganador de la pelea. Existen combates mano a mano que cultivan el odio entre los gladiadores, pero pueden haber de por medio desde los cinturones de campeonatos, hasta las cabelleras o las máscaras según sea el caso de sus participantes. Ésas son las batallas estelares. En México, a simple vista, no existen apuestas y la reventa labora bajo los letreros de “prohibido”. Un revendedor te intercepta a punto de llegar a la taquilla. El subempleo no se queda fuera de la arena y desde el margen hasta el centro se da una vendimia matriculada ya sea para ofrecer productos de marca o bien la piratería de los talleres culturales clandestinos. La lucha se reproduce. Se ofrecen las máscaras y las antologías de combates legendarios que le sirven a lo perdurable del mito. Es la democracia del plástico y del video. En casa está el canal que presenta los resúmenes de las batallas mexicanas y por cable se puede ver el wrestling estadounidense; para completar el panorama mediático existen videos piratas de la lucha japonesa. Los vendedores casi tienen número de inventario de la empresa que luego de cinco generaciones casi es una familia. También las herencias incluyen máscaras, cabelleras y rivalidades. Hay arenas grandes y pequeñas, pero en todas manda su público, que se caracteriza principalmente porque consume a sus ídolos con vehemencia. En el simulacro del cuadrilátero también la autoridad está enmascarada. Cada uno labora para su empresa y hasta la historia se puede mandar hacer a la medida de la máscara. El lugar común llega a ser verdad por repetición, depende quién diga la mentira o la diga más fuerte; depende sobre todo quién tenga los derechos para hacerlo o decirlo.

El sentido del engaño Tal parece que la violencia es omnipresente y que hay dos asientos en el sube y baja de la existencia: ser víctima o victimario. Como noticia, vivencia o entretenimiento forma parte de la cotidianeidad en todo el mundo. La guerra se vive de prisa o se sufre Dorothy Lee. El luchador norteamericano Black Metal hace su aparición en la Arena Naucalpan. Estado de México, 2002. 105

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