un reportaje tras bambalinas, y más allá, todavía más allá, capta el reflejo afantasmado de los espectadores en la vitrina de dos osos panda disecados . Especie carnívora en extinción. En ese vidrio translúcido, para mí se ratifica nuestra terca humanidad frente a un mundo animal que se pierde. Insisto: es una figura de la devoción perdida. Al centro del cerco negro del animal expuesto no vemos un ojo sino una canica. Qué extraño gozo sentirme desolado en medio de la multitud. Me detengo donde me place ver a un animal : su fatiga es el encierro. Abdico a la fascinación aunque implique la negación del otro: en esto radica lo patético de la condición de espectador en un zoo. Y sé que todas estas cosas son menos definidas en las imágenes que vemos y en las condiciones escenográficas que el animal enfrenta. Pero qué se puede hacer frente a una imagen como la del refrigerador retacado de partes de animales que alguna vez posaron en los espacios simula dos, sino dejarse ir irremediablemente en la parálisis de la fascinación: el vértigo. La verdad es que estas fotografías de Víctor Mendiola, como las de Robert Frank y las del italiano Ernesto Bazan tienen una fuerza de atracción porque parece que la situación captada no tuviera otro fin más que la de ser imagen.
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