Fragmento ¡SOS! Bullying

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Nuria observa, desde la ventana de su despacho, a los grupos de jóvenes en el patio del instituto. Algunos charlan animadamente y entre bromas se comen sus bocadillos; otros, los del primer ciclo de la ESO, los más pequeños, juegan al futbol. Tiene la impresión, por sus enérgicos gestos y los estridentes gritos, que se divierten para su gusto con demasiada violencia. Además, le parece que todo lo que está relacionado con este deporte es muy agresivo. La algarabía que le llega desde el bar le hace pensar que debe de estar lleno a rebosar. Aunque durante el recreo, profesores y alumnos comparten el espacio de la cafetería, el alumnado suele permanecer sólo el tiempo necesario para comprar el almuerzo o alguna golosina. En general, durante la media hora que dura el descanso, unos ignoran a los otros. Lo necesitan para cargar las pilas antes de continuar con la jornada escolar. Alertada por unos gritos procedentes de un rincón del patio, Nuria estira el cuello con la intención de divisar 7


qué está pasando, pero le resulta imposible ver con claridad la escena. Aun así, tiene la impresión, por el griterío, que se están burlando de alguien. Reconoce a algunos de los alumnos de cuarto de la ESO, que se acercan al grupo atraídos por el jaleo y presiente que se está montando algo gordo. Se precipita hacia las escaleras y las baja tan rápido como puede. Quiere saber qué está sucediendo y dónde están los profesores de guardia del patio. Sin querer, choca con una chica que también camina apresurada y que, sin levantar la vista del suelo, murmura una disculpa con voz débil, sin levantar la mirada del suelo. A pesar de la precipitación del momento, la reconoce. Es Aurora, una alumna nueva de cuarto de ESO. Recuerda que se incorporó al centro unas semanas después del inicio de curso. Se da cuenta que la joven está alterada, que algo le sucede. Se siente tentada a preguntarle qué le pasa pero decide no pararse. Tiene prisa por descubrir el motivo que reúne al grupo de adolescentes ruidosos y chillones. Cuando al fin llega al patio, los alumnos se han dispersado y el ambiente se ha vuelto, en apariencia, de absoluta normalidad. Comprueba que la causa de la tranquilidad es la presencia de los dos profesores de guardia, que ahora están hablando con los chavales. –¿Qué hay de nuevo? –pregunta Nuria. –Nada importante. Estoy seguro que estaban tramando alguna trastada, pero cuando nos han visto llegar, la mayoría se ha largado –le explica Juan, el profesor de física y química, que, con despreocupación, 8


le comenta el incidente. Le quita importancia a lo sucedido y a continuación empieza a contarle una serie de travesuras estudiantiles inofensivas con la intención de hacerle ver que los chavales se divertían, nada más. –No sé qué decirte, hay unos cuantos alumnos de cuarto que tienen una actitud que no me gusta nada. –Sinceramente, Nuria, creo que te preocupas demasiado. No hay ningún indicio que nos haga sospechar que en el centro haya problemas de vandalismo o de crueldad dirigida hacia ningún alumno. –Es posible que no los haya, Juan, pero el curso pasado tampoco parecía haberlos y lo que pasó fue muy grave. La imagen de los profesores quedó muy deteriorada ante los padres. –Tampoco hay que dramatizar. A mi modo de ver, los padres de María exageraron un poco. Creo que en aquel caso la niña tenía algunos problemas psicológicos que los padres no quisieron ver, centrando toda su atención en la sospecha de que estaba siendo acosada por sus compañeros. Todos sabemos que entre los alumnos siempre ha habido episodios de burlas y peleas, y que, afortunadamente, cada vez somos más conscientes y sensibles a este tema. –Puede que tengas razón, pero eso no justifica la agresividad entre los estudiantes, ni me deja más tranquila. Creo que hablaré con el psicólogo. Podríamos plantearnos elaborar algún programa preventivo para resolver la violencia en el centro. 9


–Tú misma. Nuria suspira inquieta. Es su primer curso como directora y todavía le cuesta hacerse a la idea. La alarman todas las historias que ha escuchado sobre indisciplina y violencia en sus últimos años como docente. El curso pasado, sin ir más lejos, los padres de una alumna denunciaron al centro porque creían que estaba siendo acosada. Se ve obligada a admitir que posiblemente el profesorado incrédulo reaccionó demasiado tarde y los hechos tuvieron consecuencias nefastas. El timbre que anuncia el fin del recreo la saca de las reflexiones que la angustian. Decidida, se dirige a su despacho al tiempo que cae en la cuenta de que el otro profesor de guardia, cuando ha oído las palabras acoso y violencia, ha desaparecido muy discretamente. Mientras recoge la carpeta y el material que necesita para clase, anota mentalmente una conversación con él. Entra en el aula y, después de un breve saludo a los alumnos, se dispone a borrar la pizarra. A pesar del silencio que se genera cuando entra, percibe algunas risas contenidas. Aunque sabe que los graciosos son siempre los mismos, se da la vuelta para comprobarlo. Se olvida del hecho y empieza la clase. En los veinte años que ha sido profesora de lengua inglesa, ha aprendido a interpretar las acciones y reacciones de los alumnos. Sabe que detrás de las risas siempre hay burlones que han hecho alguna travesura, y que tarde o temprano la descubrirá. 10


Cinco minutos después de empezar la lección, la puerta del aula se abre y entra Aurora. A pesar de la expresión contrariada de su cara y de sus ojos enrojecidos, se sienta sin decir palabra. Nuria la mira sorprendida. En media hora escasa, es la segunda vez que se topa con esos ojos y es incapaz de entender el mensaje que le quieren trasmitir. Aunque la joven se sienta apresuradamente, llega a percibir que tiene los pantalones mojados por detrás. Una de las chicas que antes reía intenta evitar estallar en carcajadas apretando con fuerza los labios. Nuria no hace ningún comentario y continúa con las explicaciones. La clase acaba sin más incidentes. Antes de irse, Nuria mira de reojo a Aurora, que permanece con la cabeza escondida en un libro. Esta actitud no la tranquiliza en absoluto; de hecho, le hurga en los pliegues de la memoria. Los recuerdos se remueven agitadamente en los ámbitos de la conciencia, pero ella, experta en el arte de enmascararlos, los espanta con maestría y sale deprisa del instituto. Ya en la puerta, se detiene a hablar con el conserje, que la mira con una amplia sonrisa. El hombre, siempre amable con ella, le hace algunos comentarios sin trascendencia que consiguen distraerla y alejar, por unos instantes, la preocupación injustificada que le ronda por la cabeza. Nuria abandona el centro y se dirige al aparcamiento. Antes de subir al coche mira a su alrededor y comprueba aliviada que no hay indicios de conflicto, que en el ambiente reina la normalidad.

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