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junio - agosto 2015
Pero no quedaría allí el vínculo entre Villegas, Altamirano y otros referentes de esos tiempos. En abril de ese año se desarrolló en La Habana el 7° Congreso Panamericano de Arquitectos, poniendo especial atención en las “posibilidades y exigencias de los Planes de Estudio en relación con el medio en que va a ejercer el Arquitecto”. Allí Altamirano, Gómez Gavazzo, Artucio y Villegas Berro, presentaron una ponencia que luego sería publicada en Arquitectura (N° 222/julio-agosto 1950) acompañada de 29 firmas y seguida de la síntesis -en 6 páginas, esquemas incluidos- de la exposición hecha por Gómez Gavazzo en el Consejo de la Facultad sobre el anteproyecto de ordenación de materias para el nuevo Plan de Estudios. Con diplomática distancia -y real espíritu de concordia-, la publicación oficial de la Sociedad de Arquitectos recogía dos documentos fundacionales del Plan del 52, parteaguas de dos tiempos. También en esos avatares, un joven arquitecto marcaba presencia… y prometía dejar huella en varias sendas.
LA SEDUCCIÓN DE LA PROPIEDAD HORIZONTAL En la década siguiente tuvo varias oportunidades de confirmar sus méritos como proyectista, pero sus vínculos con la orientación dominante en la Facultad de los años 50 se fueron debilitando a medida que concentraba su trabajo en los programas que alentaba la aplicación de la ley de Propiedad Horizontal. Con el mismo equipo del Sindicato Médico incursionó puntualmente en programas que atendían la demanda de los sectores de altos ingresos (caso del edificio de la Av. Soca casi Libertad) pero su mayor compromiso en esa área se generó en el ámbito de la empresa de inversión y construcción INCSA, incorporando al escenario urbano edificios de calidad infrecuente. Valga el ejemplo del construido frente a la plaza Gomensoro sobre la calle Francisco Vidal, asociado con el arquitecto Butler Sudriers y el ingeniero Cardoso Guani (el “Atalaya”, un edificio con 60 años sin una arruga, hoy reconocido como Bien de Interés Municipal) A mediados de la década, obtendría junto con Guillermo Jones Odriozola y Carlos Hareau el primer premio en el concurso de anteproyectos convocado por la Intendencia Municipal de Artigas para la construcción -no concretada- de su sede, y junto con Jones proyectaría el edificio “Mónaco” en la esquina de Av. Brasil y Libertad, otro punto de referencia de la mejor arquitectura de la ciudad, también asumido como Bien de Interés Municipal. Siguieron obras en Punta del Este, en línea con “su modo de hacer”, y ya sobre el fin de la década, también en compañía de Jones Odriozola -más la colaboración de Héctor Vignale Peirano- desarrollaría el complejo de “Arcobaleno”. Una propuesta innovadora de feliz concreción, bien apreciada por el MoMA que hoy la incluye en sus colecciones.
La dimensión urbana no le fue ajena -la temprana influencia de Gómez Gavazzo, en cuyo Taller fue asistente, dejó sus buenos frutos- involucrándose en múltiples proyectos y asumiendo responsabilidades institucionales con general reconocimiento (caso de su desempeño como Director Nacional de Ordenamiento Territorial -MVOTMA, 1991/95-, o ejerciendo la Dirección General del Departamento de Urbanismo en la Intendencia de Maldonado, entre 1996 y 1999) Las múltiples actividades reseñadas -y muchas otras de igual significación-, tuvieron un camino común que las atravesaba: un camino que recorrió en continuidad, sin pausa y sin prisa, focalizando su vocación docente en la transmisión a las jóvenes generaciones del arte y la técnica de una profesión de la que fue maestro. Hoy su obra habla por él, extendiendo en el tiempo su magisterio y el recuerdo de persona honorable que dejó a su paso. Mantengamos viva esa memoria, aprendamos de sus obras… y evitemos que un vandalismo que subyace y sobrevuela en nuestras prácticas las banalice o las destruya (*) Tal nuestro mejor homenaje.
Arq. Nery González (*) Basta pensar en la “mala praxis” del Sindicato Médico, “apuntalando” el cuerpo frontal en voladizo de su edificio sede, o el reciente “repintado” del edificio Mónaco. Al respecto viene a cuento lo que Villegas escribiera sobre la Solana de Bonet, cuando todavía había esperanzas de no afectar lo que él había visto levantar 60 años antes: “Tuve el honor de colaborar con el arq. Antonio Bonet en la construcción de La Solana y estimo es una obra intocable, absolutamente intocable. Nada de lo que pueda hacer(se) en esa espléndida construcción que pueda alterar su imagen, su organización y su plástica es aceptable. Cualquier programa de reforma es un atentado a la arquitectura nacional, donde los ejemplos de ese nivel por cierto no sobran”.