PRÁCTICAS SOCIALES DEL LENGUAJE
LA LEYENDA DEL TLALTENANGO VIEJO Se dice que hace mucho, mucho tiempo, existió en Tlaltenango un hombre muy rico pero muy rico, que tenía una gran fortuna y muchísimas joyas en su poder. Este hombre era un señor además de rico, muy avaro y envidioso, no le gustaba que nadie viera si quiera su tesoro, así que decidió esconderlo de todos, en un lugar en el que nadie pudiera encontrarlo. Se dirigió entonces al cerro del campanario y en lo más profundo de una de las cuevas, metió toda su fortuna. Pero eso no fue suficiente para él, puesto que pensaba que alguien podía haberlo seguido y visto donde se escondía el tesoro, así que busco a una “bruja” y le pidió que encantara esa cueva para que nadie pudiera sacar su tesoro y así fue, el hombre entró a la cueva y nunca más se volvió a saber de él, se perdió con su gran fortuna. Se dice que quien sea capaz de encontrar esa cueva y entra en ella, se encuentra después de mucho caminar con el tesoro al tiempo que se oye la voz del hombre que te dice “todo o nada” si tratas de llevarte algo, haciendo caso omiso a la advertencia, al salir de la cueva, no llegas al Tlaltenango que tú conoces, sales a un Tlaltenango antiguo, de hace unos cien años atrás, época en la que vivió el señor y tendrás que enfrentarte a él y tratar de que te perdone por haber querido tocar su gran tesoro.
EL EXTRAÑO PROFE QUE NO QUERÍA A SUS ALUMNOS Había una vez un ladrón malvado que, huyendo de la policía, llegó a un pequeño pueblo llamado Sodavlamaruc, donde escondió lo robado y se hizo pasar por el nuevo maestro y comenzó a dar clases con el nombre de Don Pepo. Como era un tipo malvado, gritaba muchísimo y siempre estaba de mal humor. Castigaba a los niños constantemente y se notaba que no los quería ni un poquito. Al terminar las clases, sus alumnos salían siempre corriendo. Hasta que un día Pablito, uno de los más pequeños, en lugar de salir se le quedó mirando en silencio. Entonces acercó una silla y se puso en pie sobre ella. El maestro se acercó para gritarle, pero, en cuanto lo tuvo a tiro, Pablito saltó a su cuello y le dio un gran abrazo. Luego le dio un beso y huyó corriendo, sin que al malvado le diera tiempo a recuperarse de la sorpresa. A partir de aquel día, Pablito aprovechaba cualquier despiste para darle un abrazo por sorpresa y salir corriendo antes de que le pudiera pillar. Al principio el malvado maestro se molestaba mucho, pero luego empezó a parecerle gracioso. Y un día que pudo atraparlo, le preguntó por qué lo hacía: - Creo que usted es tan malo porque nunca le han querido. Y yo voy a quererle para que se cure, aunque no le guste.
BRENDA MARGARITA BUGARIN NAVARRO