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Las mascotas no son una moda pasajera

Por Lic. Shakira M. Santiago Rodríguez

Presidenta Comisión Especial sobre los Derechos de los Animales-CAAPR Moderadora de MASCOTAS CON CALLE

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El artículo 17 de la Ley 154 de 2008, Ley para el Bienestar y la Protección de los Animales, establece, entre otros aspectos, los requisitos que los criadores de animales deben cumplir para operar legalmente. Dicho artículo prohíbe la venta de animales (todo tipo) en las calles, carreteras y lugares públicos del país.

Realizar este tipo de venta en dichos lugares constituye un delito grave de cuarto grado. Todo criador, o sea, aquel que se dedica a la reproducción, la crianza y la venta de mascotas deberá estar licenciado por el estado y aquel que opere sin licencia del Departamento de Salud para dichos propósitos, así como llevar a cabo ventas de animales en las calles, carreteras o lugares públicos del país, incurrirá en un delito grave de cuarto grado.

Ahora bien, la reproducción y la venta descontrolada de cierta raza de mascota, o de otra clase de animales, con el fin de ajustarse a cierto estrato social, mientras otros sufren el menosprecio de la sociedad por carecer ciertas características es un asunto que debemos enfrentar.

Por definición, la palabra “moda” significa: “uso, modo, o costumbre que está en boga durante algún tiempo”; “gusto colectivo o cambiante en lo relativo a prendas de vestir y complementos”. Entonces, podemos coincidir en que el término “moda” tiene la particularidad de caducar al momento en que las condiciones que la crearon cesan.

De hecho, esta particularidad no nos es ajena. Películas o series como: “101 Dálmatas”, “Game of Thrones” y “Beethoven”, así como artistas de cine o música que tienen “x” mascota, crearon las condiciones perfectas para que algunos se vieran impulsados a tener cierta mascota, pasando por alto las obligaciones que ello conlleva. Además, la saturación en los medios sociales y el llamado al consumo es una cualidad de la moda que debe limitarse a los productos, no a los seres sintientes.

La compra por impulso de estos seres tiene el efecto de un potencial abandono, promoviendo que el comprador no esté preparado para la responsabilidad que implica tener y cuidar a una mascota. Desgraciadamente, luego vemos en las calles animales abandonados a su suerte, desnutridos, maltratados, atropellados o enfermos. Por lo tanto, la persona que compra una mascota por impulso para cumplir con las exigencias sociales no lleva a cabo una reflexión profunda sobre la responsabilidad, de aproximadamente 12 a 16 años, que conlleva tener una en la familia. Es decir, ignora la realidad de tener en su vida un ser que siente, así como los cuidados médicos veterinarios, tiempo para cuidarla, costo de “grooming”, proporcionarle ejercicio diario, y suplir sus necesidades de alimento, agua y techo seguro, entre otras. De modo que, la vida de un animal no debe estar supeditada a los vaivenes fugaces de la moda toda vez que sus necesidades ni nuestro amor por ellos no caducan, cuando la tendencia se acaba.

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