Que no solo sea un sueño - Sara Martín Cabo - Primer premio Cristina Tejedor (menores noveles)

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Hoy estoy muy cansada. Tengo tanto sueño que lo primero que hago cuando llega mi marido a casa es echarme a dormir. Según me acuesto, siento cómo mis párpados se van cerrando muy lentamente. De pronto, abro los ojos y me encuentro con la cara de mi marido sonriéndome desde la otra punta de mi habitación y dándome los buenos días. Poco a poco me voy percatando de que no lleva puesto su traje del trabajo y se lo pregunto: -Amor, ¿por qué no llevas puesto tu traje? ¿Acaso hoy tenías el día libre? Se extrañó al oír esa pregunta y puso cara de desconcierto. -¿Te olvidaste de que hoy trabajas? -Me dijo preocupado- Recuerda que hoy te toca a ti trabajar y yo cuido del niño. Al principio me quedo un poco trastornada, pero después, reacciono rápidamente y me pongo manos a la obra: todavía tengo que ducharme, cambiarme, vestirme, peinarme e ir al trabajo –a pesar de no saber cuál era-, no quiero decepcionar a mi marido. Cuando termino de hacer todas estas cosas le pregunto al fin a mi marido sobre mi trabajo: -Jose, -que así es como se llama- ¿y en qué trabajo exactamente?-No me atrevo a mirarle a los ojos porque puedo imaginar la reacción que tendría cualquier persona al darse cuenta de que su pareja no sabe cuál es su trabajo. Sin embargo, me sorprendo al ver la naturalidad con que asumió mi comentario. -Con tantos diálogos y fechas en la cabeza no me extraña que te hayas olvidado. Mientras te preparo el desayuno te voy refrescando la memoria. Miro asombrada a mi marido, ya que estoy acostumbrada a preparar yo todos los días las comidas. Esto tiene toda la pinta de ser una broma. Mientras Jose me deja la comida en la mesa, yo sigo sumida en mis pensamientos.


-Buenos días princesa-Una voz dulce me saca de mis pensamientos y me doy cuenta de que viene de mi hijo, un muchacho normal de quince años con el pelo revuelto y las pintas de alguien que acaba de despertarse. -Hola cariño-aún estoy extrañada y mi hijo debe de haberlo notado, porque pregunta: -Papá, ¿por qué mamá está así de rara? Mi marido se queda con cara de póquer sin saber muy bien qué decir. Al ver su cara me entra la risa, y conmigo a mi hijo. Un rato después se nos une Jose, y me veo en uno de los mejores momentos de mi vida. Nunca lo había pasado tan bien. El momento no dura casi nada, ya que se me hace tarde para el trabajo. Jose me ayuda a buscar los papeles de la charla. Se me olvidaba, soy doctora y hoy tengo que dar una charla de bienvenida a los nuevos residentes. Voy caminando lentamente hacia el coche, estoy muy nerviosa porque nunca había experimentado la sensación de trabajar en un ámbito distinto del doméstico. Al llegar al hospital me doy cuenta con asombro de que estoy rodeada de hombres y mujeres. Todo es alucinante. Una camilla entra rápidamente por el pasillo y me hace perder el equilibrio. Me caigo. Lo veo todo muy borroso y negro. Estoy perdiendo el conocimiento. Todo está negro. De una súbita sacudida abro los ojos y me incorporo. Me encuentro en mi cama con una nota a mis pies que dice:”Cuando te levantes haz la comida, que hoy no he podido desayunar por tu culpa, no había quién te levantara” Mi marido. Pero... ¿cómo? Hace cinco minutos éramos todos, tanto hombres como mujeres, iguales. Entonces caigo: TODO ERA UN SUEÑO. Rápidamente me levanto, me visto, y me dirijo a la cocina para prepararme el desayuno. Enciendo la televisión y veo a un montón de hombres discutiendo sobre la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Pienso en mi sueño. Termino de desayunar, apago el televisor y voy hacia mi habitación. Rebusco en el armario y termino encontrando mi vieja cámara de vídeo.


La coloco sobre una silla y me pongo delante. Le doy al ON. Empiezo a hablar: -Hola, soy Sara y tengo treinta y seis años. Hoy he encendido la televisión y he visto a gente tratando un tema muy interesante: la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. No sirve de nada que este tema se trate si, hablando como lo hacían hoy durante cinco años, van a tardar en resolverlo lo mismo que una hormiga en escalar el Everest. La vida es como una carrera. Sin embargo es diferente para lo hombres y para las mujeres: los hombres tienen su calle libre, despejada, sin obstáculos; mientras que nosotras tenemos en medio una lavadora, una plancha, la vajilla por limpiar, los hijos por cuidar, el polvo por pasar, el suelo por barrer... Y aún con todo y con eso se atreven algunos a salir ahí y decir que tenemos las mismas capacidades, pero que las mujeres no las aprovechamos. Pues, perdonen que les diga, pero no. Lo que sucede es que los hombres tienen menos obstáculos, menos problemas que resolver; y las mujeres tenemos que ocuparnos de eso y más. No les pido que arreglen todo el mundo en un chasquido, solo que aprendan a respetar y a no menospreciar el papel de las chicas en el mundo, que no es el que se les está dando ni el respeto el que merecen recibir. Pero, por lo que he visto y vivido, sólo os importa ese tema en el momento en que llegan vuestras hijas a casa y se quejan de que no pueden tener amigos chicos y tampoco pueden jugar al fútbol porque son chicas. Entonces sí que hacéis algo: os quejáis, vais a hablas con el director, con lo profesores... Y ahora os pregunto. ¿De qué os va a servir todo eso si vuestras hijas solo van a aspirar a lo que a veces les inculcan en casa y en el colegio? Porque, piensa que si a ti te da demasiada pereza cambiar tu vida, ¡como para cambiar la de todo el mundo! Pero si eso lo pensara todo el mundo, el hombre no habría llegado a la Luna ni habría orbitado la Tierra; todo eso sucedió porque unas mujeres se revelaron y aspiraron a más. Y eso es lo que tenemos que hacer todas. Que ningún hombre nos diga lo que tenemos que hacer. Somos mujeres, ¿y qué? Nosotras también tenemos el derecho de cumplir nuestros sueños. Sara Martín Cabo – 2º ESO “B”


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