Tres muñecas de porcelana - Mar Fernández Lorenzo - 2º premio "noveles"

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Mar Fernández Lorenzo – 2º ESO Colegio Filipense Blanca de Castilla Segundo premio – Categoría de menores – Subcategoría de noveles. Tres muñecas de porcelana. Cada una con unos rasgos completamente diferentes a la anterior. Una es rubia, con su melena corta, y de ojos azules. La segunda, pelinegra, tiene el pelo suelto sobre sus hombros. Sus ojos son tan profundos y verdes que parecen ver a través de mí. La última, en cambio, es la que más me llamó la atención. Tiene los ojos grandes y azules, completamente abiertos, como si estuviera asustada. Su pelo de color caoba, cae sobre sus hombros y su boca está parcialmente abierta. El conjunto de todas sus facciones hace que tenga un extraño, casi siniestro, parecido a mí. -Cariño, - dice mi abuela en ese momento- elige rápido una, y las otras dos se las daré a tus primas. A mí me parece irónico el hecho de que me dé una a mí, pues una muñeca es más apropiada para unas niñas de 6 años que para una de 14, pero aun así asiento. -De acuerdo, abuela Carmen, quiero la de los ojos azules- digo, cogiendo la muñeca y observándola con ojos críticos. - ¡Marta! - exclama mi madre entonces, asustándome- ya he recogido todo, podemos irnos. - Dice, apareciendo por la puerta de la habitación- despídete de la abuela. Tiempo después, ya de vuelta en casa, mi madre, me manda bajar las cajas con las cosas que hemos recogido de casa de mi bisabuela al trastero. Mi bisabuela Adelaida murió a sus 94 años. No éramos muy cercanas, pues la última década se la había pasado de hospital en hospital, luchando por cada segundo de vida. No me afectó mucho, aunque lamenté su muerte. Al llegar al trastero oscuro como una noche sin luna, enciendo la única bombilla que hay en el cuarto. No ilumina mucho, pero es suficiente. Dejo las dos cajas en el suelo y me dispongo a colocar la primera en el estante más alto, cuando veo la muñeca. ¡Me había olvidado de ella! Rápidamente la cojo y me doy cuenta de que tiene un pequeño colgante de plata rodeando su cuello. Como la cadena es demasiado larga, le da varias vueltas al cuello, de manera que no se cae. Pasa por mi cabeza la idea de ponérmelo, así siempre llevaré a mi bisabuela conmigo. Sin embargo, al tratar de tocar el collar, la mirada se me nubla, y por un momento, veo una niña algo menor que yo, de cabello color carbón y con los ojos tan azules como los míos. Lleva ropas de hace unos ochenta años y su mirada me penetra como si de un puñal se tratase. Cuando aparto el dedo de la cadena plateada la escalofriante imagen desaparece de mi mente.


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