Lucía Nieto González – 3º ESO Colegio Filipense Blanca de Castilla Primer premio – Categoría de menores – Subcategoría de jóvenes.
Comienzan a entrar los primeros rayos de luz de la mañana a través de las rendijas de la persiana al tiempo que oigo sonar el despertador en la habitación de al lado, Siento como Manuel, mi hermano, le da un manotazo para que deje de sonar, Espero unos segundos, dirijo mi mirada a la mesita y pienso, otro día que el mío no sonará. Recuerdo, soy Fátima, tengo quince años, estudio en un instituto y por las tardes acudo al conservatorio de mi pequeña ciudad, donde toco la guitarra. Sigo en la cama con los ojos cerrados e intento imaginar que mi vida no ha cambiado y que, como mi hermano, me tengo que levantar, prepararme y salir corriendo para llegar a mi primera hora de clase. Pero no es así. No puedo llegar a entender lo sucedido en mi ciudad, en mi país. Y en mi cabeza se repite una y otra vez - ¿Esto tan increíble sucederá en otras partes del mundo? — No hace tanto tiempo que yo me levantaba a la misma hora que mi hermano y me iba al instituto. Por la tarde, después de comer, iba a mis clases de música en el conservatorio. Pero ahora, no puedo ir al instituto, ni tampoco al conservatorio; no puedo jugar con mis compañeros o ir a clases de ballet. Tengo que quedarme en casa con mi madre y hacer tareas del hogar. Parece que habíamos vuelto atrás en el tiempo, cuando las mujeres no tenían derechos ni libertades. Recuerdo que, en el colegio, desde que era pequeña, nos enseñaron que todos somos iguales, que tenemos las mismas oportunidades, que la educación forma a las personas para que no existan diferencias entre las mujeres y los hombres. Y ahora, todo ha cambiado. Mientras estos pensamientos se agolpan en mi cabeza, oigo como mi padre se marcha a trabajar. Inmediatamente me levanto y me acerco a despedir a mi hermano, Cuando termino de ayudar a mi madre, siento que tengo muchas ganas de tocar la guitarra, así que me preparo. Sé que no debería, pero es que me encanta la música y no me puedo resistir. Cuando empiezo a tocar noto como me elevo y me transporto a un lugar lejano donde todos somos iguales. Pero, de repente, mi madre entra en la habitación como una exhalación y empieza a recoger todo, y le digo con un tono sorprendido: iMamá!
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