Premiados del II Concurso de cuentos de Navidad de Guardo - 2022

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PREMIADOS DEL II CONCURSO DE CUENTOS DE NAVIDAD DE GUARDO 2022 COLEGIO FILIPENSE BLANCA DE CASTILLA - PALENCIA


La Ilusión de la Navidad Hola, me llamo Nicolás, tengo 14 años y os voy a contar una historia. Desde hace mucho tiempo, desde antes de que yo naciera, a toda mi familia le encantaba la navidad, a partir de mediados de noviembre en casa de mis abuelos ya había turrones y mi abuela contaba en el calendario los días que quedaban para navidad. Mi familia es muy grande, y cada uno vivimos en lugares diferentes, mi tío Paco vive en Toledo, mi tía Susana con su marido y sus hijos viven en Zaragoza, mi tía Inés y su mujer viven en Valladolid, mi tío miguel con su mujer y sus hijas viven en Valencia, mi tía Catalina vive en Asturias, y yo junto a mis padres y mi hermana Mireia vivimos en Lugo. Gracias a que la casa de mis abuelos es muy grande, podíamos reunirnos toda la familia unos cuantos días. La casa de mis abuelos está a las a fueras de Toledo, es una casa de campo, tienen un gallinero y un huerto. La casa tiene tres pisos y un garaje, asique tenemos espacio suficiente para todos. A bueno y casi se me olvida Bruno, un pastor alemán precioso que adoptaron mis abuelos el mismo año que nació mi hermana, hace 16 años. En el puente de diciembre hacíamos el primer viaje, pasábamos allí todos 3 o 4 días y decorábamos la casa enterita de navidad, poníamos el árbol, el portal de belén, a Bruno le comprábamos gorros de papa Noel, poníamos adornos y luces por toda la casa…Incluso a veces haciendo el tonto, mi primo Raúl y yo poníamos cascabeles a las gallinas. Después, el segundo viaje le hacíamos en noche vieja, pasábamos todos juntos noche vieja y año nuevo y los que podíamos nos quedábamos hasta el día de reyes, mi tía Inés y su mujer Almudena siempre se volvían a Valladolid porque tenían que trabajar, pero el día 4 de enero ya estaban en Toledo otra vez. Mi tío Paco también trabajaba esos días, pero como vivía cerca iba y venía. El día de Reyes era súper divertido, éramos 19 personas asique el árbol de navidad se llenaba de regalos, bueno más bien el salón se llenaba de regalos. Nos despertábamos, abríamos los regalos y luego nos preparábamos, e íbamos a la ciudad a tomar algo antes de comer. Yo sin duda me pasaba todo el año esperando que llegase la Navidad. Pero como en toda historia, no todo puede ser siempre ideal. Hace 5 años mi abuelo falleció, y mi abuela quedo inmersa en la pena y la desgana. No podíamos visitarla a menudo porque la mayoría vivíamos bastante lejos y aunque la llamábamos todos los días, yo cada vez la notaba más agotada y desganada. 1


Cuando llego noviembre de ese mismo año mi abuela nos dijo que no quería decorar la casa, que no tenía ganas de que fuéramos a verla y que la dábamos más trabajo que otra cosa. Quizás esto último no debió haberlo dicho, pero en esos momentos de tanta tristeza creo que no era mi abuela quien verdaderamente hablaba. Por este comentario mi padre y mis tíos se enfadaron y además de ese año, los dos siguientes seguimos sin reunirnos. Yo, después de esos tres años, desesperado por la situación, creer un grupo de WhatsApp con todos mis primos para conseguir reunir a todos de nuevo. Nos costó mucho, no os voy a engañar, mi tía Inés fue la más fácil de convencer y nos ayudó con mi tío Paco, que con mucha paciencia acabó convenciendo a mi padre, y mi padre a mi tío Miguel. La tía Susana también fue fácil, mis primos no necesitaron mucha ayuda, y Susana hizo que viniera también la tía Catalina. El día 4 de diciembre cuando llegamos a decorar la casa, los nervios estaban a flor de piel, pues nadie sabía cómo iba a reaccionar mi abuela ante la sorpresa. Cuando llegamos mi abuela estaba dando de comer a las gallinas, la vi consumida, triste, pálida y agotada, pero al mirarnos pude ver como su rostro se iluminaba y en sus ojos llenos de lágrimas conseguí percibir aquella ilusión que hacía tanto tiempo que no veía. Se echó a llorar y nos dio un abrazo a cada uno. Decoramos la casa como solíamos hacer, aunque esta vez con nostalgia y alegría de recuperar lo que habíamos perdido, aunque nos faltaba mi abuelo. Después de esto nos fuimos cada uno a nuestra ciudad y volvimos el día 30 de diciembre, al igual que todos los años. Os mentiría si os dijera que fueron unas navidades normales, porque no lo fueron. Lo pasamos muy bien si, pero bajo la tristeza y la añoranza que se tiene cuando alguien ya no está. Las Navidades siguientes fueron mejores, y estoy convencido de que poco a poco en las que vengan iremos recuperando esa alegría. Algo sí que ha cambiado ya, y ese algo es la ilusión en la mirada y en las palabras de mi abuela, ahora por fin la vemos con ganas de hacer cosas, y nosotros estamos más unidos que nunca. Asique, aunque las cosas salgan mal o sean difíciles, nunca jamás hay que perder la ilusión y menos la esperanza. Daniela Martín Yustos

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La Navidad La Navidad, una época de ilusión, magia y muchas emociones. Todos felices al disfrutar de la compañía de sus seres queridos, pero muchos echando de menos a alguien en la mesa. Puede parecer algo triste, pero si lo pensamos bien, es de lo más bonito que hay. Echar de menos. Eso significa querer, querer incondicionalmente hasta cuando alguien ya no está. Significa acordarse de esa persona y de tantos buenos momentos que sabes no se repetirán, pero que siguen muy vivos en tu memoria. Y eso es lo que le pasó a Carla, aquel año era la primera Navidad que pasaba sin su abuelo. Soy una chica sencilla, madura dicen para mis 14 años, y algo loca a veces según mis amigos. Pero toda esa locura y madurez se me desplomó el día que me di cuenta que iba a pasar mis fechas favoritas del año sin él, sin la persona a la que más admiraba, sin mi abuelo. Era 24 de diciembre, y yo salí como todos los años a ver las luces que iluminaban ya desde hace días las calles de mi ciudad. Aunque ya las había visto las noches pasadas, hacerlo ese día para mí siempre había sido muy especial. “¡Mira qué bonitas esas luces abuelo! ¡Abuelo, abuelo! ¡Esas luces se mueven!” le decía mientras miraba embobada aquellas preciosas decoraciones que cubrían mi cabeza. Mi abuelo rió, siempre le había gustado mi fascinación por las pequeñas cosas. Los recuerdos me venían a la cabeza sin parar, me froté los llorosos ojos y aparté la mirada de las luces para seguir mi camino. De pronto mientras andaba, volví a ver a mi abuelo, con una pequeña niña dando pequeñas carreras y saltitos para alcanzar el rápido paso de su acompañante. Entonces él se paró para mirarla a los ojos y decirla, “¿sabes por qué me gusta tanto la navidad?”, “¿por qué?” Respondió la fascinada niña algo sofocada. “Porque se ve alegría y amor allá donde vayas” la pequeña comenzó a mirar a todas partes hasta el punto de casi marearse, “no lo veo” dijo, “ya lo harás, tranquila” Volví a la realidad y miré a mi alrededor con la misma emoción con la que lo hice aquel día, volví a no ver nada. Claro que había parejas andando felices de la mano y familias contentas de estar juntas. Pero yo sentía dolor y nostalgia porque él no estuviera aquí. Miré el reloj, eran las 9, se me había pasado el tiempo volando, seguro que mi abuela ya me estaba esperando para poner la mesa y cenar con mis padres. Así que cambié mi rumbo en dirección a su casa. Nada más entrar en su calle, otra imagen me vino a la mente. Yo corría hacia la puerta casi cayéndome de la risa y mi abuelo me perseguía con su alegre sonrisa, cuando me alcanzó, me levantó con sus fuertes brazos y me dio un abrazo diciéndome con cariño “vamos que tu abuela ha preparado una cena riquísima para nosotros, y nos está esperando” Me dejó otra vez en el suelo, entramos al portal y subí corriendo alegre las escaleras. Seguí caminando hasta llegar enfrente de la puerta, el temido momento había llegado, tendría que enfrentarme a su ausencia. Subí las escaleras, esta vez lenta y 3


tristemente, al llegar di un beso a mi abuela y otro a mis padres, pude ver la nostalgia reflejada en sus ojos, pero decidí simplemente sonreír. Preparamos la mesa, y nos sentamos todos, salvo él. Sin embargo podía verle, sentado, en su sitio de siempre con su sonrisa de siempre. Con una pequeña Carla sentada en sus piernas tocándole con curiosidad la barba. Entonces miré alrededor y vi a todos riendo, charlando y comiendo como siempre, hablando con mi abuelo y disfrutando de la maravillosa cena de mi abuela. Pero una vez más volví a la realidad, la silla estaba vacía, y todo estaba en silencio. Decidí romperlo, seguramente de la manera que nadie se esperaba, “al abuelo le habría encantado esta cena”, miré a mi abuela, sus ojos estaban llenos de lágrimas y asentía con una pequeña sonrisa. Mi madre continuó diciendo, “¿os acordáis de aquella nochebuena en la que el abuelo nos hizo la cena?”, “menudo desastre, pero los sándwiches al final estaban ricos”, rió mi padre. Y ahí sucedió lo increíble, la triste noche que pensaba que se me avecinaba, terminó siendo de risas, lágrimas y muchas, muchas historias de mi abuelo. Tantas, que durante toda la cena pareció que él seguía ahí, sentado en su vieja silla, hablando con nosotros. La noche se pasó volando, y fue ahí cuando entendí aquellas palabras de mi abuelo “Porque se ve alegría y amor allá donde vayas”, había estado tan ciega, me había pasado toda la tarde con recuerdos preciosos de mi abuelo cruzando por mi mente, y no me había dado cuenta de que a eso se refería. La navidad hizo que le tuviera más presente que nunca, y solo me había centrado en la parte triste del echar de menos, pero no en la alegría de aquellos momentos que me había regalado mi memoria. Aquella noche que pasamos pensando en él, estuvo aquí, sentado con nosotros, lo sentí, y lo sentimos. La alegría y el amor que no vi cuando miré desesperada a mí alrededor, la vi en ese preciso instante. Miré ahora sonriente a mi familia, a mi abuela y a mi abuelo, y di gracias por tanto amor del que estaba rodeada. Di gracias por seguir sintiendo y disfrutando del espíritu y de lo que es la Navidad.

Elena Martín Diezhandin

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La Navidad de Antonio. Tras el cristal de aquella ventana está Antonio sentado en su vieja mecedora junto a la chimenea viendo caer la nieve que llega con el invierno. Recuerda con nostalgia cómo eran de felices las Navidades en su pueblo. Ahora esta situación es diferente para Antonio, un hombre de avanzada edad, que ha visto con el paso del tiempo como el pueblo ha perdido población. En los últimos años Antonio pasa la Navidad en la ciudad con la familia de su hija. Unos días antes de marchar, Antonio colgó del abeto de la plaza del pueblo un papel blanco cuidadosamente doblado atado por un lazo rojo. Paula y Guille, los nietos de Antonio, les encanta contar con la presencia de su abuelo en casa. Siempre les cuenta historias y anécdotas sobre su vida, lo que más les gusta escuchar es la de cómo era la Navidad en el pueblo. Se saben de memoria el relato, que dice así: “Mis queridos nietos, aquellas Navidades eran mágicas. El abeto de la plaza del pueblo, que hoy en día sigue ahí igual de robusto, era decorado por todos con espumillón de colores, luces deslumbrantes y otros adornos navideños. Era tradición que cada uno de nosotros colgara su deseo navideño atado con un lazo rojo. Contaban los más ancianos del pueblo que cada año uno de eso deseos, era recogido por una estrella fugaz a su paso y se cumplía. Con esa ilusión se reunían alrededor del abeto. Cantaban villancicos, degustaban dulces navideños y la alegría era constante”. Antonio con añoranza y emoción termina de nuevo su historia, sin saber la sorpresa que sus nietos le tienen preparada. Estos junto con sus padres pensaron la ilusión que le haría a su abuelo vivir de nuevo esas Navidades. Contactaron con familiares y amigos que habían residido en el pueblo y a todos les pareció una idea preciosa. Llegó el día, rememoraron la fiesta de Navidad como si no hubiera pasado el tiempo. Antonio era feliz, el deseo que aquel día colgó en aquel árbol vacío y solitario se cumplió. No sabe si fue por magia o por amor. Así, año tras año se creó la necesidad de volver al pueblo por Navidad.

Pablo Sahagún Fernández

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