REALIDADES PARALELAS

Esta es la historia de cómo Susana, una chica normal, vivió en sus propias carnes, cómo hombres y mujeres vivimos realidades completamente diferentes.
Susana tiene 32 años, vive en Cádiz, ha estudiado ingeniería mecánica y lleva ya unos años en el mundo laboral. Nada más salir de la carrera; a sus 22 años, la contrataron en una empresa. No es de extrañar puesto que es una chica muy completa: guapa, simpática, inteligente, con notas brillantes, hablante de varios idiomas… Y aun así, no está muy contenta, sus compañeros no siempre valoran su trabajo y siente que no se escucha su opinión en las grandes decisiones. Pero lo ha hablado varias veces con sus amigas y a todas les ha pasado alguna vez, así que no le da mayor importancia. En realidad, Susana está satisfecha con su vida, todos los días se toma un té en una cafetería con vistas al mar y se va a trabajar. A las 14:00 come con su gran amiga Carla; critican un poco a sus compañeros, hablan de tonterías, de películas, se desahogan… y luego, vuelve al trabajo. Cuando sale ya es de noche así que se va a casa, cena viendo la peli que Carla la haya recomendado ese día, y a dormir. Al día siguiente repetiría la misma rutina, como siempre… ¿o no? “¡Ring, ring!” “¡Ring, ring!” “¡Ring, ring!” Susana dio un golpe al despertador y por fin se calló. Dio un par de vueltas en la cama y cuando consiguió abrir por completo los ojos, se levantó de la cama. Notaba la ropa muy prieta a su cuerpo, “que raro, se ve que ha encogido en la lavadora”, se dirigió al baño muy incómoda para mirarse en el espejo. La sorpresa fue que no era el pijama el que había encogido, sino que ella era la había crecido, y no solo la había crecido el cuerpo, sino también la barba, el pelo por el pecho… “¡¿soy un hombre?!” Se desmayó. Al despertarse se tranquilizó, “solo ha sido una pesadilla, seguro que me quedé dormida anoche en el suelo sin querer… supongo… ¿la película? no tiene sentido…” Se levantó, y al volver a verse en el espejo se asustó de nuevo, “ay, ay, ay, ay, ay… ¡¿Pero qué es esto?! ¿¡Desde cuando estas cosas pasan en la vida real y no solo en las películas!?” Gritaba desesperada. Cuando al fin se tranquilizó, cogió ropa que tenía en casa de su ex novio. Se puso un elegante traje negro y salió a la calle, al fin y al cabo, no le quedaba otra que ir a trabajar. Ya se ocuparía más tarde de descubrir qué había ocurrido. De camino a la cafetería, se dio cuenta de que la gente por la calle no la miraba igual. Había miradas de respeto, y quizás algo de admiración, daba el aspecto de un hombre atractivo, seguro de sí mismo, y con un buen empleo. Otros días las miradas eran diferentes, unas contadas de admiración, pero
muchas juzgadoras hacia sus tacones o indiscretas hacia sus piernas, e incluso algo críticas ante una mujer atractiva y empoderada vestida con un traje elegante: “solo es una pija niña de papá”. Según avanzaba, se iba haciendo a eso de estar en el cuerpo de un hombre. “¡Uy!, qué calentita voy hoy con esta americana, aunque esto del pelo corto me está dejando las orejas heladas…” Cuando llegó a la cafetería, estaba más llena de lo habitual, y su sitio de siempre lo habían ocupado, así que fue a la barra a pedir. Sabía que la iba a costar un buen rato pedir entre tanta gente. Sin embargo, en cuanto se acercó a la barra y levantó un poco la mano para llamar la atención como solía hacer, le atendieron y pusieron el café, “¡vaya!, ¡y sin tener que acompañarlo de empujones a los hombres de delante, ni saltitos inútiles por intentar llamar la atención mientras algún hombre se ríe de mí o hace algún comentario de lo borde que soy si me pongo seria para que me respeten y hagan caso! Al final esto de ser hombre va a tener sus ventajas… aunque mis orejas siguen heladas” Se sentó en una mesa a tomar su clásico té rosa con un cruasán. Lo estaba disfrutando cuando se dio cuenta de que un par de hombres se reían y burlaban de ella Comenzaron a imitarla cruzando las piernas y cogiendo su taza de café con el dedo meñique estirado. Entonces se miró a sí misma, y efectivamente, tenía las piernas cruzadas, “¡será posible! Vaya gente tan estúpida…” Terminó su desayuno tranquilamente, ignorando a aquellos hombres y con las piernas bien cruzadas, y se levantó para irse. Cuando salió por la puerta escuchó a sus espaldas “¡mira! por fin se va el maricón ese”. Respiró profundamente, y salió de la cafetería con paso firme.
Cuando llegó al trabajo se quedó bloqueada, “¡pero seré tonta! Si no me van a reconocer y encima se van a pensar que no he venido a trabajar” No la quedaba otra que intentar trabajar normal, ver que ocurría, y en el caso de que fuera necesario, improvisar una buena excusa. Curiosamente, era como si todo el mundo la conociese, como si todos supieran que trabajaba ahí. La saludaban normal, pero con algunos cambios claro: “Jaime” la llamaban, “pues nada, Jaime soy”. Pero también había otros cambios que la sorprendieron, “da gusto poder ir sin tacones ni maquillaje y que no me digan que debo ir más arreglada a trabajar” Además, a lo largo del día las conversaciones eran algo diferentes, no hacían referencias en cada conversación a que no tenía novio, y hacían chistes un tanto machistas que nunca habían hecho con ella, esperando expectantes a que se riera La invitaron a tomar una caña al salir del trabajo sin ninguna intención sexual, y la dijeron que si había visto el partido del día anterior; algo que ella siempre hacía pero nunca se les habían planteado preguntar. A parte, en la reunión de ese día, Susana (o Jaime), por fin se sintió valorada en sus ideas. Algunas por supuesto no gustaron, pero al menos se sentía respetada, no tuvo que hacer un esfuerzo extra para ser escuchada, sus propuestas eran

debatidas como las de cualquier otro, “va a ser que lo que me pasaba no era cosa mía, ni algo normal… aunque sí que sea habitual…”
La comida fue divertida, en un principio Carla pensó que era un elegante y guapo hombre intentando ligar con ella, luego que era una broma de Susana, y finalmente consiguió que se lo creyera. El descanso se alargó una hora, en la que no pararon de reírse, discutir sobre los motivos de aquel fenómeno, y comentar los cambios que Susana estaba experimentando. A continuación volvió al trabajo, y la jornada pasó más rápido de lo habitual, aquel día no tuvo que intentar ser agradable y seria, sin llegar a ser ni una “arpía” ni una “fresca”. Simplemente se dedicó a trabajar y socializar con sus compañeros. No tuvo esa preocupación constante por ganarse su sitio, Jaime, ya le tenía. La vuelta a casa fue bastante sorprendente también, se sintió por primera vez segura por su calle de noche. Era una calle muy oscura y siempre volvía hablando por teléfono, (o fingiendo que hablaba), dando pequeñas carreritas, con sustos cada vez que alguien iba detrás de ella o preparada por si había que echarse a correr. No había tenido muy buenas experiencias en esa calle. Pero esta vez, andaba con cascos puestos escuchando música, a paso lento y con la cabeza bien alta. Ni si quiera se había planteado todos los escenarios que se habría planteado cualquier otro día, “qué tranquilidad…”
Llegó agotada a casa, se quitó los zapatos y fue a ponerse el pijama, pero lógicamente seguía sin caberle así que se quedó simplemente en calzoncillos. Aquel día a Carla se le había olvidado por completo hablarla de un título nuevo (como para no olvidarse…). Así que se preparó un sándwich y se puso a ver una película cualquiera de la televisión, “se llama… ¡Mujer por un día!, no me lo puedo creer, lo que me faltaba…”
Cuando se quiso dar cuenta se quedó dormida, y al día siguiente, simplemente se despertó normal. Nunca supo por qué la había ocurrido eso, ni si quiera si había ocurrido o solo fue un sueño, siguió con su vida normal… o casi normal.
Pues más que nunca, se había dado cuenta de las realidades diferentes que viven hombres y mujeres. No debería haber tanta diferencia entre el día de una mujer, y el día de un hombre que viven la misma vida. Debería ser igual deberíamos ser IGUALES
