SALUDOS TIERRA

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lugar abundaban los pastos, abundaba la vida y dos cauces se unían para hundirse en la tierra. Al cruzar por la zona más ancha, allí donde el agua no cubre y la corriente es lenta, varios de ellos orinaron en el fluido de vida, sus desperdicios se mezclaron con los espíritus de los Seres del valle y, contaminados, fueron arrastrados al interior de la tierra. Se detuvieron en la otra orilla, a la vista de todos se dispusieron para acampar, para prender su fuego. ¡Ahora parecía su valle! En la montaña, en el frío de la noche, desde la oscuridad el fuego se divisaba con claridad. Los comentarios se hicieron intensos, algunos reclamaron el calor de su fuego. Dar opinó, pues él conocía los actos de los cabezas redonda. —Esperaremos, parece que están de paso, mañana se marcharán y podremos regresar a nuestro refugio. La segunda noche fue más tensa, pues los extraños no continuaban su marcha. Ahora la preocupación era mayor... ¿querrían quedarse? El silencio se hizo más penetrante; solo se escuchaba el chasquido nervioso de los dientes afilando las herramientas de piedra para darles más punta. La siguiente noche fue de nuevo intensa, más voces reclamaron el fuego, más voces demandaban su valle. ¡Ellos darían la cara! Dar estuvo de acuerdo, no se opondría de nuevo a la mayoría. Encendieron su fuego. Lo hicieron grande para que alumbrara, para que su luz se viera en todo el valle, para descubrir su posición. Cuando estuvo encendido las sombras se alargaron en la pendiente de la montaña. El otro fuego, el del fondo del valle, parecía no alumbrar nada. Momentos después se extinguió. Todos comprendieron que los Cabezas Redonda, al notar su presencia, habían sentido miedo y habían decidido ocultarse. El día llegó, el nuevo campamento del valle había sido levantado, no se veía ni rastro de los Cabezas Redonda, ¡ha bían desaparecido! Cuando la mañana se hubo levantado comenzó a apreciarse la columna de humo. Los Seres se alzaron del suelo agitados. Rápidamente se montó la expedición, bajarían unos cuantos para observar lo que pasaba. La imagen era dantesca: entre varios de esas gentes habían producido un cerco de fuego que separaba en dos el valle; una lengua de fuego unía los dos ríos aislando contra el desfiladero una gran franja de terreno. Los mamuts se encontraban en un lado, el resto del valle en el otro. La suave brisa hacía que el fuego avanzase con más rapidez hacia un extremo que hacia el otro. Los animales que allí se encontraban quedaron atrapados entre el fuego y el precipicio, la enorme caída que permitía que los ríos se hundieran en la tierra. Pronto los mamuts se vieron atrapados en el borde del despeñadero, el fuego los empujaba; los más débiles fueron los primeros en caer, luego todos los demás. Las últimas en hacerlo fueron las hembras más adultas, las responsables de la manada. Estas lucharon con desesperación, inútilmente, contra el fuego. Sus patas delanteras se tornaron oscuras de patear las llamas sin resultado hasta que no pudieron más, hasta que prefirieron despeñarse a soportar aquel dolor.


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