Cartas de la Goleta

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Santiago Miralles

Reivindicación de La Goleta

noamericanos hace que las palabras cobren unas dimensiones casi vertiginosas: la infamia ya tendrá siempre un regusto a Borges, el estribo a la despedida de Cervantes, y las cosas vetustas nos dejan en la imaginación el tacto un poco mohoso de las casonas de Oviedo.

tante de la ciudad. Cuando Carlos V arrebata La Goleta y después la ciudad de Túnez a los turcos, lo hace invocando precisamente estos tratados tunecinos con la Corona de Aragón.

Un turista que habla español y que lleva en su mochila algunas lecturas desembarca en Túnez. Después de oler las pipas de agua, regatear en la Medina, darse un paseo por la playa en dromedario y visitar Cartago, vuelve al barco y pasa por delante de una fortaleza avejentada y cerrada a cal y canto. El puerto donde ha atracado su crucero se llama “La Goulette”. El caso es que el nombre le suena. Consulta su guía, y le explican que La Goulette era la bocana del canal que permitía el paso de las embarcaciones desde la costa marítima al lago de la ciudad de Túnez, que la fortaleza es de fábrica otomana y que por aquí, en algún momento, anduvo guerreando Carlos V. Al turista, entonces, le saltan las alarmas: ¿Carlos V? A poco que rebusque en su mochila de recuerdos literarios, caerá del guindo y se dirá : ¡La Goleta! Pero entonces el barco ya habrá zarpado, y no podrá hacer una fotografía de la fortaleza. Los turistas suelen tener mucho menos tiempo del que querrían, y se dan cuenta de las cosas cuando vuelven a casa y se ponen a revisar recuerdos. Las guías de Túnez escritas en español hablan de “La Goulette”, y los españoles que viven por aquí se refieren a este puerto como el de “La Goulette”. Nos cuesta recordar lo que hemos sido, perdemos la referencia de las palabras que han hecho nuestra Historia y nuestro propio idioma. “La Goulette” es la adaptación francesa de “La Goleta”, y este término tiene largas credenciales en los mapas y crónicas españoles del siglo XVI. La gola (la garganta) es el canal por donde entran los barcos en ciertos puertos o rías. Una “goleta” es una gola pequeña, usando un diminutivo, no francés, sino catalán. No en vano desde el siglo XIII los comerciantes y los navegantes catalanes frecuentaban los puertos tunecinos, Jaime I de Aragón firmó un primer tratado de paz, amistad y comercio con el sultán en 1271, y durante todo el siglo XIV el consulado barcelonés en Túnez era el más impor-52-

La toma de La Goleta fue uno de los hechos de armas más famosos del reinado del gran Carlos; se levantaron monumentos, se pintaron cuadros, se tejieron tapices y se fundieron esculturas para conmemorarlo. Quedó tan grabado en el imaginario colectivo del mundo hispano, que todavía hoy en día se conservan romances populares en Centroamérica que citan La Goleta, sin saber ya dónde quedará eso. Pero no queremos cantar victorias ni llorar fracasos guerreros. Cinco siglos no pasan en balde. La Goleta es tranquila y blanca, y en su mercado puede comprarse el pescado más fresco; allí van los tunecinos en verano a degustar lubinas, doradas y calamares. Hay una torre de una iglesia católica (campanario sin campanas) que se distingue junto a los alminares de las mezquitas y que recuerda que en esta ciudad vivían hasta principios del siglo XX italianos y franceses, porque aquí desembarcaban las mercancías y los viajeros que pretendían seguir camino a Túnez. Con el tiempo la laguna de Túnez (lo que nuestros clásicos llamaban “el estaño”) dejó de ser navegable y se partió en dos con una vía férrea y una carretera que de hecho absorbió la vieja ciudad de La Goleta y la redujo a un barrio portuario. La ciudad original se aglutinó en torno a la “Carraca”, que así se llama la fortaleza de La Goleta, la que conquistó Carlos V en 1534. Como pasa tantas veces, la ciudad creció y la fortaleza encogió, y hoy está alineada en una avenida, oculta por algún edificio y algún añadido no muy afortunados, y un poco olvidada a la espera de tiempos mejores. Pero La Goleta, para el mochilero de la lengua española, no se acaba en esas piedras ni en esos recuerdos. La Goleta gana peso y densidad porque nos hablan de ella en la historia del cautivo en El Quijote y, sobre todo, porque aquí estuvo peleando por su rey un soldado castellano llamado Garcilaso de la Vega. Cervantes presenció la pérdida de la Carraca; Garcilaso, cuarenta años antes, su conquista. -53-


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