Trasuntos extremeños por Domingo Sánchez Loro

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Confieso y o que llevo algún tiempo, años, estudiando, meditando, es­ cribiendo sobre las cosas extremeñas. A pesar de m is estudios, de m is meditaciones, de mis escritos, y o no he aprehendido el alm a extremeña H e allegado noticias sobre su ejecutoria, brillante, ecuménica, sin par. Tentaciones he sentido — a veces, me ha vencido la tentación: son las cuartillas rotas después de escritas, son ciertas vacuidades que andan en letras de molde— , tentaciones he sentido de escribir, a manera altiso­ nante, el brillo ecuménico y sin par de la ejecutoria que enaltece a E x ­ tremadura. Siempre, con m achaconería de ritornelo, com probaba Que los ditiram bos que y o adhería a esta ejecutoria, podían aplicarse a cual­ quiera otra región. J o tal: que, por querer decir mucho, todos m is dichos se reducían a nada. Eran lugares comunes, tópicos, parlerías. H a y sobre E xtrem adura ideas excesivamente abstractas, universa­ les. Ideas que hablan a la mente. Ideas que no enternecen al corazón, que no mueven la voluntad. Cierto es que las tierras, ¡os hombres, la ejecutoria extremeña, sintetizan la ejecutoria, los hombres y las tierras de España, y esta casi identificación con la P a tria ha contribuido a que los hombres vean en E xtrem adura algo puramente histórico, de ejemplar historia, pero fr ío , racional, alam bicado, de estudio y , a ve­ ces, de rebotica. Se olvida con exceso el pulso vital que todavía existe en E xtrem adura. Es necesario h u m a n iza r la categoría de razón que los libros de historia han hecho de nuestra tierra, m ostrar al m undo su v i­ da actual, sus esperanzas, sus realidades, sus ilusiones, su honda per­ sonalidad, fr u to de los quehaceres de antaño, de los empeños de hogaño. P a ra ello nos hemos de apear, un tanto o un mucho, de los tópicos ge­ neralizados y ver el meollo de su vida, de su historia, de lo que ha si­ do, de lo que es, de lo que puede ser. y esto, serenamente, am orosam en­ te, espaciadamente, sin alharacas, sin fruslerías. H e llegado a la consecuencia de que hemos de tratar con sencillez, si queremos entenderlas, a las grandes cosas, y me ha costado mucho trabajo apearme de m i vanidad, para confesar esta consecuencia. A l fin , he sabido que menudeando en el estudio de los matices, íntimos, sen­ sibles, de las cosas vulgares, cotidianas, se aprehende mejor el alm a de un pueblo, el recóndito im pulso de su vivir, la intrínseca razón de su obrar. H e aquí la explicación de haber escrito los trasuntos extre­ meños; no trasuntos ditirám bicos, sí trasuntos de menudencias. Qran parte de estos trasuntos se publicaron en revistas y periódicos. L a radio ha quitado a la prensa interés inform ativo. L a s noticias que lee­

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mos en los periódicos, las hemos escuchado en el receptor con diez, quince, veinte o m ás horas de antelación. L a prensa, que no puede com ­ petir en rapidez inform ativa con la radio, necesita buscar s m apoyo en el interés form ativo. Estudios serenos, conscientes, bien trabajados, de historia, política, arte, poesía, literatuaa, economía, etc., una razonada visión de los problemas de h o y con su vinculación transcendente en el a yer y en el m añana, deben ocupar a diario las colum nas de la prensa. C ausa fastidio leer en los periódicos— con la m ism a redacción, fa c ili­ tadas por la m ism a A gencia— las m ism as noticias que hace m uchas horas tenemos sabidas. De ello estoy y o harto convencido, escarmentado, fatigado. A sí, en cuanto puedo, haciendo lo mejor que sé, procuro airear desde la prensa las casas, los valores, las figuras, los problemas de E xtrem adura. A s í nacieron estos trasuntos. y ahora, he de confesar yo otra perplejidad. T ransido he estado largo tiempo con el adagio romano: «TJibtl volítum quin praecognitum» (el corazón no am a lo que el entendimiento ignora). A fa n a d o en esta norm a, ilusionábame y o en poder consagrar m i vida al pensa­ miento. Sacóme de la actitud ensim ism ada del pensar el dicho de Qracián: «¿Qué im porta que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda?». A turdióm e aún m ás la afirm ación de Qoethe. «La acción es la verdadera fiesta del hombre». Enfrentéme con este gravísim o pro­ blema: pensamiento o acción, acción o pensamiento. El pensamiento es un acto de la mente, la acción es un acto de la voluntad. ¿A quién d a ­ ría y o la preferencia, a la mente o a la voluntad? H a llé y o estas citas de Q racián y de Qoetbe, leyendo a Azorín. (Tengo un resentimiento, cierta ojeriza, contra Azorín. H a escrito m aravillas sobre las regio­ nes de España. Su plum a apenas nom bra a E xtrem adura: ¿por qué?). Confieso— nobleza obliga — que este Azorín alvidadizo de E xtrem adu­ ra ha disipado mi perplejidad ante el pensamiento, ante la acción. Dice Azorín: «La acción, en resumen de cuentas, no vale lo que el pensa­ miento. S in el pensar, la acción no es nada. El cartujo en su celda de­ sarrolla más energía y es m ás útil a la H u m a n id a d que la más im ­ portante fá b rica de TAanchester». Bien, sin el pensar, la acción no es nada, pero si pensamos, la acción ¿qué es? ¿Qué haremos con el viejo adagio: «obras son amores y no buenas razones*?... Con la estopa de la acción, en la rueca de m is pensamientos, hilo y o amorosamente, apasionadam ente, las madejas de mis días. Estas mis pobres madejas, para fortalecerse y perdurar, necesitan una ur­


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