NABE (el folletín)

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N° 1, agosto de 2023. Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina

NABE

En sus marcas, listos, ¡NABE!

UN TORNEO PARA ESCRIBIR CON LOS PIES ACÁ ( p .22)

(el folletín)

Relampagueos desde el mítico taller de escritores de Manuel Mejía Vallejo (p.4)

“Ojo por ojo”, un cuento de José Libardo Porras (p.8)

Horóscopo literario para autores des-astrados (p.18)

“Oh, Chat GPT: ¿cuál es el secreto de la vida…?” (p.21)

Un producto Cosmoteca Lapiloto: proyecto de biblioteca digital de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina, enfocado en conectar con las prácticas e intereses de nuevas generaciones de usuarios.

Desarrollo Editorial y Colecciones Cosmoteca: Juan Miguel Villegas, Eliana Castro

Diseño y diagramación: Carolina Salazar, Ana María Bermúdez

Comunicaciones Cosmoteca: Alexánder Herrera, Mariana Tejada, Sara Yerena

Apoyo general: Equipo Cosmoteca Lapiloto

Impresión: Rapicopias

Contacto:

Instagram: @bppiloto

Fotografías Archivo BPP: Fotografía Rodríguez (portada y p.13); Benjamín de la Calle Muñoz (p.3,); Gabriel Carvajal (pp.4-5).

Otraparte.org:

Fotografía José Libardo Porras (p.8).

National Gallery of Art: John H. Tercuzzi, “Shop Sign Spectacles”. CC (p.17).

Agradecemos especialmente a la familia Porras Vallejo y a la Universidad CES por la autorización para reeditar el cuento aquí contenido.

Aliados estratégicos: Tragaluz Editores, Comfama Medellín, Agosto de 2023.

Se permite la reproducción total o parcial (excepto del cuento “Ojo por ojo”, cuyos derechos son gestionados por la Universidad CES) otorgando el crédito a los autores, sin modificar el material original ni usarlo con propósitos comerciales, salvo autorización escrita de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina. Licencia Creative Commons: Atribución-NoComercialSinDerivadas / CC BY-NC-ND.

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NABE: Una trinchera para los que empiezan

Llegaban devoradores de libros, estudiantes rebeldes de colegios públicos, primíparos universitarios, aspirantes a escritores de todas las clases y con todos los bríos. Llegaban ardiendo en versos y hallazgos propios, con “la mirada limpia, la inconsecuencia, el querer imponerse, la fe y el asombro”. Llegaban con la ilusión de escribir historias y, por qué no, publicar un libro.

En la antología de Trabajo de taller de 1986, Manuel Mejía Vallejo describía el Fondo Editorial de la Biblioteca Pública Piloto como una casa de escritores jóvenes sin editor. Aunque desconfiaba de que pudiera enseñarse lo que se ensaya la vida entera, Mejía Vallejo fue uno de los primeros maestros en adoptar y alentar a una generación de escritores y escritoras que descubrió su vocación en los talleres de la BPP.

Reeditar esos cuentos es volver a la historia de un Fondo que ha acompañado las inquietudes de jóvenes que son leídos por primera vez. Es entrever sus primeras obsesiones y sus primeras batallas por decir algo nuevo. Y es, también, el intento por construir un puente con nuevas generaciones que hoy ocupan, por ejemplo, plataformas de escritura y lectura en línea en busca de vida al otro lado de una pantalla.

Con NABE, nuestro primer “Torneo relámpago de ficción por entregas” —y que además da nombre a este folletín— queremos abrirle las páginas a jóvenes autores ardientes en busca de techo para sus propias historias.

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“Calma, pueblo”

Todos los miércoles, durante más de diez años, Manuel Mejía Vallejo apareció entre los asistentes a su Taller de escritores en la BPP con una carpeta repleta de textos, un vaso de ron y una cajetilla de Pielroja. Dicen que era generoso con la palabra pero también duro en la nota. Enseñaba desde su experiencia: recalcaba que una escritura que no se fundamenta en una experiencia vital no tiene peso e insistía en la búsqueda de un estilo propio. Zanjaba las discusiones con un llamado: “Calma, pueblo”. Aquí, una selección de sus palabras sobre el oficio de escribir y la voluntad de enseñar.

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“Basta un contacto, una amistad, unas tertulias sin ánimo dictatorial, unas observaciones de experiencia, un estímulo en su hora oportuna, para que alguien decida escribir”.

“Un taller discretamente manejado no crea tics retóricos ni vicios aprendidos”.

“El primer libro: esa nueva aventura de vivir otro sentido de la vida, la otra sensación de soportar tantas agonías”.

“Mi tarea consiste en sugerir caminos, entreabrir ventanas y entrever posibilidades en quienes bregan por dar a la palabra un sentido superior al que le adjudica el diccionario”.

“Seguiremos escribiendo, es un destino total”.

“El escritor es un aprendiz permanente, sin diploma posible”.

José Libardo Porras,

Era un cazador de almas. Una máquina de rayos X detectando grietas y humedades humanas. Literatura ambulante: leía y escribía con todo el cuerpo. Tenía el don del desconcierto.

“Los amigos poetas me aconsejan dedicarme a la prosa; los narradores, a escribir poemas. No entiendo a los amigos”, decía.

Nació en Támesis y se crió en el barrio Belén San Bernardo de Medellín. Estudió la Licenciatura en Español y Literatura en la Universidad de Antioquia. Veinteañero entró al Taller de Escritores de la Piloto y publicó su primer libro: Es tarde en San Bernardo, una colección de textos “llenos de sol” que retratan la vida del barrio. “Costumbrismo de barriada”, lo llamó el escritor Darío Jaramillo.

Vivía obsesionado con la gente del común y con su ciudad. Medellín es la clave de su literatura. Decía que solo revisaba la sección de los periódicos para enterarse de qué compraban y vendían sus contemporáneos. A Manuel Mejía Vallejo, uno de sus grandes maestros, le dijo: “Pienso que desde el espacio minúsculo del ‘barrio’ es posible explicarse por lo menos una parte del universo”.

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una hiena al acecho

Creía en la capacidad de la literatura de “arrojar al hombre al fondo de su propio abismo para que se reconozca en su miseria y su grandeza”. Él no se guardó nada. En la novela la voracidad del dolor que se apodera de un cuerpo. Su cuento “Ojo por ojo” apareció en la segunda edición de Trabajo de taller del Fondo Editorial de la BPP. Murió en 2019. N

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Ojo por ojo

Un cuento de José

Libardo Porras Vallejo

Seguramente ustedes no saben quién era El Ganso; él era más del barrio Las Playas y no de este lado. Tampoco saben que murió una noche de mil novecientos setenta.

¡Tipo raro ese Ganso! Todos sabían que se había cargado a más de uno pero rehuía esas conversaciones. “No me hablen de gallos que yo vengo de galleras”, dijo una tarde que los muchachos en la esquina comentaban una bronca sucedida en el Chiquitín, con muerto y todo como eran las broncas en ese sitio.

Tipo raro, sí. No hablaba de esas cosas, ni de mujeres; sin embargo, supe de su llanto por la muerte de una puta veinte años mayor, y por el desdén de una señorita secretaria en una oficina del centro. Esto en otros tiempos, claro, antes de lo de Teresa.

Casi dos años permaneció lejos de nosotros, preso en La Ladera, mas nunca logré olvidarlo; los otros sí lo olvidaron y ya ni hablaban de él,

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como si le hubieran perdido el respeto o el miedo o la amistad o el odio, es lo mismo. ¡Pero yo no! Cada instante se me aparecía con esa mirada de la noche del almacén de eléctricos del parque, o con su sonrisita de la tarde con Teresa aquel domingo.

—¡Entonces, llave! —me dijo, guiñándome el ojo izquierdo sin que ella lo notara, mientras buscaban asiento a un lado de la cancha.

—¡Nooo, todo bien! —respondí, antes de comenzar a morderme los labios lentamente.

A la cancha no todos iban a ver jugar fútbol. Allí se reunían las muchachas del barrio, bien arregladas con vestidos de moda y con sus deseos de novio. Eso se usaba en ese tiempo. A mí nunca me ha halagado el fútbol pero iba porque me gustaba hacer apuestas y unas veces ganaba y otras perdía; además allá veía a Teresa que era la mejor y la más seria.

Yo quería ser el novio de Teresa y cuando el tema entre nosotros era ese, solo yo hablaba. El Ganso fumaba sin parar y asentía, casi sin palabras, a lo que le comentaba:

—Es una pelada bacana, sencillita ella, Ganso —le decía.

—Ajá…

Y daba otra fumada a su Lucky “cinco letras”.

—Es sana y seria, Ganso —agregaba.

—(…)

Y el humo salía de su boca y él se iba con la mirada, pensando.

Conmigo, su mejor compañero, no charlaba de mujeres sino de “negocios” que casi nunca realizábamos, y de fútbol. El fútbol era su

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pasión aunque muy raras veces se le veía jugando. “Ya estoy acabado, llave, pero antes…”, decía y los ojos le brillaban con una luz distinta a la de la noche del almacén de electrodomésticos del parque.

Yo andaba con él y atracábamos juntos y con lo conseguido bebíamos hasta emborracharnos como se debe hacer para que sea verdad, como le cuadra a un hombre. “Usted es mi compañero, llave, usted es serio, llave”, me decía, deseoso de que también yo le creyera. Juntos, siempre juntos y cuando había problemas era él quien respondía:

—¡Póngala como quiera! —desafiaba al contrario, saltando a la calle inmediatamente afelinado.

Nunca lo vi perder una bronca. Se enfrentaba al enemigo brincando y gritando como si fuera una fiesta, describiendo en el aire caligrafías inéditas con su acero; o cuando le aparecía la Ley, se trepaba a los techos y se perdía en la noche como si ella lo tragara. San Bernardo, El Rincón, Las Playas, en fin, era su reino. En todos esos sitios, aunque tenía enemigos, lo respetaban. A mí también me respetaban.

Pero después de la tarde de ese domingo las cosas fueron diferentes, sobre todo al principio que al encontrarnos por ahí de pura casualidad, él apenas me decía “entonces, llave” y yo le contestaba “nooo, todo bien”. Aquel día el equipo que me había dado más de una apuesta perdió por varios goles.

Yo más que todo iba los domingos a la cancha por ver a Teresa, y buscaba puestos cerca de ella para respirar su aire y sentir su mismo calor. Algunas tardes esperaba la salida del colegio y la seguía a hurtadillas, contemplando su caminar rápido y menudo hacia la casa. Me gustaba su uniforme que parecía volar contento pegado a su cuerpo, su pelo ennochecido, sus ojos preguntadores que miraban

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hasta ver las cosas; en fin, todo lo suyo me gustaba por ser así, fresca como el agua fresca, y suficiente.

Quería ser su novio y tener con ella una amistad seria y después casarme, como debe hacer un hombre. Conmigo no le habría faltado nada y ya no tendría que ayudar a su madre a lavar ropas ajenas todas las mañanas. Yo habría buscado trabajo en una fábrica y, en tanto, en un inquilinato nos acomodábamos. Cuando uno es sencillo y responsable cabe en cualquier parte.

Uno a esa edad no es juicioso, ¡para qué! A uno lo ajuicia una muchacha buena como Teresa. Pero al Ganso no. Aun sin mí, continuaba saliendo cada noche a su trabajo, a “buscar el tesoro de Morgan”, como decíamos, y ya no se le veía en la esquina en las mañanas y en las tardes, como antes.

A veces lo miraba cruzar afanado con paquetes hacia la casa de Teresa y a altas horas; en ocasiones, me lo encontraba rondando las calles en los barrios nuevos y me decía “entonces, llave” y seguía de largo sin esperar mi respuesta.

Los domingos pasaban toda la tarde en la cancha y ella comía helados y frutas y él tomaba cerveza y apostaba y charlaban y reían con esas risas para mí conocidas. Yo no volví a aparecerme por ahí las tardes del domingo; tener en quién pensar es como tener a dónde ir, y Teresa ya era de El Ganso, de él solo.

Pero muy despacio, encontrándonos en las calles cada uno de rebusque a medianoche, nos hicimos otra vez amigos, mejor dicho, más que antes como si fuera cierto que el tiempo cura todo, y empezamos a “trabajar” juntos nuevamente y bebíamos hasta embriagarnos y ya era él quien hablaba de Teresa:

—Teresa lo estima a usted, llave —me decía.

—Ajá, Ganso —le contestaba.

—Pero como amigo, llave, me entiende…

—Sí. Ella es tu mujer, Ganso.

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Cuando El Ganso hablaba de Teresa parecía estar convocando un milagro. Su voz se transformaba y el hecho de yo estar ahí perdía importancia. De sus besos, de sus bromas, de sus pechos erizados comentaba, entonado.

¡Para mí era menos homicida su cuchillo!

La última vez que hablamos había ajustado un año de estar andando con Teresa pero solo yo sabía de esa fecha. Él vivía en su casa, con la suegra y los cuñados, y era el hombre de la familia.

Era una mañana lluviosa cuando él entró. Yo charlaba con don Pablo y sin darle mayor atención lo animaba a contarme de su tienda, de su hogar, de esas historias que él recordaba o inventaba. Entró sacudiendo el agua de su cabeza y luego, peinándose, comenzó a hablar:

—¡Entonces, llave!

—¡Nooo, todo bien! —respondí, esperando que don Pablo iniciara su relato.

—¿Fuma, llave? —me ofreció desde la mesa donde rápidamente se había sentado.

—Gracias, Ganso —contesté, antes de acercar el cigarrillo a la llama del fósforo que extendió hasta mí.

Comentamos de fútbol, del invierno, de Teresa. Entre uno y otro cigarrillo, hablamos largamente de todo como si fuera la última vez, como si de todo nos estuviéramos despidiendo, y al final me dijo:

—¡Sabe qué, llave! —y despidió de sus dedos una colilla que cayó en un pequeño arroyo que corría por el pavimento.

—… Hay un “negocio”, llave —agregó, y expulsó de sus pulmones el resto del humo.

—… Es en el almacén de eléctricos del parque, entiende — dijo como advirtiendo.

Hablamos un poco en secreto y definimos los detalles necesarios. Todo se haría esa misma noche.

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Siempre quise ser el novio de Teresa. Era buena muchacha y lo hubiera dado todo por ella. Eso venía desde mucho antes, claro, cuando entraba a la tienda de don Pablo con su libreta de fiados doblada en la mano; yo la esperaba y ella sabía que estaba esperándola y sonreía en secreto. Uno puede llegar a soñar muchas noches con una muchacha que al mirarlo sonría en secreto. Nunca le hablé porque las cosas que ensayaba se volvían escasas al verla.

Deseaba ser su novio aunque es verdad que también toda mi vida habría podido pasarla de ese modo, viéndola apenas en la cancha los domingos y a la salida del colegio y en la tienda de don Pablo. Si la cosa hubiera seguido así, con tanta magia, no me habría importado no llegar a ser su novio ni su marido.

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Apenas un año transcurrido, sin embargo, de nuevo nos habíamos amistado, más que antes, como si un año hubiera alcanzado a sanarlo todo. ¡Un año!

En eso pensaba aquella noche mientras El Ganso se iba acercando hacia mí. Hacía frío y uno que otro relámpago iluminaba a veces la calle y los frentes de las casas. Un borracho, alejándose, cantaba una canción triste y maldecía el tiempo.

—¡Entonces, llave! —me saludó al llegar.

—¡Nooo, todo bien —respondí, y caminamos juntos en silencio.

Él llevaba las manos en los bolsillos del pantalón y miraba de continuo a cada lado. A nadie se veía y solo se escuchaban los perros tan pronto relampagueaba, como si hubieran establecido una red de comunicaciones entre los solares y las terrazas.

Desde unos metros antes de llegar al lugar vi que al aviso luminoso del almacén no le funcionaban varias letras. El Ganso dijo algo pero no pude escucharlo por el bullicio momentáneo de los perros. Ya tenía en sus manos el juego de falsas llaves con las cuales abriría la puerta, y se dispuso a hacerlo. Yo seguí caminando hasta la esquina cercana desde donde debía acompañar.

Allí esperé, mientras tanto pensaba en Teresa, en El Ganso, en mí, en la noche, en la lluvia, en que se acercaba.

No sé cuánto tiempo gastó en abrir la puerta; antes de cruzarla me miró y algo quiso decirme, a la distancia, con la mano izquierda.

Horas antes, en el puesto de policía lo había contado todo, sin pormenores, claro. Ellos no habrían entendido lo de Teresa. Lo hice con el interés de quien cumple un deber, atendiendo, más que a las preguntas, al arreglo sin gracia de la oficina, a los muebles, a los retratos de héroes nacionales colgados en las paredes, a los símbolos patrios repetidos en uno y otro sitio. Agentes ayudantes entraban y salían trayendo documentos y se demoraban tratando

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de escuchar un poco de mi relato, pero eran despedidos por el comandante con algún recado. Él hablaba y hacía preguntas sin quitarme los ojos de encima:

—¿Está delatándolo?

—¡Cumplo un deber!

—¡Es su amigo!

—¡Con ustedes tiene deudas!

—¡Sabe a qué se expone!

—¡Ya sabe la hora! —dije, y salí sin despedirme.

¡Sí me habían creído! No tardaron en aparecer de entre los antejardines, invisibles, parejas de guardias armados que entraron tras él por la misma puerta. Al momento salieron todos.

Lo empujaban, iba esposado, humillado y me miró pero no puedo explicarles su mirada, entienden.

Me marché despacio, sin pensar a dónde ir, sintiendo que un lugar es igual a los demás, sintiendo que en un sitio ocurre lo mismo que en los otros, y eso a mí no me importara.

Poco volví a enterarme de su suerte. Solo la noticia en el periódico al día siguiente, leída en voz alta por alguien en la esquina, en la cual trataban al Ganso de “peligroso delincuente buscado por las autoridades”. En la fotografía suya aparecida debajo del titular se veía que algo le dolía muy adentro. Después, las salidas de Teresa hacia la penitenciaría cada mañana de domingo, sonriente, con paquetes llenos de alimentos y dulces y cigarrillos comprado todo en la tienda de don Pablo, y en las últimas horas de la tarde su regreso a casa, livianita, feliz.

Dolía ver que, desde la cárcel, El Ganso continuaba siendo su dueño.

Pero aunque se puso mucho más bella ya no era la misma. Todas las tardes salía hacia el centro de la ciudad con su

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bolso, su chaqueta y su vestido de colores vivos y volvía en la madrugada, anochecida, toda vez acompañada por un hombre diferente.

¡Más bella, sí! Más bella para otros: para sus clientes y para El Ganso. Para mí más lejana. Nunca pude ver de nuevo sus ojos; siempre esquivaba los lugares frecuentados por ella: seguramente estaría odiándome y no habría resistido su mirada.

Así transcurrió el tiempo. Yo seguía en lo mío: “trabajando” durante las noches y en el día encerrado en casa leyendo revistas y oyendo la radio y mirando por la ventana. A la esquina solo salía a comprar cigarrillos y a charlar con los muchachos mientras tomaba una gaseosa. Un día, pasados un poco más de dos años después de la noche del almacén de eléctricos del parque, ellos estaban ansiosos, esperándome, y sin preámbulos al llegar comentaron:

—¿Y qué? Volvió El Ganso, ¿no? —preguntó uno en tanto probaba el filo de una navaja.

—Sí, ya salió. Ayer lo vi caer a la casa de Teresa —respondió otro.

Yo permanecía desatendido, ocupado más de la gaseosa y los cigarrillos que acababa de comprar.

—Ese man va a darle, llave —dijo el primero mirándome, esperando mi reacción—. Va a darle —repitió cuando yo me había alejado algunos pasos.

No me sorprendió la nueva; sabía que sucedería, así como no olvidaba que El Ganso me había despojado de Teresa, de verla por ahí en la calle y en la cancha todas las tardes de domingo. Tampoco ignoraba que él era el más bueno con el acero y que un hombre de verdad no puede perdonar una traición.

De seguro El Ganso a nadie había dicho eso de “darme”. El Ganso no hablaba de tales cosas, pero todos lo suponían.

Por varios días permanecí en casa, sin salir a trabajar. Solo pensaba en Teresa, en sus ojos, en su modo de llevar la

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risa en todo el cuerpo, en su caminar rápido y menudo al regresar del colegio años antes, en su forma de mirar y alegrarse con los partidos en la cancha los domingos por la tarde; pensaba en El Ganso, en mi amistad con él, en su silencio cuando le hablaba de Teresa, en su vida con ella, en su estilo diestro de conducir el cuchillo, en su manera de cobrarse las deudas. “Ese man va a darle”, me habían dicho en la esquina, pero ninguno sabía lo de Teresa.

Varios días pensando en lo mismo, cansa, y uno no resiste, entienden, por eso esperé agazapado a mitad de cuadra, bajo unas escalas, en una calle de San Bernardo, mientras El Ganso llegaba, una noche de mil novecientos setenta.

No tuvo tiempo de nada.

Primero cayó de rodillas, luego besó el pavimento. Cuando me dispuse a limpiar mi puñal en sus ropas, observé que ya toda su espalda estaba bañada en sangre.

Después me fui caminando sin pensar a dónde ir. Cualquier sitio era igual. N

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HORÓSCOPO LITERARIO,

ft. Manuel Mejía Vallejo

Un juego creativo a partir de entrevistas y testimonios de Manuel Mejía Vallejo.

ARIES: Escapa de las fórmulas. Busca nuevos ángulos de enfoque, otros puntos de vista, diferentes voces para los personajes. La gracia de la literatura está en el descubrimiento de algo que vibre. Asume la aventura.

TAURO: No te desanimes si los textos no salen bien a la primera. Las historias tardan tiempo en encontrar sus formas. No temas empezar de nuevo. Olvídate de la gloria a la primera.

GÉMINIS: Los escritores publican. Pasan meses perdidos en aventuras pero regresan a contarlas. Exígete el regreso. Encuentra un lugar tranquilo para escribir y asegúrate de tener todo lo que necesitas. No lo dejes a medio camino. Termina, por favor.

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Una fusión entre la liviandad de los astros y las máximas de un maestro de la literatura antioqueña.
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CÁNCER: Las historias se cuentan con los cinco sentidos. Escucha cómo caen las cosas, olfatea detrás de los rincones, describe el sabor de la derrota. Aprovecha tu sensibilidad para experimentar y capturar detalles precisos, verosímiles.

LEO: Lee a los grandes de la literatura. Y a los medianos. A los que están en el centro pero sobre todo a los que están a los lados. Y luego olvídalos. No trates de escribir como alguien más. ¿Para qué?

VIRGO: Abandónate a la sabiduría del corazón. Escucha a tus personajes y deja que ellos decidan su propio camino. Qué importa que vayan en contra de tu plan ultra detallado de escritura. Se vale pintar por fuera de la línea.

LIBRA: Dibuja personajes y lugares, calcula las proporciones de las cosas, fija la retina en los detalles. Te darás cuenta de lo que eres y no eres capaz de contar. Asegúrate de que las cosas crezcan armónicamente. Que no se noten las costuras.

ESCORPIÓN: No le temas al diálogo. Muchos escritores le rehuyen, pero es la forma más directa de mostrar a un personaje. Es una demostración poética de la vida cotidiana. Escucha cómo habla la gente y trata de no traicionarla.

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SAGITARIO: Desconfía de los cánones cerrados. No tengas miedo de explorar temas nuevos o enfoques desconocidos. La sospecha acompañará siempre a quienes desdeñan la pompa y los facilismos en su vida y en su obra.

CAPRICORNIO: Sé generoso: el mundo está para que pasen cosas. Desbórdate en diálogos pero también en los silencios y tonterías que abundan en la vida. No caigas en la solemnidad. Recuerda que la torpeza también puede ser una virtud.

ACUARIO: La gramática es la base de la escritura. Está bien que quieras tirar abajo algunas convenciones pero edita siempre. Evita la tentación del descuido. Lee varias veces tus historias y corrige errores gramaticales.

PISCIS: Sospecha de tu intuición y sobre todo de tus tristezas. Confía en el pálpito de esa buena historia que vibra en tus manos pero encuéntrale un método a tu desbordamiento. Encomiéndate a la disciplina.

Unicornio ;) Deja que las historias se defiendan solas. “Ni en literatura ni en nada se alcanza a dar todo lo que se debería dar”, decía Manuel Mejía Vallejo. “Lo mejor se nos queda en sueño, en ambición frustrada, en esbozo de lo que pudo haber sido”.

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“Oh, Chat GPT: ¿cuál es el secreto de la vida…?”

Si de esoterismo se trata, por estos días la inteligencia artificial pareciera ir tomando incluso el lugar del oráculo. Decidimos entonces acudir a los altares de Chat GPT — esa “calculadora de palabras”, como también la definen sus creadores— para formularle dos preguntas puntuales. No respondió con precisión matemática pero las compartimos tal cual, para que juzguen ustedes mismos.

NABE: Por favor resume en 30 palabras las claves para lograr el éxito literario en vida.

ChatGPT: Creatividad, perseverancia y pasión. Leer ampliamente, escribir regularmente y recibir críticas constructivas. Desarrollar una voz única, conectarse con los lectores y explorar temas universales con autenticidad.

NABE: Ahora resume en 30 palabras las claves para evitar frustrarse en el arte de contar historias a través de la literatura.

ChatGPT: Persistir ante el rechazo y la autocrítica. Aprender de los fracasos y crecer. Mantener la pasión y la curiosidad. Cultivar una comunidad de apoyo y buscar el placer en el proceso creativo.

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“Amén” ; ) ***

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pRimEr tOrnEo RelámPago dE fiCCión pOr entRegaS

Cosmoteca Lapiloto - Tragaluz - Comfama

¡Llegó la competencia literaria más apasionante de Medellín y Antioquia! NABE Cosmoteca te desafía a contar historias que solo podrían ocurrir en esta parte del mundo. Esta vez el terreno de juego será la plataforma de autopublicación Wattpad. ¡Entérate de todo y prepara tu talento!

¿Cómo funciona?

NABE es una carrera corta pero intensa. Tendrás que publicar una historia por partes o capítulos durante tres semanas. Cada entrega cuenta como una ronda, y solo los más persistentes y creativos se mantendrán en la competencia.

¿Quiénes pueden participar?

Jóvenes entre los 14 y los 21 años que vivan en Medellín o cualquier otro municipio de Antioquia:

• Si tienes entre 14 y 17 años, eres parte del grupo más joven y audaz.

• Si tienes entre 18 y 21 años, te unes a los talentos en ascenso.

Las historias de este torneo se publicarán en Wattpad: la plataforma social de autopublicación y lectura de historias en línea con mayor alcance en Colombia (y el mundo).

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¿Dónde?

Reglas del juego:

¡Solo las historias que logren sus tres entregas llegarán a manos de los jurados!

¡Estírate, sin exagerar! Las entregas deben tener una extensión mínima de 600 palabras y máxima de 1200.

¡Aceptamos historias con aspiraciones de novela corta o cuentos por capítulos! Se vale todo: romance, ciencia ficción, fantasía y, por supuesto, los apasionantes fanfic.

¡Habita el planeta, escribe local! Tu historia debe estar ambientada en Medellín o el lugar de Antioquia en el que vivas.

¡Juego limpio! Tus textos deben ser originales, creación tuya y solo tuya. Se vale inspirarse pero no copiarse. ¡Confía en tus ideas! ¡Desconéctate de la inteligencia artificial!

¡Demuestra tu conexión con los lectores! Si los comentarios te inspiran, ¡sácales jugo! Las historias que incorporen elementos sugeridos por los lectores ganarán puntos extra.

¿Qué puedo ganar?

Las mejores historias recibirán un acompañamiento editorial profesional de la mano de Tragaluz Editores, y serán publicadas en formato libro (físico y digital).

Además:

Fechas

1ª eNtrega: 27 de Agosto.

2ª entrEga: 3 de sepTiembre.

3ª entRega: 10 de septiEmbrE.

1ER PUESTO DE CADA CATEGORÍA: Un iPad de 9a generación y 10.2 pulgadas

2° PUESTO DE CADA CATEGORÍA: Bonos de librerías x $400 mil.

3ER PUESTO DE CADA CATEGORÍA: Bonos sorpresa de librerías y “algo más”

CONSULTA LAS BASES Y REGLAS COMPLETAS, EN: cosmoteca.gov.co/nabe-2023

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En alianza con:

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¿Vampiros en el metro de Medellín, elfos y duendes de ladera, ‘groupies’ rabiosas de la banda del momento o victorias épicas de esquina y microfútbol?

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¡PriMera entrEga: 27 dE agOsto!

TODA LA INFORMACIÓN AQUÍ ADENTRO (p.22-23)

O visita nuestra página: cosmoteca.gov.co/nabe-2023

En alianza con: Un proyecto de:
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